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Consecuencias para la idea del tránsito a la sociedad del conocimiento

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¿Qué conclusiones podemos obtener para los países iberoamericanos si han de fortalecer sus culturas científicas, tecnológicas y científico-tecnológicas para aprovechar mejor los beneficios del conocimiento, pero al mismo tiempo han de vigilar y encauzar los efectos de la ciencia y la tecnología en la sociedad, en la cultura y en el ambiente? Esto también es fundamental si nuestros países han de transitar hacia la sociedad del conocimiento; cada uno íntegramente como país en su conjunto, y no sólo en beneficio de ciertas minorías privilegiadas.

Lo primero es llamar la atención de que sería un grave error creer que el tránsito a la sociedad del conocimiento dependerá simplemente de “aprender a usar” determinados artefactos producidos por sistemas tecnocientíficos de otros países (como las computadoras, las redes telemáticas o los organismos genéticamente modificados). Se trata de desarrollar la capacidad de generar mayor conocimiento (científico, tecnológico o tecnocientífico), pero no sólo eso. Tan importante como tener la capacidad de generar conocimiento es asegurar la existencia de las relaciones sociales y culturales adecuadas para su aprovechamiento.

Hasta aquí he hablado de la cultura científico-tecnológica que permitiría el desarrollo de prácticas tecnocientíficas en las que los problemas no necesariamente se definen ni las soluciones se evalúan con la participación de los afectados. Ahora insistiré en que el objetivo sería alcanzar la capacidad de generar y aprovechar los sistemas científicos, técnicos, tecnológicos y tecnocientíficos apropiados para resolver los problemas, tal y como los definan los diferentes grupos humanos. Esas definiciones variarán según la cultura de cada grupo. Esto significa que el objetivo a largo plazo de las políticas será construir auténticos sistemas de innovación, sensibles al contexto cultural.

La ciencia, la tecnología y la tecnociencia son hoy herramientas indispensables para el desarrollo económico, educativo y cultural de los pueblos, de cuyo fortalecimiento y aprovechamiento depende en gran medida el tránsito a la sociedad del conocimiento de nuestros países. Pero para lograr esa transición se requiere, sobre todo, desarrollar la capacidad de generar conocimiento y aprovecharlo en su beneficio por parte de los diferentes pueblos y grupos sociales. Para ello se deben fortalecer los canales de comunicación entre los sistemas científicos, tecnológicos y tecnocientíficos y el resto de la sociedad, así como impulsar la educación en ciencia y tecnología, y realizar cambios en las instituciones, en la legislación y en las políticas públicas. Aunque también es indispensable desarrollar la cultura científica, tecnológica y científico-tecnológica que permita la participación en los sistemas de innovación, en el sentido que he sugerido en este capítulo. ¿Qué significa eso y qué implica en el contexto de sociedades culturalmente diversas?

Ciertamente no significa que la gente entienda sólo el contenido de las teorías científicas, o que se entere de los hallazgos tecnocientíficos (que tal gen es responsable de la enfermedad x y que, por tanto, se diga que se ha avanzado en la posibilidad de crear un fármaco ad hoc para esa enfermedad), sino que es necesario desarrollar la cultura tecnológica incorporada a sistemas tecnológicos específicos –los cuales, después de una evaluación desde la perspectiva de la cultura tecnológica no incorporada, los aprueben quienes serán sus operarios, usuarios y afectados por dicha tecnología–, esto significa, de paso, que han de desarrollar las habilidades y poner en práctica las capacidades para generar y aprovechar tales tecnologías.

El problema nodal, al pensar en las políticas educativas, así como en las de ciencia y tecnología que necesitamos, es no soslayar la unidad de análisis fundamental: si se piensa en ciencia, no debe caerse en el error de creer que ésta se reduce al conocimiento científico; si se piensa en tecnología, tampoco ha de caerse en el error de creer que la tecnología se reduce a las técnicas y a los artefactos, olvidando a los agentes que diseñan, operan y evalúan a los sistemas tecnológicos, así como al resto de los agentes afectados en sus vidas y en su cultura, en sus diferentes prácticas por tales sistemas, y quienes, por tanto, también llevarán a cabo una evaluación y tienen todo el derecho para incidir en el desarrollo y aplicación de un sistema tecnológico específico, así como en la vigilancia y control de sus consecuencias. La unidad de análisis que contemplemos incluirá los sistemas tecnológicos y tecnocientíficos, con todo y su dimensión de cultura incorporada, también se considerará el punto de vista desde la cultura no incorporada.

Los sistemas técnicos, tecnológicos y tecnocientíficos afectan a la cultura impactando en las prácticas sociales específicas. Al estudiar los efectos culturales de la tecnología, se considerará a los agentes intencionales, las personas de carne y hueso que constituyen la médula de los sistemas tecnológicos y científicos, así como las prácticas sociales que se transforman a raíz de la operación de esos sistemas, es decir, debe analizarse la manera en que los agentes se ven inducidos (y a veces obligados) a hacer las cosas de otro modo, por ejemplo, a cambiar sus prácticas de cultivo. Por consiguiente, las políticas pertinentes tendrán como objetivo fomentar las transformaciones adecuadas en esas prácticas, con el acuerdo de los agentes que forman parte de éstas y no pensar en abstracto en el desarrollo del conocimiento o de la tecnología. Resumiremos lo anterior en la siguiente tesis: “El fortalecimiento de la ciencia y la tecnología por sí solo no es suficiente para el desarrollo social, es necesario articular estos sistemas con el resto de la sociedad, de manera que los diferentes grupos se apropien críticamente del conocimiento y lo utilicen en su beneficio por medio de sus diversas prácticas”.

El desafío para el fortalecimiento de una cultura tecnológica y de un adecuado tránsito a una sociedad del conocimiento es que la gente, en función de sus fines y sus valores, ejerza sus capacidades para generar, apropiarse y aprovechar el conocimiento, tanto de los saberes tradicionales, como de los científicos y tecnocientíficos, pero sobre todo que genere el conocimiento que mejor les sirva para alcanzar sus fines, manteniendo siempre la capacidad de decidir autónomamente cuáles son las prácticas que desean modificar y, en su caso, en qué sentido aceptan cambiarlas y cuáles no quieren alterar.

Ciencia, tecnología e innovación

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