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CAPÍTULO 9 Emma

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Un suave zarandeo, que poco a poco se fue intensificando, me despertó. Las garras absorbentes del sueño empezaron a soltarme, devolviéndome una nostalgia que por un momento había creído olvidada. Por alguna razón estaba segura de haber visto a mi hermano, de haber hablado con él y de haberme dormido lentamente, acurrucada a su lado.

Desperté del todo, y mis oídos fueron inundados por una marea de sonidos: pájaros, el leve tictac de un reloj y su voz.Abrí los ojos de golpe, diciéndome a mí misma que lo de la noche anterior había sido cierto. La tonta sonrisa de mi hermano me arranco una a mí.

—Rezaba en sueños porque no fueses solo mi imaginación.

Su sonrisa se intensificó.

Me levante perezosamente, frotándome los ojos. Ni siquiera me había cambiado de ropa.

—Venga, tienes solo veinte minutos —apuntó Dilan—. Mamá te ha dejado una nota, se ha ido a trabajar. Siento haberte despertado tan tarde. Es que dormías tan a gusto…

Dejé que una de mis típicas camisetas azules se deslizara por mis brazos.

—Gracias. ¿Sabes? Con esa frase has sido idéntico a mama.

Él entrecerró los ojos, fingiendo estar enfadado. Sus manos se movían frenéticamente, toqueteando todo lo que había en mi mesa. Supongo que le traía muchos recuerdos. Le observé detenidamente. Su piel no relucía a la luz del sol, como cabía esperar, sino que la filtraba, como un espectro, dejando que esta la atravesase sin más.Tenía los tonos apagados. Su piel, había pasado de ser rosada a blanquecina, sin vida.

—Ahora mismo no entiendo nada. Esto es lo más extraño que me ha pasado jamás —me sinceré.

Dilan asintió.

—Te entiendo, hermanita. Bueno, todo es extraño hasta que nos acostumbramos.

—Nunca me hubiera acostumbrado a vivir sin ti. Sinceramente, no sé cómo conseguía despertarme sin que tú me movieses.

—Es que tengo un don para molestarte —soltó con sorna.

—Creo recordar que desde los cinco años nunca me has dejado dormir más tarde de las ocho.

—Sin ti cabreada, las mañanas no eran lo mismo.

Fingí un gemido de indignidad, pero antes de poder decirle nada, un pitido ahogó mis palabras: el timbre.

—¡Maldita sea! —espeté, echándome las manos a la cabeza—. ¡Tenía que ser jueves!

Mi hermano dejó de mover las manos frenéticamente por mi mesa y me miró a los ojos con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa los jueves?

—Pues que Ángela, Kate y yo habíamos quedado en que los jueves vendrían a recogerme a casa para ir al instituto.

Había hablado como una completa histérica, y no pondría en duda el hecho de que quizás Ángela y Kate me hubieran oído. Revolví mis manos sudorosas. No podía respirar con normalidad. Los nervios me atacaban. ¡¿Cómo se suponía que iba a explicarles a mis amigas aquello?! Que mi hermano había vuelto extrañamente a la vida, pero sin llegar a estarlo de nuevo. Si sonaba a disparate en mi cabeza, saliendo de mi boca debía parecer el rezo de una completa psicópata.

—Vale —me susurró él, cogiéndome de los hombros—.Tú dedícate a hacer como si nada hubiera pasado. Tranquilízate, olvídalo todo y…

—Emma, ¿estás ahí? —interrumpió la voz de Ángela.

—Eh… Sí, ya voy. Esperad un segundo.

Dilan me cogió de un brazo, esperando que le dejase acabar:

—Voy a hacerme invisible. Os seguiré hasta el instituto y luego me convertiré en otra persona.

Aquello de hacerse invisible era parte de lo que me había contado esa noche, pero a mí aún me costaba asumirlo, incluso entenderlo, así que levanté la ceja derecha con incredulidad hasta que recordé sus anteriores palabras: «Y aunque parezca una estupidez, lo de los poderes es cierto. Un tanto extraño y complicado de explicar, pero cierto».

