Читать книгу Elige solo el amor: La morada santa - Sebastián Blaksley - Страница 13
I. Ternura y fortaleza
ОглавлениеQuizá te resulte un tanto extraño ver que este diálogo se llame el poder de la dulzura y al mismo tiempo estemos hablando del poder de Dios y del de tu corazón, los cuales son uno y lo mismo. Aclarar esto es importante a estas alturas. El ego solía asociar la dulzura con debilidad y la bondad con impotencia. ¿No es cierto que muchas veces, por no decir casi siempre, el mundo trata con aspereza y a veces con violencia o desdén a los bondadosos y tiernos?
Cuando se me llamó el cordero de Dios, lo que se buscaba expresar con ese símbolo era exactamente aquello de lo que estamos hablando aquí. El cordero es el símbolo perfecto de la docilidad, la ternura, la bondad y la dulzura de Cristo. Durante el proceso de mi pasión redentora, una de las cosas que se demostró de modo claro fue que, ante cualquier circunstancia, la ternura está justificada. En otras palabras, mi mensaje fue que no existen razones para desconectarte de la dulzura de tu corazón. El mensaje es el mismo en aquel entonces y ahora.
Hermano, la ternura de Dios es el regalo del cielo que te ha sido dado desde toda la eternidad. No lo rechaces, ni desprecies. Más bien recíbelo con alegría y amor. Te lo entrego en mis sagradas manos. Acéptalo.
Si hay una razón por la que el mundo parece ser un lugar cruel, es por la falta de dulzura que hay en él. El ego no podía ser tierno, pues no sabe nada acerca del poder ni del amor. Recuerda que el ego era la idea de la impotencia. Era una identificación con un ser que estaba separado de la esencia de la vida y con ello, de la sabiduría. Ahora que el ego se ha ido y solo quedan los patrones de pensamiento y respuesta emocional que la mente y el corazón han utilizado a lo largo de siglos, podemos comenzar serenamente a re-conectarnos con la ternura de Cristo y vivir en unidad con ella.
Todo lo que te rodea está teñido de ternura, si observas con los ojos del amor. Donde existe el amor, ahí está la dulzura. Donde mora la ternura, allí mora la verdad. La tierra, a la que llamas tu hogar, no es la excepción, puesto que en ella habita el espíritu de Dios.
¿Cuántas veces al día demuestras la dulzura de tu corazón? ¿Cuántas veces la recibes de tus hermanas y hermanos? ¿No es cierto, amado de mi alma, que la ternura parece ser la gran ausente del mundo?
Escucha lo que tengo que decirte: ¿quiénes fueron los que me acompañaron a la cruz? Solo un puñadito de personas. ¿Quiénes eran? ¿Por qué ellos sí y otros no? Se necesitaba mucha entereza y fuerza interior para poder estar a mi lado en horas tan difíciles. Solo los fuertes de espíritu podían hacerlo. Solo los tiernos de corazón pudieron estar presentes. Ese fue el pequeño grupito que subió conmigo hasta el monte de la cruz. Despedazados por fuera, perfectamente unidos por dentro en la unidad del amor.
Hijo de la ternura divina, no estoy trayendo a la memoria el episodio de mi crucifixión para que te aflijas o cargues tu alma de dolor y culpabilidad. Eso es imposible, pues ya has trascendido al ego y sabes que la crucifixión no es ya motivo de sufrimiento sino de alegría en la resurrección. Traigo el ejemplo de mi vida, y muy particularmente el de la cruz, para que no quede duda alguna en cuanto a la relación directa que existe entre la dulzura y la fortaleza. La unión del poder de Dios con la dulzura del amor perfecto es lo que significa el símbolo del cordero de Dios.
El león y el corderito descansarán juntos, se ha dicho. Esto quiere decir que la bondad y la fortaleza volverán a ser una unidad. En efecto, solo cuando ambas energías del alma se unen en tu consciencia singular, puedes decir que estás integrado. La aspereza no forma parte del amor, del mismo modo en que no lo hace el miedo. Donde habita una, desaparece la otra. Son como el agua y el aceite, simplemente no se pueden unir.