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ОглавлениеHIMNO VIII
Conservamos en este himno un canto triunfal, un epinicio de Cristo, «Padre coronado, glorioso» (vv. 10 y 28), deslumbrante imagen propia del Pantocratṓr (que ya en esta época se ve representado en pinturas y mosaicos), sin alusión alguna a la cruz (cf. ed. LACOMBRADE , pág. 92). Sinesio nos transmite en sus versos una nueva muestra del «descenso a los infiernos», de raigambre profana, con el claro antecedente del conocido texto apócrifo del Nuevo Testamento (cf. n. 6). Como en el caso del VI (sobre la Epifanía), el Himno VIII (con el tema de la Ascensión en su parte central, vv. 31-54) también parece destinado a un uso litúrgico.
Pertenece al período episcopal (410-413), pero es anterior al Himno VI.
Métrica: telesileo con y sin catalexis (cf. H. VI y VII).
A ti, amadísimo, glorioso, bienaventurado, progenie de la virgen de Sólimo 1 , te canto mi himno, a ti que arrojaste de los grandes jardines del Padre a aquella trampa insidiosa, [5] la infernal serpiente, que ofreció el fruto prohibido, alimento de un destino penoso, a la joven primigenia 2 .
A ti, coronado 3 , glorioso, a ti te canto mi himno, [10] Padre, hijo 4 de la virgen de Sólimo.
Descendiste hasta la tierra para habitar, con un cuerpo mortal, entre los efímeros 5 hombres, y descendiste al [15] fondo del Tártaro 6 , donde, por millares, las naciones de las almas se hallaban bajo el dominio de la muerte: se estremeció 7 ante ti entonces el viejo Hades, el de antiguo [20] origen, y el perro devorador de pueblos 8 , ⟨demonio⟩ 9 de poderosa fuerza, se retiró del umbral. Tras librar de [25] sus pesares a los coros santos de las almas, junto con los cortejos inmaculados elevas himnos al Padre.
A ti, coronado, glorioso, a ti te canto mi himno, [30] Padre, hijo de la virgen de Sólimo.
En el momento de tu ascensión 10 , soberano, temblaron las incontables naciones de los demonios del aire 11 ; quedó atónito el coro inmortal de los inmaculados astros [35] y el éter, radiante de gozo, sabio padre de la armonía, [40] templó la música de su lira de siete tonos 12 para el canto triunfal. Sonrió el Lucero de la mañana, mensajero del día, y el dorado Véspero, el astro de Citerea 13 . Con su cuerno luminoso lleno de un flujo de fuego los guiaba la [45] Luna, pastor de los dioses nocturnos. Su cabello de vasto resplandor 14 lo desplegó Titán 15 a tu inefable paso; reconoció al Hijo de Dios, intelecto de la mejor ciencia 16 , [50] principio de su propio fuego.
Tú, batiendo tus alas, de un salto atravesaste la bóveda [55] del cielo 17 , el azul firmamento, y te detuviste en las inmaculadas esferas intelectuales, donde está la fuente de los bienes y el cielo callado 18 . Allí no habita ni el Tiempo, [60] de profundo curso 19 , el de los pies infatigables, que arrastra a los nacidos de la tierra, ni las indignas calamidades [65] de la materia de profundo oleaje 20 , sino la propia Eternidad inmarcesible, la de antiguo origen, que es a la vez joven y vieja y custodia la sempiterna morada de los [70] dioses.