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CAPÍTULO I Emma

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Me revolví en mi cama. Una pesadilla que casi no recordaba me había despertado.

—Ojos claros —espetó él, sin dejar de zarandearme—. ¡Despierta, Ojos claros!

Abrí un ojo lentamente y esbocé media sonrisa. Era Dilan, mi hermano. Por lo visto, para él era una meta personal apagar mi despertador todas las mañanas para poder despertarme él.A pesar de eso, le quería como a nadie en el mundo, por mucho que no me dejase dormir más allá de las ocho de la mañana.

—Te gusta molestar, ¿eh? —le solté con tono burlón, sin despegar la cabeza de la almohada.

El soltó una risita, sin moverse de mi lado.

—Puede que sí o puede que no, pero hoy hay un motivo especial.

Me incorporé al notar el tono misterioso en su voz. Luego pestañeé varias veces al no poder ver mi entorno con claridad.

—¿El qué? —pregunté mientras cruzaba las piernas para sentarme sobre mi cama.

El levantó una ceja, sorprendido, como si no se creyese mis palabras

—¿¡No me digas que no te acuerdas!? —espetó tras unos segundos de silencio.

Levanté los hombros con indiferencia y seguí mirándole a los ojos, esperando que estos me desvelaran algo. Mi hermano se echó una mano a la cabeza al ver que yo no caía en la cuenta.

—¡Hoy es el cumpleaños!

Me quedé anonadada. ¿El cumpleaños de quién? No me sonaba el cumpleaños de nadie por esas fechas. Seguí mirándole, esta vez con una sonrisa.

—Dilan, nuestro cumpleaños es el 17 de octubre, no el 2 de febrero —solté con un poco de sorna.

Él se sentó a mi lado, con expresión de preocupación un tanto fingida. Cogió aire y dijo:

—¡Hoy hace un año que fundamos nuestra banda, el club de los ojos claros!

La noticia me asaltó como una emboscada inadvertida. Nunca lo había pensado. Desde siempre, mi hermano y yo habíamos tenido una voz melódica, y al menos él lo había aprovechado bastante.Yo me empeciné desde pequeña en tocar el violín, y cuando ya se convirtió en una verdadera virtud en mí, Dilan insistió en que formásemos un dúo, aunque él siempre lo había llamado banda.

—¡Es verdad! Se me había olvidado.

Le estreché entre mis brazos con fuerza, sonriendo de oreja a oreja. Tenerle como gemelo siempre me había hecho la chica más feliz del mundo.

—He preparado una cosa —dijo mientras me soltaba.

—¿El qué?

—Es una sorpresa.

Entonces, le di un golpe amistoso en el hombro a modo de protesta.

—¡Venga ya!

—Soltó una carcajada y se levantó. Fui a saltar de la cama para seguir incordiándole hasta que me lo contase, o al menos seguirle para que me enseñara la sorpresa, pero una oleada de calor me abofeteó, haciendo que me marease. Me tambaleé con fuerza e intenté avisar a mi hermano, pero no me salía la voz. Miré al frente, todo mi mundo se había vuelto oscuro y borroso. Una migraña me martilleaba la cabeza sin parar.

—¡Vamos! —decía Dilan, pero su voz parecía estar a kilómetros de mí, me parecía inalcanzable.

—¿Que está pasando? —mascullé, realmente acongojada.

Unas lágrimas aparecieron en mis mejillas, al igual que unos horrendos recuerdos en mi cabeza. Empecé a gimotear mientras lloraba. Antes de que pudiese darme cuenta, uno de mis recuerdos cobró vida: aparecí en medio de una carretera y todo ocurrió a cámara rápida, sin que yo pudiese hacer nada.

—¡Dilan! ¡No saltes! —Pero mis palabras eran ahogadas por un agua inexistente, de modo que solo yo podía oírlas retumbando en mi cabeza.

Mi corazón bombeaba a la misma velocidad que el galope de un caballo. Un sonido estridente me dejó sorda, y nada más girar la cabeza, otra vez aquel camión.

Sin casi darme cuenta, mi hermano saltó encima de mí dándome un fuerte empujón y apartándome de la carretera.

—¡No! No, no, no. Otra vez no —grité desesperada, pero ya no estaba en el mismo sitio. Ahora estaba en mi cuarto, completamente sudada por culpa de la pesadilla. Mi respiración iba a mil por hora. Mis nervios se alteraron con rapidez, haciendo que soltara el aire como lo haría un psicópata. Me eché las manos a la cabeza y empecé a arañarme el pelo, mientras lloraba con desesperación. Dilan seguía muerto, aquello no había sido más que una de las tortuosas pesadillas que me habían perseguido durante los dos últimos meses. Giré mi cabeza. La ventana de mi cuarto estaba cubierta de nieve, y esta seguía cayendo con fuerza. El clima invernal de Canadá se estaba manifestando.

—Tengo que salir —murmuré entre sollozos.

Me levanté poco a poco. Aún llevaba puesta la camiseta favorita de mi hermano, no recordaba habérmela quitado en los últimos dos meses. Su olor perduraba todavía por encima de todas las lágrimas, aquello me hacía sentir un poco más segura. Observé el pasillo, y al no ver a mi madre, salí del cuatro.Abrí la puerta de la entrada y dejé que una brisa helada me revolviera el pelo, trayéndome el recuerdo de Dilan consigo. Estaba asustada, confundida. Cerré los ojos a la vez que los puños con intención de dejar de llorar.

—Cariño, ¿qué haces aquí? Son las seis de la mañana.

