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III. Contrastes en la luz

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Los millones y millones más de hermanas y hermanos que por todo el mundo van viviendo sus vidas humanas siendo los iluminados de Dios, los que encontraron al amor, pertenecen a todo tipo de entorno social, religioso, filosófico, moral y de cualquier otra índole. Casi ninguno es muy conocido porque el ser un santo célebre es simplemente una opción entre varias. No todos eligen ese camino, ni es necesario. En efecto, esos son los menos, de lo contrario no serían célebres.

Si se lo comprende bien, existe una relación entre los santos conocidos y los desconocidos para el mundo. Uno hace que el otro sea lo que es. Si todos los iluminados fueran notorios y sus obras tuvieran una espectacularidad que hiciera que la curiosidad de los hombres se viera incentivada, entonces la vida espiritual como camino y opción dejaría de ser atractiva para los principiantes.

Lo que se está revelando aquí es que la curiosidad del ego es uno de los principales medios que el Espíritu Santo utiliza en favor de la verdad cuando el hijo de Dios se dispone a iniciar el camino hacia la luz de la gloria. En tu mundo, que también es nuestro y de Dios, porque Cristo lo reunió con el cielo en la resurrección, existe una expresión que explica lo que aquí se dice. Lo poco agrada y lo mucho enfada. O también expresado bajo el concepto de que lo que es escaso tiene más valor que lo que no lo es. En efecto, sostenéis todo un sistema llamado económico sobre esta base. Dado ese concepto tan arraigado en la mente humana, el espíritu de sabiduría se sirve de esa creencia y la aplica al incentivo hacia la búsqueda espiritual.

Prácticamente siempre, el camino espiritual comienza por la curiosidad. De tal modo que, si todos los santos se dieran a conocer constantemente, en lugar de permanecer ocultos a los ojos de los hombres, aunque siempre visibles a los ojos de Dios, entonces no tendrías curiosidad por emprender el fascinante camino de la búsqueda del ser.

¿Puedes comenzar a ver de lo que estamos hablando?

Cuando se habló del camino de María y Jesús, también se intentó describir esta verdad. Aunque también se buscó expresar otras.

A lo que a ti respecta, y en relación a la esencia de esta obra, solo nos importa tomar consciencia de que existen formas o efectos en el camino espiritual que se manifiestan por medio de la notoriedad, y otras por el de ser desconocidos. Ambos son igualmente santos, igualmente servidores.

Ambas opciones crean el mismo efecto sobre la humanidad y el universo en su totalidad. Esto se debe a que su opción no es una que se haya hecho en el tiempo, sino en la eternidad. Y lo que esta elección implica, lo es para el cielo y no para lo perecedero, aunque desde lo alto se extienda hacia la tierra, tal como los rayos del sol se extienden hasta abrazar a la más pequeña hierba del suelo, a pesar del hecho de que no nacen en ella sino en un lugar muchos más elevado, desde donde dan vida a todo.

Recuerda que el amor no es algo que se pueda buscar ni tampoco encontrar. El amor es lo que eres. Con esta reafirmación, lo que hacemos es asegurarnos mutuamente de no caer en el error de creer que vas por buen camino si te siguen multitudes incontables de hermanas y hermanos, o si escribes maravillosos libros que, aunque sean leídos por muchos, no representan ni un minúsculo granito de arena en comparación a la vasta cantidad de seres que tu amor verdadero abraza, transforma y santifica. Recuerda que, al fin de cuentas, en el reino de lo eterno, no existe la idea de cantidad, tamaño ni grados.

Cuando se dijo que “aquel que es santo en lo poco, lo es en lo mucho”, no solo se quiso dar una guía de comportamiento y discernimiento, sino que se trajo a la consciencia la verdad. No es necesario hacer grandes cosas, sino pequeñas cosas con un gran amor.

Toda obra humana es en sí como un pétalo de una margarita pequeña en relación a todo el universo. A pesar de ello, dado que la esencia de la vida es el amor, si esa acción es su efecto, entonces llevará dentro de sí todo el poder del cielo y de la tierra. Sin importar qué tan visible sea a los ojos de los hombres y mujeres del mundo.

Niño amado. Dios, que ve en lo secreto, sabe de la grandeza de tu amor. Cristo, que ama la sencillez, conoce la belleza de tus obras nacidas de tu amor incondicional para con él. María, quien te dio la nueva vida, es plenamente consciente de la pureza de tu corazón y sabe muy bien que por un numero incontable de almas, fluye todo el poder de la gloria del cielo, la cual es extendida por medio de tu ser, como resultado inevitable de lo que eres.

