Читать книгу El club de los ojos claros - Sandra Bou Morales - Страница 13

CAPÍTULO 6 Emma

Оглавление

Volví a llamar al timbre. Estaba tiritando. Por lo visto, no había conseguido quitarme bien la nieve de los pantalones y tenía las piernas un tanto mojadas.

—¡¿No me fastidies que ahora no hay nadie?!

Ángela se puso delante de mí, decidida a llamar ella a la puerta. Mi amiga no parecía comprender que si no había nadie, iba a dar lo mismo que llamase yo o que llamara ella, pero una voz tras la puerta le dio una bofetada a mi queja.

—Sí que hay alguien —respondió una voz dulce.

La puerta se abrió de golpe. Era Kate, mi otra mejor amiga, la única chica a la que podía decirle que el pelo a lo chico le favorecía mucho. Estaba cubierta por una lanuda manta, y la punta de su nariz tenía un tono rojizo.

—¡Hola, chicas! ¡Emma, ¿cómo es que estás aquí?! Pasad, ahora me lo cuentas. ¿Te traigo una manta, Ojos claros?

Su emoción me envolvió, haciéndome sentir más segura. Llevaba tanto tiempo sin estar con mis dos mejores amigas que aquel ambiente ya no me parecía normal.

—Sí, por favor. Es que hoy he decidido ir al instituto. Lo echaba de menos.

Kate se acercó y me puso una manta sobre los hombros. Me senté en uno de los cómodos sillones ante el sofá, al igual que Ángela.

—Yo también —comentó Kate.

Aunque no cantaba bien, su voz era realmente dulce. Siempre me había tranquilizado.Además, al contrario que Ángela, ella era una persona tranquila y apaciguable.

—Pero con este resfriado no quiero moverme de delante de la chimenea —continuó—. Aunque según el médico debería volver pronto al instituto.

Ángela se estiro en su sillón, soltando un descarado bostezo y poniendo las manos bajo su nuca.

—Estaría bien, porque me habéis dejado sola las dos

Kate y yo nos echamos una mirada cómplice, riéndonos por lo bajo.

—Ya... —Observé a Kate nuevamente—. Una pregunta, Kate. ¿Está tu madre?

—No, está trabajando.

Desvió su mirada hacia Ángela, la cual ya estaba comiendo las típicas galletas que la madre de Kate dejaba siempre en la mesita de café.

—Angi, ¿se lo contamos? —preguntó Kate con cierto nerviosismo.

Ángela seguía engullendo las galletas. Sus mejillas se habían hinchado como las de un hámster.

—Bueno…

Kate miró al techo y soltó aire con desasosiego.

—No me digas. ¿Se lo has contado?

Ángela se quedó paralizada unos segundos, mirándonos a mí y a Kate repetidamente. Dejó el resto de galletas en la mesa y se rio de manera nerviosa.

—Es complicado. Emma estaba llorando y quería animarla. No se me ocurrió otra cosa.

Kate se sentó en el sofá. No le había hecho gracia aquello, pero ella no solía protestar, por muy injusto que fuese lo que hubiera pasado.

—Igualmente, Kate.Te doy las gracias por la idea que habéis tenido. ¡Sois las mejores amigas que se puede tener!

Me levanté de mi sillón y le di un fuerte abrazo, esperando así quitarle el mal humor. Noté como ella se estremecía de frío y me empujó levemente.

—¡Dios, estás congelada! Te traeré un chocolate.

Se levantó y fue directamente a la cocina. No podía creer lo fácil que había sido hacerle olvidar lo ocurrido. Me volví a sentar, frotándome las manos para entrar en calor.

—Bueno, ¿cuándo empezaríamos con la música?

Ángela levantó ligeramente la cabeza y la apoyó en el respaldo del sillón.

—Habíamos pensado en dejarte unos días para que escribas la canción y luego ir preparándolo —gritó Kate desde la cocina.

Ángela me miró, sonriendo.

—No te alborotes, Ojos claros.Tendremos tiempo de gravar muchas canciones.

—Ya lo sé, Angi. Pero no creo que se me ocurra nada.

Ángela se incorporó de golpe, sin levantarse del sillón.

—¿Qué has dicho? ¡Pero si Dilan y tú cantabais unas preciosas!

