Читать книгу PolíticaMente Incorrecto - Sergio Lotauro - Страница 10
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FANATISMO
Los seres humanos somos una especie gregaria. Es decir, desde tiempos ancestrales, hemos vivido en comunidad. Por esa razón, pienso que intentar comprender cómo funciona el cerebro separándolo de la cultura y la sociedad a la que pertenece es tan artificial y absurdo como pretender estudiar los hábitos de un pez si lo sacamos del agua.
Somos seres sociales y eso nos deja en un lugar de vulnerabilidad frente al fanatismo si el concepto que tenemos de nosotros no es sólido o se encuentra algo desdibujado, como ya vimos antes.
El sentimiento de pertenencia que se desprende del hecho de ser miembro de un grupo puede así contribuir a sostener una autoestima endeble. Por lo tanto, cuantas más características positivas otorguemos a nuestro grupo, ya se trate de un partido político, un club de fútbol o lo que fuera, mejor nos sentiremos con nosotros mismos.
En casos como este, la identidad social puede llegar a fusionarse con la identidad personal y eso tendrá un impacto directo sobre cómo nos sentimos y actuamos. Si pienso que el grupo que me ha acogido es fantástico, eso me convierte también a mí, como ser individual, en un ser fantástico. Y es aquí donde encontramos el germen del fanatismo: quienes luchan con tenacidad (e incluso llegan a morir literalmente en esa lucha) para defender los estandartes del grupo. En última instancia, están defendiendo su propia autoestima pues sienten que está en peligro.
Las investigaciones en psicología postulan una ecuación simple: cuanto más pobre es nuestra autoestima, mayor es la necesidad de identificación con una comunidad poderosa que nos ayude a repararla o, al menos, sostenerla.
Cuanto más inseguros nos sintamos y dudemos de lo que valemos, más fuerte será el impulso de poner a salvo nuestro orgullo personal asociándolo con un grupo sólido de pertenencia.
Por supuesto que esta ecuación no es matemática, no aplica al 100% de las personas. Pero sí lo hace para muchas de ellas. Al menos en occidente, que es el lado del planeta de donde provienen las investigaciones, la correlación entre baja autoestima y fanatismo es significativa.
Lo que siento que no tengo busco que me lo provea el grupo. Tenemos aquí la tierra fértil sobre la que se erige, de manera muchas veces acrítica, algunos de los peores defectos que tenemos como especie. He aquí algunos ejemplos:
• El nacionalismo: configurado como la absurda creencia de que somos mejores que los ciudadanos del país vecino por el simple hecho de haber nacido por azar de este lado de una frontera artificial y no del otro.
El orgullo patriótico recrudece notablemente cuando, además, lo acompaña un sentimiento de moralidad que creemos inherente a nuestra sociedad, como la idea de que “Dios está de nuestra parte”, o “El bien siempre triunfa sobre el mal, y nosotros somos los buenos”.
• El sectarismo religioso: dejando de lado el fundamentalismo (por su obviedad), uno de los casos más notables en este sentido es el ocurrido en el año 1978 en Guyana, cuando más de 900 personas que conformaban la comunidad del Templo del Pueblo se suicidaron de manera sumisa e irreflexiva siguiendo las órdenes del pastor Jim Jones, líder espiritual del grupo.
• El dogmatismo de ideas: la polarización en grupos antagónicos que atacan o defienden una causa determinada suele ser un mal síntoma.
El debate por la despenalización del aborto en la Argentina, que tuvo lugar durante los años 2018 y 2019, es un claro ejemplo, pues llevó a buena parte de la sociedad a dividirse en dos bandos opuestos e irreconciliables, en tanto que los aspectos morales y los argumentos científicos quedaron relegados a un segundo plano, eclipsados por una discusión superficial en la que no importaba alcanzar conclusiones lógicas, sino la victoria de la propia postura sobre la contraria.
Como veremos más adelante cuando hablemos del patriarcado, culpar a alguien más o demonizar al adversario nos provee la excusa perfecta para que no nos hagamos cargo de nuestras propias frustraciones.
• La afiliación política a ultranza: el gran mérito de Adolf Hitler, que le permitió llegar al poder en la década del 30 en Alemania, fue decir exactamente eso que necesitaba oír el pueblo en el momento oportuno.
La moral alemana había quedado devastada luego de la Gran Guerra. En ese contexto de crisis generalizada y autoestima social alicaída, Hitler supo cómo canalizar la frustración y hablarles para que empezaran a sentirse orgullosos de ser quienes eran. Con una autoestima tan deteriorada, el pueblo alemán no pudo evitar resistirse a entregar el poder a Hitler con los resultados que ya conocemos.
“Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados”, decía Mark Twain.
• La “pasión” deportiva (en especial en el fútbol, en cuyos estadios muchas veces se desarrollan verdaderas batallas campales).
Es habitual escuchar que mucha gente exclama cosas como: “¡Ganamos! ¡Somos los mejores!”, cuando el equipo por el que simpatizan triunfa. Esto evidencia el deseo personal de alcanzar la mayor identificación posible con su grupo.
Por el contrario, es difícil que escuchemos a alguien decir: “¡Perdimos! ¡Somos los peores!”, ante la amarga derrota. En este segundo caso, lo esperable es no involucrarse y tomar distancia del equipo vencido para no quedar asociados a la deshonra: “¡Perdieron! ¡Son los peores!”
Solo aquellos que no se sienten bien parados en la vida tratan de mejorar su autoimagen vinculándola con personas exitosas. No buscan el prestigio en sus propios logros, sino en el de alguien más.
En el otro extremo, quienes tienen una buena opinión de sí mismos no necesitan reforzarla apelando a la gloria ajena.
Es válida la premisa de que, a mayor intransigencia respecto de una idea o doctrina, es probable que más deteriorada se encuentre la autoestima y el sentido de identidad personal del individuo que la pregona. Llegamos a sentirnos superiores, en todas las formas posibles, en la misma medida en que nos convencemos de que nuestro grupo es el mejor. Esta es una de las peores falacias en las que podemos caer.