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Capítulo 4 La Biblia en las montañas

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Miguel cerró los libros, y guardó los lápices y el papel.

–Ya terminé mi tarea –anunció–. ¿De qué vamos a hablar esta vez, mamá?

Ella se sentó al lado de Miguel.

–Hablemos de los que permanecieron fieles a Jesús en la iglesia cristiana. Porque, incluso con todos los cambios que hubo, todavía había grupitos de personas que recordaban las sencillas verdades cristianas que Jesús había enseñado; y les enseñaban esas verdades a sus hijos. Había grupitos de observadores del sábado dispersos en Europa, África Central y Armenia.

La mamá le mostró a Miguel dónde estaban esos lugares en un gran mapa del mundo.

–Uno de estos grupos era conocido como los valdenses –continuó–, porque seguían las enseñanzas de un hombre llamado Pedro Valdo. Los valdenses eran perseguidos por otros cristianos, así que se fueron a vivir a las montañas, bien arriba de los Alpes. No obstante, no solo se escondían en las montañas; eran personas muy ocupadas. Estuvieron entre los primeros de Europa en tener las Escrituras traducidas en su propio idioma. Se autodenominaban la “Iglesia del desierto”.

–Fantástico –Miguel estaba entusiasmado–, ¡finalmente algunas Biblias! Ahora la gente podía estudiar y ver lo que realmente era verdad.

–Sí –afirmó la mamá–, el estudio de la Biblia era importante para los valdenses. Ellos ayudaban a sus hijos a memorizar largas porciones del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Muchos niños memorizaban libros enteros, como Mateo y Juan, y algunos de los libros escritos por el apóstol Pablo. Cuando eran suficientemente grandes, copiaban porciones de la Biblia, para compartir con otros.

“Los valdenses tradujeron la Biblia al idioma local, para que la gente pudiera leerla y entenderla. A los dirigentes religiosos no les gustaba que la gente tuviese Biblias y pudieran estudiarlas por su cuenta. El hecho de poder estudiar la Biblia por sí mismos llevaba a que hicieran preguntas y que a veces discreparan con las enseñanzas de los dirigentes. Así que, los niños valdenses tenían que esconder sus porciones de la Escritura. Además, tenían que aprender a ser muy cuidadosos con lo que decían y a quién se lo decían.

“Estas familias cultivaban las laderas de las montañas. Sembraban verduras y criaban ovejas. Hacían cosas con la lana de las ovejas y fabricaban queso con su leche. Algunas de estas cosas las vendían en las aldeas. Mientras iban de casa en casa vendiendo sus mercancías, podían hablar de la Biblia con la gente interesada. Entre su ropa, llevaban algunos papeles en los que habían escrito parte de la Biblia. De hecho, las mujeres cosían dobladillos anchos y bolsillos secretos en la ropa, a fin de tener lugar para esconder porciones de la Biblia. Los valdenses salían de dos en dos, ya fuesen comerciantes o estudiantes. Esparcían la Palabra de Dios como hongos, y de este modo las verdaderas enseñanzas de la Biblia se abrían paso a través de todo un pueblo o una escuela, aunque los líderes religiosos no podían sacar en claro de dónde venían”.

Mmm –dijo Miguel–, realmente estoy contento de no ser un niño valdense; ¡tendría que memorizar demasiados textos bíblicos!

La mamá se rió.

–En realidad, memorizar porciones de la Biblia es una muy buena idea. Ayuda a ejercitar tu mente y quizá no siempre tengas tu Biblia a mano. Llegará el tiempo en que estarás muy contento de haber aprendido de memoria los ver­sícu­los de la Escuela Sabática, y otros pasajes bíblicos también.

–Supongo que sí.

–Y, piensa en esto –agregó la mamá–. ¿Cómo sería si tú y tu hermano fuesen los únicos de tu escuela con una Biblia?

–Estaríamos muy solos y tristes –respondió Miguel.

–Tal vez –coincidió la mamá–, pero Dios usó a niños como tú y Doni para cambiar escuelas enteras. Y, si se lo permites, él puede usarte para trabajos importantes también. Hoy, Dios necesita niños como tú, así como durante la época de los valdenses.

–Nunca lo había pensado de ese modo –reconoció Miguel–. Siempre me imaginé que Dios tenía a todos los adultos que necesitaba y que no me necesitaría hasta más adelante.

–Eso no es cierto –dijo la mamá–. Dios te necesita ahora.

Miguel esbozó una amplia sonrisa.

–¡Esa es una buena noticia! De todos modos, yo no quería esperar a ser grande.

Dios y el ángel rebelde

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