Читать книгу PolíticaMente Incorrecto - Sergio Lotauro - Страница 13

Оглавление

6

GENTE TÓXICA

Para evitar las definiciones complicadas, como vimos antes, la autoestima es la opinión que tenemos de nosotros mismos. Una opinión más, ni más ni menos, no la única, pero tal vez la que más nos condiciona, ya que un mal concepto de quiénes somos y cuánto valemos puede afectar gravemente nuestra vida emocional, nuestra conducta y la manera en que nos relacionamos con los demás.

Y en este último punto es donde quiero concentrarme, ya que, aunque seamos dueños de una autoestima sólida, la baja autoestima de otras personas con las que eventualmente debemos relacionarnos puede ser el germen de un vínculo complicado y signado por el conflicto.

Esto es especialmente válido cuando estas personas buscan compensar su disconformidad y malestar mediante mecanismos psicológicos inconscientes que las llevan al extremo opuesto: un exceso de amor propio, impostado, superficial, caracterizado por la exageración, la grandiosidad, la manipulación interpersonal y una marcada inclinación hacia la autoalabanza. Todos calificativos que remiten de manera directa al concepto de “gente tóxica”, un término que, si bien no existe dentro de la literatura científica, se ha popularizado para definir (en general) a individuos problemáticos con características narcisistas.

Aquí les dejo algunas ideas sencillas tomadas directamente de mi experiencia clínica, para poder identificar el narcisismo cuando nos presentan a alguien, iniciamos un nuevo trabajo o proyectamos una relación amorosa.

Las posibilidades son muchas y de aplicación directa en la vida cotidiana:

 • Tendencia a estar a la defensiva: como vimos antes, las personas de precaria autoestima suelen ir por la vida mostrando una actitud sumisa y derrotista. Por el contrario, en forma reactiva, las personas tóxicas se comportan de manera quisquillosa y beligerante. Como en esencia estamos hablando de la otra cara de la misma moneda y en el fondo sienten que valen poca cosa, viven en una guerra permanente consigo mismas y con el mundo.

Vaya como ejemplo una situación que presencié en cierta ocasión. Vi cómo un hombre se hacía a un costado de la puerta de acceso al colectivo al que estaba por subir para dejar pasar a una chica que venía corriendo. Lejos de tomar el gesto como algo positivo, ella le dijo, con su mejor cara de asco: “¿Me dejas pasar porque soy mujer? ¿Qué? ¿Ser mujer me hace inferior?” El hombre esbozó una sonrisa compasiva y le respondió: “No. Te dejo pasar porque soy amable”.

 • Comentarios extremos sobre sus virtudes: las personas que en su fuero interno se descalifican con frecuencia, muchas veces exageran y engrandecen sus propios logros como una forma inconsciente de sobrecompensar un sentimiento de inferioridad, sobre todo cuando estos logros son pequeños o poco relevantes.

Se los reconoce de manera muy fácil cuando se los escucha hablar de su profesión o de su trabajo, al que llegan a considerar de una trascendencia inusitada o, en ocasiones, la panacea misma. Necesitan creer eso para sentir que ocupan un lugar importante en el mundo.

No hace mucho, escuché a dos astrólogas discutir en un programa de televisión. “La astrología es una ciencia”, aseguraba con vehemencia una de ellas.

“No, no lo es. Es tan solo una disciplina, no una ciencia”, decía la otra, visiblemente más relajada.

“Te digo que sí, ¡es una ciencia! ¡Toda mi vida me dediqué a la astrología y te digo que es una ciencia!”

Claro. Después de años y años enteros desperdiciados en estudiar una disciplina totalmente desprovista de método y de simple lógica, tanta vehemencia al servicio del debate tenía por objetivo convencerse a sí misma de cuán valiosa era, antes que convencer a los demás.

 • Tendencia al fundamentalismo: esto significa que usualmente adhieren a ideas rígidas y polarizadas. Ser parte de un grupo o una causa mayor los ayuda a sentirse importantes, con autoridad sobre alguna materia o moralmente superiores.

Suelen identificarse con ideologías políticas fuertes o creencias religiosas impermeables, a las que defienden a ultranza. Esto los hace sentir poderosos ya que reemplazan una autoestima pobre de base por la autoestima colectiva más sólida.

Al poseer escaso juicio crítico, adoptan el punto de vista de los demás como propio y sucumben con facilidad al pensamiento de manada.

Hace unos años, un periodista de televisión, que estaba cubriendo una manifestación en reclamo por la legalización del aborto, se acercó a una chica y le preguntó sobre las razones que la habían llevado a participar en la marcha.

Tomada por sorpresa, dubitativa y vacilante, la chica solo atinó a balbucear algo que en principio resultó ininteligible, para luego proclamar con un estereotipado tono triunfante: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”.

Una frase hecha, de panfleto, que desde varias semanas antes se venía repitiendo de manera incansable en los medios de comunicación como parte de la maquinaria estatal para imponer el tema en la sociedad. Ni una sola palabra de su autoría o que reflejara una dosis mínima de pensamiento propio brotó de sus labios.

 • Tendencia a desconfiar: como cuando miran hacia adentro no pueden evitar sentirse inferiores, muchas de estas personas buscan equilibrar ese sentimiento desagradable minimizando las capacidades ajenas, descalificando sus logros, poniendo en tela de juicio el prestigio o las credenciales de las otras personas.

Como creen que difícilmente puedan estar a la altura de los demás, buscan bajar a los demás a su propia altura. Se aterran ante la posibilidad de que haya competencia, de que alguien pueda desafiar su pequeña área o de pisar el suelo que habitan.

En una ocasión, una psiquiatra con la que estaba hablando por teléfono sobre un informe que le había remitido sobre una paciente que teníamos en común, me interrumpió bruscamente para preguntarme algo sobre mi sello profesional que figuraba al final del documento que tenía entre manos.

“Acá dice doctor”, me dijo con evidente molestia. Y el comentario no estaba ni remotamente relacionado con lo que veníamos hablando.

“¿Por qué dice doctor si usted no es doctor?”, quiso saber, antes que nada.

“Claro que soy doctor”, le respondí tranquilo, aunque sorprendido. “Doctor es quien tiene un doctorado”, proseguí. “Déjeme adivinar: ¿a que usted se hace llamar doctora sin serlo?”

Incómoda por el brete en el que se había metido, farfulló un par de palabras más, se despidió y cortó la comunicación.

Efectivamente, como la inmensa mayoría de los médicos, abogados y contadores, ella no era doctora y alardeaba de un título que no tenía.

PolíticaMente Incorrecto

Подняться наверх