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I. Preludio

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Amados del cielo. Se han abierto las compuertas del corazón de Dios como nunca antes. Sois los depositarios de un amor que no tiene principio ni fin. Un amor que no puede ser enseñado ni aprendido. Un amor que es eterno, vivo y vivificante. Bebed de la fuente del amor hermoso ahora y siempre. Está aquí. Tan cerca de cada uno de vosotros como lo está el aire que respiráis, e incluso más cerca aún. Mi ser es uno con vuestro ser. Estoy en los corazones de todos. Nadie queda afuera de mí.

Os revelo una gran verdad. Os digo que esta madre no solamente ora todos los días de la vida por cada uno de vosotros, sino que os protege y llama sin cesar. Estéis durmiendo o despiertos, seáis conscientes o no, me comunico con cada uno de vosotros y con cada aspecto de la creación. La verdadera comunicación no es de cuerpo a cuerpo, sino de corazón a corazón. De eso estamos hablando.

Una comunicación puede ser unidireccional, en cierto sentido. Esto se da cuando el receptor no responde activamente. Este es el caso de aquellos que dicen no oír mi voz. Lo que estoy diciendo es que todos reciben mi voz, de un modo u otro, de lo contrario no seguirían existiendo. Mi voz comunica vida porque es palabra de vida eterna. No tiene sentido alguno considerar que la comunión tiene límites. Si somos una unidad, todos participamos de la totalidad. Esta realidad de la creación es la que hace imposible que unos reciban más que otros. Dios da a todos por igual.

El amor no separa, une. No puede crear una situación de división de ninguna especie. Por lo tanto, suponer que hace consideraciones especiales con unos y no con otros es algo ajeno a la verdad de lo que el amor es. El sol sale para todos. Ya hemos hablado acerca de la igualdad del amor. En efecto, de este asunto se ha hablado mucho, aunque parezca que se avanzó muy poco. La diferencia que existe no reside en la esencia del amor, sino en su expresión. En otras palabras, somos todos iguales en el amor y diferentes en la expresión.

No existe una relación igual a otra porque no existen dos corazones idénticos. Nadie puede amar en lugar de otro. Cada cual tiene el corazón que Dios le dio, capaz de albergar la totalidad divina en cada uno de ellos, y a la vez con la libertad de expresarse como su voluntad lo disponga. Amor y libertad son una unidad.

Elige solo el amor: La morada santa

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