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Como cuidar con amor a tu niño interior

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El mejor medio para hacer buenos a los niños

es hacerlos felices.

—Oscar Wilde

El artículo que leí hablaba de que convertirnos en adultos no es solo acumular años y arrugas. Crecer es madurar, cosa que no es fácil y no siempre nos trae felicidad. Nuestro adulto se siente muchas veces frustrado, conflictuado, angustiado, así nos transformamos en criaturas taciturnas y tristes. Nuestro “niño interior” muchas veces no es comprendido. Al hablar de él, algunas personas se ríen y no entienden su significado. Es un error considerar la infancia como un periodo de “ciega inocencia”. Los niños son más sabios y libres de lo que pensamos los adultos.

El niño interior demanda aspectos que no siempre sabemos escuchar, como el de no darle tanta importancia a los problemas diarios, a sonreír y cambiar la cara de pocos amigos, a pasear en libertad.

El niño que llevamos dentro nos demanda dar y obtener “amor”. Te clama que no pierdas la ilusión por la vida, por las cosas simples y por ser feliz.

Los humanos que nos dedicamos a crear somos adultos que llevamos en los brazos al niño interior. Muchas veces la sociedad nos cataloga como locos o delirantes, pero que, al estar unidos a ese niño, nos es más fácil curar las heridas emocionales; de esta manera las emociones necesarias fluirán…

Después de haberlo entendido y de ejercitar mis hábitos dañinos, le escribí, con tinta del alma, a la mujer heroica que habita en mí.

A través de espacios de tiempos nacidos y muertos, veo la partida de la mujer que cría, protege, trabaja para traer el pan a casa y los ve dormir al caer la noche.

La mujer heroica de noches en vela, de sopas y dulces, de mimos y límites.

La que busca, indómita, la herramienta para tutelar la vida que crece, para que los vientos no la tuerzan o desgajen. La veo marcharse con la cabeza en alto, el paso seguro del guerrero, que sabe que ha defendido la muralla de las vidas que el destino le otorgó en custodia. La espalda erguida a pesar de las cicatrices, que duelen los días de lluvia, cuando llueve el alma… El cabello libre, errante en la brisa que levanta el sonido de su tarareo, de cantos de cuna guardados en los pentagramas de todos los tiempos.

La dejo partir…

Ella me devuelve, al verme tan mustia, una chiquilina de melena corta, vestida de niña como niña que es. Sus ojos curiosos desafían el ojo de la cámara que atesora el hueco de aquella ventana, que nació con la justeza de servir de nido, para que mi niña se estire y divague en la galería fresca y familiar que nos une a todas mientras transitamos la línea delgada de la vida corta.

Lejos quedó el artículo leído; cerca, mi niña rodeada por todos los niños que he atesorado con las alas de mi alma…

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