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Un misterio las une

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Dedicado a Lola

El viento sopla del sudeste con rachas encabritadas que la obligan a entornar los ojos. El celeste con que la madre naturaleza ha dotado su mirada le proporciona un extra muy importante en la vida diaria; tal vez porque el observado no puede interpretar qué clase de miramiento arremete contra él, ya que podría ser enojo, observación o agrado…

Lo que nadie sabe es cuánto le cuesta mantener la mirada en un punto fijo sin que se irriten sus pupilas; la arena, el polvillo, el sol y, por supuesto, el viento le juegan en contra. Pero esto de enfrentar las rachas le proporciona un bienestar intenso…

El horizonte le devuelve un cielo lleno de nubarrones, mezclados con algún rayo solar tardío, que le da un tinte rosado a los espacios que quedan entre las nubes. De todos modos, la tormenta asecha desde hace horas. Nada se compara a esta sensación de precaución ancestral que la hace protegerse de lluvias y borrascas, quizás porque presiente que morirá un día de tormenta.

A pesar del miedo, Lola espera a su amiga, que es una mezcla de hada madrina y bruja. Aprendieron a cuidarse una a la otra, porque la existencia no es fácil y desde el primer día se han amado.

Lola ha pasado años observándola correr de un lado al otro: los hijos, la comida caliente, las zapatillas blancas, cabellos ordenados, piojos. Hasta que llegaba la noche y todo terminaba para las dos, con aquel recorrido por la plaza a paso rápido, rozándose de tanto en tanto. ¡Juntas, piel a piel, paso a paso!

La vida ha transcurrido desde aquellas noches de ronda y hoy, en medio de este soplo lleno de historias, se devela el misterio que las ha unido desde siempre.

Su amiga ha soltado las riendas de los críos, igual que ella hace tiempo. El misterio es el amor infinito que las une.

Esta noche, su amiga ha dejado el teléfono, el ordenador, el auto, el reloj y la ropa de oficina. Corre dichosa, con trote firme, hacia la luz que irradia la luna llena entre las nubes del cielo tormentoso. Con ojos rasgados de celeste infinito, Lola presta atención a la sonrisa transformada en mueca de libertad infinita que lleva prendida en el alma su amiga, que aúlla con gritos de loba salvaje en cada trote y en cada vuelta. Lola la observa sin perderle el rastro –para custodiar su cambio– y se recuesta contra el tronco del árbol de la plaza, que protege su peluda espalda de perra siberiana.

La tormenta ha seguido de largo…

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