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Capítulo 8

La Primera Pesca

Lucas 5:1-11

Las Redes Vacías

Jesús se dirigió a multitudes sin la ayuda de un sistema de megafonía, sin embargo todos podían oir cada una de sus palabras. Él hizo uso del escenario y lo puso a su servicio. Por ejemplo, cuando la multitud lo rodeó en la playa del Lago de Galilea, Él vio un bote de pesca vacío que pertenecía a Simón Pedro y a quien Jesús le pidió que lo alejara un poco de la playa. Jesús se sentó, lo cual era una postura común entre los oradores públicos, y luego le enseñó a la multitud que estaba sentada y de pie en la playa y la ladera. Él usó el bote como su púlpito y el tranquilo nivel del lago como su caja de resonancia. La superficie del agua desviaba su voz y llegaba a toda su audiencia.

Cuando Jesús terminó su sesión de enseñanza y la multitud se dispersó, le habló a Pedro y a Andrés, quienes junto con sus compañeros pescadores estaban lavando y remendando sus redes. Jesús observó que los hombres habían desembarcado con las redes vacías después de haber estado en el agua toda la noche. A media mañana, Jesús les dijo a Pedro y a sus hombres que fueran a la parte profunda del lago y echaran sus redes para pescar. Esta instrucción viniendo de Jesús, quien había sido carpintero en Nazaret, era demasiado para Pedro, un pescador de Cafarnaúm. Simón Pedro sabía cuándo y cómo pescar, y la mitad de la mañana no era el momento correcto. Ciertamente él no estaba listo para aceptar una orden de un carpintero convertido en maestro y pasar por un tonto.

Simón Pedro dijo que él y sus amigos pescadores habían estado trabajando duro toda la noche y no habían pescado nada. No obstante, él tenía un gran respeto por Jesús, quien le había dado el nombre de “Pedro” en un encuentro previo, cuando Juan el Bautista estaba predicando en el Río Jordán. Así que cambió de parecer y estuvo de acuerdo en salir de nuevo y echar las redes.

La Pesca Milagrosa

Tan pronto como Pedro y sus compañeros habían remado y alejado el bote de la orilla y arrojado las redes en lo profundo, ellos supieron que estaban teniendo una buena pesca. Así que empezaron a halar lentamente las redes y se sorprendieron con la cantidad de peces que habían atrapado. La cantidad de peces era tan grande que las redes empezaron a romperse y algunos peces escaparon. Necesitados de ayuda adicional, los hombres hicieron señales a Juan y Santiago, que también eran pescadores y estaban en la playa, para que vinieran a ayudar a recoger la pesca. Cuando ellos llegaron, la extraordinaria cantidad de peces llenó ambos botes hasta rebosar. De hecho, el peso del pescado era tal que los botes estuvieron a punto de hundirse.

Para los experimentados pescadores, una pesca así en mitad del día era increíble. Nunca habían visto algo como eso. Ellos se habían esforzado toda la noche y habían regresado a la orilla con las manos vacías, pero cuando Jesús les dijo que lanzaran sus redes al agua, su pesca fue fenomenal. Ellos pensaron en el valor comercial del pescado, el cual fue muy bien recibido. Esta pesca ayudaría a sus familias en el futuro próximo. Pero ahora había trabajo por hacer, pues tan pronto como los botes llegaran a la orilla, el pescado necesitaba ser empacado y enviado al mercado.

Simón Pedro estaba más que temeroso en la presencia de Jesús, a quien él reconocía como el Santo, en tanto que él se veía a sí mismo como un pecador. Jesús, el carpintero, había realizado un milagro que pasmó a este experimentado pescador. Pedro caía ahora a los pies de Jesús y le pedía al Señor que se apartara de él. En la presencia de alguien con un poder sobrenatural, él se consideraba pecador e indigno. Entre más cerca estaba de la santidad de Jesús, más veía su propia vergüenza por causa del pecado. Él comprendía ahora el predicamento de Isaías, quien vio al Señor en su trono y dijo: “Soy un hombre de labios impuros” (Isaías 6:5). En este caso, el enfoque estaba de lleno en la divinidad de Jesús y en la pecaminosidad de Pedro.

