Читать книгу PolíticaMente Incorrecto - Sergio Lotauro - Страница 16
Оглавление9
INTERPRETACIÓN
Imaginen la siguiente situación.
Salen a tomar un poco de aire al jardín y ven, por encima de la cerca, al nuevo vecino que se ha mudado la semana anterior. El hombre parece molesto, tiene el ceño fruncido y casi pueden escucharlo refunfuñar por lo bajo.
Unos minutos después empieza a levantar la voz. En un momento, la esposa se le acerca para hacerle una pregunta y él responde de muy mala manera. Acto seguido empieza a gritar a sus dos hijos pequeños que no dejan de corretear a su alrededor, jugando a algo que al padre parece resultarle especialmente irritante.
Como vimos antes, en circunstancias como esta es esperable que nuestro cerebro, ni lerdo ni perezoso, dispare una serie de elucubraciones acerca de lo que estamos observando.
La conclusión parece simple e irrefutable: el vecino tiene un pésimo carácter, es un sujeto gruñón y autoritario de quien nunca podríamos hacernos amigos.
Un par de días después, nos encontramos tranquilamente desayunando con otro miembro de nuestra familia que nos comenta casi al pasar: “Pobre hombre el vecino que se mudó al lado, está desesperado. Sacó una hipoteca para comprar la casa y luego lo despidieron del trabajo. Ahora no sabe cómo mantener a su familia”.
Esta nueva información adicional tiñe de otro color la opinión que nos habíamos formado del nuevo vecino, ¿correcto?
La hipotética anécdota no hace otra cosa que ilustrar una de las falencias más perjudiciales del cerebro humano: estamos bien predispuestos a criticar la conducta reprobable de los demás pues la atribuimos al supuesto mal carácter o a un defecto en su personalidad, y perdemos de vista que siempre hay fuerzas o influencias externas que ayudan a moldear la conducta.
Y lo que es peor, si somos los protagonistas de la historia y alguien nos acusa de tener mal genio, enseguida nos justificamos diciendo que lo que pasa es que estamos muy nerviosos porque nos quedamos sin empleo.
Así es como ocurre la mayoría de las veces: atribuimos a los demás la entera responsabilidad de su mala conducta. Sus decisiones poco felices o desacertadas son el resultado de defectos propios de la persona.
Por el contrario, cuando somos los infractores de los buenos modales y las sanas costumbres, rápidamente encontramos una explicación que viene dada desde afuera, que justifica la alteración de nuestro buen temple y deja a salvo nuestra reputación y nuestra autoestima.
Simplifiquemos un poco más: si Fulano reacciona con violencia, es porque Fulano es una persona agresiva. En cambio, si soy yo quien reacciona con violencia, es porque estoy cansado ya que no pude pegar un ojo en toda la noche.
Todo lo que hacemos, aún lo malo, por inapropiado que sea, siempre constituye para nuestro cerebro la respuesta adecuada a una situación determinada.
Ahora imaginemos algunas situaciones diferentes: nos encontramos volando en un avión comercial a 10.000 metros de altura cuando, de repente, la nave entra en una zona de turbulencia. Como no tenemos experiencia en viajar en avión, lo primero que pensamos es: “Dios mío, el avión se va a caer. ¡Voy a morir!”
Bajo ese pensamiento (e insisto, es solo un pensamiento, que no necesariamente tiene que ajustarse a la realidad) es muy probable que el miedo se apodere de nosotros. Experimentaremos taquicardia, temblor en todo el cuerpo, posiblemente una angustia incontenible y la sensación de que vamos a desmayarnos de un momento a otro. En resumen, sufriremos una experiencia muy desagradable.
En cambio, si en el mismo contexto pensamos que es una turbulencia y que ojalá pase pronto así nos sirven la cena, creo que no es necesario que explique que tanto nuestras emociones como la respuesta fisiológica serían muy diferentes.