Los que viven en la verdad saben que su luz no procede de ellos. Se regocijan siendo la extensión del Padre. Saben que son seres relativos y no absolutos. No buscan ubicar el puesto que solo al Padre le corresponde, tal como a él no se le ocurre arrebatarle el lugar al hijo. Ambos viven en la verdad de lo que son. Son sinceros. Son honestos consigo mismos, y por ello con todos y todo.

Ellos saben que solo el miedo es capaz de opacar al amor en sus consciencias singulares, aunque no pueda arrancarlo de la vida. Por esa razón hacen todo lo que está a su alcance por dejar a un lado al temor, y vivir para siempre en el amor.

Los que han elegido el amor saben lo que significa vivir en la verdad y se alegran de permanecer en ella todos los días de la vida. No le ponen un nombre diferente a lo que es igual. No buscan cambiar la realidad. Solo aman, porque son amor.

Ellos iluminan con su presencia silenciosa o ruidosa. Saben que Dios no es filosofía, tampoco ciencia, teología o poesía. Saben que Dios es amor y que ellos son uno con él. En ese conocimiento basan su existencia y viven en la luz de la verdad. Son uno con el amor. Son la luz del mundo. Conocen los misterios de la vida porque saben quiénes son. Conocen la verdadera sabiduría porque han reconocido al amor.

¡Escuchadme todos! Sabed que aquellos que vienen a esta obra serán mis amadísimos santos desconocidos para el mundo, pero conocidos para siempre por mi amor.

Existen tantos caminos hacia la verdad como mentes y corazones. Aun así, esta obra propone uno en particular: una senda a la que todas las demás conducen.

Puedes llegar hasta ella por medio del ascetismo, la devoción, el sacrificio, la distensión, el renunciamiento al esfuerzo, el intelecto, o cualquier otro medio, incluyendo la meditación, la oración o la devoción. Puedes venir hasta aquí habiéndote separado literalmente del medio en el que existías o existes. O por medio de la lectura espiritual, la danza, las expresiones del arte o tras dedicar tu vida a una actividad religiosa. O sin nada de esto.

La filosofía te puede dejar cerca de las puertas del camino que aquí se te ofrece, y a veces también la ciencia y la teología. Pero ninguno de ellos, incluyendo a la devoción y la acción, puede ir más allá del punto de acceso o entrada.

Recuerda que el amor no es algo que tenga que pensarse, tampoco algo que tenga que ponerse en palabras o que haces. El amor es lo que eres. Por lo tanto, el supremo conocimiento consiste en saber qué eres en verdad. Esto no puede dejar de repetirse tantas veces como sea necesario, dada la importancia capital que tiene.

En el verdadero saber, el cual procede de conocer tu ser en la única luz que puede ser conocido, es decir, en la luz de la verdad eterna, conoces la relación divina. El camino que se propone en esta obra es el camino de ser. Uno que se recorre dentro de la relación divina, la relación directa con Dios. En ese camino, en la toma de consciencia de la relación entre tu ser y su fuente, y lo que significa esa relación divina, su propósito y su realidad, es en lo que consiste alcanzar la sabiduría.

Como dijimos anteriormente, ser conscientes de la relación directa con Dios, buscarlo a él y a su relación, es buscar la sabiduría, el conocimiento y la verdad. Por lo tanto, no es necesario pasarte horas, días o años sentado bajo un árbol, o ser clavado en una cruz, o recorrer rutas del mundo para compartir una sabiduría que te apetece, y que sin dudas es digna de ser compartida. Tampoco es necesario que hagas portentos, predigas el futuro, o liberes pueblos oprimidos.

No es necesario crear congregaciones y comunidades para alcanzar o vivir en el divino conocimiento. El verdadero saber procede de, y es, la relación divina, y solo se alcanza en ella. Su forma de expresión es particular, pero la sabiduría en sí no lo es; es universal.

Retornar a la relación directa con Dios es retornar a la verdad o, dicho de otra manera, es elegir al amor. Esta es la única elección que el ser humano tiene que hacer. El mundo físico no es un lugar para pagar culpas o pecados cometidos en un pasado inmediato o ancestral. No existe tal cosa como la ley del karma. No existe un karma en los hijos de Dios. Solo existe la consciencia haciéndose consciente de lo que es en verdad.

Dado que lo que tu ser es, lo es en relación a Dios, porque es un ser relativo, y no absoluto, entonces conocerte a ti mismo es conocerte en relación con Dios. En relación con la fuente sagrada que te da la vida. En relación con tu origen santo. En relación con el amor.

Cuando seas capaz de mirar todas las cosas y acontecimientos desde la relación que todo tiene con el amor y que este tiene con todo, habrás cumplido el propósito divino en ti. En efecto, habrás cumplido el único propósito que se puede cumplir, porque es el único verdadero.

Elige solo el amor: La relación divina

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