Sabiendo dónde podía migrar un banco de peces, tener una gran pesca no es un milagro del todo. Los pescadores han afirmado que a veces los bancos de peces en el Lago de Galilea están tan densamente poblados que la superficie del agua se agita por los innumerables peces que saltan. Eso produce la apariencia de una fuerte lluvia cayendo sobre el lago.

Pero cuando Jesús le ordenó a Simón Pedro que arrojara las redes al agua, lo hizo con el conocimiento divino, así que la manera natural de pescar se convirtió en un milagro. Al realizar esta maravilla, demostró que debido a su divinidad, Él controlaba los peces en el Lago de Galilea.

El Llamado del Maestro

Pedro, Andrés, Santiago y Juan estaban asombrados por la increíble pesca. Ellos habían conocido a Jesús antes, en el Río Jordán, cuando Juan el Bautista estaba bautizando. Después, ellos regresaron a Galilea a apoyar a sus familias como pescadores. Ahora Jesús los había sorprendido más allá de toda medida, al realizar un milagro en el contexto de su propio negocio.

Jesús se dirigió a Pedro y le dijo: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.” Con estas palabras él involucró no sólo a Pedro sino también a Andrés, Santiago y Juan, en una clase de estudiantes que recibirían diariamente la instrucción de Jesús. Eventualmente ellos se graduarían y seguirían adelante como sus apóstoles. El milagro que Jesús realizó era para revelar su divinidad a los discípulos y que ellos llegaran a ser plenamente competentes para su llamado. El suyo era un llamado santo que significaba ser devoto a su Señor, estar ansioso de dejar su oficio y de ausentarse de sus familias.

Jesús habló en el contexto de los pescadores. Él no dijo, “Yo los haré sembradores de la Palabra de Dios.” Y tampoco dijo, “los haré pastores de ovejas.” Los agricultores que siembran semilla pueden asumir con relativa certeza que ellos tendrán una cosecha en algún momento al final de la estación. Ellos no siempre pueden tener una cosecha abundante, pero rara vez enfrentan un completo fracaso en una cosecha. Y los pastores pueden estar seguros que los corderos nacerán en primavera. Aunque hay la posibilidad que ellos pierdan uno o dos corderos, confían que casi todos ellos vivirán y alcanzarán la madurez. Pero cuando los pescadores salen, no pueden predecir con algún grado de certeza si ellos regresarán con pescado. Por lo tanto, Jesús llamó a sus discípulos a ser pescadores de hombres, es decir, tendrían que confiar en Dios para realizar el milagro de una pesca.

El llamado de estos hombres a ser discípulos fue instantáneo y urgente. Pedro y sus socios desembarcaron en la playa, se despidieron de sus familias y siguieron a Jesús. Observe que estos hombres no sabían:

 ¿Dónde dormirían?

 ¿Qué comerían o beberían?

 ¿Dónde irían?

En obediencia al llamado de Jesús, ellos lo dejaron todo y lo siguieron. Ellos sabían que Jesús prestaría atención a sus amados cuidando de ellos.

Puntos para Reflexionar

 El propósito de este milagro era que Jesús atrapara, por así decirlo, los primeros discípulos en su red. Esto significaba que estos discípulos dejarían su oficio para convertirse en alumnos de tiempo completo de su maestro, Jesús. Ellos tendrían que confiar en que Él proveería para todas sus necesidades físicas y que también cuidaría de sus familias mientras ellos estuvieran lejos. Si Jesús les dio una abundancia de peces para satisfacer sus necesidades y las de sus familias, ellos podían confiar en que Él continuaría proveyéndoles cada día.

 Estos antiguos pescadores no se ocuparían más de atrapar peces vivos que pronto estarían muertos. En su lugar, ellos traerían las buenas noticias de salvación a la gente desprovista de una vida espiritual para que pudieran vivir y recibir el don de Dios de la vida eterna. A estos pescadores se les daría la tarea de proclamar la Palabra de Dios. Así como ellos presenciarían el fenomenal crecimiento de la iglesia, también verían el milagro de la gente muerta en el pecado volviéndose a Jesús y llegando a estar plenamente viva en Él.

 Cuando el Señor nos llama a hacer algo para Él, no deberíamos sólo mostrar obediencia, sino también fe y confianza en Él. Cuando Él llama, Él también suple nuestras necesidades físicas y espirituales. Él nunca nos falla. De manera similar, tampoco debemos fallarle.

Los Milagros de Jesús

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