Tragué saliva y tanteé mis dedos sobre el reposabrazos de mi sillón. Aquel comentario no me había agradado. Noté como Kate se asomaba lentamente por la puerta de la cocina, intentando no ser advertida, para poder espiar la posible discusión. Ángela se dispuso a repetir la frase, pensando que no la había escuchado, pero yo ya tenía bastante:

—¡Era Dilan quien escribía! —grité, ofendida—. ¡Yo lo intenté una vez y aquello parecía un monologo!

Me puse a respirar de manera agitada, intentando no llegar al extremo de llorar. Estaba realmente tensa. La situación que había vivido durante los dos últimos meses no era nada agradable. Me sentía vulnerable. Cualquier cosa me hacía saltar, devolviéndome a un estado de ansiedad que detestaba.

Quise pedir perdón, pero Kate se apresuró a actuar, acercándose a mí con rapidez.Volví mi cabeza hacia ella para aceptar el chocolate caliente, pero entonces ella tropezó con un juguete del suelo, cayendo de bruces y derramándome todo el chocolate sobre las piernas. Escuché el crujido de la barbilla de mi amiga contra el suelo, pero antes de poder preocuparme por ella, las piernas empezaron a quemarme, debido a la temperatura del chocolate.

—¡Lo siento! —exclamó Kate, levantándose como si no se hubiese hecho daño—. ¿Estás bien?

No pude contestarle. Me levanté, soltando rápidamente algún insulto y agitando mis manos.

—¿A qué temperatura has calentado esto? ¡Dios, cómo quema!

Kate agachó levemente la cabeza, avergonzada.

Mientras intentaba librarme del abrasante chocolate sin mancharle la alfombra a Kate, noté como Ángela nos miraba realmente asombrada.

—¡Espera! —dijo Kate, nerviosa—.Te traeré otros pantalones.

Se volvió con rapidez, volviendo a tropezar con el dichoso juguete, esta vez sin caerse.

—¡Maldita sea, Rex!

Un pequeño perro color canela bajó por las escaleras, acudiendo a la llamada de su dueña. Llevaba un peluche en la boca, haciendo su imagen más tierna. Su oreja izquierda estaba agachada y la otra levantada, como siempre.Tenía esa mirada dulce e inocente de la cual Kate se había enamorado hacía años.Vi como su mirada se desviaba hacia mí, mientras movía su nariz graciosamente, husmeando el ambiente.

Antes de que Kate pudiese acercársele para regañarle, Rex soltó el peluche y corrió hacia mí para lamer el chocolate que resbalaba por mis pantalones. A Ángela se le escapó una risotada y se tapó la boca, para no ofender a Kate, que tenía ya los nervios crispados. Esta se apresuró a agarrar a su perro por el collar, el cual se quejó mirando fijamente mis vaqueros.

—¡No, Rex! No tomarás eso —dijo su dueña con seriedad—. Ahora vuelvo, voy a cogerte unos pantalones.

Kate le dio un tirón a Rex y le soltó el collar. Este dudo unos segundos si hacerle caso o sumirse a la tentación de probar el chocolate, pero finalmente optó por seguir a Kate cuando la vio subir las escaleras, un tanto furiosa. Me volví a sentar en el sillón, el chocolate estaba empezando a endurecerse, cosa que no me hacía ninguna gracia.

Unos minutos después, Kate bajó con unos vaqueros de la talla 34 en las manos y me los tiró a la cara.Tanto ella como Ángela se me quedaron mirando, conteniendo las risas.

—¿Qué miráis?

—La pregunta sería ¿cómo nos ves? —apuntó Ángela.

Kate señaló mi ojo izquierdo, el cual estaba descubierto. Dejé las risas a un lado, me quité los vaqueros y me enfundé los otros con rapidez.Tenía las piernas pegajosas.

—Bien. ¿Por dónde íbamos? —preguntó Kate mientras se sentaba en el sofá, tapándose los hombros con una manta.

Ángela carraspeó un poco.

—Mira —dijo con delicadeza—, yo creo que podrías escribir bien…

Aquella conversación me sacaba de quicio.Ya no podía más, estaba cansada.

—¡Imposible! Ángela, ya te he dicho que no se me da bien escribir canciones.

—Tengo una idea —comentó Kate, atrayendo nuestra atención—. Sé que sería un poco duro para ti, Emma, pero quizás podrías escribir una canción sobre Dilan.

