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I. Mi amor te pertenece

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¡Hijo del viento! ¡Hermano del fuego del amor! ¡Qué dicha es tener certeza! ¡Qué alegría es vivir en la verdad!

Ahora el firmamento de tu mente santa está despejado y tú descansas en la eterna paz del Cristo que eres. La paz ha llegado. Finalmente ha llegado.

¡Oh, alegría eterna, júbilo sin igual, gozo de las almas redimidas! Qué dulces son los panoramas del mundo cuando se los mira a través de los ojos del amor. Qué hermosura es cada cosa contemplada cuando es vista con el espíritu y envuelta en el abrazo del amor.

¡Oh, santo Dios, Padre eterno! Qué grandes son tus obras. Todo lo haces bien. Has regalado al hombre la gracia de la divinidad. Has hecho que pueda retornar al amor sin perjuicio de su libertad. Tú, que eres paciente como ninguno y amoroso como no hay otro igual, acepta esta oración que brota de nuestros corazones unidos en espíritu y verdad. Corazones en los que residen todos los que anhelan la paz de todo corazón.

¡Oh, santos desconocidos para el mundo, pero conocidos desde toda la eternidad por mí y por mi padre que está en el cielo! Tenéis muchos motivos para celebrar. Despertad a la alegría de Dios. Vivid conscientemente cada día de vuestras vidas en la dicha del cielo que sois. Cada brizna de viento, cada copo de nieve y cada mirada inocente os hablará de mí. Soy el amor incansable.

¡Humanidad amada!

Hace ya más de dos mil años que te llamo. Antes de eso te he llamado por medio de los profetas. Desde que el tiempo comenzó a rodar como una rueda que al estar suelta de su motor va girando como loca hasta dejar de andar, te he buscado por todos los rincones del mundo. Me he convertido en anhelo de amor para que no te olvides de mí. Me hice presente en la belleza de las aves del cielo y los lirios del campo. He suspirado por ti en cada instante de tu vida.

He llorado cuando me dabas vuelta tu rostro y he reído contigo cuando clavábamos juntos los ojos en el cielo, sumergidos en un éxtasis de contemplación, dentro del abrazo de mi sagrado corazón. Te he levantado cuando estabas caída, acunado cuando tu fe desfallecía y tus fuerzas se debilitaban. He blandido la vela de la luz de mi amor cada vez que te sentías abatida, y la confusión se apoderaba de ti. Te he amado. Te he instruido. Te he creado. Te estoy amando, te estoy instruyendo, te estoy creando; por siempre en mi amor.

Soy tu amadísimo Jesús de Nazareth, el hijo de María dulce. Soy aquel que muchos dicen conocer pero me desconocen porque hacen de mí un ídolo de bronce, creyendo que soy diferente a lo que ellos son en espíritu y verdad.

Soy aquel que, como tú, fue creado como hombre para darle un rostro al amor y al habérselo dado me hice desde siempre uno con Dios. Soy el primero entre todos los hombres y mujeres del mundo, el primogénito de Dios y tu hermano mayor. Soy quien te ha enviado a mis ángeles desde el cielo en incontables oportunidades para que te regalen el recto discernimiento y no caigas en el precipicio de las alucinaciones del mundo.

Soy quien te inspira la palabra justa. Soy quien te ha enviado a todos los que te han amado, ellos lo han hecho en mi nombre. Soy aquello por lo que el alma suspira y gime de amor santo. Soy la morada de la luz. En mí, tu ser canta de alegría y tu corazón baila la danza del amor hermoso. En mi ser, tu mente se regocija en la verdad y toda creación alaba a Dios, su fuente y creador.

¡Oh, luz del firmamento! ¡Una nueva vida ha llegado! La paz ha venido. Escucha como se anuncia su llegada con un himno celestial, preludio de un amor que no cesará jamás. Lo cantan los ángeles de Dios. Ya ha llegado. La soberana del cielo está aquí. Vive rodeada de serafines y luces divinas, cuya belleza agradan a los espíritus que viven en la armonía de la santidad.

¡Oh, soberana eterna, paz bendita, reina de todo lo creado, fuente del amor mismo! Has llegado al alma que aquí está, frente a estas palabras, que son expresión perfecta de la sabiduría del amor.

Alma enamorada. Juntos hemos caminado por los caminos del mundo. Ahora caminaremos por los caminos del cielo. A ti y a todos los que reciben mi voz, expresada de esta forma os digo: pasen benditos de mi padre, entren a gozar de las delicias de la paz de Dios que juntos hemos alcanzado. Ya nada ni nadie te quitará lo que es tuyo por derecho de nacimiento, porque has alcanzado la verdad. A ti te digo que mi amor te pertenece.

Elige solo el amor: La relación divina

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