—Está bien…

Abrí la puerta lentamente, dejando asomar solo la cabeza.

—Hola, chicas. ¿Qué tal?

Había sonado como una completa cría. Nunca conseguía controlar la extraña voz de pito que me salía cuando me ponía excesivamente nerviosa

—Congeladas. Has tardado mucho en abrir —dijo Kate, tiritando.

Me mordí un labio por sentirme culpable, pero Ángela pareció notar algo más.Aquella voz le había despertado una gran curiosidad, y me observaba como si de un misterio se tratase

—Ojos claros, ¿pasa algo? Te noto rara.

—¿Qué va a pasar? —Mi nerviosismo era palpable, tanto que resultaba empalagoso—. Estoy perfectamente, Angi.Venga, pasad.

Mi corazón latía a mil por hora, haciéndome sudar a mares. Ángela entro sin más, como siempre hacía; en cambio, Kate se me quedó mirando. Alguien me dio un empujo por detrás, lanzándome a los brazos de ella. Sin duda, era él. La abracé con fuerza, pero no me devolvió el abrazo. Se quedó rígida. A Kate nunca le habían gustado las muestras de cariño, por lo que aquello debía de haberla dejado un tanto descolocada. Finalmente, cerré la puerta tras mis amigas, intentando parecer indiferente.

—Has hecho algo —afirmó Ángela—. No soy tonta, y menos cuando…

Kate soltó un chillido agudo, cortando a Ángela y cayendo al suelo de manera bochornosa.

—¡Aaaj! ¿Con qué diablos he tropezado?

—No sé —dije, acercándome para ayudarla a levantarse—. Te habrás pegado con el pomo de la puerta.

—Emma, soy patosa, pero no tanto.Aquí había algo.

—Dime ahora mismo qué ocurre. ¿Has vuelto a coger un perro de la calle? —preguntó Ángela, cruzándose de brazos.

—Angi, deja de actuar como si fueses mi madre.Yo no he hecho nada, bobalicona.

—A lo mejor tiene razón. Quizás me he tropezado con el pomo de la puerta.

Ángela puso los ojos en blanco, como si aquello la hubiese decepcionado.

—Si tú lo dices… Pero no quiero que nos escondas nada, Ojos claros.

—No. ¿Por qué os tendría que esconder algo?

Entonces, ella estiró un brazo y, fuera como fuere, atrapo algo al vuelo.Tragué saliva, observando la situación con verdadero pavor: mi hermano apareció de la nada.Ángela le había atrapado la chaqueta.

—Pero ¡¿qué diablos?! —exclamó Kate.

Me dispuse a dar una respuesta a aquello, pero Ángela se desplomó de golpe, dejándonos a todos mudos. Me acerqué hasta ella con rapidez, palpándole el cuello para buscarle el pulso que, asombrosamente, aún conservaba.Acto seguido me giré hacia Dilan:

—¡¡¡Se ha desmayado!!! Por Dios, ¡¿podías haber sido más discreto?! —le pregunté con brusquedad.

Él pareció no oír mis palabras. Estaba absorto en Kate, la cual respiraba de forma entrecortada.

—Dime que tú también lo ves —masculló con una voz tan ahogada que parecía tener la garganta encharcada.

Me quedé un segundo en blanco. Mis dedos seguían sobre el cuello de Ángela, movidos rítmicamente por su lento pulso. Me volví hacia Dilan y, finalmente, asentí:

—Sí. Es él.

Los ojos de Kate se dilataron, pasando de azules a negros. Levantó uno de sus brazos lentamente, casi temblando, al igual que todo su cuerpo, y tras señalar a Dilan, abrió la boca con rapidez y gritó como una lunática:

—¡¡¡Un fantasma!!!

Aquello no tenía pinta de ser una situación fácil y controlable. Mis pies tamborileaban el suelo con nerviosismo. No me atrevía a girar la cabeza hacia mi hermano. Habíamos conseguido tranquilizar a Kate casi de milagro y sentar a Ángela, la cual ya había despertado. Levanté un poco la cadera para sentarme de otra forma. Me sentía realmente incomoda. La tensión se palpaba en el ambiente como un horrendo tufo. Entonces, Dilan cogió aliento y se atrevió a empezar la conversación:

—Ángela, perdóname. ¿Estás bien?