Aquello era la gota que colmaba el vaso. Sentía ganas de salir de allí corriendo, sin más. Aquellas no parecían mis amigas en ese momento. Un silencio incómodo reinaba en la casa de Kate, aquel asunto me revolvía las tripas. Quise soltar una excusa estúpida para irme, pero el tono de mi móvil se me adelantó. Lo cogí con desgana, sin siquiera preocuparme de quién podía ser. Mi madre contestó con voz dulce desde el otro lado del teléfono.

—Sí, mami. No, estoy en casa de Kate.Vale, hasta luego. —Colgué rápidamente y miré a mis dos amigas, intentando parecer animada—. Me tengo que ir, chicas. Nos vemos mañana.

Ángela se levantó rápidamente y me dio un fuerte abrazo. Kate simplemente se despidió con la mano.

Salí de la casa, pero antes de llegar a poner un pie en la acera, escuché un grito:

—¡Kate, lo has estropeado, pero bien! —exclamó Ángela con cierta frustración.

Llegué a mi casa, arrepentida por haber decidido volver al instituto aquel día, por haber decidido hablar con Sofía justo en aquel momento, por haber ido a casa de Kate, sabiendo que Ángela saldría con el tema de la banda. Mi madre no estaba. Seguramente estaría con mi padre y con Dilan.

Entré en mi habitación lentamente, escrutando cada centímetro con la mirada, apoyé mi cabeza en el espejo y me dejé resbalar hasta caer de rodillas:

—Te quiero, Dilan. ¿Por qué me has dejado sola? No lo entiendo. ¿Acaso me has olvidado? —susurré, aun a sabiendas de que él no podía oírme, nunca jamás—. ¿Por qué me haces esto? Te necesito, hermanito.A veces, creo que me has dejado sola, para siempre. —Mi voz estaba cargada de pena y de ira—. Supongo que no me escuchas. Aún recuerdo el día en el que papá murió.Tú fuiste el único capaz de animarme. No sé qué voy a hacer sin ti.

Me abrace a mí misma, llorando y chillando a más no poder. Aquello me arrancaba el alma, no sabía cuánto tiempo iba a aguantar así. Mi vida se había ido a la mierda prácticamente en segundos. Mi hermano se había ido, todo se había acabado para mí.

—Cariño, ¿estás bien? —oí a mis espaldas.

Giré la cabeza.Allí estaba mi madre aguantando la puerta, mientras me observaba. Su maquillaje estaba corrido, lo cual significaba que hacía poco que había llorado.

—Sí, mamá —contesté tajantemente.

Ella se acercó y se sentó en el suelo, a mi lado.

—Era por Dilan, ¿verdad?

—Mamá, por favor, déjame sola.

Mi madre abrió la boca, sin saber qué decir, preocupada. La abracé sin más. Era mi madre, lo único que me quedaba. Me sentía como una niña indefensa, desprotegida, sin nadie más a quien amar en mi vida. Ella se echó a llorar conmigo y me abrazó con fuerza.

—Yo también les echo de menos. Solo prométeme que tú no te irás, amor mío.

Me quedé callada, sin saber qué decir.

—Mami, no te puedo prometer eso. No sé… —El recuerdo de Dilan me atenazaba continuamente, haciéndome sentirme peor, más frágil. Le quería demasiado como para estar sin él—. Mamá, no puedo estar sin Dilan.

—Lo sé, amor mío.Yo tampoco, pero no puedo hacer nada.

Me aferré aún más al abrazo de mi madre, manchándole el jersey de lágrimas.

—Solo quiero despertar de esta pesadilla.

—Ojalá fuese una pesadilla, Ojos claros. No sabes cuántas veces lo he deseado.

La estrujé aún más entre mis brazos, deseando estar abrazando a mi hermano.

—Perdóname. Perdóname por todo lo que he hecho. Fue culpa mía.

—¿Pero qué dices, Emma? No fue tu culpa, y no quiero volverte a oír decir eso.Tu no tuviste la culpa de que Dilan heredara el problema de corazón de tu padre.

—Pero sí tuve la culpa de que lo atropellaran.Yo debería estar muerta, no él.

Mi madre me besó la frente varias veces y me acaricio la cabeza.

—No es verdad, cariño.Tú no has hecho nada malo, no te mereces sufrir de esta manera. Eres lo único que me queda, amor mío, y no quiero verte así.

