Читать книгу PolíticaMente Incorrecto - Sergio Lotauro - Страница 9
Оглавление2
AUTOESTIMA
Antes que nada, es necesario que hablemos de qué es la autoestima.
Para decirlo de una manera simple, la autoestima es la opinión que tenemos de nosotros mismos.
¿Cómo llegamos a construir esa opinión? Así como observamos el comportamiento de los demás y a partir de allí nos formamos una idea sobre las características que definen a esas personas, en parte utilizamos el mismo procedimiento respecto de nosotros mismos. Extraemos conclusiones sobre cómo somos, sobre cuáles son nuestras virtudes y defectos, qué fortalezas y debilidades tenemos, luego de observar, durante años, cómo nos desempeñamos en las diferentes áreas de la vida cotidiana. Sobre este punto voy a volver en detalle más adelante, sobre el final del libro.
Las personas con baja autoestima, por definición, tienen una pobre opinión de sí mismas. Y el problema radica en que eso las lleva a creer que los demás las ven como ellas mismas se observan, es decir, de una forma muy desfavorable.
Como veremos en los capítulos siguientes, caen en la trampa del razonamiento emocional y dan por sentado que, si se sienten poco inteligentes, interesantes o atractivas, es porque necesariamente tienen que ser poco inteligentes, interesantes o atractivas.
Lo que luego sigue (invariablemente) es el auto reproche. Se dicen a sí mismas cosas nefastas, horribles, como si le hablaran al más despreciable de los seres humanos. Y esto constituye una extraña paradoja ya que a nadie se le ocurriría, en la vida real y a los fines prácticos, escribirse una carta descalificadora o enviarse un WhatsApp lleno de insultos, para luego leerlo y ofenderse. Sin embargo, eso es exactamente lo que hace la gente con baja autoestima: se critica, se desprecia, se trata como basura, y luego se siente mal, derrotada y angustiada, convencida de que no vale nada.
Hay un doble parámetro implícito aquí. Si les dijera que son ignorantes, fracasados o incapaces de hacer algo bien en sus vidas, con seguridad se defenderían con vehemencia, argumentarían que estoy equivocado y buscarían evidencias concretas entre sus recuerdos para demostrarme que no tengo razón.
Pero quien posee una autoestima deteriorada pierde de vista que su propia opinión negativa no es la realidad, sino tan solo una opinión posible entre tantas otras.
Y es fácil que esto ocurra, ya que, como esta idea negativa es producto de su propio pensamiento y el pensamiento es un proceso invisible del que no llegamos a tomar plena conciencia, quien posee baja autoestima termina por confundir lo que él cree con lo que creen los demás.
Como corolario debemos decir que, incluso, en muchos casos (sino en todos) nuestro sentido de valía personal es irrelevante a los fines prácticos. Por el contrario, tiene mucho más peso la opinión que se han forjado sobre nosotros los demás o la reputación que tenemos ante ellos.
Me explico: si cuando nos miramos al espejo no nos gusta lo que el reflejo nos devuelve porque nos vemos gordos, viejos o feos, al tiempo que nuestra pareja nos ve como un ser angelical, un adonis creado con la mejor materia prima del Olimpo, entonces lo único que realmente importa para que la relación funcione es su opinión y no la nuestra. Por lo tanto, no deberíamos contradecirla.
Si nuestro jefe nos considera como uno de los mejores empleados que tiene la compañía, pero nosotros no estamos conformes con nuestro desempeño laboral, nuevamente lo único que cuenta para que conservemos nuestro trabajo es la opinión de quien en primer lugar nos ha contratado, no la nuestra. No deberíamos ponerlo en tela de juicio, sino más bien tratar de incorporarlo e internalizarlo.
Me encantaría poder saber de todos mis lectores, pero eso es imposible. No los conozco, por lo tanto, no puedo saber cuán fuerte o débil es su autoestima. No obstante, alcanzado este punto, voy a aventurar una hipótesis. Tal vez se sientan identificados (tal vez no), pero es algo que, en general, observo entre mis pacientes.
Nadie nos conoce mejor que nosotros. Si hay algo en lo que nos consideramos expertos, es en nosotros mismos. Llevamos un inventario de todas las malas decisiones que tomamos a lo largo de la vida, conocemos al detalle cada defecto que marca nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra personalidad. Sabemos de nuestros miedos, culpas y vergüenzas como nadie más sabe.
Lo que está vedado para la mayoría de la gente, por mucho que nos conozcan, para nosotros es moneda corriente. Nuestras imperfecciones nos acompañan adonde vayamos, no podemos librarnos de ellas.
Ese conocimiento profundo, miserable (y la imposibilidad de compararlo en un plano de igualdad con el resto de los mortales), es tal vez la base para que sintamos que somos seres indignos. Como no podemos contrastarlo con los demás, y normalmente los demás tienden a mostrar en público su lado más brillante y luminoso, es fácil caer en la fantasía de que nuestras debilidades son solo nuestras y, también, muy evidentes.
Pero la dinámica es una trampa, una estafa mental. El truco radica en que los demás tienen con seguridad tantos muertos en su ropero como nosotros en el nuestro, solo que no lo sabemos, ya que nadie sube a sus historias de Facebook o Instagram sus fracasos más estrepitosos, solo exhiben sus éxitos o aquello de lo que están orgullosos. Incluso, muchas veces, lo que las redes sociales muestran es una falacia rotunda.
La clave está en no perder de vista que los otros son, con seguridad, tan calamitosos como nosotros, pero también debemos procurar aceptar nuestro lado oscuro y falible con naturalidad, incorporarlo a nuestra personalidad como elemento constitutivo y capitalizarlo de la mejor manera posible.
No digo que sea fácil. Tal vez necesitemos hacer terapia, pero definitivamente no es una utopía. Vale la pena intentarlo. Esto se los dice alguien que durante muchos años sufrió de baja autoestima, sobre todo cuando era niño y adolescente. Pero con el tiempo aprendí a reinventarme, también logré resignificar la mayor parte de lo que pensaba: me di cuenta de que había gente que me miraba con mejores ojos que con los que me miraba a mí mismo y que su punto de vista sobre mi persona era tan válido como el mío.
Ellas veían algo en mí que yo no podía ver y muchas de estas personas eran seres sensibles e inteligentes, por lo tanto, no podía despreciar o minimizar sus opiniones como si no valieran nada. En todo caso, debía aprender a cuestionar mi propia opinión, no la de ellos.
Caí en la cuenta de que tenía un punto ciego respecto de mí mismo. Eso me ayudó a equilibrar la balanza.
Recuerden siempre esto: nuestra opinión es solo nuestra opinión; hay otras posibles y probablemente más favorables.