Читать книгу Los Milagros de Jesús - Simon J. Kistemaker - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 2
Calmando la Tormenta
Mateo 8:23-27 • Marcos 4:35-41
Lucas 8:22-25
La Tempestad
Al final de un día ocupado enseñando a la multitud, Jesús estaba física y mentalmente exhausto. Él había sanado a muchos enfermos a lo largo de la orilla occidental del Lago de Galilea y había enseñado a multitudes de personas durante gran parte del día. En la noche, Jesús y sus discípulos abordaron un bote de pesca, el cual muy probablemente pertenecía a alguno de ellos, tal vez a Pedro. Jesús les dijo que se dirigieran a la otra orilla del lago, a un área que los judíos evitaban debido a su población predominantemente gentil. Mientras ellos cruzaban el lago, también había otros botes con ellos.
Jesús anhelaba un tiempo de descanso y relajación. Había encontrado un lugar en la parte trasera del bote y cayó dormido casi inmediatamente. Aun cuando Él había demostrado una asombrosa resistencia durante todo el día, ahora demostraba que su cuerpo físico necesitaba descanso. Mientras sus discípulos remaban y navegaban la nave, Él dormía.
Los discípulos —muchos de ellos eran pescadores— estaban plenamente familiarizados con la configuración del terreno a su alrededor, así como con las dimensiones y peligros de este cuerpo de agua. Para cruzar el lago de occidente a oriente, había que recorrer una distancia de trece kilómetros; y de veintiún kilómetros, si se recorría de norte a sur. Como una extensión del Río Jordán, el lago está localizado en un profundo canal rodeado por altas montañas excepto por un tramo en ambos extremos, tanto al norte como al sur. El lago se encuentra muy por debajo del nivel del mar, pero recibe su agua del deshielo del Monte Hermón, que se encuentra muy cerca, al norte de allí.
Durante los meses del ardiente verano, la temperatura en el lago puede subir a 37ºC en la sombra. Cuando el aire frío de la montaña desciende sobre el aire caliente que cubre el lago, surgen tormentas repentinas y convierten sus aguas generalmente calmadas en un remolino peligroso y violento. El intempestivo choque de las masas de aire se constituye en un peligro mortal para la gente que se encuentre en el lago cuando esto ocurre.
Las tormentosas olas de casi dos metros de altura aterrorizan aun al más experimentado pescador. Bien podemos imaginar que esto fue exactamente lo que sucedió aquella noche en el Lago de Galilea, cuando Jesús se quedó dormido en el bote. Una tormenta descendió de repente sobre ellos, pero Jesús estaba profundamente dormido con su cabeza recostada sobre un cojín de marinero. Él estaba muerto para el mundo, aun cuando una violenta tormenta estaba arrasando con todo a su alrededor. Ni el aullido del viento, ni las salpicantes olas, ni las sacudidas del bote tenían efecto alguno en Él. Nada parecía despertarlo.
No obstante, cuando lo llamaron, Él escuchó inmediatamente los gritos de sus discípulos. Ellos gritaban a su Señor y Maestro que los salvara de morir ahogados. Sus gritos lo alertaron acerca de que realmente sus vidas estaban en peligro. Ellos estaban por perecer y necesitaban ayuda inmediata. Tan pronto como los discípulos pidieron ayuda, Jesús se despertó inmediatamente. Él se levantó, reprendió al viento y le dijo al mar que se calmara. De repente, el viento y el mar se calmaron completamente. El agua parecía un cristal.
Después de ese incidente, Jesús se dirigió a sus discípulos y les preguntó por qué estaban temerosos. Como regla fundamental, ellos debían saber que en presencia de su Maestro, siempre estarían salvos y seguros. Aunque el viento y las olas desataron su furia contra todos los que estaban en el lago, con Jesús a bordo, ellos no tenían nada que temer. Aun así, esto requería tener fe en Jesús. Por eso, Jesús les hizo la pregunta directa: “¿Dónde está la fe de ustedes?” Jesús nunca ha reprendido a alguien por confiar demasiado en Él. Él siempre presta atención cuando sus seguidores lo buscan con la fe de un niño.
