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CAPÍTULO 2 Emma

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Los pendientes en forma de ancla ardían en mis orejas, recordándome quién me los regaló, trayéndome su recuerdo sin descanso. Subí las escaleras de la entrada del instituto sin cambiar mi expresión indiferente y tristona. Aquella noche no había podido dormir con normalidad, al igual que los dos últimos meses.Ya era finales de marzo. No había osado dar un paso fuera de mi casa desde la muerte de mi hermano, aunque varias veces había estado a punto de hacerlo. En parte, tenía ganas de entrar de nuevo al instituto, pero saber que mi hermano no estaría a mi lado me abría un oscuro agujero en el corazón. Cogí aire y di un paso firme al frente, pero choqué contra alguien, derramándole todo lo que tenía en las manos.

Mi boca se abrió con rapidez, preparada para soltar un «lo siento», pero mi aliento se apagó al ver el rojizo pelo de la chica, aquella expresión cabreada, con un matiz de tristeza, y sus ojos verdes. Me agaché con rapidez y recogí los libros que le había tirado.

—Lo siento, Sofía —dije, tendiéndole los libros. Ella me observó un segundo y pude ver como en su ojo derecho se asomaba una lágrima.Apartó su mirada con rapidez y soltó un bufido:

—¡No lo sientas tanto y ten más cuidado! —exclamó con desdén y fue, dando grandes zancadas y demostrando ira en cada paso.

Me quedé asombrada, pero la sorpresa fue reemplazada con rapidez por una depresión. Sofía había sido una de mis mejores amigas desde que era pequeña, y hacía solo unos años se convirtió en la novia de mi hermano. Pero por alguna razón, desde que él falleció no había soportado mirarme una vez a los ojos sin gritarme cualquier cosa hiriente, o culparme de todo lo ocurrido. Cerré los puños para controlarme.

—Está bien, taquilla 203 —siseé.

Me acerqué a mi taquilla, cada vez con paso más lento, atormentada por lo que había al lado: la taquilla de mi hermano. Pasé la mano por la superficie metálica. Entonces, un leve recuerdo me indujo una esperanza: que todo fuese un sueño, que mi hermano apareciese por detrás tan risueño como siempre.

Antes de que pudiese darme cuenta, mis oídos captaron algo y me pusieron alerta:

—¡Ojos claros, Ojos claros! —gritó alguien a mis espaldas. Dibujé una enorme sonrisa y dejé escapar unas lágrimas de felicidad. Una oleada de conmoción me invadió al pensar que pudiese ser real, que todo hubiese sido un sueño, que al menos el estuviese bien.

—¡Emma!

Me giré con renovada alegría, pero toda sensación de emoción se disolvió al ver que quien me llamaba era Ángela, mi mejor amiga. No tardó un segundo en estrujarme entre sus brazos con la fuerza de un león.

—Ah, hola, Angi…

—¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo! Kate y yo te echábamos mucho de menos —afirmó emocionada.

—Yo también os echaba de menos.

Ángela frunció el ceño y me escrutó el rostro, apartando sus brazos de mis hombros.

—Ojos claros, ¿por qué pones esa cara? ¡Ha nevado!

Tragué saliva y esbocé una leve y falsa sonrisa:

—Sí, lo he visto —contesté un tanto distraída.

Mi amiga dio un respingo, como si la situación no tuviese sentido para ella.

—¡Venga ya! A ti siempre te ha animado la nieve, ojos…

Una oleada de furia me cubrió entera, haciendo que me sonrojase.

—¡Que no me llames así! Solo quiero que él me llame así, ¿entendido?

Me froté un brazo y agaché la cabeza, pellizcándome el puente de la nariz y soltando aire con fuerza. No solía ponerme así con nadie. Ángela tragó saliva y se mordió un labio. Acercó su mano a mi hombro, sopesando cómo animarme, pero se apartó un poco al entender la situación.

—Emma —tartamudeó—, lo siento. ¿Estás bien?

—¡No! —grité.

