Читать книгу PolíticaMente Incorrecto - Sergio Lotauro - Страница 14

Оглавление

7

PARTIDISMO

Una de las cualidades humanas más valoradas por todo el mundo es la coherencia.

En efecto, esta virtud, definida coloquialmente como cierta sintonía entre lo que una persona dice y hace, es muy apreciada en todas las culturas. Lo contrario, la incoherencia, se traduce en comportamiento errático, inconsistente o impredecible. Y la verdad es que a nadie le gustan las personas que no logran ajustarse a una línea de conducta.

Es normal que a aquellas personas que cambian de opinión de manera constante, o son fácilmente influenciables, se las tilde de flojas, débiles de voluntad o, lisa y llanamente, de tontas.

Así, la coherencia es una característica de personalidad de alta reputación y estima. Cuando nos formamos una imagen sobre nosotros a partir de que nos observamos permanentemente, como hemos visto antes, nos esforzamos por ser consecuentes con esa imagen.

En todo momento, nuestra propia conducta nos dice mucho sobre nosotros, incluso y en especial, en época de elecciones.

En este sentido, veamos lo que ocurre cuando nos formamos una opinión política y la canalizamos hacia algún candidato con el que nos sentimos identificados.

Cuando votamos por Fulano, en paralelo construimos todo un andamiaje que empieza a funcionar como sostén y facilitador que nos ayudará a volver a votar en las elecciones siguientes. En ese contexto, si ya nos decidimos por Fulano la primera vez, es coherente para nosotros continuar en la misma línea de acción y volver a votar por Fulano la segunda vez.

El fenómeno cobra aún más fuerza si cuando elegimos a nuestro candidato la primera vez, lo pregonamos a viva voz y se lo hacemos saber a todo el mundo. Cuando comunicamos sin restricciones nuestro apoyo a Fulano en una especie de militancia partidaria amateur, la necesidad de ser coherentes ante la mirada atenta de los demás se nos impone con una fuerza aún mayor.

Alcanzado este punto, a la hora de volver a votar, no solo sufrimos la presión interna para ser coherentes con nuestra decisión anterior, también sufrimos una presión externa implícita por parte de aquellos que nos conocen.

Pero el tema no se agota allí, sino que tiene algunos ribetes más sorprendentes aún: se ha demostrado de manera experimental que, cuando una persona se ha formado una opinión sobre un tema cualquiera, mostrarle evidencia concreta que demuestre que la verdad se encuentra en la vereda de enfrente, la mayoría de las veces, no sirve para que pueda ser persuadida.

Peor aún, como vimos en el capítulo sobre la opinión, toda prueba sólida que indique que tal o cual persona podría estar equivocada, al contrario de lo que dice el sentido común, en general ayuda a que esa persona se aferre aún más a su creencia.

A este curioso fenómeno psicológico se lo conoce como persistencia y, según se teoriza, una vez que alguien ha invertido tiempo y esfuerzo para convencerse de algo, se ciñe con vehemencia a esa idea ante cualquier atisbo de duda o amenaza externa. Es importante saber que desarmar una creencia enquistada en la mente es extremadamente doloroso para el cerebro.

No importa demasiado el zafarrancho brutal en materia económica o educativa que pueda estar haciendo el político inoperante de turno: a quienes lo votaron, no les queda más remedio que seguir defendiéndolo a ultranza, poner parches aquí y allá, y construir toda clase de racionalizaciones y falaces justificaciones que ayuden a sostener el andamiaje cognitivo precario que ahora se tambalea.

Aceptar que esta vez, en lugar de votar por Fulano hubiese sido mejor votar por Mengano, es aceptar también que estaban equivocados desde el principio y, de hacerlo, implícitamente también estarían aceptando su propia estupidez, echarían por la borda todos los recursos personales puestos en juego hasta ese momento, además de que serían incoherentes ante el compromiso asumido frente a otras personas.

Si por casualidad se reconocen como uno de esos fanáticos partidarios de los que estoy hablando, les tengo noticias: entiendo que su necesidad de coherencia interna puede llegar a ser muy poderosa, pero, si no logran librarse de ella, solo estarán demostrando una escasa flexibilidad mental o, dicho en criollo, que son doblemente estúpidos.

Gracias a psicólogos que estudiaron de manera exhaustiva el tema, sabemos que discutir con gente que se aferra de manera inflexible a sus creencias preestablecidas es la cosa más estéril del mundo, porque no hay raciocinio en el fanatismo. Y un fanático partidario, como cualquier otro fanático, es un fundamentalista ciego y sordo al que no le interesa conocer la verdad, sino la primacía de su fundamentalismo, porque en ella pone en juego su identidad personal. Es muy probable que, por esta razón, a pesar de todo, los políticos solo se concentren en su propio beneficio, distanciados de las necesidades de la mayoría de la gente, y sigan haciendo buenas elecciones una vez que han llegado al poder.

La necesidad de coherencia interna de quienes los votaron originalmente puede llegar a ser muy poderosa. Y el costo psíquico de retractarse, demasiado elevado.

Es parte de la naturaleza humana hacer juicios rápidos, acelerados, casi irreflexivos y, tan pronto como aparece algún indicio de que tenemos razón respecto de lo que pensábamos, enseguida nos conformamos. Tal como lo demuestran las investigaciones y por más increíble que parezca, este es un fenómeno que ocurre todos los días del que no está exento casi nadie, desde el individuo con el nivel educativo más bajo posible hasta aquel con los más altos honores académicos.

PolíticaMente Incorrecto

Подняться наверх