Los ojos de mi amiga estaban vidriosos y plagados de miedo, pero no dudó en asentir.

—Pero, pero Emma… Es Dilan —susurró por fin Kate.

Esperé a que continuase, pero al no ver intención, le respondí que sí con una sonrisa. Kate no pareció aliviarse. Su cuerpo seguía tenso, alerta.

—Emma, estamos viendo a Dilan, a nuestro Dilan, a Dilan Watson. Él… está muerto.

—Lo sé, Kate. Pero no es nada de lo que asustarse.

Ángela abrió los ojos de par en par, como si acabase de aterrizar en la tierra.

—¿Que no es nada de lo que asustarse? —explotó—. ¿Estamos viendo a un muerto y quieres que no nos asustemos? ¡Estás loca!

Corrió su silla para levantarse, pero sus piernas flojearon y cayó de culo al suelo. Kate le dedicó un ceño fruncido, como si no entendiera qué había pasado.

Dilan no dudó en levantarse para ayudarla, pero le pegué un tirón de la mano, avisándole de que no hiciera nada. Él podía ser todo lo maduro que quisiera, pero reaccionaba de maneras poco acordes a las situaciones.

Ángela se limpió el polvo del pantalón y volvió a sentarse, sin apartar la vista de enfrente.

—Os entiendo, pero si nunca os hice daño antes, no os asustéis ahora —masculló Dilan con voz ronca.

Kate asintió con la cabeza.

—Dejadle que se explique —les pedí.

Dilan apretó mi mano, como muestra de agradecimiento. Una media sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía que de alguna manera todo se había ido al traste. No dejaba de mirar las expresiones de mis amigas, aterradas y confundidas. Aquello no era normal, y debía admitirlo. Por un momento había llegado a pensar que podría vivir con Dilan por siempre, sin que nadie se enterase de que era él en realidad, que podría guardar el secreto sin más y ser feliz, pero aquello era imposible.

La cabeza me daba vueltas, haciendo que me saliese por completo de la conversación. Mis pensamientos eran un verdadero torbellino de preguntas y sentimientos contradictorios.

Volví a la realidad en un segundo y me fijé en cada detalle del salón de mi casa: las fotos con sus distintivos marcos plateados, las ventanas estilo francés, el sofá negro antiguo, las paredes beige y Dilan. Mi atención se centró expresamente en él, en cómo movía sus labios, formulando alguna frase que mis oídos no lograban descifrar, hasta que una mano me zarandeó con delicadeza, y un pitido sordo en mis oídos me devolvió a la normalidad:

—Emma, ¿estás bien?

Me apresuré a asentir con seguridad.

—A ver —continuó mi hermano—, ahora que estáis un poco más tranquilas os lo intentaré explicar. Primero quiero deciros que os he echado mucho de menos a todos, y también quiero daros las gracias por haber ayudado a mi hermana. En fin, vale, puedo ser un fantasma, tenéis razón, pero no es algo malo. —Se quedó callado unos segundos, escrutando los ojos de mis amigas— Bueno, más bien soy un alma.

Un gran silencio corono la sala.

Desvié mi mirada hacia Dilan. Parecía realmente asustado, como si no supiese qué esperar.

—Pero entonces… ¿has vuelto? —preguntó Kate.

Giré mi cabeza a la vez que él, y nos miramos fijamente. Mi hermano asintió, dándome la palabra.

—Sí, Kate —contesté.

Dilan se mordió el labio superior. Si hubiese estado vivo, no dudaría de que su frente estaría mojada.

—Siento haberos asustado.

Ángela soltó una risa nerviosa, intentando darle a aquello un lado cómico, mientras Kate le dio un golpe en el brazo, haciendo que dejara de reír.

—A ver —dijo Kate ya más seria—, si él estaba aquí, ¿por qué diablos no nos dijiste nada? Hemos estado dos meses pensando que no le volveríamos a ver y que quizás tú te suicidarías. ¡¿Y ahora él está aquí?!