Golpeé mi cabeza con fuerza contra mi taquilla y me puse en cuclillas, revolviéndome el pelo con ambas manos. Ángela se agachó a mi lado, mirándome con tristeza e impotencia.

—Perdona por recordártelo. De todos modos, nos tienes a mí y a Kate, y a Carlos.

Levanté la cabeza y me fijé en sus ojos. Se notaba que estaba realmente preocupada:

—Angi, eres mi mejor amiga, al igual que Kate, pero no puedo estar sin Dilan.

Ella asintió con entendimiento y me tendió una mano, para ayudarme a levantarme.Vi como su mirada se iba hacia la enorme cicatriz que tenía en la cara interna del brazo derecho, pero no preguntó nada.

—Entiendo. Si es por animarte, Kate y yo habíamos decidido contártelo cuando ella no estuviera enferma. Pero de todas formas te lo diré: vuelve el club de los ojos claros.

Algo dentro de mí quería darse golpes incansablemente contra la pared. Parecía que Ángela había estado en la luna los últimos dos meses.

—¿A qué te refieres? Sabes lo que… —Tragué saliva, no quería acabar la frase.

—Nosotras habíamos pensado que ya que no está Di… —carraspeó con fuerza antes de seguir, percatándose de que era mejor no pronunciar ese nombre—, Kate podría ayudarte con los videos y yo con las canciones.

Sonreí, completamente agradecida. Ángela podía meter la pata mil y una veces, pero siempre sabía animarme. Tenía esa chispa, era mi mejor amiga.

—¡Eso es maravilloso! Pero sería mejor que lo hablásemos con detenimiento.

Escruté sus ojos, buscando una pizca de entendimiento. Lo que necesitaba no era hablarlo, sino más tiempo para hacerme a la idea de que mi hermano no volvería a formar parte de la banda.

—Está bien, pero no desentrenes tu voz. Nadie quiere que deje de ser melodiosa —dijo dándome un golpe amistoso en el brazo—. Será mejor que vayamos a clase de Mates. Últimamente el profesor está muy quisquilloso.

Entré a clase con un cosquilleo en la barriga y empecé a observar mi alrededor con añoranza. La clase parecía estar como siempre. Nada más entrar, había unas escaleras laterales que conducían a los pupitres, puestos de manera que parecía un cine, pero con mesas arriba de los respaldos y una decoración más seria. El profesor Jones tanteaba un bolígrafo sobre su enorme mesa con gesto aborrecido. Sus gafas seguían siendo las de siempre, negras y escacharradas. La mayoría estaban sentados en sus sitios, pero hablando y riendo. En la pizarra había algo escrito, pero nada más me detuve a leerlo, Ángela me tiró de la manga de la chaqueta.

—Vamos, a ver si pillamos el puesto más alto.

—Yo, la verdad, prefiero uno intermedio, más bien bajo.Así puedo atender con claridad.

Ángela detuvo su pie en el primer escalón y volvió su cabeza hacia mí con el ceño fruncido.

—¿Atender? —preguntó como si acabase de decir la mayor estupidez del mundo—. Llevamos dos meses sin vernos, ¡Tenemos demasiado de que hablar!

Me fijé en que el profesor Jones arreglaba la pila de hojas que tenía ante él pulcramente, lo cual significaba que iba a empezar la clase. Dibujé una media sonrisa de disculpa.

—Lo siento, ya he perdido bastante curso. Mejor hablamos en el patio.

—Está bien —bufó ella, poniendo los ojos en blanco.

Subí las escaleras tras mi amiga, escrutándolo todo a mi alrededor. Noté como varias personas me seguían con la mirada, como si no entendiesen por qué estaba allí.Ángela se sentó en un asiento centrado, dejando dos libres a la esquina de las escaleras. Me senté justo a su lado y suspiré con alegría. Hacía demasiado tiempo que no pisaba aquellos pasillos, aquellas clases. Básicamente hacía demasiado tiempo que no retomaba mi vieja vida.

