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III. El ser feliz
ОглавлениеSer plenamente tú mismo es la condición ineludible de la auténtica felicidad porque la alegría no es otra cosa que el gozo del ser siendo el que es. Cuando el ser se expresa, se conoce a sí mismo. Al hacer esto, es como si muy literalmente se contemplara a sí mismo a través de sus ojos, es decir, por medio de la visión espiritual, lo cual no es otra cosa que la visión de Cristo.
¿Qué otra cosa puede contemplar Cristo sino la realidad? Y, ¿qué otra cosa es la realidad sino la belleza que el amor creó como extensión de sí mismo? Si el amor es la fuente de la creación, y te aseguro que esto es eternamente verdad, entonces qué otra cosa puede contemplar los ojos del espíritu sino los panoramas más bellos que jamás puedan ser siquiera imaginados. Lo que Dios es está más allá de toda imaginación posible. Lo que tú eres, también.
Lo que estamos revelando aquí es la relación que existe entre alegría y ser. Es decir, entre ser y no ser. La creación fue creada sobre la base de la alegría porque es lo que Dios es. Esta es la razón por la que, a pesar de los tenaces e incansables intentos del ego de hacer que la vida parezca oscura, sufriente y defectuosa, no lo logra. El ego es incapaz de arrancar la alegría de ser porque no puede siquiera saber lo que el ser es. Recuerda que el ego era simplemente la idea de la ignorancia de tu verdadero ser.
Si el miedo no está aquí, pues ya se ha ido para nunca más volver, entonces solo queda el amor. Y allí junto a él, la alegría de vivir la verdadera vida del alma que Dios te regaló como tesoro eterno. Existen dos vidas en la mente de los que aún no han reconocido que el ego se ha ido. Una es la vida pasajera del tiempo, la otra es la vida eterna de Dios. Si bien esta separación entre la dimensión del tiempo y la de la eternidad no es real, para los que aún no han soltado la idea de dualidad, morar en una o en otra hace toda la diferencia.
Sabes que a pesar del hecho de que tu ser reposa eternamente en la dicha del cielo, pues estás siempre en nuestro sacratísimo corazón, la mente puede negar esa vedad como cualquier otra verdad. De la aceptación de lo que eres y, por ende, de dónde mora tu ser (o de su negación) depende la experiencia del alma, no del ser. Una te regala la eterna experiencia de la dicha sin fin aquí, ahora y siempre; la otra crea la experiencia del miedo. Recuerda que la experiencia no es para el ser sino para el alma. El ser es inmutable, no aprende pues no hay nada que aprender. El ser simplemente es.
La alegría del ser reside en la dicha de ser el que es. En otras palabras, la felicidad no es otra cosa que la relación que existe entre ser y el conocimiento de sí mismo. Podemos decir entonces que la alegría es el efecto de ser. Dios es feliz siendo el que es. A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que no se puede separar la felicidad de la verdad. La autenticidad del corazón es la base de la dicha porque es la manera de no negar lo que eres en ningún nivel.
El mundo no tiene el poder de hacer que dejes de ser el que eres en verdad. Esto lo he demostrado en unión con mi divino hijo, Jesús, y muchos otros lo han demostrado y siguen demostrando de muchas maneras. Esto necesita ser aclarado. Decir que el mundo ha sido vencido significa decir que se ha demostrado y aceptado que no tiene ningún poder sobre ti. En otras palabras, el mundo no tiene el poder de hacerte vivir sumergido en una nube de amnesia.
Olvidarte de la santidad que eres y de la belleza de Dios que vive en ti no es la voluntad de Dios, pero es una elección posible. No en la realidad sino en la ilusión. Esto quiere decir que en todo momento, dimensión y lugar puedes vivir en la realidad del amor o decidir crear fantasías o ilusiones o incluso otros estados foráneos a Dios. Esta creación de ilusiones, o pseudo-creaciones, no afectan a la realidad, tal como tus fantasías no hacen que el sol deje de iluminar o que las aves del cielo dejen de volar alegremente.
Vayamos más lejos aún. Si fuera posible que la mente de Dios comenzara a negar su ser y fabricara fantasías de sí mismo, no cambiaría en nada a la realidad creada. Esto se debe a que lo que Dios crea es inmutable y nada ni nadie puede cambiarla. El amor no cambia. Solo el amor es real. Dicho llanamente, hijo de la verdad: el Dios eterno solo crea amor eterno, lo hace en razón de lo que es y no se puede des-crear.
Observa, hijo, como en un asunto que pareciera ser de sentimientos, pues estamos hablando de la alegría, hemos tomado un enfoque bastante racional en vez de emocional. Esto es deliberado. Si bien los sentimientos deben ser aceptados tal como son, al igual que toda actividad interior, sea mental, imaginaria o de la memoria y la voluntad, lo cierto es que el amor no es un sentimiento. El amor es lo que eres.
Estamos tomando un enfoque muy cuidadosamente delineado en esta obra. Es un planteamiento de equilibrio entre lo racional y lo afectivo. Recuerda que eres una unidad mente-corazón-alma. Eres espíritu. Emanado de la divinidad del amor perfecto. Por lo tanto, no podemos correr el riesgo de confundir amor con sentimientos, de la misma manera que no debemos correr el riesgo de confundir verdad con intelectualidad.
Lo que estamos haciendo en esta obra es manifestar la unidad mente-corazón, de modo tal que se exprese la plenitud de lo que eres. Recuerda una vez más, hijito de la luz, que un amor sin razón es una locura, del mismo modo en que tu inteligencia sin amor te hace cruel.
La alegría y la verdad van de la mano, tal como lo hacen el amor y la razón. La felicidad no es nada de lo que el mundo ha tratado de enseñarte que es. Felicidad no es otra cosa que otra palabra para expresar al amor. La felicidad es el estado de ser del alma en estado de pureza. Es algo que no se puede definir en palabras porque es el fruto del amor. Dicho de modo sencillo, ser feliz es el estado de ser.
Tú, que nunca has alcanzado la alegría duradera, alégrate. Alégrate de no haber alcanzado esa felicidad esquiva que el mundo tan insistentemente te proponía alcanzar, a pesar de que nunca ha sido hallada por nadie, ni retenida jamás.
Hijo mío, desarticulemos juntos todas las definiciones que hemos inventado para definir aquello que está más allá de toda palabra. El amor no se puede definir, sus frutos tampoco. Esta es la razón por la que tampoco se puede definir lo que eres. Es demasiado grande para que lo encasillemos. Lo mismo ocurre con la dicha del cielo que mora en ti.
La alegría es el estado natural del alma pura, tal como lo es la sabiduría, la verdad y el amor. Como tal, es inherente al ser. Por lo tanto, ir en busca de la felicidad, o intentar crear condiciones para que susciten alegría es una idea tan desencajada de la realidad divina que no tiene sentido siquiera analizarla en profundidad. El ser que eres en verdad no tiene ni idea de esas cosas. El ser, Cristo, es alegría sin fin porque es inocencia perfecta. Los inocentes son felices en razón de la naturaleza de lo que la inocencia es.
Hijo mío, no busques la felicidad. Sé feliz.