Читать книгу Historias Hilvanadas - Silvana Petrinovic - Страница 14

La hendidura, mi niña, el bicho y yo

Оглавление

Llueve, un insecto desafina su canto. Bendición que limpia, humedad que nutre mi profundo ser de marioneta.

El pobre bicho pretende hacer un ostinato que enriquezca el concierto de gotas; ojalá logre acompañar a la lluvia y componer una copla que no suene a quejas.

Me pregunto si los bichos tienen nombre. No logro entender por qué el alboroto. Tal vez, cuando consiga lo que quiere deje de quejarse, apague el motor que lo mantiene y me permita bucear en mis adentros…

La ventana a medio abrir nos separa a él y a mí, por suerte.

¡Sé que escucha el sonido del teclado que acompaña mi viaje en estos tiempos! Tal vez, para él sea tan monótono el golpe de mis dedos como para mí su compañía.

Así, sin propuesta previa, se ha creado este tintineo, mezcla torpe de felicidad y angustia, que moverá el mecanismo que germina en esta tarde sin montañas ni río…

A pesar de todo, busco sin treguas la paz que tanto ansío. Pero allí, detrás del canto desafinado, está ella, pequeña y aturdida…

Quiero rescatarla y ofrecerle el mundo, quiero abrazarla y deshacer sus miedos; pero el bicho tenaz, allá afuera, entre las plantas, se ocupa de mantener mis nervios en la cornisa. Mis ansias locas esperan que su grito de barítono en desgracia calle de una vez.

Anhelo desde hace tiempo conocer a la pequeña que, encarcelada detrás de la puerta que nos separa, me persigue con sus ojos de niña.

Hasta ahora, no he podido.

Ahí está. Saca su manito por una rendija, la sacude con los pocos movimientos que le deja la abertura alargada y estrecha. Sus ojos de nena me imploran que elimine la hendija y la libere pronto.

¡Hoy más que nunca, mi pequeña, el bicho y yo en infinita queja!

La lluvia se dispersa, el bicho calla al mandato de quien sabe qué patrón de pacotilla. Por la hendidura de la odiosa puerta, ella estira su manito para tocar la mía.

Decido estrechar, por fin, sus dedos regordetes. Empujar la gruesa y oscura lámina que nos separa con un valor germinado en tantos años sin ella; es en esta tarde, de bichos y de quejas, una de mis más dignas batallas.

Al apreciar la tibieza infantil de su sabiduría, mi alma se funde con su cuerpo pequeño. La puerta se rompe como un terrón de azúcar en el chocolate caliente.

El apretón nos mantiene para siempre juntas, libres y en paz.

La hendidura, por donde su carita buscaba mi abrazo, se queda en el tiempo de las fotos viejas; esas fotos viejas que, en un futuro desconocido, alguien destruirá.


Historias Hilvanadas

Подняться наверх