Читать книгу El club de los ojos claros - Sandra Bou Morales - Страница 7

Prólogo

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El sonido de una sirena atronó en mis oídos, ahogando un fuerte grito de angustia que habitaba en mi garganta. Me agaché entre sollozos, dejando que mis lágrimas cayeran sobre el caliente suelo y sobre mi hermano.

—¡¿Qué ha pasado?! —gritó alguien a mis espaldas.

Era un médico, pero no hablaba conmigo.

—Un accidente —le contestó otro señalándome—. Han atropellado a un chico. Su hermana está en condiciones, pero como verás su brazo derecho no deja de sangrar. Necesito que vengas con otra ambulancia.

—Ahora mismo llamo.

Mis orejas desconectaron y empecé a respirar con dificultad. Las heridas que yo tenía eran insignificantes comparadas con las de mi hermano. Él estaba sobre mis brazos, luchando por respirar. Su cuerpo estaba embadurnado de una sangre caliente, que poco a poco iba enfriándose. Me miraba fijamente con la boca entreabierta, sus ojos suplicaban ayuda. Él intento levantar una mano para limpiarme las lágrimas, pero yo le paré.

—Tranquilo, cielo —le dije con voz cascada. No podía impedir tener una voz chillona en ese momento—. Solo ponte bien, por favor. No te preocupes por lo demás.

—E… Emma —siseó con el poco aire que consiguió recoger.

Yo solté una risita nerviosa y dejé caer unos lagrimones.

—No te mueras, hermanito, no me hagas eso por favor. —Le acaricié el pelo levemente, y él sonrió con una mueca de dolor.

—Señorita, tenemos que llevárnoslo al hospital —dijo alguien tras de mí.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me levanté con mi hermano en brazos y lo llevé hasta la ambulancia. Lo dejé en la camilla y le miré fijamente

—Te vas a poner bien, lo prometo —musité acongojada.

—No, no se te dan bien las promesas —carraspeó él.

Me mordí el labio superior, intentando suprimir un llanto, y negué con la cabeza. Me arrodillé y le susurré al oído:

—Solo te prometo que estaré a tu lado pase lo que pase. No me hagas lo mismo que papá, por favor.

Quería abrazarlo, pero sabía que podía hacerle daño.

—Señorita, vaya a la otra ambulancia. Nos lo tenemos que llevar —chilló un médico con frustración.

Me giré hacia él.

—Tengo que ir con él —supliqué entre llantos—. Por…

—Señorita, si quiere que se recupere —me interrumpió—, déjeme que le diga que cada segundo puede marcar la diferencia entre que tu hermano sobreviva o se muera. —Su tono era duro, serio, realista.

Le hice caso y, con un nudo en el corazón, me levanté y bajé. El médico se apresuró a cerrar las puertas y arrancar.

Me quedé en medio de la calle. Mi cuerpo no respondía, solo respiraba inconscientemente, y algo dentro de mi corazón amenazaba con hacer que me desplomase. Miré el cruce por donde se había ido la ambulancia y empecé a recordar pequeñas fracciones de mi vida. Mi hermano había sido para mí lo más parecido a un padre desde que él faltó. Me había tenido como a su mejor amiga, como a su alma gemela, nunca nos habíamos separado. Él había jurado mil y una veces protegerme como a su propia vida, y había cumplido su promesa, como siempre. Sentía que por mi culpa él iba a morir. Quizás nunca volvería a verle, y me lo culparía siempre. Solté un fuerte llanto que salió del fondo de mi alma, me dejé caer de rodillas y rompí a llorar. Alguien se me acercó y se agachó a mi lado.Abrí los ojos lentamente y giré la mirada. Él se quedó callado, mirándome con compasión:

—¿Cómo te llamas? —murmuró.

—Emma —dije de manera casi inentendible.

El médico asintió.

—Vale, vamos.Tengo que llevarte al hospital.

No rechisté. Me apoyé en una rodilla, pero al intentar levantarme, mi cuerpo se tambaleó como un flan. Sentí una fuerte punzada en el brazo que había apoyado y caí al suelo gimiendo de dolor.

—¡Ten cuidado! —espetó él. Se volvió a agachar y me observo con nerviosismo.

Me cogió por la cintura y me ayudó a levantarme. Puse un pie ante el otro e inconscientemente llegué a una ambulancia. Me senté en una silla que había atornillada a la pared y seguí con mis pensamientos, totalmente removidos. No creía recordar siquiera el orden con el que habían transcurrido las escenas de mi vida que venían a mi mente. La sonrisa de felicidad de mi hermano me atormentaba como un fantasma.

—A ver —dijo el médico mientras me inspeccionaba el brazo herido con delicadeza, necesito que me cuentes cómo te has hecho esto.

Asentí, saliendo de mis pensamientos.

—Cuando me ha empujado.

