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PREFACIO
GENOCIDIOS HUBO SIEMPRE

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Una visión fatalista diría que genocidios hubo siempre. Es verdad, pero no autoriza a admitir que seguirá siendo así inexorablemente, por los siglos de los siglos. Las persecuciones masivas tienen diversos fundamentos, algunos de conveniencia para ocultar otros fines. No es menos importante el costado económico de los conflictos que desencadenan guerras por la disputa de los mercados, el control de las materias primas estratégicas, el espacio vital —como lo reivindicaban los nazis—, la hegemonía religiosa o política, la visión contra natura de la superioridad étnica.

Hubo genocidios ignorados, como el Holocausto Gitano, y genocidios silenciados, como el Holocausto Armenio. De algunos holocaustos, la Historia ignoró su dimensión. También la ignoraron los medios de comunicación. Y qué decir de los organismos multinacionales encargados de garantizar la paz mundial, en aquel tiempo la Sociedad de las Naciones. Tuvieron memoria liviana los testigos, a quienes posiblemente el terror de verse alcanzados por el terror los hizo mirar para otro lado.

Podrían formularse muchos interrogantes en torno a los genocidios. Por ejemplo: los vecinos de los campos de concentración, ¿qué pensaban cuando veían descender de los vagones de carga a centenares de judíos, gitanos, discapacitados, débiles mentales, homosexuales, cuyas familias eran inmediatamente desmembradas por los nazis? Luego ¿veían u olían los humos de las cámaras de gas? Ajenos a la tragedia que estaba viviéndose muro de por medio, ¿levantaban sus copas sin remordimientos en las Navidades? Los turcos que miraban pasar las caravanas de la muerte de los armenios, que veían a los hombres ahorcados a la vera de los caminos, a los niños incendiados como teas, a las mujeres regaladas a los harenes, ¿no sentían el deseo humanitario de tender una mano, de alcanzar un trozo de pan o un vaso de agua? Evidentemente, no. Es probable que no lo hiciesen porque los genocidas extendían un manto de terror a su alrededor capaz de paralizar cualquier reacción humanitaria.

Tomar posición ante semejante tragedia es un compromiso impostergable.

Los exterminios siguen repitiéndose. Para que no se repitan es necesario crear una conciencia colectiva de respeto por la vida del prójimo, su principal derecho. Las leyes de un país sobre los derechos humanos se promulgan para ser cumplidas; las convenciones internacionales no se agotan sólo cuando los Estados las ratifican por puro formalismo: ha de existir el compromiso real de cumplir a rajatabla sus términos.

En la Argentina se vivió un contrasentido jurídico cuando una de las convenciones de las Naciones Unidas sobre el genocidio fue ratificada por una junta militar de un gobierno de facto que, pese a la letra de la norma internacional que ratificó, igual persiguió a adversarios y abolió las libertades públicas.

Si no media decisión política de cumplirla, la formalidad de una ratificación internacional carece de valor, salvo cuando la propia norma establece los mecanismos para obligar a los Estados.

Tragedias como la documentada en el Nunca Más, que cerró un tiempo de terror en la Argentina, con 30.000 asesinados y desaparecidos, deben ser evitadas, proscriptas y sancionadas con todo el rigor de la Ley. Los gobiernos democráticos deben apelar al recurso internacional que abren las Convenciones de las Naciones Unidas. Los pueblos, sus representantes políticos y sociales de todo el mundo no deben dejar caer esas banderas.

El genocidio silenciado

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