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Las prioridades en educación, ciencia, tecnología e innovación.
Una perspectiva general del problema

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Gustavo Chapela Castañares*

Antes de empezar, haré una breve retrospectiva para explicar la importancia del tema que nos ocupa. Me permitiré, pues, parafrasear el nombre del evento que nos convoca. Creo que las prioridades de la agenda son en educación superior, ciencia, tecnología e innovación; en este sentido, diré por qué estos temas deben ser prioritarios en la agenda nacional.

Primero me gustaría justificar por qué la educación superior forma parte de esa misma agenda. La formación de recursos humanos de alta calificación es condición fundamental para garantizar el crecimiento científico del país, su capacidad para la investigación tecnológica y, por supuesto, para la innovación. La agenda de prioridades tiene que reconocer el papel estratégico de la educación superior en las tareas de desarrollo científico y tecnológico. Además, es necesario entender que las instituciones de educación superior y de investigación son una pieza clave de los procesos de vinculación y articulación, necesarios para alinear el desarrollo científico con la tecnología y la innovación.

De los cuatro temas, a mi modo de ver, la innovación adquiere mayor preponderancia en la circunstancia actual, aunque todos estos elementos forman un cuarteto indisoluble. Como quiera que sea, una cosa llevará necesariamente a la otra, de modo que la desviación será sólo pasajera. En el fondo, esta licencia que me tomo no tiene otro motivo que insistir en la relevancia de nuestro tema.

Me atrevería a afirmar que casi nadie disentiría en que una de las necesidades más imperiosas de nuestro país, si no la que más, es el crecimiento económico, sin el cual será imposible atender nuestros pendientes más agraviantes, lo mismo la pobreza que la desigualdad, la inseguridad que el atraso educativo, por sólo mencionar algunos. Todos vemos el crecimiento económico como algo deseable.

Ahora bien, en el estadio histórico actual, caracterizado por un mundo cada vez más interconectado en formas crecientemente complejas y dinámicas, crecer económicamente quiere decir, en esencia, competir con éxito. La riqueza de las naciones no se mide ya por la cantidad de recursos que poseen, sino por su capacidad de emplearlos para contar con ventajas en su competencia con otras naciones. Se trata de una feroz lucha global, apabullante por su vertiginosidad, pero cuyo dinamismo ofrece, a la vez, grandes oportunidades. El hecho de que las circunstancias cambien continua e incesantemente, deja la opción de utilizarlas en beneficio propio. China, India y las economías del Sudeste asiático muestran que, en un mundo menos estático que nunca, cabe la posibilidad de superar el rezago si se aprovechan las oportunidades en el tiempo y la forma precisos.

Estos mismos ejemplos muestran que el conocimiento se ha vuelto el factor principal que permite sacar ventaja de las oportunidades que ofrece el mundo de hoy. Como muestra el Informe de Desarrollo Humano de la ONU 2001, los países que mejor han sabido desarrollar la educación superior, la ciencia y la tecnología, en un marco de promoción de la innovación, son los que han logrado tasas sustantivas de crecimiento, los que tienen mejores perspectivas en su brega por el desarrollo y contra la pobreza. Hoy por hoy, la riqueza de las naciones descansa en su disposición para utilizar el conocimiento en la promoción de la competitividad y el crecimiento económico.

Cada vez más, las empresas fundamentan su productividad y competitividad en la capacidad de echar mano de nuevas tecnologías, las cuales permitan reducir costos en sus procesos, o bien introducir en el mercado productos novedosos y ventajosos. Esto se refleja en el incremento en las tasas de crecimiento de la inversión privada, en tareas de investigación y desarrollo, sobre todo en las llamadas economías emergentes, particularmente en India y China. Con las posibilidades de movilidad y comunicación que ofrece un mundo globalizado, las empresas buscan el lugar más propicio para establecerse, aquel donde mejor tengan acceso al desarrollo tecnológico; o bien, buscan las mejores condiciones para instalar sus centros de diseño e investigación aplicada.

En gran medida, la competencia económica entre naciones es una lucha por atraer esos flujos de inversión, los cuales les permitan aumentar su participación en la nueva división mundial del trabajo. Para eso hace falta una sociedad educada, capaz de llevar a cabo investigación científica de alto nivel y de aplicarla eficazmente. Ése es el imperativo de las llamadas sociedades del conocimiento, en una circunstancia en que el crecimiento económico de las naciones es cada vez más dependiente de su capacidad de desarrollo, asimilación y utilización de tecnologías novedosas.