Recordé con agonía los últimos momentos antes de quedar inconsciente por unos minutos: la tonta sonrisa de mi hermano Dilan convirtiéndose en una expresión de impotencia y miedo; el sonido de un claxon a mi derecha, alarmándome; unas manos empujándome con fuerza en la tripa hasta hacerme caer con un ruido seco al otro lado de la carretera.Aquellas ruedas sobre mi brazo, que se reflejaron como un simple pinchazo en mis nervios.Y luego, lo peor, la leve visión de un cuerpo tendido en mitad de la carretera como un animal atropellado, totalmente cubierto de sangre: mi hermano.

—Si le recuerdas como ha muerto, no vas a ayudarla en nada — gritó el conductor.

—¡Tú cállate y conduce!

El conductor paró en un semáforo y aprovechó la oportunidad:

—A ti no se te ha muerto ningún, hermano.Toma, conduce tú —dijo mientras se levantaba.

El otro médico se levantó con rabia y se sentó en el asiento del conductor. El anterior conductor se sentó en una silla que había a mi lado y me limpió una lágrima.Yo le hablé sin despegar la vista del suelo:

—¡Él aún no ha muerto!

—Lo sé, tranquila. A mí me pasó lo mismo. Sé lo duro que es, pero te aseguro que haremos lo imposible porque se recupere.Ahora ¿me podrías decir cómo te has hecho eso?

Me quedé impresionada ante su facilidad para decir las cosas.

—La rueda me ha pasado por encima del brazo.

El médico me miró perplejo al ver que no me quejaba, como si estuviera perfectamente.

—Mi nombre es Cameron —dijo él para romper el hielo.

Yo intenté forzar una sonrisa, pero en lugar de ello solo le dediqué una seria mirada y dejé que una lágrima resbalara rápidamente por mi cara. Él me puso una mano en la pierna y me observó el brazo herido con asombro, como si no entendiese que no me quejase del dolor.

—Está bien, te arreglaremos el brazo.

—Dilan va a morir, ¿verdad? —suspiré, destrozada.

Él parpadeó varias veces.

—Intentaremos que no sea así.

Solté un fuerte suspiro y cerré los ojos con fuerza, intentando despertar de un sueño, pero aquello era real. Mi hermano peleaba por su vida, y todo por mi culpa. Sentía un gran vacío en el corazón que me comía el alma. Una lágrima caliente resbaló por mi mejilla derecha, haciéndome salir del mundo durante un segundo y centrarme en mis recuerdos.

«Papá», pensé, «¿cómo puedo aguantar esto?».

Un grito me hizo volver a la consciencia, haciendo que me mareara levemente.

—¡Ya hemos llegado! —gritó el conductor, bajándose.

Cameron me tendió su mano para ayudarme a salir de la ambulancia, y solo me di cuenta de por qué lo hacía cuando toqué el suelo con los pies. El mundo se tambaleo ante mí. Sentí un fuerte mareo y ganas de desmayarme. Durante un momento, me di cuenta de que estaba concentrándome en escuchar la voz de mi padre, deseando que me llevase a mí también. Cameron me dio unos golpecitos en la frente, haciendo que volviese a la realidad. Sin siquiera darme cuenta, había llegado al interior del hospital.

—Ven a sentarte, te llevaremos al quirófano enseguida.

No pude escuchar lo último. Mis pulmones se contrajeron, mi cuerpo bajó de temperatura en escasos segundos, y lo último que sentí fue mi golpe contra el suelo.

Desperté en mi cama, tranquila, como si la pesadilla fuese muy lejana. Unos pitidos resonaban en toda la habitación de manera extraña. No recordaba que hubiese un reloj en mi cuarto que hiciese tal ruido. Me giré y entonces fue cuando un dolor en mi brazo derecho me desveló que nada había sido un sueño.Abrí los ojos con rapidez y vi a mi madre, mirándome con preocupación. Sonrió en un intento de esconder su dolor:

—Mamá, ¿Dilan está bien?

—¡Cielo —exclamó con la cara llena de lágrimas—, estás bien! Tranquila, te han arreglado el brazo.

Negué lentamente, conteniendo las ganas de llorar. No estaba en mi cuarto, eso era obvio.

—Eso no es lo que te he preguntado, mamá.

—Yo… —Se quedó callada, agachando la cabeza para ocultar su rostro. Una aguja afilada y fría me atravesó el corazón.

—Mamá, ¿dónde está Dilan?

Ella empezó a llorar, ocultándose bajo las manos. Se me aceleró el corazón, haciéndome respirar entre jadeos de ansiedad.

—Mami, por favor, —susurré con voz aguda—, dime que no se ha ido con papá.

—No lo sé, amor mío —murmuró ella, sollozando—. No lo sé, solo rezaba para que a ti no te pasara nada.

Abrí la boca para decir algo, pero en ese momento una enfermera entró en la habitación:

—Clara, ya puede venir —afirmó con delicadeza.

Mi madre levantó la cabeza con interés.Yo miré hacia todos lados.

—¿Mi hermano está bien?

