Читать книгу Dios y el ángel rebelde - Sally Pierson Dillon - Страница 9

Capítulo 1 Jesús ama a todos

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–Mamá, estoy listo –llamó Miguel–. Ya terminé toda la tarea.

–Bueno –dijo la mamá, y se sentó en la cama al lado de Miguel–. ¿Recuerdas lo que sucedió justo antes de que Jesús fuese crucificado en Jerusalén?

–Creo que sí. ¿Sobre qué quieres que te cuente?

–Sobre la entrada triunfal.

–Claro –dijo Miguel–. Jesús entró en Jerusalén montado en un burrito, y toda la gente gritaba “Hosanna” y estaba realmente entusiasmada. Cuando Jesús llegó a la cima de la colina y miró hacia Jerusalén, comenzó a llorar.

–¿Sabes por qué? –preguntó la mamá.

–Porque sabía que Jerusalén sería destruida algún día.

–Sí –la mamá asintió–. La destrucción de Jerusalén y su gente fue horrible. Jesús pudo mirar hacia el futuro y ver lo que iba a suceder, y eso quebró su corazón. Jesús les advirtió a sus discípulos y a sus seguidores. Les dijo exactamente lo que ocurriría y cuándo debían escapar. Puedes encontrar lo que dijo en Mateo 23 y 24.

–Muy bien –dijo Miguel, y leyó Mateo 23:37 al 24:3 en su Biblia.

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor. Cuando Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada”.

Miguel miró a su mamá. Entonces, leyó la explicación de Jesús de lo que ocurriría durante este tiempo (ver­sícu­los 9 al 12):

“Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”.

–Ahora lee Lucas 21:20 y 21 –le indicó la mamá.

Miguel leyó:

“Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella”.

–Bien –dijo la mamá–. Así que, Jesús les dijo que cuando vieran soldados rodeando a Jerusalén, debían escapar. Durante cuarenta años, después de que Jesús dio todas estas advertencias, todo continuó igual día tras día. Pero los seguidores de Jesús recordaban sus advertencias, velaban y esperaban. La gente se volvió cada vez más perversa. El amor de muchos se enfrió para con los demás. Incluso en las familias se traicionaban y se mataban entre sí. Todas las predicciones de Jesús se cumplieron.

“Sucedieron muchas otras cosas extrañas que hicieron que la gente se asustara. En medio de la noche, una luz resplandeciente iluminó el altar del Templo. La tierra tembló. La enorme puerta oriental de la ciudad era tan grande que se necesitaban veinte hombres para cerrarla. Se la cerraba con grandes barras de hierro profundamente clavadas en la calle, que estaba pavimentada con piedra sólida. Sin embargo, se abrió por sí misma a medianoche. La gente comenzó a preguntarse: ‘¿Es hora de salir? ¿Deberíamos huir?’ Los sacerdotes les pagaron a falsos profetas para que dijesen que la gente debía quedarse a esperar, que todo estaba bien. Todo estaba sucediendo tal como Jesús había dicho.

“Los soldados romanos rodearon Jerusalén y no permitían que ninguno entrara ni saliera. ¿Era esta la señal de la que había hablado Jesús? No todavía, porque nadie podía conseguir comida ni agua, ni escapar. Lentamente eran obligados a rendirse por el hambre.

“Pero, justo cuando la gente de Jerusalén estaba a punto de darse por vencida, ¡el general romano y sus ejércitos de repente se marcharon! Los soldados de Jerusalén los persiguieron, atacando a los de la retaguardia. Salieron a raudales de la ciudad y echaron mano a todas las pertenencias que los romanos habían dejado atrás. Ahora no había nadie que impidiera que el pueblo de Dios huyera de la ciudad, ni la gente de Jerusalén ni los romanos. Los cristianos reconocieron esto como una señal para escapar, y eso hicieron. Huyeron a la ciudad de Pella, en las montañas, más allá del río Jordán. Pero la gente que no creyó en las advertencias de Jesús volvió a entrar en la ciudad para celebrar, llevando consigo todas las cosas que habían robado del campamento romano.

“Sin embargo, el general Tito pronto regresó con un enorme ejército romano. De nuevo rodeó la ciudad, y miles de personas murieron de hambre y de diferentes enfermedades. Cada vez que los romanos capturaban a alguien, trataban con crueldad a sus prisioneros y los crucificaban en el exterior de la muralla de la ciudad. La señora de White habla de esto en un libro llamado El conflicto de los siglos. Dios le mostró cosas que ocurrieron hace mucho tiempo y también cosas del futuro, y le pidió que las escribiera para que la gente pudiera comprender lo que significaba todo eso. La señora de White dijo que había tantas cruces alrededor de Jerusalén y en las proximidades que casi no quedaba espacio para pasar entre ellas.

“Cuando Tito atacó Jerusalén, los soldados romanos entraron en tropel a la ciudad, matando a todos a su paso. Tito les ordenó a sus soldados que no tocaran el Templo. Sin embargo, un soldado arrojó una antorcha encendida dentro de él, y pronto comenzó a salir humo. Los soldados irrumpieron en masa y mataron a los que se habían reunido allí pensando que estarían a salvo”.

–¡Tremendo! Y Jesús, ¿estaba viendo todo eso del futuro cuando estaba sobre el burrito en la colina?

–Sí –respondió la mamá.

–¡Con razón lloró! –exclamó Miguel.

–Jesús se entristeció mucho –dijo la mamá–. Murieron más de un millón de personas. Aunque lo habían rechazado, Jesús los amaba mucho. Pero debemos recordar que, cuando Jerusalén fue destruida, no murió ninguna persona que había escuchado las advertencias de Jesús e hizo lo que les dijo que hicieran. Jesús les había dicho por anticipado lo que iba a suceder, y él cuidó de ellos durante el sitio de Jerusalén.

–¡Increíble! –dijo Miguel–. ¿Quieres decir que no murió ningún cristiano?

–Ninguno –contestó la mamá–. Busca en tu Biblia otra vez y lee lo que dijo Jesús.

Miguel estuvo varios minutos leyendo todo el capítulo de Mateo 24. Entonces, preguntó:

–Jesús ¿está hablando solamente de la destrucción de Jerusalén aquí? Parece como que también está hablando del fin del mundo y de su segunda venida.

–Eso es cierto –afirmó la mamá–. Estaba describiendo ambas cosas. Y si Jesús pudo cuidar a todos los cristianos de entonces, cuando Jerusalén fue destruida, ¿no crees que puede cuidar de nosotros durante los días difíciles cuando venga otra vez? ¿Piensas que necesitamos tener miedo de las cosas que ocurrirán justo antes de la segunda venida?

–No –respondió Miguel–. Pienso que no. Me siento mucho mejor ahora.

Dios y el ángel rebelde

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