Por supuesto que la educación superior, la investigación científica y el desarrollo tecnológico se vinculan estrechamente. Desde hace muchos siglos, el saber científico ha sido fuente permanente de nuevas tecnologías y, al mismo tiempo, los avances en las máquinas y los instrumentos han revolucionado la ciencia. Los portentosos adelantos de la ciencia moderna no habrían sido posibles sin las herramientas que la tecnología ha puesto a su disposición y, claro está, los bienes tecnológicos de hoy son el resultado de un saber científico acumulado y en constante progreso.

Desde siempre, la capacidad o incapacidad de las sociedades para dominar la tecnología y, por consiguiente, de cultivar la ciencia, ha sido en buena medida decisivo para su destino material. Lo que cambia históricamente es la dinámica de las relaciones entre educación superior, ciencia y tecnología, así como las formas estratégicas en que debe aprovechárseles para alcanzar la prosperidad económica. Es imposible comprender nuestra situación presente sin la referencia de las grandes transformaciones tecnológicas de la modernidad. Existen dos elementos centrales de estas transformaciones, cuya impronta define hasta hoy la forma que adoptan las relaciones entre educación superior, ciencia, tecnología y desarrollo económico.

En primer lugar, hay una diferencia fundamental con la primera revolución industrial del último tercio del siglo XVIII, cuyo desarrollo tecnológico más importante, la máquina de vapor, surgió de la inventiva de quienes trabajaban en la producción o manufactura. Hoy, el cambio tecnológico se funda en nuevos principios científicos. Por ejemplo, el desarrollo tecnológico se trasladó del proceso de producción al laboratorio, de modo que desde entonces la relación entre investigación científica y desarrollo tecnológico se ha vuelto cada vez más estrecha. El conocimiento científico y la formación de investigadores adquirió un peso mucho mayor.

En segundo lugar, el cambio tecnológico se restringía a un puñado de grandes centros industriales, contrariamente a como ocurre en nuestra época, cuando la difusión del cambio es más acelerada. La expansión de los usos de la electricidad ha ensanchado las capacidades de comunicación a un ritmo sin precedentes, haciendo posible la transmisión de información y datos en cantidades que superan los límites de la imaginación. Este hecho ha dado un cariz muy particular a las relaciones entre educación, ciencia, tecnología y economía. Lo característico no es sólo la centralidad del conocimiento, sino la velocidad con que se difunde a casi todos los sectores de la sociedad, no sólo a los dedicados a la investigación, sino también a los consumidores.

Los sistemas de información permiten transmitir con diligencia los adelantos científicos y tecnológicos entre las personas e instituciones encargadas de generar conocimiento. A su vez, esto desarrolla la capacidad de conocimiento y da pie al impulso de nuevas innovaciones tecnológicas, incrementando la importancia de la educación superior, pues sólo las sociedades educadas aprovechan todo el potencial de los procesos de comunicación.

Pero más importantes y novedosas son las recientes conexiones entre el saber científico y el mercado, en circuitos donde la información viaja con una rapidez inusitada. De manera muy esquemática, el proceso es como se indica a continuación: el desarrollo de la tecnología inicia con un descubrimiento científico, al que se le da una aplicación en la forma de un bien o proceso, que será producido y comercializado. Al entrar en contacto con el mercado, las capacidades de innovación tecnológica se potencian, pues todo desarrollo tecnológico que signifique una ventaja para un competidor, intentarán asimilarlo o superarlo sus rivales, que a su vez impulsarán un nuevo ciclo de investigación, innovación tecnológica y ventajas competitivas.

En las sociedades del conocimiento, ésa es la forma que adoptan las relaciones entre educación superior, ciencia, tecnología e innovación. Es una dinámica circular en la que el saber genera tecnologías novedosas que, aplicadas a procesos que generan nuevos conocimientos, dan lugar a más innovaciones. Para ser más preciso. En las naciones que han sacado provecho de esta dinámica global, este proceso adopta la forma de una espiral ascendente. La educación superior, la ciencia, la tecnología y la innovación incrementan la competitividad, la cual permite alcanzar niveles más elevados de crecimiento económico, lo que otorga la posibilidad de emplear más recursos para echar a andar de nuevo el ciclo, pero desde un nivel superior.

