Читать книгу PolíticaMente Incorrecto - Sergio Lotauro - Страница 15
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PENSAMIENTO
Ya que acabo de hablar de altos honores académicos y para continuar en la línea de lo que decíamos en el capítulo anterior sobre la tendencia humana a validar lo que ya sabemos, veamos otro caso en el que suele ocurrir algo muy parecido: el diagnóstico médico.
La evidencia científica sugiere que, cuando se trata de averiguar qué enfermedad aqueja al paciente, los médicos se aferran a su hipótesis original, se zambullen de cabeza a confirmarla y pierden de vista la necesidad de dar con la contraprueba que valide el diagnóstico.
Lo que se ha observado es que los médicos (incluso los expertos con muchas horas de experiencia clínica) tienden a desestimar los datos que no se ajustan a sus expectativas, los infravaloran o, en ocasiones, hasta los ignoran por completo.
Si algo no encaja, el profesional se esfuerza aún más por encontrar datos que confirmen su opinión de base. En el proceso, incluso, puede sobreestimar cualquier indicio menor o irrelevante que vaya en el mismo sentido de sus expectativas previas, otorgarle un alto grado de valor confirmatorio, al tiempo que le resta peso a cualquier información que no resulte congruente.
Es así como muchas veces funciona el razonamiento clínico. El primer diagnóstico que le viene a la cabeza al médico determina el camino a seguir y, además, contribuye a distorsionar la interpretación de los resultados de los diferentes estudios que solicita al paciente.
Esto se debe a que los seres humanos podemos ser muy buenos pensando en un sentido determinado, pero somos horribles cuando se trata de pensar en el sentido contrario, fenómeno que en neuropsicología se conoce como reversibilidad.
Nos pasa a todos, estamos siempre bien predispuestos a buscar evidencias que confirmen nuestras creencias previas y somos muy remolones para buscar evidencias en contra. Somos grandes entusiastas a la hora de corroborar lo que pensamos y de igual pereza para indagar en relación con los motivos por los que podríamos estar equivocados. La paradoja aquí es que muchas veces procurar desestimar nuestras propias opiniones constituye el camino más sensato para saber si estamos en lo cierto o no.
No estoy sugiriendo que no deberían visitar a su médico la próxima vez que se engripen o sientan algún dolor. Tampoco pretendo dar lecciones a los médicos de cómo deben hacer su trabajo. Lo cierto es que casi no hay ningún tema concerniente a la especie humana en el que los psicólogos no hayamos puesto la lupa en algún momento de la historia.
La mayor parte del tiempo cometemos el error de creer que nuestros pensamientos son la realidad misma y hay algunas razones por las que es fácil caer en semejante equivocación.
En primer lugar, los pensamientos constituyen un proceso invisible. No pueden verse, no pueden tocarse y muchas veces ni siquiera somos conscientes de que estamos pensando. Pero lo hacemos; de hecho, pensamos todo el tiempo y, aunque no nos percatemos de esto, todo lo que pasa por nuestro cerebro tiene una influencia directa sobre cómo nos sentimos y, en consecuencia, sobre cómo actuamos.
El problema radica en que como los pensamientos ocurren dentro de nuestro cerebro, son propios y, al estar aislados dentro de nuestra cabeza, es sencillo que terminen por convertirse en la verdad absoluta.
Todo lo que pensamos se erige en nuestra realidad, sin que nos demos cuenta; terminamos homologando lo que ocurre puertas adentro de nuestra mente con lo que ocurre afuera.
En un interesante experimento, a un grupo de personas se le mostró la fotografía de un sujeto con una expresión neutra en su rostro y se le preguntó qué impresión le causaba este individuo.
Las respuestas obtenidas fueron acordes con las creencias previas de los participantes. A la mitad del grupo, se le había dicho con anterioridad que el hombre de la fotografía era un médico nazi que había presidido experimentos atroces en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. A la otra mitad, se le dijo que, por el contrario, era un líder de la resistencia que había luchado de manera encarnizada contra el fascismo y que había salvado a decenas de judíos de una muerte segura.
Así, ante la misma imagen, las personas del primer grupo, opinaron que a este hombre se lo veía despiadado, que la crueldad se transparentaba en su rostro y, a duras penas, podía reprimir una mueca de desdén e ironía. Las personas del segundo grupo, en cambio, aseguraron encontrarse ante un rostro amable, cálido y confiable.
Una cosa es lo que pensamos que ocurre y otra muy diferente es lo que en realidad sucede. Y la ironía de todo este asunto es que lo que pensamos que ocurre es lo único que realmente importa cuando tenemos que tomar una decisión.
Insisto: un error característico de los seres humanos es confundir sus propios pensamientos con la realidad. Pero lo que estamos pensando es solo eso, un pensamiento. La realidad es algo que ocurre más allá de nuestro cerebro y permanece inmutable al margen de nuestras creencias. Esto es de vital importancia, porque lo que pensamos puede determinar cómo nos sentimos y qué hacemos de acuerdo con eso.