Asentí levemente con la cabeza y la volví a abrazar. Tenía los ojos empañados de lágrimas, las manos sudadas, la piel de gallina. Me sentía muerta por dentro, ahogada. Respiraba con lentitud. El agua y la nieve golpeaban el techo con violencia. Era la primera noche lluviosa en toda mi vida en la cual no podía dormir. Me incorporé poco a poco y bajé de la cama. Encendí la lámpara de mi escritorio, aquella que me traía demasiados recuerdos. Me la había regalado mi padre cuando tenía cinco años, y la tela ovalada de arriba había sido decorada por nosotros dos: su mano pintada de rojo, la mía de azul, y mi mote escrito varias veces debido a la torpe mano de mi padre.

Sonreí ante la visión de aquellos recuerdos. Abrí la boca en un enorme bostezo y me senté en mi taburete, observando la enorme ventana que había frente a mi escritorio. La nieve caía con lentitud, al contrario que la lluvia, tan atolondrada y con su rapidez vertiginosa, invisible pero palpable. Aquel momento era mío. No podía dormir, pero sí evadirme de mis problemas, de la vida, tranquilizarme y entrar en paz de una vez. Cerré los ojos, dejando que el sonido de la lluvia me tranquilizase, pero un cúmulo de recuerdos asaltó mi visión, obligándome a abrirlos de golpe. Arrastré mi taburete para levantarme y me acerqué a la mesita donde estaba mi espejo. Abrí su cajón sin saber por qué, llamada por algo que ni yo entendía. Mis manos temblaron al notar un pequeño paquete. Lo saqué rapidez. Era un regalo, perfectamente empaquetado con un papel azul turquesa.

No sabía qué era aquello, ni cómo había acabado allí. Rasgué el papel, descubriendo un marco de fotos. Lo giré, y allí estaba: una fotografía de mi hermano y yo días antes de su muerte. Recordaba aquel día perfectamente. La nieve caía con espesor y mi hermano decidió quedar con Sofía en el viejo parque del bosque para charlar, pero rápidamente nos unimos Carlos, Ángela, Kate y yo. A Ángela le habían regalado un equipo de snowboard por navidad, con lo cual Kate, Sofía y ella se pasaron todo el rato dándose tortazos con la tabla; en cambio, el regalo que había recibido Carlos era muy distinto: una cámara de fotos. Se puso a usarla por doquier y, sin que yo me diera cuenta, cuando besé en la mejilla a mi hermano, el captó la imagen enseguida. Mi hermano debió pedírsela días después, pero no llegó a darme el regalo.

Aquella imagen nunca se repetiría. Sus ojos irradiaban felicidad y mi cara no podía demostrar más cariño. Aquello era un recuerdo dolorosamente amargo. Noté que la parte trasera del marco estaba floja y un pequeño papel se deslizó sobre mi mano. Mil y una palabras ensuciaban el papel perfectamente doblado.Todas concordaban de forma melódica. Sabía que era otra de las canciones de mi hermano. Entonces, una bombilla se encendió en mi cabeza. Dejé con brusquedad la fotografía sobre mi mesa, sin soltar la canción. Cogí mi móvil y pulsé el número de marcación rápida. Un tono, dos. Al tercero,Ángela descolgó:

—¿Quién llama?

—Angi, tengo algo importante que decirte.

—¿No había más horas, Ojos claros? —preguntó con cierto sarcasmo.

Me quedé muda unos segundos. Tenía razón, las cuatro de la mañana no era la hora más adecuada para llamar por teléfono, pero aquello era urgente.

—Ya tengo la canción.

Ángela soltó una onomatopeya y pude oír como tiraba algo. Debía de estar buscando el interruptor de la luz.

—¿Al fin te inspiraste?

Negué con brío, como si esperara que ella pudiese verme.

—No, pero he encontrado una de él.

—Entiendo. En ese caso, supongo que mañana querrás quedar para grabar, ¿no?

Solté una risa infantil. Ella nunca fallaba, me conocía más que yo a mí misma.

Ángela bostezo con fuerza, casi imitando el rugido de un león. Sonreí de oreja a oreja. Empezaba a sentir la felicidad, embadurnándome entera, llenándome por dentro de una manera mágica. Él podía no estar, pero yo debía seguir siendo feliz.Al menos, eso había dicho siempre mi padre: «Da igual estar solo en el mundo, este seguirá lleno de colores para ti».

El club de los ojos claros

Подняться наверх