Veamos otro ejemplo: el compañero nuevo de oficina que ingresó a la empresa en la que trabajamos pasa caminando a nuestro lado en uno de los pasillos del recinto durante una mañana cualquiera y omite saludarnos. Frente a esta situación, en principio, tenemos dos grandes opciones:
• Podemos pensar que es un maleducado.
• Podemos pensar que tal vez no nos vio o que venía concentrado en sus propias preocupaciones.
Hay un común denominador en ambas situaciones y es que estamos interpretando lo que acaba de ocurrir.
Si interpretamos que nuestro compañero es un maleducado, es muy probable que nos sintamos ignorados y molestos y, en lo sucesivo, mal predispuestos hacia él.
De igual manera, si estamos durmiendo y un ruido que proviene del living de la planta baja de la casa nos despierta en medio de la noche, lo que nos digamos sobre la inoportuna intromisión en nuestra vida onírica determinará de inmediato las emociones que experimentemos y la forma en que reaccionemos.
Esta vez podemos creer, por ejemplo, que un ladrón anda merodeando por la casa. Lo más seguro es que sintamos miedo y apremio por defendernos de inmediato, ya sea cerrando la puerta de la habitación con llave, yendo a buscar el revólver que guardamos en el ropero o llamando a la policía.
Por el contrario, en ese mismo escenario, puede ocurrir que recordemos que nos olvidamos cerrar la puerta que comunica con el patio y que, probablemente, el gato aprovechó la oportunidad para escabullirse en la casa y dormir adentro. Sin duda, esta interpretación diferente de los hechos no nos provocará angustia en lo más mínimo. En todo caso, algo de molestia por tener que salir de la cama para sacar el gato. También podemos optar por darnos vuelta y seguir durmiendo, y que el gato haga lo que quiera. Como sea, lo que importa es que cualquier conducta que siga a esta interpretación, con independencia de lo que esté ocurriendo en realidad en el living de nuestra casa, tendrá un carácter más relajado, nos preservará del miedo y de la desesperación y evitará que molestemos en vano a las fuerzas de la ley y el orden que, por definición, no les gusta ser molestadas.
Otro caso. En este vamos a eximirnos del rol protagónico: una mujer queda en encontrarse en una cafetería con un hombre que acaba de conocer en Tinder. El muchacho en cuestión parece buen mozo y las veces que intercambiaron mensajes se mostró cordial e inteligente, tal como le gustan a ella. Un buen partido, sin dudas.
Sin embargo, veinte minutos después de que ella ocupa una mesa a la hora acordada, dado que no hay noticias ni rastros del candidato, piensa: “Debí haberlo imaginado, no le gusto y no se atrevió a decírmelo cuando lo propuse que nos viéramos”.
Otra alternativa podría ser: “Vaya tipo, después de todo resultó ser un irrespetuoso. ¿Quién se cree que es para hacerme esperar así?”
En el primer caso, la mujer se sentirá, sin dudas, deprimida, desesperanzada o ambas cosas. Llorará toda la semana y sus pensamientos seguirán por un buen tiempo por el mismo derrotero: “Soy horrible, no valgo nada como mujer, jamás nadie va a quererme”.
En el segundo caso, se sentirá molesta, iracunda y, probablemente, le dé una buena patada al perro tan pronto como vuelva a su casa.
Lo cierto es que la mujer de la cita, ante la demora de su potencial príncipe azul, también podría pensar: “Es un hecho, va a llegar tarde. Tal vez hubiera sido mejor citarlo en una cafetería más cerca de su casa porque para venir hasta acá tiene que cruzar media ciudad”. Esto es lo que los abogados llaman presunción de inocencia. Dicho en otras palabras, es deseable que procuremos siempre orientar nuestros pensamientos bajo la premisa de que nadie es culpable, hasta que se demuestre lo contrario.
Estos ejemplos procuran poner de manifiesto que la interpretación en su conjunto, configurada por expectativas, creencias previas y preconceptos, está en la base de nuestras opiniones más arraigadas y profundas (y muchas veces equivocadas), sino que también configura el modo en que vemos el mundo.