Me quedé sin palabras. Aquel fue el comentario más duro que había oído en años.

—Espera un segundo. ¿Vuelves a estar vivo? —preguntó Ángela con curiosidad.

—Kate, mi hermana no os ha ocultado nada.Yo volví anoche, no ha tenido tiempo de contároslo.Y no, no vuelvo a estar vivo. Como he dicho antes, soy un alma.

Cogí aire con disimulo y reprimí una lágrima. Notaba como la curiosidad de Ángela crecía por segundos, movida por la situación surrealista que estábamos viviendo.

—¿Cómo ha sido? ¿Cómo es posible que te podamos ver? Y estás aquí, ¿por qué?

Dilan cerró los ojos durante unos segundos.

—Es complicado, es… Hay cosas muy distintas. El cielo, por ejemplo.

—¿Puedes ir a distintos cielos? —le interrumpió Kate.

Mi hermano arqueó una ceja con sorpresa.

—Sí. Concretamente dos, aunque no se sabe.

Me quedé impactada. Al igual que él, no me explicaba cómo Kate había hecho una pregunta tan acertada.

—Yo acabé en la Dimensión Lunar —prosiguió mi hermano—. Y no es que bajase al mundo de los vivos, pero podía ver a Emma cuando quisiera. Era una sensación bastante amarga verla llorar sin que ella supiera que yo estaba bien. La reina de la Dimensión Lunar me otorgó los poderes de las cinco lunas. No os explicaré por qué, pero uno de esos poderes era teletransportarse por dimensiones. Como podéis ver fue el primero que usé.

Esa era la misma explicación que me había dado por la noche, y no conseguía hacerla encajar del todo en mi cabeza. Me resultaba extraña, demasiado abstracta para la forma en la que había sido enseñada a pensar.

—¿Hay cinco lunas? —pregunto Ángela, como si solo se hubiese quedado con eso.

—Sí.

—¿Cómo es que podías ver a Emma? —siguió Kate.

Me molestaba una cosa: el hecho de que ni siquiera le hubieran dado un abrazo, solo preguntas y más preguntas. Intenté demostrar mi molestia tosiendo levemente, pero nadie pareció percatarse ni de mi repentina tos ni de su significado.

—Buena pregunta, Kate. ¿Nunca habéis escuchado eso de que «Dios está en todas partes»? Pues es algo similar. En aquel lugar hay un precioso lago, con una isla en el centro, en el cual desemboca el río más grande que he visto. Si te acercas pensando en algún ser querido que aún esté vivo, puedes ver lo que está haciendo en ese momento.

Me quede atónita.

—¡¿Que?! ¿En el cielo hay agua?

—Ya te dije que era difícil de explicar. Además, yo tampoco lo sé todo.

—¿Te quedarás toda la vida? —preguntó Ángela de golpe.

—Esa es una pregunta bastante retorica. No creo, pero al menos alegraré a Emma, veré a mis amigos, ¡a Sofía! Será como alargar un poco mi vida.

—Ya —carraspeó Kate—. Supongo que no habrás pensado en esto. ¿No crees que medio instituto se va a morir de miedo cuando vea que una persona muerta hace dos meses está andando por los pasillos?

Me quedé de piedra. Nunca me habría esperado aquel comentario tan avispado de parte de mi amiga. Me sequé el sudor de las manos en lo vaqueros. No, debía aceptarlo, Kate acababa de dar en el clavo.

Mi hermano soltó una risotada, dándome un ligero golpe, como si pensara que yo entendía su risa, que los dos sabíamos algo que mis amigas no. Pero, en realidad, él era el único que entendía por qué se reía. Se dio cuenta a los pocos segundos, volviendo a ponerse serio.

—¿No lo recuerdas? —preguntó.

Me quedé pensativa, repasando nuestra conversación de la noche anterior.

—¿Era lo de que podías convertirte?

Dilan sonrió, complacido.

—Es lo de las cinco lunas. Son como unos poderes.