Saqué el libro de Física y diversas hojas del carpesano. Mi cerebro desconectó totalmente del mundo para poder centrarse en la explicación, ignorando que alguien se sentaba a mi lado.Ángela tosió de la manera que lo hacía siempre cuando se producía una situación incómoda, y a mí se me erizó el vello de la nuca al divisar una melena pelirroja a mi derecha. Mantuve el lápiz en mi mano, sin moverlo.

—Hola…

Sofía me miró de reojo con malicia, soltando un resoplido desdeñoso como respuesta a mi saludo. Ángela me pasó una pequeña nota: “No le hagas caso a la reinita, no sabe ni mirar a la cara por educación”.

Aquello me pilló por sorpresa, pero no tardé en asumirlo. Desde que éramos pequeñas, Sofía había estado en nuestro grupo de mejores amigos, al igual que Kate, Carlos y Dilan, y siempre había tenido un lazo muy estrecho con Ángela. Pero en los últimos meses mi vida se había revolucionado lo suficiente como para crear una rivalidad atroz entre Sofía y nuestro grupo.

Sofía agacho su cabeza y comenzó a escribir algo con afán, ocultándolo con su pelo. Me volví hacia Ángela, la cual estaba canturreando en voz baja.

—¿Te has leído Crepúsculo? —me preguntó, sin siquiera desviar la mirada de la pizarra.

Yo negué con lentitud, también sin desviar mi atención.

—Yo tampoco, y este me parece el mejor momento —susurró mientras se agachaba y sacaba algo de su mochila.

Puso un enorme libro negro sobre sus piernas y empezó a leer la primera página. Era típica en Ángela su obsesión por la lectura.A mí los libros nunca me llamaron la atención, pero me tuve que leerme más de uno por orden de mi mejor amiga, cosa que nunca estuvo mal. Antes de que pudiese volver a centrarme en la explicación, mi oído derecho captó una queja:

—Menudo rollo —comentó Sofía.

Intenté hacer como que no había oído nada. Tras decir eso, se giró con incertidumbre y empezó a llamar a alguien:

—Brianna, Brianna.

Tragué saliva y suspiré con frustración.Aquel día no parecía estar destinado a aprender algo de Física.

—¡Brianna!

Ángela tiró el libro que tenía sobre las piernas al suelo y cogió su lápiz con rapidez, observando la pizarra como si llevase toda la clase atendiendo.

—Señorita Dawson, intento dar clase —espetó el profesor con mala cara.

No había duda: mi amiga tenía un sexto sentido para detectar el peligro en clase.

Ángela se tapó la boca para esconder una risita, a la vez que Sofía se giraba con expresión inocente, con los mismos ojos brillantes que tendría un cachorrito. Su expresión era vomitivamente falsa.

—Perdón —dijo casi en un murmullo.

El profesor la fulminó con la mirada, arrugando su espeso bigote con una mueca de soberbia. Dio unos golpecitos con el lápiz en la pizarra, intentando captar la atención de todos, pero la mayoría, como Ángela, estaban centrados en sus cosas. Finalmente, esta levantó la cabeza del libro y señaló a Sofía con un movimiento del codo.

—Menos mal —dije.

Sofía soltó aire con brusquedad, como si buscase atención, y se cruzó de brazos con una rabia infantil. Sabía que me había oído, o entendido lo que decía. Mi amiga volvió su atención hacia el libro que tenía sobre las piernas y lo cerró, decidiendo escuchar la clase de una vez. Sacó su libreta y empezó a escribir con velocidad el texto que Jones había puesto en la pizarra. Lo que a ella le costó un minuto, a mí me había costado los diez que llevábamos de clase.

—¿Aun estamos con lo de la ley de Kepler?

—Es un recordatorio —murmuré señalando una de las cosas que había copiado.

Ella movió sus ojos con frenesí de un lado al otro de la libreta, y abrió su boca en un murmullo de entendimiento.

—¡Tu cállate! —espetó Sofía.

Me quede a cuadros. No estaba segura de si aquello iba hacia mí. Lo único que sabía es que yo era la única persona sentada a su lado. Negué con lentitud e intenté ignorarla, pero una voz atronadora me hizo dar un respingo, al igual que a media clase, y rayar sin querer la hoja.

