Читать книгу El ocaso del hielo - Sergio Milán-Jerez - Страница 16

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Capítulo 11

Noventa minutos más tarde, después de llegar a un acuerdo sobre las condiciones económicas y de ejecución (plazos, casos de demora o incumplimiento, entre otros), Ryu Akiyama llamó a su asistente, Anna Castillo, para que trajera el contrato que uniría a las dos empresas durante los próximos años. Óliver Segarra estaba eufórico, aunque intentaba disimularlo en la medida de lo posible: debía guardar la compostura y actuar como un empresario serio y respetuoso.

Al menos estando en el interior de aquella sala.

Cuando Anna Castillo entró por la puerta con una carpeta debajo del brazo, a Óliver se le iluminaron los ojos. Ella se sentó al lado de su jefe, abrió la carpeta y sacó unos documentos que dejó a la vista de Óliver. Éste se leyó el contrato con suma atención, sacó su estilográfica y firmó las tres copias.

―Bien ―dijo―. Pues ya está.

Ryu Akiyama cogió los papeles y también firmó. Anna Castillo los volvió a guardar en la carpeta.

―Si he de ser sincero, pensaba que nuestro contrato no se terminaría materializando ―dijo el señor Akiyama―. Pero su reputación, como he dicho antes, le precede. De hecho, ha sido un factor determinante para que mi equipo decantase la balanza a su favor. ―Realizó una pausa y continuó hablando―. De acuerdo... A partir de ahora, si necesita cualquier cosa, hablará directamente con mi asistente.

Óliver Segarra y Anna Castillo intercambiaron miradas.

―Ella se encargará de todo ―prosiguió―. Durante las tres próximas semanas estaré en Nagoya. Esta misma tarde cojo un vuelo hacia allí. No se preocupe, estará en buenas manos.

Óliver sonrió.

―Creo que llegó la hora de dar por finalizada la reunión ―dijo Ryu Akiyama.

―Me parece bien ―dijo él.

Acto seguido, los tres se levantaron de sus asientos.

Ryu Akiyama metió la mano en el bolsillo de la americana y sacó un sobre marrón envuelto con noshi ―papel de decoración utilizado tradicionalmente en Japón para añadir a un regalo como deseo de buena fortuna― y con el lazo mizuhiki: un cordón decorativo de color rojo y blanco.

―Me gustaría entregarle esto como señal de gratitud y respeto. Espero que sea el inicio de una larga y próspera relación.

Inclinó ligeramente la cabeza, de manera educada, y le entregó el regalo con ambas manos, con las palmas mirando hacia arriba.

Óliver había repasado las pautas de protocolo para comportarse de manera adecuada en la negociación con Ryu Akiyama y sabía que, en Japón, la ceremonia que se profesaba antes de entregar el regalo era más importante incluso que el propio regalo. De modo que su predisposición para honrarle fue plena: hizo una cortés reverencia y recibió el regalo exactamente de la misma manera que su anfitrión, con las palmas hacia arriba.

―Muchas gracias ―dijo Óliver―. Yo también tengo algo para usted.

Dejó el regalo sobre la mesa. Abrió la bolsa, sacó una caja envuelta en un papel tradicional japonés llamado furoshiki y repitieron el mismo ritual. Luego, se despidieron con una ligera reverencia, Óliver recogió sus cosas y abandonó la sala, acompañado de Anna Castillo.

―Bueno ―dijo ella mientras caminaban por el pasillo hacia el ascensor―, al final lo ha conseguido.

―Sí ―respondió―. Para mi empresa supone un salto cualitativo muy grande.

―Bien por usted, pero recuerde bien lo que voy a decirle ahora: arregle sus problemas. Un contrato tal como se firma puede romperse.

Óliver arqueó el entrecejo.

―Por si no se había dado cuenta, la familia Akiyama no soporta los malentendidos ―añadió.

―Lo tendré presente ―dijo Óliver.

Unos pasos más adelante llegaron al ascensor y Anna Castillo pulsó el botón. La puerta se abrió y Óliver entró; ella se quedó fuera.

―¿Usted no baja? ―preguntó Óliver.

―No ―respondió Anna, sonriendo―. Solo he venido a acompañarlo.

Él asintió.

―Supongo que la veré pronto.

―Antes de lo que usted cree.

Óliver sonrió. Pulsó el botón de la planta baja, la puerta se cerró y sus caminos se separaron.

El ocaso del hielo

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