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El enunciado, el enunciador y el enunciatario

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En el apartado anterior para llegar al concepto de género tuvimos que definir el de enunciado. Se señaló que el enunciado es un producto concreto de la acción de enunciar. Ahora bien, si se trata de un producto, deben existir instancias que participan en su producción y su recepción o consumo.

En cualquier intercambio discursivo participan emisores y receptores concretos, reales, con sus experiencias singulares. Identificarlos resulta elemental a la hora de interrogar un texto e investigar sobre –por ejemplo– biografías o itinerarios. De hecho, las ciencias de la comunicación –un campo que comprende teorías y aproximaciones disciplinarias con la sociología y la antropología, entre otras– han desarrollado una larga tradición en torno a los estudios sobre la emisión (el poder de la concentración de los medios, por caso) y sobre la recepción (los efectos sobre la audiencia o los usos y gratificaciones de los televidentes al consumir determinados programas).

Sin embargo, en el campo de la semiología y particularmente en la lingüística de la enunciación, tales sujetos poco interesan o los datos que podamos obtener de ellos figuran a título de información complementaria. Son las representaciones de tales sujetos en los enunciados, en cambio, las que efectivamente constituyen un objeto de estudio y una prioridad en el análisis. Considérese este ejemplo: una mujer escribe un volante de una determinada agrupación. Esa misma persona –con toda su biografía a cuestas– ha escrito antes un e-mail para su novio a quien extrañaba. Poco después pudo responder telefónicamente un llamado de su madre que le recordaba el cumpleaños de su sobrino. Por la noche habló con él. En todos los casos, el sujeto empírico es el mismo; sin embargo, en cada caso, ha debido ubicarse en lugares distintos. En otras palabras, ha debido producir –además de enunciados diferentes– un sujeto de enunciación diferente: como militante o como un colectivo, como novia, como hija, como tía. Estos enunciadores diferentes pueden advertirse en sus enunciados respectivos: desde el empleo de los pronombres personales (nosotros, yo) hasta la selección léxica y la combinación sintáctica (movilización, te extraño).

El enunciador, entonces, no coincide con la figura del emisor. Implica una figura que se representa y se reconoce en el enunciado. Esta distinción resulta clave a la hora de producir un género. Una de las consideraciones que realiza un escritor (o hablante) competente pasa, precisamente, por determinar al enunciador que responda a las exigencias genéricas. No es el mismo enunciador –aunque pueda ser la misma persona– quien responde las consignas de un parcial que quien responde en una conversación íntima con un amigo.

Pero, además, el enunciador no sólo se ubica en relación con el género elegido. En un mismo género, tal enunciador realiza otro tipo de ubicaciones. Retomando el ejemplo del volante, el enunciador construido y representado ha debido situarse frente a un conjunto de temas y problemas de un modo determinado y no de otro (“estamos en contra de cualquier tipo de concertación”). Estas otras ubicaciones (ideológicas, en un sentido amplio del término) también son representadas en los enunciados.

Un lector competente desarrolla estrategias de lectura que apuntan a reconocer precisamente estas marcas o huellas del enunciador. Un escritor competente, por su parte, sabe gobernarlas, tanto para evitar que se produzcan confusiones en relación con el enunciador construido (si quiere identificarse) como para provocarlas (si quiere enmascararse).

Por su parte, y correlativamente, el enunciatario no coincide con la figura del receptor. El e-mail –para retomar el otro caso– pudo haber sido enviado a su novio pero leído por su madre (la del novio). Ella es su receptora real, pero no el enunciatario prefigurado.

El enunciatario, entonces, es otra representación y construcción que se reconoce en un enunciado. Es a quien se apela (“querido X”), a quien también se ubica en un lugar (en este caso, como novio) a través de referencias directas o a partir del propio estilo. Piénsese, por caso, que la mujer hubiera encabezado su e-mail con un lacónico: “Estimado cliente”. Tal apelativo podría disparar curiosas reflexiones en su ¿novio?, pero –discusiones al margen– implicaría una representación distinta del enunciatario.

También en este caso, los escritores toman en consideración la figura del enunciatario. Se lo representan antes de escribir (imaginan su audiencia, el modo en que la interpelarán) y en el propio proceso de escritura terminan de construirlo. Los lectores, por su parte, pueden sumar a su lectura el reconocimiento del enunciatario que el texto ha prefigurado (un adulto que lee un cuento para chicos, alguien que lee una novela del siglo XIX cuyos enunciatarios, por obvias razones, han desparecido).

Hasta aquí se ha hablado de enunciador y enunciatario en singular. La cuestión –como suele decirse– es más compleja.

Un enunciador puede representarse como un sujeto singular (discursivo, no real) o como un colectivo (igualmente discursivo). Asimismo, tal enunciador (singular o colectivo) establece relaciones con otros enunciadores: a quienes cita o alude más o menos directamente, con los que acuerda, frente a quienes polemiza. En otras palabras, el enunciador incorpora otros enunciadores, otras voces, a su discurso de modo que le da a su enunciado un carácter dialógico, polifónico.

En ese sentido, ante la pregunta sobre quién “habla” en determinado enunciado, sobre quién es el sujeto de enunciación, la respuesta debe habitualmente consignar que se trata de un coro que incluye la tradición del género (al elegir un género resuena toda la historia de sus productos, de sus enunciadores y de sus enunciatarios), enunciadores previos (los que antes produjeron enunciados y a quienes ahora confirmo, refuto, completo, reitero), enunciadores futuros (en la medida en que todo enunciado también anticipa sus posibles respuestas: “Ya sé lo que me vas a decir cuando leas este e-mail”), etcétera.

El enunciatario puede también ser plural. El volante –como todos los géneros del discurso político, pero no sólo ellos– construye enunciatarios opositores (a quienes se enfrenta), afines (a quienes se intenta fortalecer en sus posiciones) e indecisos (a quienes se intenta persuadir).

Para cerrar, es importante destacar que la “declinación” del término –enunciado, enunciación, enunciador y enunciatario– supone algo más que una familia de palabras. Se trata de “fenómenos” que se manifiestan discursivamente y es allí donde se los reconoce, se los puede analizar.

Manual de lectura y escritura universitarias

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