—Ya se lo explico yo, hermanito. —Quería demostrarle que podía entenderlo, que no era una niña pequeña a la que él tenía que ayudar—. ¿No os acordáis de lo del poder de las cinco lunas? Por lo visto son cinco poderes, y otro, aparte del de teletransportarse, es el de convertirse en otra persona.

Noté como Ángela ahogaba una risotada. Aquello les debía de parecer la cosa más estúpida del mundo; sin embargo, Kate no parecía habérselo tomado a broma. Observaba a Dilan con verdadera curiosidad, totalmente atónita.

—Entonces, si Dilan, un alma, tiene tanta facilidad para integrarse entre nosotros sin que nadie se dé cuenta, significa que perfectamente amigos nuestros, gente que vemos por la calle, podrían ser fantasmas y nosotros no darnos cuenta —susurró casi para ella misma.

Dilan acarició nervioso el reposabrazos de su silla, como si lo que hubiera dicho Kate no fuese del todo cierto, pero se acercase.

—Es posible. Pero en cualquier caso, Kate, además de mí, solo hay otras tres almas que tienen los poderes lunares, y que yo sepa ninguna de ellas ha incumplido tal norma.

Di un leve respingo. Eso no lo sabía, y me resultaba bastante interesante. La primera pregunta que venía a mi cabeza era cómo había conseguido Dilan aquellos poderes.

—¿Con tanta gente como muere todos los días, solo cuatro tienen ese poder? —inquirió Ángela, más seria de lo habitual.

Mi hermano sonrió con fuerza y asintió, feliz porque le hubieran entendido, pero yo seguía con varias incógnitas, demasiadas para mí.

Noté como su mirada se desviaba lentamente hacia mí. Era como si rezase porque yo no reaccionase a algo, porque no entendiese algo de lo que había dicho. Otra incógnita más que añadir a la lista.

—Solo a los de la dimensión lunar se les puede otorgar ese poder, y seremos unos dos mil, a lo mejor unos pocos más. La mayoría se van con las cinco lunas.

Las tres lo miramos fijamente.Aunque ya me había acostumbrado a aquella historia, no podía ocultar mi ceño fruncido al oírla. Era mágico poder ver a un muerto, tocarlo…

Dilan levantó los hombros como preguntándose por qué lo mirábamos. Debía de intimidarle, pues sus cejas torcidas le delataban. Me acerqué hasta él y le besé una mejilla, rodeándole el cuello con mi brazo derecho.

—Tontorrón.

—Bueno, después de esta larga charla tan extraña para todos, creo que deberíamos irnos al instituto —apuntó Ángela, señalando con sus pulgares hacia adelante.

Salí de casa dando botes como una niña pequeña, rebosante de felicidad.Adoraba la sensación de estar con quien siempre había estado, una frase extraña, pero no había una mejor para describir lo que sentía.

La nieve se había convertido en escarcha, haciendo brillar cual cristal cada hoja del bosque. La brisa soplaba con fuerza, fría, como siempre. Dilan se me acercó lentamente, cambiando su expresión por una más reservada.

—Ojos claros, ¿puedo preguntarte algo?

Asentí sin más, extrañada. Entonces, él señaló mi brazo derecho.

—¿Te has…?

Paré de andar sin más, con los ojos como platos, entendiendo a qué se refería mi hermano. Giré mi brazo, enseñándole una enorme cicatriz que empezaba en mi muñeca y acababa en mi codo.

—¡No! Nunca he pensado en hacer tal cosa.

Ángela se acercó con curiosidad, dando un respingo al ver mi cicatriz.

—¿Qué es entonces? —preguntó Dilan, realmente preocupado.

Para mí era incómodo tener que recordar por qué estaba allí aquella cicatriz, aquella línea desigual que me surcaba el brazo, horrenda a la vista de cualquiera.

—Cuando me empujaste, una rueda pasó por encima de mi brazo. Me dijeron que la cicatriz se me quedaría de por vida.

Dilan tragó saliva.

—Perdón, no sabía que…

Le di un golpe amistoso en el hombro, dándole a entender que no me importaba.

—Déjate de perdones. No me importa, en algún momento debía contarlo.

—Hermanito —Emma se paró un segundo y miró a su hermano con detenimiento—, tu mochila está encima del escritorio, donde la dejaste.