—¡Señorita Dawson, si no quiere oír la clase, ahora es su oportunidad de marcharse! —gritó el profesor señalando la puerta.

Me fijé en que tenía una vena en la frente realmente marcada. Su cara estaba roja de ira y la mano que apuntaba la puerta le temblaba. Podía asegurar que en mis dos meses de ausencia la clase no había sido exactamente pacífica. Sofía revolvió sus manos antes de decir nada:

—Pero…

—No le he dado a elegir —le interrumpió el profesor con un tono cargado de furia—. Fuera de mi clase.

Siguió señalando la puerta con tal ímpetu que asombraba. No lo recordaba de aquella manera. Sofía me miró de reojo y se levantó a regañadientes, murmurando algo para sí misma. Cerré la leve conexión que había entre las dos para seguir copiando el texto de la pizarra, pero un cosquilleo en mi oreja me detuvo.

—Me debes una, ojos azules —me susurró Sofía al oído.

No esperó respuesta. Aceleró el paso por las escaleras y salió por la puerta con rapidez, sin siquiera esperar al profesor. Él escruto la clase entera, todos estaban en silencio. Levantó los hombros y salió tras Sofía. Los escasos segundos que tardó la gente en echarse a hablar fueron casi incontables. Ángela me tocó el hombro repetidas veces para capar mi atención:

—Es patética, ¿verdad?

Apoyé la cabeza en mi respaldo perezosamente. No tenía muchas ganas de contestar a cualquier cosa que tuviese que ver con Sofía.

—Prefiero no meterme en líos, pero sí, lo es.

Me empecé a reír levemente. La mayoría de las cosas que decía Ángela, fuesen graciosas o no, me hacían reír.Volví mi cabeza hacia ella, pero esta no se reía conmigo, sino que me echaba miradas fugaces hacia arriba, indicándome algo. Seguí su mirada. Brianna estaba de brazos cruzados con cara de malas pulgas.

—¿¡No sabéis hacer otra cosa que burlaros de Sofía!? Además, recuerda que Dilan salió con ella —soltó con verdadera crueldad.

Un brillo burlón asomó en sus ojos, haciendo que se me crispara el vello debido al coraje.

—Con decir ese tipo de cosas solo estás demostrando lo desesperada que estás por divertirte, pero si te soy sincera, me estoy divirtiendo yo más con lo patética e infantil que ere —espete fríamente.

Brianna levantó una ceja con sorpresa, no esperaba que le contestase. Abrió la boca, pero se vio obligada a callar al no encontrar respuesta.

—Bien dicho, Emma —apunto Ángela, dedicándome un guiño divertido, como siempre solía hacer siempre, y solté una carcajada. Echaba en falta su humor.

—Alguien tenía que cerrarle la boca.

Mi amiga asintió a la vez que la puerta de clase se abrió, dejando paso a un Jones bastante enfadado. Su expresión rebosaba ira en estado puro, no debía de tener un buen día. Se paró ante la pizarra y empezó a dar golpecitos con un pie, frustrado. Agarró la tiza con fuerza y se puso a escribir sin más.

La clase había sido más rápida de lo normal. El hecho de haberme pasado el tiempo equivalente a un verano encerrada en casa me había devuelto las ganas de atender y aprender. Ángela no parecía compartir mi opinión. Se había pasado toda la clase canturreando y quejándose por la lentitud del profesor y del reloj.

—Bien, clase —suspiró Jones a regañadientes—, como iba diciendo antes de que…

Una fuerte alarma hizo que sus palabras quedaran mudas y que todos empezaran a recoger sus cosas y a salir de clase con suma rapidez.Ángela agarró mis cosas, las echó en mi mochila y me instó con brío para que saliese del aula. En la puerta me esperaba una mirada gélida de parte de Sofía, quien no tardó en girar la cabeza a modo de desprecio. Era obvio, no soportaba mirarme.

El club de los ojos claros

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