Di un respingo y volteé la cabeza. Mi madre levantó las cejas con preocupación al ver mi rostro, deprimido y bañado en lágrimas.

—Iba al… instituto.

Mi madre cambió de forma radical su expresión preocupada por una seria. Puso su mano sobre mi hombro y observó mi rostro.

—¡¿En pijama?! —exclamó echándose las manos a la cabeza—. Venga ya, entra de una vez antes de que te congeles.

Suspiré con desazón y entré sin protestar, frotándome levemente el brazo derecho, que ya se me había helado. Uno de mis dedos rozó la cicatriz que tenía desde el accidente.Acerqué mi mano al pomo de la puerta de mi cuarto, sin siquiera levantar la mirada.

—Es por Dilan, ¿verdad? —musitó mi madre, ya más cariñosa y entristecida.

Me quedé callada unos segundos, sin respirar.

—Quería ver la nieve —contesté al fin. Abrí la puerta con rapidez, pues sabía que mi madre exigiría hablar conmigo. La cerré de un portazo y me senté, apoyando la espalda en ella, para que mi madre no pudiese abrir

—Nunca podré olvidarte —mascullé para mí misma.Tanteé mí mano sobre la cama hasta agarrar una camiseta. Durante toda mi vida había usado ropa de mi hermano, y desde su muerte me acostumbré a dormir abrazando su ropa, intentando imaginarme que aún estaba. Apreté la camiseta contra mi pecho, llenándola de lágrimas que caían de mis ojos.

—Cielo, sé que le echas de menos —susurró mi madre desde el otro lado de la puerta—, pero no puedes pasarte toda la vida así. Además, recuerda…

Sabía lo que iba a decirme a continuación. Una oleada de furia me sacudió entera. Hice rechinar mis dientes y cogí aire con exageración, apretando aún más la camiseta.

—¡No me vengas con la tontería de que se ha ido con papá! — grité entre llantos—. ¡Todo es mentira! No hay nada —le interrumpí con furia.

Mi madre se quedó callada, y pude escuchar como sorbía por la nariz e intentaba ahogar unos leves llantos.

—Cariño —prosiguió con voz ahogada—, entiendo que…

—¡Cállate! —le pedí. Estaba realmente cansada de la frase de siempre—. ¡Todo es una patraña! Una ruin patraña. ¿Y de qué nos sirve? Solo para llorar más. ¿¡Es tanto pedir que vuelva!?

Un enorme llanto salió de mi garganta, abriendo mi mandíbula al máximo. Observé mi habitación con detenimiento.Ya hacía tiempo que me había quedado sin mi padre, y cuando aún creía en la existencia de algún dios, pensaba que Dilan era un regalo del cielo. No solo era mi hermano, sino mi alma gemela. Era como mi segundo padre, mi reflejo, el único que sabía cómo consolarme, el único que no se apartaba de mí ni en la peor de las tormentas, pero se había ido, y eso me quitaba la certeza de que pudiese existir cualquier dios.

—Ya no sé qué decir, amor mío. ¿Crees que yo no estoy mal? También he sufrido, la pérdida de tu padre no fue fácil, y menos la de tu hermano. Sé que estás mal, y que les echas de menos. —Se quedó callada un segundo para limpiarse las lágrimas—. Pero no sé qué hacer. Es difícil pedirte que seas feliz, pero no puedo hacer nada, cielo. Sabes que por mí fuera, ellos estarían aquí. Les quiero tanto como tú, y sé que tú querías a Dilan más que a nadie, pero no puedo hacer nada. Solo te pido que no me apartes de esa manera. Eres mi hija, Emma, y te quiero. Sabes tan bien como yo que eres lo único que me queda. No me hagas esto.

No quise contestar. Me quedé mirando al infinito, moviéndome por leves convulsiones que causaban los gritos que lanzaba mi alma, desesperada y rota, dolida y agonizante. Mi madre suspiró y noté como se levantaba del suelo:

—Está bien, Emma. Haz lo que quieras. Buenas noches, Ojos claros.

Escuchar aquel mote me hizo llorar con más fuerza. Escondí mi cabeza en la camiseta de Dilan, aspirando su olor y deseando estar llorando en su hombro. Mi hermano me había puesto ese mote cuando solo teníamos cuatro años.Ahora no podía escucharlo sin deprimirme aún más de lo que estaba. Si alguien me llamaba así, quería que fuese él, aunque sabía que era imposible. Escuché los lentos pasos de mi madre, alejándose de mi cuarto, y cerrando tras de sí la puerta. Mi cuerpo entero temblaba, y no era de frío. Me sentía realmente débil sin mi hermano. Aquello era la peor de las torturas que podía haber sufrido.

Por alguna razón recordé a mi padre. Si no hubiese sido por Dilan, yo no habría soportado su muerte, y ahora nadie podía animarme por la muerte de mi hermano. Quería mucho a mi madre, pero no era mi mayor soporte moral.Yo siempre había estado más unida a los chicos de la familia, mi madre se había distanciado un poco en el sentido emocional. Levanté la cabeza de la camiseta para poder respirar y me mordí un labio con rabia hasta hacerme sangre.

—Papi, ¿por qué te lo has llevado a él? —murmuré con la vocecita de una niña pequeña.

Apoyé mi cabeza en la puerta y dejé que mi cuerpo se resbalara hasta caer en el caliente suelo de moqueta. Sin apartar la camiseta de mis brazos, me dormí lentamente.

El club de los ojos claros

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