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III. Has elegido

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La realidad en la que experimentas la vida, a través de un cuerpo, es un camino perfecto para el despertar. Despiertas a través del cuerpo. Conoces tu verdadero ser a través del cuerpo. Dicho de otro modo, el cuerpo, como medio, sirve al propósito del despertar. No es el único medio, pero sí es el elegido por Dios para ti, y para todos los que habitan en la dimensión física del universo.

¿Verdad que siendo así las cosas, el cuerpo y también el mundo son algo digno de ser amado, honrado y respetado por lo que son, y por esto los medios perfectos para tu despertar al amor, en unión con tu mente, tu corazón, tu alma, tu ser y todo lo que habita en la tierra y más allá?

Estamos hablando de la relación divina y del hecho de que es necesario que tomes consciencia de que los caminos espirituales que has recorrido hasta aquí desde la vía del corazón hasta la del conocimiento, han finalizado. Ahora comenzamos un nuevo camino. Para recorrerlo juntos es para lo que nos prepararemos en este sexto libro de esta carta de amor que te invita a elegir solo el amor, es decir, elegir solo a tu verdadero ser.

Tal como ya hemos dicho en varias oportunidades, el ser es puro discernimiento porque es consciencia pura. Si permaneces dentro del discernimiento de la verdadera razón, cosa que puedes hacer perfectamente tras haber completado los caminos previos a este que aquí comenzamos, no existe peligro alguno de perderte en el mundo ni en ningún otro universo o dimensión. Una vez que conoces quién eres, y aceptas ese conocimiento como la única verdad acerca de ti, y estás decidido a vivir en una relación consciente con ello que ahora sabes pues te ha sido revelado, entonces vayas donde vayas seguirás siendo el que eres en verdad.

Cuando digo que te decides a vivir en una relación con lo que has descubierto como única verdad acerca de ti, estoy diciendo que eliges vivir dentro de la relación divina, es decir, dentro de la realidad del amor. Aceptar que eres Cristo y ninguna otra cosa. Esto es lo mismo que decir que aceptas que eres amor y nada más que amor. Y que Dios, o la fuente de tu ser, como prefieras llamarlo, es quien te instruye, guía, informa, conduce, mueve y vive. Esto es lo mismo que decir que tu voluntad se ha unido a la de tu creador por un acto deliberado de tu albedrío. Así es como Dios pasa a ser tu alegría, tu gozo y tu plenitud.

Si lo que eres fue establecido por Dios y permanece unido a su creador, en una unidad que nada puede separar, tal como la vida no puede separarse de aquello a lo que le da vida, pues dejaría de tener sentido su razón de ser, entonces nunca dejaste de ser el Cristo viviente que vive en ti, a pesar de que hayas transitado un camino en el que creíste que eras otra cosa.

Una vez que aceptas quién eres en verdad y vives en armonía con ello, ¿qué efecto puede tener la muerte sobre ti? Ninguno. Por eso es perfectamente veraz la afirmación que dice que la muerte no existe, ni tiene consecuencias. No la tiene para lo que eres. En última instancia, en la muerte no sucede nada. Simplemente lo que eres continúa buscando ser manifestado. Si ya se le permitió que eso ocurriese en la vida, entonces seguirá haciéndolo por siempre. Aquí tienes la más sencilla y clara definición de vida eterna.

Así como el hecho de que reconocer tu verdadera identidad crística y vivir en unión con ello hace que la muerte deje de tener sentido y existencia, lo mismo ocurre con la supuesta ilusión de que el mundo tiene algún efecto sobre ti. Para los que encontraron la verdad, la creación se ha reconocido como inocua, la vida como neutra. Ellos saben que el mundo de las dualidades, los ciclos de cambios, inicios y finales, no tienen efecto alguno sobre su ser porque no tienen causa en él. Dicho llanamente, no solo han descubierto el tesoro de su verdadero ser, sino que ese descubrimiento los ha llevado a conocer que, al ser el Cristo viviente que vive en ellos, entonces su ser es la causa de todo, al ser el efecto de Dios en ello.

Si Cristo es la causa de lo que eres, en el sentido en que es tu origen y tu ser, entonces lo que no es semejante a él carece de causa. Cuando esta verdad resplandece en la mente y vibra en los corazones de los que han alcanzado a Dios en la tierra, entonces saben que lo que no es amor no tiene consecuencia alguna sobre ellos. Han alcanzado la santa indiferencia del mundo.

Así, indiferentes ante todo lo que no es amor, los iluminados van caminando por la tierra donde habitan los hombres, sembrando paz con su sola presencia. Van separando la cizaña del trigo con su santo discernimiento, para que los campos den frutos cada vez más abundantes y nada obstruya el crecimiento de aquello que luego será materia para dar de comer del pan que es alimento de vida eterna. Esparcen las semillas del reino allí donde existe un corazón sediento de belleza y verdad. Van dando vida a cada paso. Van despertando a las almas. Viven amando, a la manera de Dios. No confunden lo que es amor con lo que nunca lo será. No disfrazan de bondad lo que no lo es, ni llaman a las cosas por lo que no son.

A lo santo no le corresponde convivir con lo profano. Al amor no le corresponde habitar en la casa del miedo. Sin embargo, lo santo puede pisar la tierra profana y santificarla, del mismo modo en que el amor puede ingresar allí donde habita el miedo y transformarlo en una morada digna de Cristo. La santidad y el amor pueden hacer eso porque saben lo que son y quién es su fuente unificadora y vivificante. Por ello saben que nada puede cambiarlos, saben que jamás pueden dejar de ser lo que son en verdad. No solo lo saben, sino que jamás se les ocurriría ser otra cosa que lo que son eternamente.