Ya sabemos cuál es el elemento central de este proceso. La innovación es el lazo que une a la educación superior, y a la investigación científica y tecnológica con el crecimiento económico. La educación, el saber científico y tecnológico son importantes porque tienen sentido por sí mismos. Pero para que se traduzcan en desarrollo económico y bienestar social, deben interconectarse en un proceso de innovación permanente. Desde la conclusión de la segunda guerra mundial, la capacidad de ordenar la ciencia y tecnología en un proceso continuo de innovación fue determinante para la potencia de los países. Las naciones que despuntaron económicamente lograron, en su base territorial, mantener una interacción estrecha, próxima entre sus sistemas de formación de recursos humanos, investigación científica, descubrimiento tecnológico y su aplicación.

A eso nos referimos cuando hablamos de un sistema de innovación; es el conjunto de mecanismos y estrategias institucionales que permiten integrar las distintas etapas del proceso de innovación: desde la formación de recursos humanos y la investigación, pasando por el desarrollo tecnológico, hasta llegar a la producción y comercialización de bienes tangibles e intangibles. Cuando se articulan mutuamente, los diversos actores y estrategias involucrados en cada etapa conforman un sistema de innovación. Sólo entonces la ciencia y la tecnología potencian su valor para convertirse en detonantes del crecimiento económico. Cuanto más fluida y estrechamente se articulen las distintas etapas del proceso de innovación, habrá más retroalimentación y las sociedades alcanzarán más rápido su transformación en economías del conocimiento.

A esto hemos denominado cadena de valor de conocimiento, con una vista de proceso. De tal modo que el primer eslabón de la cadena es la educación superior, en la que se forman los recursos humanos y se genera capacidad para realizar tareas de investigación básica y aplicada, así como para el desarrollo de nuevos productos y servicios. El segundo eslabón es la investigación científica, la cual genera conocimiento susceptible de ser transformado en tecnología que llegue al mercado. El tercer eslabón es la tecnología, que permite realizar la transformación del conocimiento en aplicaciones novedosas que generan patentes y propiedad intelectual, cuya potencialidad impacta los procesos productivos y lleva nuevos bienes al mercado.

El eslabón final se refiere a la tarea de ajustar la tecnología a las necesidades de la sociedad en un ambiente de competencia global. En este modelo esquemático es claro que la articulación y el enlace de las instituciones y agentes sociales, responsables de cada eslabón, es la clave que permite el funcionamiento del conjunto.

México sólo logrará un crecimiento sostenido, en la medida en que sea capaz de adaptarse e incorporarse a estas transformaciones globales para sacarles provecho. Dicho de otro modo, para mejorar su desempeño en la competencia global, en los años venideros, este país deberá transitar de ser una economía basada en la exportación a una economía del conocimiento. Evaluar las posibilidades de lograrlo implica, como hemos visto, analizar el funcionamiento de nuestro sistema de innovación.

Por ello un gran avance ha sido la articulación de las actividades de promoción de toda la cadena en la perspectiva de la actual Ley de Ciencia y Tecnología que reúne en el Conacyt las facultades a todo lo largo del ciclo de innovación. A este primer paso le seguirá un conjunto de políticas que fortalezcan el enlace o vinculación de todos los elementos, pues la situación está lejos de ser la adecuada.

Por principio de cuentas, se soslaya el nivel de desarticulación que caracteriza al sistema de innovación en México. Lamentablemente, nuestro país es buen ejemplo de que, en la circunstancia actual, la educación superior y el desarrollo de la ciencia y la tecnología no bastan para alcanzar la prosperidad, sino que es necesario apropiárselas y adaptarlas a las necesidades de su economía. Contamos con investigadores, universidades y centros de investigación de calidad internacional, merced a las políticas de largo plazo dirigidas al fortalecimiento de la educación superior. Sin embargo, en general, esas capacidades de investigación están desvinculadas de las necesidades de la industria, por lo que no contribuyen efectivamente al incremento de la competitividad. Es excepcional la rama de actividades económicas que logra aprovechar plenamente los adelantos científicos para innovar en su esfera de actividad.

De ningún modo es un problema de falta de capacidad de las instituciones o de las personas. De hecho, las empresas mexicanas son grandes consumidoras de tecnología, de la que depende su capacidad para competir con éxito en el mercado mexicano. El problema es, principalmente, la falta de mecanismos dinámicos y eficaces que permitan a las empresas, en particular a las pequeñas y medianas, encontrar en la investigación nacional soluciones adecuadas a sus problemas de innovación.

Ciertamente, en torno de las pequeñas y medianas empresas, se deben desarrollar estrategias que permitan adquirir y asimilar tecnología con mayor eficacia. Pero también es necesaria una estrategia de fomento que impulse la articulación de las pequeñas y medianas empresas, con la innovación que resulta de la investigación científica, para promover una planta productiva de alta densidad tecnológica, más competitiva. Esto es particularmente importante en relación con los clusters (conglomerados) de la industria de exportación, en especial la automotriz.

