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Una noche de abril

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Esta es una de tantas noches en mi vida, de más está decirles que será la última.

La contemplo en silencio, sus movimientos se han vuelto partes de mi rutina. Espero a cada uno de ellos con ansiedad y expectativa. Cada noche, llega a la habitación y busca el interruptor que está entre el marco de la puerta y la biblioteca, embutido en la pared. Le molesta la luz que cuelga del techo, lo sé. Una vez que el espacio es visible, enciende la lámpara que está sobre el viejo escritorio, acomoda los papeles y objetos que acumula a diario mientras observa sus manos una y otra vez.

Me pregunto si el barniz con el que pinta sus uñas se le habrá vuelto a correr, porque nunca espera a que se seque completamente cuando decide arreglarlas. El líquido cremoso se transforma en una masa brillante que la fastidia porque se corre y muy rara vez la pintura queda pareja. ¡Me encantaría interpretar sus pensamientos cuando emplea tiempo indefinido en la observación de cada dedo!

Mi instinto me dice que esta noche es especial, y vaya si lo es. No quiero preocuparme ni lidiar con quejas que solamente me traen cambios de humor. La verdad es que, hasta ahora, he podido moverme a voluntad.

Esta mujer siempre está tan concentrada en sus dedos, en sus escritos y en las luces que no me tiene en cuenta, no es novedad en lo absoluto.

¡Un momento!

Sus manos recorren el teclado con ese sonido característico que me tiene embrujada. ¡Ahora sí ha comenzado mi velada!

Esta noche no ha cruzado las piernas sobre el sillón de cuero, como es su costumbre. Lleva el cabello suelto, atrevidamente revuelto, debo decir que no le queda nada mal.

La lámpara del escritorio se entrega a los golpeteos de sus dedos sobre el pobre teclado. Espero que sea el final de ciclo luminoso de la lamparita que tanto me perturba. No puedo leer lo que escribe porque las intermitencias de su luz son insoportables. Ella parece no percibir el temblor radiante que reina en la habitación y sigue con el acompasado movimiento de parir letras sobre la pantalla. El embrujo corre por todo mi cuerpo de tal manera que logra borrar todos mis lamentos en contra de la lámpara, los dedos, el barniz, las uñas y la luz mortecina.

¡Ah, la pequeña luz ha decidido dejar de parpadear!

Esta es la oportunidad perfecta para acortar distancia y leer de qué trata el escrito de esta noche.

¡Necesito saber cómo continúa la historia! Es ahora o nunca.

La luz es constante por primera vez en mucho tiempo. Soy muy afortunada porque la naturaleza me ha dotado de movimientos silenciosos y ella no escucha cuando me traslado de un rincón a otro.

Puedo distinguir, con esfuerzo, el inicio de las oraciones que escribe, no así los finales que, generalmente, intuyo.

Habrán notado que tengo algunos problemas con la visión; nadie es perfecto y he pasado casi toda mi vida rezongando por mi disminución visual, pero hoy me doy cuenta de que no ha sido tan terrible ver un poco menos que otros.

Se recuesta sobre el respaldo de cuero oscuro, piensa, se mira las manos, cruza los dedos y resuelve si va a limar el índice o el mayor con la pequeña lima de vidrio que le trajeron de Viena.

¡Este es el momento justo para leer lo que escribe!

Para que se entienda mi relato, quiero contarles que lo que escribe mi observada señora, es una historia de amor que –como toda historia romántica– está llena de encuentros, desencuentros y dos quejosos que no paran de discutir.

Resumo lo que ha pasado hasta ahora:

La pareja lucha por emerger de costumbres familiares que arrastran en la biografía natural desde hace siglos. Pertenecen a distintos clanes o etnias. El amor los une desde que se conocieron. El modernismo, y lo atrevido de la personalidad de la mujer, los hace huir del pueblo en donde viven sus familias y amigos para poder estar juntos. En algún lugar distante, apartados lo más que puedan de tantas viejas tradiciones.

Les digo que hace tiempo que escribe sobre esta trama, que gira entre amores, peleas, enfermedad y reencuentro. Esta noche algo diferente brota de su creación y por ninguna razón voy a perderme un capítulo de la historia.

Los amantes están juntos en un entorno de montañas; él ha decidido rebelarse, por fin, a los mandatos familiares y ella se entrega al amor sin condiciones…

Veo algunos párrafos borrosos, pero la historia me cautiva de tal manera que adivino las palabras que no alcanzo a leer. La pequeña luz no parpadea, podré seguir el golpeteo del teclado hasta el fin de este capítulo.

¡Estoy feliz!

Es de día en la narración. Tiempos de lluvia, la protagonista grita…

El eco de sus lamentos choca con las paredes del cuarto de hospital, está rodeada de médicos y asistentes; él se ha desmayado, pero nadie puede atenderlo porque la mujer se retuerce en la cama. Ella es la prioridad de los que la asisten, médicos y enfermeras con barbijos y guantes.

¡Ah, mis ojos…! ¡Qué difícil me resulta enfocar! Me acerco un poco más, tanta incertidumbre provoca en mí un nerviosismo incontenible. Ahora sí, solo me queda orientar la visión y esperar a que se disipe la niebla de mi vista para poder continuar la lectura.

Los médicos gritan: «Ya viene, tengo su cabecita entre mis manos». La mujer, en la camilla de parto, jadea su último esfuerzo perfeccionado por el nacimiento de una hermosa niña de cabellos pegados a su cráneo. La pequeñita grita y se contorsiona sin poder adaptarse al nuevo ambiente sin líquido amniótico ni cordón que resuelva sus apetencias…

¡Otra vez la lámpara parpadea! No lo puedo creer. ¿Cuándo piensa cambiar la lamparita del maldito cacharro luminoso?

¡No es la lámpara esta vez!

¡Es mi tela que cede, me acerqué demasiado sin calcular el peso que he ganado en estos tiempos! ¡Se está deshilachando la trama del tejido, el hilo que sujeta mi cuerpo se deshace!

¡Caigo a la velocidad del rayo!

¡Ella grita!

¡El sillón de cuero gira sobre sí mismo!

La luz se apaga para siempre cuando un objeto desconocido y pesado cae sobre mí y termina con la vida de araña que me tocó en suerte…

¡Qué pena… ser una araña y morir el mismo día de abril en que nació la beba de la historia!

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