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Los géneros discursivos como productos de las prácticas sociales
ОглавлениеEl lenguaje es una práctica social que se integra con otras prácticas sociales no verbales (por ejemplo, el trabajo, el estudio, el deporte, etc.). Se lo utiliza en diversos ámbitos y con funciones diversas. El lenguaje, que se emplea en las distintas esferas de la actividad humana, se presenta en forma de enunciados. El enunciado es el producto concreto de la enunciación, de la acción de enunciar (decir oralmente o por escrito algo).
Cada conjunto de enunciados que se producen a partir de una actividad determinada responde a un género discursivo, es decir, a un tipo relativamente estable de enunciados (Bajtín, 1982 [1979]). Todos los enunciados que responden a un mismo género discursivo tienen en común el estilo (vocabulario empleado, uso de figuras retóricas, ejemplos, aclaraciones de términos, uso o no de muchos adjetivos, oraciones sintácticamente simples o complejas, etc.), el tópico o tema y la estructura o composición (el modo en que están organizados, su “forma”). Esa regularidad es una de las causas por las cuales cualquiera de nosotros sabe diferenciar, en principio, un fallo judicial de un contrato de trabajo, una carta de una noticia, una monografía de una novela, etcétera.
Los hablantes conocen y utilizan diversos géneros discursivos porque, de hecho, participan en varias esferas de la actividad humana. Los aplican en situaciones de interacción verbal diferentes (por ejemplo, para comunicarse con sus familias emplean géneros discursivos coloquiales, como la conversación, la confesión o “la nota en la heladera”, apropiados para relaciones interpersonales íntimas; cuando se dirigen a sus jefes, emplean géneros discursivos más formales, como el balance, la memoria, el contrato, el pliego de licitación, etcétera).
Si nos resulta relativamente sencillo reconocer a alguien que no posee gran vocabulario o que se expresa gramaticalmente de manera confusa, no nos resulta tampoco demasiado problemático reconocer cuándo alguien usa un género discursivo inadecuado a sus circunstancias. Por ejemplo: a) un vecino, a quien simplemente le preguntamos en un ascensor cómo le va, nos responde con una confesión de sus acciones más privadas, y b) un alumno, que es convocado por el director del colegio por un acto de violencia, utiliza un género coloquial, extremadamente informal, que se corresponde más bien con el de una conversación entre pares en un club. Tales reconocimientos nunca son insignificantes: tienen consecuencias de variable trascendencia según las relaciones de poder establecidas por los diversos ámbitos de la actividad humana entre los interlocutores. Así, si un vecino suele respondernos a un (también usual de nuestra parte) “¿Qué tal?” con una confesión, lo saludaremos con un “Buen día” o lo evitaremos para no asumir el rol de confidentes; si un alumno, en aquel caso, en vez de formular un descargo, cuenta chistes, es probable que el director entienda que al acto de violencia por el que convoca al estudiante se suma el desafío a su autoridad y, en función de ello, lo sancione no con una suspensión sino con una expulsión. Estos ejemplos, didácticamente extremos, pueden confrontarse con otros para entender que las reglas que se imponen a través de los géneros discursivos son auténticamente tales e imponen deberes que, de no ser cumplidos por los hablantes, dan lugar a sanciones: una monografía cuyo “contenido” haya sido tomado de la bibliografía propuesta por el profesor pero sea expuesto con una sintaxis de apuntes de clase o con un vocabulario que no es el particular que corresponde a la disciplina en cuestión o sin reconocer, por medio de notas e indicaciones bibliográficas, que los responsables de esos contenidos son tales y tales autores, es sancionable con un aplazo.