Es indispensable y urgente realizar mejoras radicales al sistema de innovación, de modo que sea posible, cuando menos, aprovechar plenamente los avances en nuestra capacidad de investigación científica para la innovación en nuestra industria. Eso ya sería un impulso importantísimo a la competitividad.

Ahora bien, la labor no es pequeña, pues el problema incluye una miríada de temas que aquí sólo puedo esbozar. Muchas de las deficiencias del sistema de innovación se deben a la heterogeneidad de la industria nacional. La estructura industrial se concentra excesivamente en empresas de mediana y baja intensidad tecnológica, poco dispuestas a invertir en innovación. Por su parte, las grandes empresas, cuya competitividad se basa en la innovación tecnológica constante, en general se hallan desvinculadas de los centros de investigación nacionales. En algunos casos, han preferido realizar sus inversiones en investigación fuera del país y establecer vínculos con universidades del extranjero. Esto explica, en buena medida, lo incipiente de la inversión privada interna en investigación y desarrollo tecnológico.

Como se observa, reformar el sistema de innovación requiere de acciones tan amplias como el diseño de políticas dirigidas a modificar la estructura industrial. Hace falta incrementar sustancialmente la proporción de empresas en sectores intensivos en tecnología. Pero será igualmente necesario acrecentar la capacidad del país de ofrecer a estas empresas la investigación científica e innovación tecnológica que satisfaga sus necesidades.

Es evidente que atender problemas como estos requiere de políticas de mayor alcance y profundidad que las que por lo común se concentran en el fomento de la investigación y el desarrollo tecnológico. Sin que esto signifique que no sea necesario incrementar el volumen de recursos (públicos y privados) destinados a la investigación científica y la educación superior. Hacen mucha, mucha falta.

Por ejemplo, una sociedad del conocimiento requiere que las políticas de financiamiento se dirijan sobre todo al crecimiento de la infraestructura para la investigación y fortalecimiento del sistema de educación superior. Igualmente conviene aumentar los niveles de inversión pública para fortalecer a los cuerpos académicos y las instituciones de educación e investigación ya existentes, además de crear otros nuevos. Entre mayores y de mejor calidad sean la infraestructura, las instituciones y los cuadros altamente calificados, mayor será el flujo de inversión privada hacia la investigación e innovación, porque sus rendimientos serán mayores. Todos estos factores son fundamentales para atraer a territorio nacional los centros de desarrollo de productos de las empresas transnacionales.

No obstante, los recursos siempre serán insuficientes si no se aplican de manera simultánea los mecanismos necesarios para incrementar sustancialmente su impacto positivo. Insisto, para lograrlo, el paso fundamental es la instauración de un sistema de innovación funcional. Por ejemplo, no basta con crear más infraestructura, centros de investigación y formar más recursos humanos si se mantienen excesivamente concentrados como hasta ahora. Convendrían más a las regiones instituciones capaces de realizar investigación científica del más alto nivel. Habría que poner al alcance del nivel local y sus problemas, recursos y capacidades similares a los de los grandes centros de investigación del país. Se trata de superar la insularidad en la que hasta ahora han trabajado las universidades y centros de investigación, para que los resultados del desarrollo científico sean más accesibles para las empresas. Esto no sólo incentiva la inversión privada en labores de investigación, también permite que la innovación tecnológica satisfaga las necesidades de competitividad de las empresas.

Ahora bien, para que todo esto sea posible, se inscribirá en un marco institucional cuyo diseño habrá que pensar detenidamente. Sería indispensable el establecimiento de mecanismos de cooperación que permitieran coordinar las labores de investigación científica con las necesidades productivas. También sería fundamental la puesta en marcha de estrategias de comunicación que difundieran los adelantos tecnológicos, por un lado, y, por el otro, que transmitieran a los centros de investigación las necesidades de innovación del mercado. La parte institucional es fundamental, pues en el fondo eso es un sistema de innovación: un modo de organizar los esfuerzos de los sectores relacionados con la producción y el desarrollo científico en torno de una meta común: la competitividad y el crecimiento económico.