Los discípulos sintieron temor cuando vieron el poder de Jesús sobre los elementos de la naturaleza. Ellos presenciaron un milagro en medio de una situación aterradora, en la que Jesús estuvo completamente en control.
¿Por qué ellos no comprendían que con Jesús a bordo, ellos no naufragarían? Como agente de la creación, Él estaba completamente en control de los elementos de la naturaleza. ¿No sabían que toda la creación tenía que escuchar su voz? Si ellos sólo hubieran sabido que tenían a bordo al Creador del universo, no les hubiera preocupado su seguridad. Jesús no los estaba reprendiendo por tener miedo sino por su falta de fe. Por lo tanto, Él les enseñó esta lección: que en la presencia de su Maestro, ellos estarían siempre salvos y seguros.
La Soberanía de Jesús
Los discípulos se aterrorizaron cuando vieron la majestuosa soberanía de Jesús extenderse sobre el viento y las olas. Ellos preguntaron: “¿Quién es éste, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?” Ellos habían visto su capacidad para conquistar las fuerzas de la naturaleza, a las cuales consideraban como poderes de la oscuridad. Sus mentes los llevaron de regreso a Moisés, quien al extender su mano sobre el Mar Rojo separó las aguas para que los israelitas pudieran cruzar con seguridad al otro lado. De manera similar, en los días de Josué, las aguas del Río Jordán se detuvieron para que todo Israel cruzara por tierra seca.
Todo lo que ellos sabían era que nadie más que Dios podía controlar el viento y la tempestad. Ahora Jesús simplemente le hablaba a la tormenta y tanto el viento como el agua le obedecían. Es verdad que por su familiaridad con la naturaleza, ellos sabían que las tormentas en el Lago de Galilea podían levantarse y disiparse en cuestión de minutos. Sin embargo, en medio del aullido del viento y de las salpicantes olas, Jesús reprendió a las fuerzas de la naturaleza que inmediatamente se subordinaron a Él. Cuando ese milagro ocurrió, sus discípulos lo reconocieron como el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre.
Los discípulos vieron ahora un despliegue de la divinidad de Jesús en acción. Ya no era más el carpintero convertido en profeta ni el maestro que había venido de Nazaret. Ahora ellos entendían que Él era al mismo tiempo divino y humano, con poderes que controlaban la naturaleza a su alrededor. Ellos temieron y reconocieron a Jesús como Señor Soberano. Jesús cumplió las palabras del salmista que habló de gente que se hizo a la mar en barcos, de tempestades y olas, de marineros clamando al Señor y de Dios cambiando la tormenta en suave brisa (Salmo 107:23-30).
Puntos para Reflexionar
Si los discípulos hubieran sabido que Jesús era el agente de la creación y que tenía poder sobre las fuerzas de la naturaleza, lo habrían dejado dormir. Él necesitaba un descanso bien merecido. Ellos debían haber comprendido que Jesús nunca se expondría Él mismo ni a sus discípulos al peligro de ahogarse en el Lago de Galilea. Pero en lugar de confiar, les faltó fe y se llenaron de un miedo mortal.
¿Es el temor una reacción natural a las fuerzas externas? ¿El temor siempre demuestra falta de fe? ¿Deberían los cristianos sentir miedo alguna vez? La respuesta a estas preguntas es que de hecho, el miedo aparta la fe; por el contrario, la fe suprime el miedo. En los Evangelios, en Hechos y Apocalipsis, Jesús le dice repetidamente a su pueblo: “¡No tengan miedo!” Él le dio a sus seguidores esta promesa: “estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Cuando estemos en una situación que cause temor como una reacción natural, debemos recordar que el miedo debería llevarnos a Jesús en lugar de apartarnos de Él. Él siempre está cerca de nosotros y nos dice palabras de ánimo. Jesús nos hace libres del miedo.
Por otro lado, la Escritura nos enseña a temer a Dios y a amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente. Expresamos un temor piadoso cuando vivimos en armonía con su Palabra y sus preceptos. El temor en el sentido de reverencia a Dios es una de las más grandes riquezas espirituales que podemos poseer en algún momento. Lo reverenciamos como Creador de todas las cosas; sabemos que Él está plenamente en control de cada situación, incluyendo las tempestades de cualquier índole que inquiete nuestras vidas.