—¡Oh! Vale, gracias.

Quería que aquello pareciese algo normal.

Kate no dudó en sonreírle.

Andamos durante un rato sin decirnos nada. Ángela miraba su reloj de vez en cuando, asustándose cada vez más. Kate estaba pálida, con la cabeza gacha. Parecía que hubiera visto un fantasma; de hecho, lo había visto.

Me di cuenta de que Dilan ya tenía otro aspecto. A Ángela no parecía incomodarle, pero ahora ya sabía exactamente por qué Kate lo miraba con tanta frecuencia.

—No todo será como antes —murmuré para mí misma.

Ángela soltó una tos nerviosa a propósito, captando la atención de todos, pero solamente Dilan se giró, fijándose indiscretamente hasta en el último pelo que le rozaba la frente.

—A ver, de ahora en adelante seré el primo de Emma —comentó él.

Tardé algunos segundos en digerir aquella frase. De hecho, ni siquiera pude oponerme a tal idea, ya que Ángela dio un respingo y chilló:

—¡Las clases empiezan en un minuto!

Sí, mi amiga siempre ha tenido el don de hablar justo cuando más lo necesito yo.

Volví a abrir la boca dispuesta a reprochar la orden de mi hermano, pero él se me adelantó. Me cogió del brazo y echó a correr tras Ángela, arrastrándome. Mis pies no estaban preparados para correr justo en ese momento. Empecé a tropezarme con todas las piedrecitas que se cruzaban por mi camino. Kate me adelantó con rapidez.

Por culpa mía, mi hermano estaba siendo el más lento de todos, aunque tengo que admitirlo: nunca he sido ni seré rápida, menos aún si me hacen correr sin previo aviso.

—De acuerdo, mi primo. ¿Y cómo te llamamos? —pregunté entre jadeos, deseando que ese comentario fuese suficiente para que mi hermano bajase el ritmo.

—Da igual el nombre. Hay mucha gente que se llama Dilan, cámbiale solo el apellido.

Ángela ya no nos prestaba atención. Corría como siempre, en plan gacela, saltando de vez en cuando a la calzada y, de nuevo, a la acera, rebosante de emoción.

—Tiene razón. ¿Qué tal si te ponemos el apellido de la prima Andrea? —le propuse.

—¿Rivera? Perfecto.

Kate miró a Dilan y musitó algo inentendible, pero él le indicó con un gracioso guiño que lo había oído.

Volvimos a correr tras Ángela, la cual nos llevaba unos veinte metros de ventaja.

—¿Ya no corremos? —preguntó con desilusión.

Kate volvió a mirar su reloj y negó con la cabeza:

—Son las ocho y dos, si entramos a y cinco, ya no llegaremos tarde. Estamos cerca.

—Ha sido una buena carrera —dijo Dilan, observando el cielo.

Ángela seguía manteniendo su postura triunfal. No podía dudarlo. Ella siempre había sido la más rápida del pueblo, la única que podía permitirse robarle manzanas al señor Finnick sin que este se enterase.

Vi como los hombros de mi hermano caían lentamente, y su ceño pasaba de divertido a nostálgico.

—¿Pasa algo?

—Oh, no. Es solo que me preocupa qué habrá cambiado.

Me cogió la mano sin más, apretándomela con fuerza.

—No te atreviste a mirar a Sofía, ¿cierto?

Dilan asintió con miedo.

—Recuerda lo que dijo papá: nunca aprecies a personas que no te han sabido reservar su amor una eternidad, ¿vale?

—Creía que tú nunca entendiste sus frases hechas.

Y era cierto. Hasta ahora nunca había entendido aquellas frases que mi padre soltaba con tanta frecuencia y espontaneidad. Para mí eran unas simples palabras sin sentido alguno, sin relevancia, no les prestaba atención. Pero, por alguna razón, desde que mi hermano murió pude entenderlas todas. Los días siguientes a la operación en el brazo no hice otra cosa que recordar aquellas frases, ordenarlas y adivinar su significado sin más. Pura rutina, un modo de evadirme de la realidad.

