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PRÓLOGO

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Si la vida fuera un juego de esos que tenemos en el teléfono, vivir en la Argentina sería hacerlo en el “modo difícil”, sin batería y en el fondo de un río.

Inflación, inseguridad, corrupción, desempleo, mala educación, mala salud, impunidad, narcotráfico, corrupción de nuevo, pandemias y pobreza son solo algunos de los problemas que cada uno de nosotros padecemos día a día. Y si por alguna razón milagrosa ninguno nos afecta, a alguien de nuestro círculo seguro que sí.

La Argentina es, sin duda, un barco que se hunde. Y esto no es una exageración, porque nuestros problemas no son el resultado de un castigo divino o un desastre natural sino de políticos, sindicalistas, funcionarios, jueces, empresarios o algún pariente de alguien. Que se entienda que no estoy culpando a los parientes, sino a las pésimas decisiones que toman quienes ocupan cargos por impericia, complicidad o porque son testaferros de quienes solo defienden sus intereses o los de su entorno.

Incluso si ustedes, queridos lectores, son el mesías que este país estaba esperando, van a ser el mesías de una sola cosa, quizás el que acabe con la inflación, o el que mejore la educación, o quien termine con el desempleo, porque, lamentablemente, una vida no alcanza para cambiar todo lo que es necesario.

Es hora de que empecemos a aceptar algo: algunos de nuestros problemas son inevitables, sin embargo, gracias a esa inevitabilidad, puede que dejen de ser “problemas” y muten hacia algo distinto.

Vayamos a un ejemplo poco feliz: supongamos que en un terrible accidente perdemos una pierna. Nuestra vida se volverá exponencialmente más compleja porque perder un miembro significará también limitar la cantidad de trabajos que podremos hacer, será sumar tiempo a las tareas más sencillas como preparar un café o subir las escaleras, será frustración, depresión, estrés, inseguridad, etc. Y todo eso, sin solución.

Sin embargo, esa última condición, la de que no tiene solución y es inevitable, es lo que puede cambiar todo. Cuando algo no tiene solución o el alcanzarla escapa a nuestras posibilidades, nuestro problema no es más un “problema”, sino que es una condición.

No hay nada que podamos hacer para que nuestra pierna vuelva a crecer, o para que termine la pobreza, la inseguridad o la pésima calidad de la educación. Frustrarnos por no poder hacer nada es, literalmente, hacerse un problema de un problema. O, lo que es lo mismo, un problema autoimpuesto.

Y ojo, no digo que el solo hecho de aceptar la inevitabilidad de un problema nos libere, sino que la constante tortura sí va a empeorar el resto de los problemas que tienen solución.

La incomprensión ante lo inevitable vuelve lo evitable más difícil de evitar. Y no es un juego de palabras.

Acá es donde entra este libro, no es una solución a todos nuestros problemas, sino una descomposición de ellos para que podamos detectar exactamente en qué punto la realidad dejó de golpearnos y empezamos a flagelarnos por lo inevitable.

Este libro es una guía práctica para ver qué problemas pueden ser resueltos y cuáles son simplemente una condición.

Espero que lo disfruten tanto como yo.

Cordialmente,

Tipito Enojado

https://www.youtube.com/TipitoEnojado

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