Cito el caso de una política concreta, en la que se reúnen los rasgos de un sistema de innovación funcional que aquí he esbozado. Con el establecimiento de parques de ciencia y tecnología, enfocados en uno o dos temas prioritarios, pueden constituirse espacios de enlace entre la educación superior, el desarrollo científico-tecnológico y la generación de bienes y servicios. Estos parques se planearían como lugares de promoción de las empresas comprometidas con las actividades de investigación científica y tecnológica. Allí se les brindarían todos los recursos de apoyo necesarios para el desarrollo de productos. Esos servicios incluirían desde acceso a recursos humanos e infraestructura de investigación, hasta estudios de mercado, asesoría financiera, diseño de negocios, propiedad intelectual, evaluación de proyectos, etc. Estos parques serían, en suma, instrumentos al servicio de las empresas locales, con los recursos necesarios disponibles para la innovación tecnológica. Allí se enlazarían y retroalimentarían las necesidades del sector productivo con el conocimiento científico y tecnológico, lo que constituiría el principio rector de un sistema de innovación.

La instauración de un sistema de innovación eficaz implica, necesariamente, orientar el conocimiento científico hacia el mercado. He insistido en que la innovación tecnológica casi no incide en el crecimiento económico, a menos que se traduzca en bienes y procesos competitivos. Esto significa que los empresarios deben asumir un papel protagónico en la promoción de la investigación para la innovación tecnológica. Ellos son los indicados y capaces de orientar la investigación hacia las áreas que ofrecen ventajas competitivas a nivel internacional. Los empresarios han de asumir el riesgo de la inversión y dirigir el sentido de la innovación hacia los productos con mayores posibilidades de competir con éxito en el mercado. Ésa es la pieza clave del sistema de innovación, la cual debe ordenarse desde el punto de vista de las necesidades de las empresas.

Ahora bien, esto no tiene que obnubilar ni obstaculizar el papel activo del Estado, el cual consiste en propiciar las condiciones favorables para que los empresarios asuman decididamente esa labor. Ante la creciente complejidad de los mercados, la política estatal ha de ejecutar mecanismos que controlen, en la medida de lo posible, todos los riesgos. Para ello es necesario, entre otras cosas, el establecimiento de sistemas de información que permitan supervisar las innovaciones y definir las áreas donde los nuevos productos tengan mayor impacto. El Estado debe asumir la responsabilidad de responder con rapidez a los cambios súbitos en el mercado que se suscitan con la aparición de nuevos productos y el cambio en las necesidades o hábitos de los consumidores. Ha de evaluar los riesgos y la viabilidad de las innovaciones y, en su caso, impulsar las que tengan mayores probabilidades de éxito. Todo ello es esencial para organizar las distintas etapas del proceso de innovación con arreglo a criterios racionales, orientados o enfocados en que el conocimiento científico sea el motor del crecimiento económico.

Es inobjetable que el motivo central de toda la tarea de articulación de la educación superior, la ciencia, la tecnología y la innovación es promover el bienestar de la sociedad. En estos términos, las prioridades de nuestro sistema de innovación han de ser las mismas de la sociedad, por ejemplo, el combate de la pobreza y la inseguridad, el crecimiento del empleo y la protección del ambiente.

Las prioridades de la agenda debemos analizarlas a la luz de los campos de mayor dinamismo en el desarrollo científico, donde tenemos mayores oportunidades de alcanzar una efectiva competitividad. Algunos de estos campos son la biotecnología, los nuevos materiales, las ciencias de la información y la comunicación, entre otros.

Conviene delimitar las prioridades y campos en que debemos concentrar nuestros esfuerzos, en un ejercicio de planeación en el que la sociedad, el gobierno, los empresarios y la comunidad científica construyan un consenso que permita establecer verdaderas políticas de Estado que impulsen los proyectos en el mediano y largo plazos.

La reforma del sistema de innovación es un esfuerzo por demás amplio, que involucra a distintos (y en ocasiones divergentes) sectores sociales y niveles de gobierno. Por consiguiente, ha de ser, con toda claridad, una política de Estado, pues éste es el más capaz de expresar y orientar la diversidad de fuerzas sociales y culturales que componen a cualquier nación.

El ritmo vertiginoso e indiferente con que se transforma la economía mundial, acentúa la urgencia de que el país tome medidas cuanto antes para aprovechar los beneficios y oportunidades que ofrece el proceso de cambio. Cada titubeo es una oportunidad perdida, una ventaja desperdiciada que no sabemos si recuperaremos en el futuro. Estoy convencido de que volúmenes como el que contienen este escrito mío y muchos otros textos dan cuenta y testimonio de esa realidad. Me congratula enormemente que así sea. ■

Ciencia, tecnología e innovación

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