Si lo que eres no puede cambiar, y eso solo aplica a lo que eres en verdad, entonces, ¿dónde hay espacio para el miedo? Recuerda que todo miedo es miedo a no ser. De ahí la importancia de que entiendas con perfecta claridad, no solo con tu mente sino con tu corazón, ambos unidos en la verdad, qué cosa eres.

Una vez que amas lo que eres, es decir que amas a Cristo, entonces dejas de temer por la sencilla razón de que, una vez que te unes al amor que tu ser es y permaneces en él, dejas de tener miedo a perder el amor, fuente de todo temor. Si no puedes perderte a ti mismo nunca más, entonces qué pérdida real puedes experimentar. ¿Qué batalla puede llegar hasta el reino donde solamente reina la paz inquebrantable del creador de lo santo, lo bello y lo perfecto, y en el que nada que no sea él mismo puede existir? ¿Qué temor puede estar justificado una vez que vives dentro de la fortaleza del espíritu de Dios, cuya altura es tal que nada que no sea verdad puede alcanzarla?

Los iluminados, es decir, los que se aman a sí mismos a la manera de Dios y por ello aman todo lo que existe y es, no le temen a la verdad, sea la que sea y se manifieste como se manifieste. Esta aseveración es esencial para el camino que desde ahora en más recorrerás en armonía con la voluntad del Padre. La mentira es la base del ego, así como la verdad es el fundamento de la vida eterna. Por eso es que es tan importante que observes tu mente y corazón y te asegures de que jamás te descubras en nada que no sea verdad. Mentir no es propio del amor. Decir la verdad y nada más que la verdad en todo momento, lugar y circunstancia en que está es llamada a ser dicha dentro del abrazo del amor, es lo propio de los que ya no viven identificados con la ilusión.

No pocas veces los iluminados pueden parecer desalmados, pero no lo son. Viven en el corazón y su mente está unida a la verdad, por lo tanto han abandonado la locura, si es que han estado en ella alguna vez. No caen en la sensiblería del ego que se presenta como sensible cuando es puro juego de emociones desconectadas de la verdad. No lloran por lo que no tiene sentido llorar. No ríen por aquello que no le causa ninguna gracia a la santidad, desde donde toda gracia procede. Son reales. No actúan. Viven pensando en Dios.

El camino de ser Cristo ahora y siempre es en realidad el camino de la verdad en la que fuiste creado. Una vez que reconoces esto, no con el intelecto, sino en espíritu y verdad, no puedes desear nada que esté por debajo de Dios. Lo alto no convive con lo bajo, del mismo modo en que el cielo no toca lo que está debajo del mar. De tal manera que los iluminados son quienes han aprendido a vivir con los pies en la tierra y los ojos en el cielo. No se contaminan porque viven en la pureza eterna de su ser. De sus bocas solo salen palabras de vida eterna. De sus obras, frutos de santidad. No buscan agradar porque saben que eso es imposible. Solo son la expresión viva de Dios.

Ser el Cristo que siempre has sido no es algo que pueda cambiar porque estés en la tierra o en cualquier otra dimensión de la creación. De tal modo que lo que aquí se busca es ser conscientes de lo que eres, no tanto de lo que eres propiamente dicho, pues no puedes dejar de ser lo que Dios ha dispuesto que seas. Tal como ya sabes, ser no es lo mismo que aceptar lo que eres y vivir en armonía con ello. Tomar consciencia del ser crístico que eres y permitirle a lo que eres en verdad expresarse, es a lo único que debería llamarse el arte de vivir.

¿Lo que Dios es, deja de ser porque tenga que serlo en el tiempo? ¿Acaso Dios solo es verdad en el reino de la eternidad? ¿Acaso la verdad puede dejar de ser lo que es simplemente porque tenga que formar parte de la materia y el espacio?

Hermanas y hermanos de todos los tiempos. La dimensión espaciotemporal de la creación no es un obstáculo para la verdad. Nada lo es. Por lo tanto, ya no vayáis por el mundo pensando en que, porque en el pasado no hallasteis dentro de él al amor que buscabas, el amor no existía. Tampoco penséis que, porque la dicha sin fin no parece habitar en ella, no habite en vosotros. Ahora habéis despertado al amor. Ya no sois lo que un día fuisteis. Yo hice de vosotros algo nuevo. No necesitáis seguir lamentándoos por un pasado que no está aquí ni volverá a hacer acto de presencia si no lo deseáis.

El tiempo en que eras gobernado por las fuerzas del cuerpo quedó atrás. Ahora eres tú el que señorea todo lo que forma parte de ti. Sabes que, si no gobiernas tú, entonces el cuerpo lo hará. Eso es lo que había ocurrido en el pasado. Pero ahora has reivindicado tu poder y tu gloria y el movimiento de tu espíritu ha dado vida a una nueva creación en ti. Un nuevo ser. Una nueva realidad, fundamentada en el amor.

Nada puede atacar lo que eres en verdad. Nada puede herir lo que eres por disposición divina. Nada puede contaminar tu santidad. Tu inocencia ha quedado tan resguardada de todo lo que le es ajeno que nunca jamás pudo ni podrá ser mancillada. Eres la virgen, el santo, el redentor y el redimido. Eres la dulzura del amor. No necesitas que otros te lo digan. Lo sabes. No es necesario demostrárselo a nadie. Simplemente lo sabes y descansas en ese saber sagrado todos los días de tu vida.

Elige solo el amor: La relación divina

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