La enfermera evitó mi comentario con descaro, haciendo como si no existiese y centrándose en mi madre. El corazón me golpeaba el pecho con violencia. Desgraciadamente sabía lo que ocurría. Una oleada de coraje me invadió, y sin darme cuenta me levanté y salí por la puerta. Movida por la impotencia, o por una fuerza interior, mis piernas casi iban solas. Mi mente caminaba por otros sitios. Mamá intento seguirme:

—¡¡¡Emma!!! Vuelve, por favor.

No le hizo caso. Seguí a mis pies por puro instinto, sin siquiera saber a dónde me dirigía. Llegué a una sala lateral, y nada más entrar vi a mi hermano tendido en una camilla, temblando.

—Hermanito —susurré mientras me acercaba a él.

Mis ánimos se paralizaron y mi alma oscureció a consecuencia de la tristeza, que me bañaba sin remedio alguno

Dilan giró la cabeza con lentitud. Su cara estaba blanquecina, su pecho luchaba por coger algo de aire; sin embargo, él encontró las fuerzas para dedicarme una sonrisa tranquilizadora. Me agaché al lado de la camilla y le cogí una mano con fuerza. Apreté los dientes para no llorar.Aquello no podía volver a ocurrirme, no podía ser.

—¡Hermanito! —farfullé con agitación—. ¡No te vayas, te lo ruego! —Solté un fuerte llanto, pero lo suprimí con unas palabras rápidas—. ¡Te quiero mucho! No quiero estar sin ti. Me prometiste que nunca me dejarías.

Mis palabras parecían las de una niña pequeña, pero no iba a importarme en ese momento. No quería sentirme egoísta por querer que mi hermano se quedase conmigo en lugar de irse con mi padre; sin embargo, por alguna razón me sentía egoísta. Noté como un médico sopesó apartarme, pero no llegó a acercarse a mí.

—¡Hermanito! —sollocé con fuerza.

Él levantó una mano con lentitud y me acarició el pelo:

—Tranquila, Emma —me dijo, haciendo un gran esfuerzo—. No puedo cumplir mil promesas, pero… —Intentó tragar un poco de saliva antes de seguir hablando—. Dije que antepondría mi vida a la tuya.

Se calló y cogió una bocanada de aire con dificultad. Aquella frase había consumido el poco oxígeno que había en sus pulmones. Entonces, coloqué la cabeza sobre su mano, llenándosela de lágrimas.

—No podré vivir sin ti.

La casa se me hacía muy vacía al pensar en que Dilan ya no estaría allí. Él me había salvado de mil pesadillas cuando era pequeña, me había dado la tabarra hasta que había sido cómplice de sus tontos planes. Me había animado cuando murió nuestro padre. Ahora no tendría a nadie. Mi madre ya estuvo muy deprimida con la muerte de papá. ¿Qué pasaría conmigo ahora?

—¡Dime que volverás a casa! Te lo ruego.

Él negó lentamente, y por primera vez en toda mi vida le vi llorar.

—Lo siento. Nunca dudes de que te he querido. Siempre estaré a tu lado.

—¡No digas eso, por favor!

Él entreabrió la boca, pero antes de que pudiese hablar, soltó un leve quejido y me apretó la mano. Sus ojos se pusieron blancos, y su pecho se movió en convulsiones antes de quedarse completamente quieto, muerto. El pulsímetro trazó un pitido seguido, delatando lo que acababa de ocurrir. Me quede mirándolo, paralizada.Algo en mi interior había muerto, sentía un vacío inexplicable dentro de mí. Me sentía paralizada, impotente, como si el mundo ya no existiese para mí.

—No —mascullé.

Empecé a jadear en un ataque de ansiedad, pero un fuerte mareo me abofeteo, devolviéndome a la realidad. Le cogí los hombros y le zarandeé lentamente:

—Dilan, amor mío. Por favor…

Me dolía el corazón. Sentía que me habían atravesado el alma con un puñal, no podía con aquello. La persona que más quería se había ido para siempre, y mi cerebro no dejaba de barajar un montón de ideas absurdas, incoherentes.Tragué la realidad con angustia y apoyé la cabeza sobre él, llorando. No sé cuánto tiempo pasó, pero el llanto se me hizo eterno. El cuerpo de mi hermano estaba cada vez más frío, y eso era lo único que delataba el paso del tiempo. Al fin, escuché los pasos de alguien aproximándose a mí:

—Cielo… —me susurro mamá.

—¡Déjame en paz! —grité, colérica y acalorada— ¡No me digas nada! No pienso irme.

—Señora, deje a su hija. Necesita asimilarlo —intervino un médico.

Mi madre asintió y agachó la cabeza, echándole miradas fugaces a mi hermano, como si no consiguiera creérselo.

—¡Yo no necesito asimilar nada! ¡Dejadme sola!

Volví a apoyar la cabeza encima de Dilan, sin importarme la sangre. Solo quería estar cerca de él, yo no iba a abandonarle.

—Te esperaré toda mi vida, lo prometo. Te quiero —le susurré con dulzura, aun a sabiendas de que él ya no podía oírme.

El club de los ojos claros

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