—Tengo dieciséis años, Dilan —contesté—.Ya no soy tan ingenua, pero, en serio, no quiero que te haga ningún daño.

—¡Oh! Venga, ya basta de ñoñerías. Él sabrá afrontar las cosas — exclamó Ángela.

Intenté fulminarla con la mirada, sin éxito alguno. No quería alarmar aún más a mi hermano.

—Chicas, me estáis asustando.

Preparé unas palabras de consuelo rápidamente, pero Kate, al ver mi intención, negó con la cabeza, dándome a entender que era mejor que no hiciese nada.

Sin darme cuenta, Dilan y Ángela empezaron a contar en voz alta, y cuando pude centrarme lo suficiente para escuchar un «1», los dos salieron disparados en dirección a la puerta del instituto, que estaba a escasos metros de nosotros.

Kate sonrió con una mueca y puso los ojos en blanco.

Les seguí lo más rápido que pude, obligando a mis cortas piernas a esforzarse por dar grandes y rápidas zancadas. Dilan me cogió de los brazos, impidiendo que me cayese. Los dos estallaron en carcajadas al verme jadear. La distancia había sido corta para ellos y agotadora para mí.

—Lentorra —mascullo él entre risas.

—Ya, ya. Muy gracioso por vuestra parte.

Kate se puso a mi lado. Ella no había reparado en correr. Como siempre había dicho, le gustaba la discreción, así que prefirió seguirnos a paso lento. Me puso una mano en el hombro y dijo:

—Sinceramente, no me gustaría perderme ninguna de tus patéticas carreras.

Los cuatro nos reímos a más no poder. Era cierto, mis carreras eran y siguen siendo patéticas, y aunque siempre me ha molestado que me lo recuerden, nunca me negaría a reírme de un chiste de Kate, ya que no suele mostrarse graciosa en público.

Por alguna razón, Kate dio un paso atrás, sin soltarme del brazo, y me hizo caer encima de ella, clavándome su rodilla en la espalda.

—Tranquilízate, Kate. Lo que pasa es que las dos sois patosas, y juntas vuestra torpeza es incalculable.

Dilan parecía haberse perdido la conversación. Miraba al infinito, recordando algo.Yo sabía el qué.

—Echaba de menos poder cansarme tras una carrera —susurró para sí.

Sonreí, nostálgica.

—Dilan, siento decirte esto, pero ¿puedo hablar contigo seriamente?

Ángela me hizo un gesto, entendiendo la situación. Cogió a Kate del hombro, la cual no entendía nada, y se fueron.

Me quedé un rato callada, con los ojos de mi hermano clavados en mí. Al final, conseguí armarme de valor para decirle lo que le quería decir.

—Mira, Dilan, sé que estás muy emocionado, y yo tan bien lo estoy, pero las cosas han cambiado. Además, recuerda que la gente ya no ve al Dilan de antes.Ahora eres Dilan Rivera.Te lo ruego, intenta que nadie no deseado se entere de esto.

Él sonrió perspicaz, como si creyese controlar la situación.

—Tranquila, Ojos claros.

—No, no estoy tranquila. Más bien, preocupada. No quiero que te preocupes al ver que muchas per… ¡cosas! han cambiado.

Mi hermano no contestó. Se limitó a tragar saliva y a asentir.

—Sé a lo que te refieres, pero también sé que hay cosas que por mucho que cambien, pueden volver a la normalidad.

Sin darnos cuenta, los dos habíamos acabado hablando indirectamente de lo mismo.

—Dilan…

—Tranquila. Nos vemos luego, Ojos claros.

Me quedé sin aliento, floja, desarmada. Sabía a la perfección que la próxima vez que viera a Dilan, este estaría deprimido o hecho una furia. Me fijé en sus pasos, decididos, hasta que cruzaron una esquina de las paredes del instituto, cubiertas por taquillas. No hacía falta que me mintiese. Sabía dónde estaba la taquilla de Sofía, y él iba justo en la dirección correcta. Entonces me puse una mano en la cara y emití un gruñido de rabia:

—¡Maldita sea! Esto no puede ser bueno.

El club de los ojos claros

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