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Ojeras de rímel y carbón

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El camino henchido de curvas los empujaba. En aquellos días, transitaron el lento precipicio que conducía al amor. Sus historias más íntimas se fundían en cada vuelta del volante, mientras se observaban ciegos de ardor impaciente.

Las distancias entre un lugar y otro los obligaron a hacer una parada fuera del recorrido prefijado. La noche, conmovida por la luna, los invitaba a fusionar sus deseos de amarse. Un paraje fascinante del valle los albergó.

El auto se detuvo bajo un techo de coníferas. Envueltos en aromas veraniegos, caminaron juntos con rumbo al paraíso de la entrega. Los corazones palpitaron con la aceleración que nos da el calor de amar.

El amor no tiene límites, solo la mente perturba y clasifica.

El amor no juzga, ni tiene fecha de caducidad.

Un aire fresco invadió la espesura del abrazo y los arrastró dentro del espiral del deseo. Sucumbieron de placentero dolor en el núcleo de la tormenta perfecta, que solo el amor puede gestar.

Así, el alba los sorprendió ocupados en destilar piel, sudor, ensoñación y libertad para demostrarles la llegada implacable del nuevo día. Amanecer engrasado de sospechosa calma...

El coche los condujo por la ruta que habían dejado atrás. Los alejó del valle, de la luna y las coníferas. Las máquinas obedecen, las almas son libres.

Aquel espiral, que los llenó de magia, se disolvía entre los kilómetros de ruta. Quedó en el cosmos de los sueños juveniles, escondido en la memoria del pasado.

El amor se hizo canción, que suena en las voces de los que saben cantarla.

Lejos quedaron el maquillaje, la ropa interior elegida irrespetuosamente, las flores de jazmines en el pelo. Y en la lejanía que provoca el haber vivido, la vida misma las ha convertido en fabulosas e inolvidables “ojeras de rímel y carbón”.

N. del A.: Esta historia surge del análisis de la canción Catalina bahía, de Miguel Cantilo.

[] Cuando se hacen las dos de la mañana cuando se hacen las cuatro del amor sus pupilas se hamacan porcelana en ojeras de rímel y carbón […]

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