Читать книгу La canción del lobo - T. J. Klune - Страница 15
CHICO GUAPO /
A LA MIERDA
Оглавлениеi madre conoció a los Bennett a mediados de verano, en una de las cenas de los domingos.
Estaba nerviosa, como lo había estado yo. Se pasaba las manos por el vestido para quitarle las arrugas y no paraba de tocarse el pelo.
—Parecen tan elegantes —dijo, y me reí porque lo eran y, a la vez, no lo eran.
Mi madre sonrió con ansiedad cuando Elizabeth la abrazó. Al poco tiempo ya estaban tomando vino y riéndose juntas.
Thomas trabajaba desde casa. Nunca supe exactamente a qué se dedicaba, pero siempre estaba en la oficina, llamando a personas de Japón o Australia a altas horas de la noche; y de Nueva York y Chicago a primera hora de la mañana.
—Finanzas. —Había dicho Carter mientras se encogía de hombros—. Dinero y esas cosas, la verdad es que es muy aburrido. No te puedes morir en este nivel, Ox. ¡Es muy fácil!
Elizabeth pintaba. Ese verano dijo que estaba en una fase ecológica, así que todo era verde. Ponía un disco en el viejo Crosley y decía cosas como «Today, today, today» y «Sometimes, I wonder» antes de empezar a trabajar. Siempre era un caos bajo control y, de vez en cuando, tenía pintura en las cejas y una sonrisa en los labios.
—Parece que es buena —empezó a contarme Kelly—. Tiene cosas expuestas en museos. No le digas que he dicho esto, pero creo que todas son iguales. Quiero decir, yo también puedo salpicar un lienzo con pintura. ¿Dónde está mi fama y mi dinero?
Avancé por el camino de tierra después del trabajo, donde ya me esperaba Joe.
—¡Ey, Ox! —dijo, y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
Había días en que no me dejaban visitarlos. Dos, tres o cuatro días seguidos. «Queremos estar solo la familia, Ox» decía Elizabeth o «Esta noche los chicos se quedan dentro, Ox». Thomas decía «Vuelve el martes, ¿de acuerdo?».
Lo entendía porque no formaba parte de su familia. No sabía a qué se referían, pero me obligué a no sentirme herido, no lo necesitaba. Ya tenía bastante dolor como para ir sumando cosas. No lo decían a malas o, al menos, eso creía. Unos días después, me encontraría a Joe esperándome en el camino de tierra, me abrazaría y me diría «te he echado de menos», lo seguiría hasta casa y Elizabeth diría «Aquí está nuestro Ox» y Thomas «¿Estás bien?», luego seguiríamos como si nada hubiera pasado.
Esas noches, me tumbaba en la cama, perdido en mis pensamientos, mientras oía sonidos lejanos que parecían aullidos de lobos. La luna estaba llena e iluminaba la habitación como si fuera la luz del sol.
Jamás vinieron a casa. Tampoco se lo pedí, ni ellos a mí. De hecho, nunca pensé en hacerlo.
—¿Hoy te vas temprano? —me preguntó Gordo un día muy húmedo de finales de agosto.
—Sí, debo hacer la matrícula del instituto —respondí tras apartar la vista del alternador que estaba reparando.
Había traído otra muda de ropa para no ir apestando a metal y aceite.
—¿Tu madre trabaja?
—Sí.
—¿Quieres que te acompañe?
—Yo me encargo —negué con la cabeza.
—El penúltimo año de instituto es duro.
—Cierra la boca, Gordo. —Puse los ojos en blanco.
—¿Te va a acompañar ese chico tan guapo, papi? —gritó Rico desde el otro lado del taller.
Aunque solo fuera una broma, me puse rojo como un tomate.
—¿Qué chico guapo? —Gordo entrecerró los ojos.
—Nuestro grandullón sale con un bombón —dijo Rico—. Tanner los vio hace un par de noches.
—Se llama Carter —gemí.
—Carter —dijo Tanner en un suspiro.
—¿Carter? ¿Quién es? —preguntó Gordo—. Quiero conocerlo. Tráelo a mi oficina, así puedo hacer que se cague de miedo. Maldición, Ox. Prométeme que estáis usando los jodidos condones.
—Sí. Asegúrate de que sean los de joder y no los normales —dijo Chris—. Son mejores, ya sabes.
—¡Bazinga! —gritó Rico.
—Os odio a todos —murmuré.
—Mientes. Nos adoras. Traemos dicha y felicidad a tu vida —replicó Tanner.
—¿Pero te acuestas con él? —dijo Gordo con el entrecejo fruncido.
—Dios mío, Gordo, ¡no! Solo fuimos a comprar pizza para comérnosla con sus hermanos pequeños. Somos amigos, se acaban de mudar. No me interesa de esa manera. —Aunque podía llegar a pasar, al fin y al cabo, tenía ojos.
—¿Cómo os conocisteis?
Cotilla.
—Se han mudado a esa vieja casa junto a la nuestra. O volvieron... Aún no estoy seguro. Son los Bennett, ¿habías oído hablar de ellos?
Después sucedió algo curioso: lo había visto enfadarse, lo había visto reír tanto que se había meado encima, lo había visto molesto y triste, pero nunca lo había visto asustado.
Gordo no se asustaba. Ni una sola vez desde que lo conocí cuando mi padre me llevó al taller y él me dijo «Ey, muchacho, me han hablado mucho sobre ti, ¿te apetece algo de la máquina?». Si alguien me hubiese preguntado, hubiera dicho que Gordo no le tenía miedo a nada, aunque sonase ridículo.
Pero ahora estaba aterrado: tenía los ojos como platos y el rostro pálido. Fueron solo diez segundos, quizá quince o veinte, y después se desvaneció como si nunca hubiera estado ahí.
Pero lo había visto.
—Gordo...
Gordo dio media vuelta y entró a su oficina, cerrando la puerta con fuerza.
—¿Qué coño le pasa? —preguntó Rico de forma sucinta.
—Mojigato celoso —murmuró Tanner.
—Cierra la boca, Tanner —le advirtió Chris mientras me echaba un vistazo.
Me quedé observando la puerta cerrada.
—Lo siento, por lo que sea que haya hecho —dije más tarde.
—No me he enfadado contigo, muchacho. —Gordo suspiró—. Necesito... ¿No podrías buscarte otros amigos? ¿No somos suficiente para ti? —Parecía abatido.
—No es lo mismo.
—Debes tener cuidado.
—¿Por qué?
—Olvídalo, Ox. Tan solo cuídate.
—He recibido una llamada muy extraña de Gordo —dijo mi madre una noche.
—¿Qué?
—Quiere que te aleje de la casa de al lado.
—¿Qué?
—Dijo que nos traerían problemas. —Parecía confundida.
—Mamá...
—Le he dicho que yo me encargaría.
—Algo le hizo cagarse de miedo —respondí.
—Esa boca. No estás en el taller. —Frunció el ceño.
—¿Qué coño pasa contigo? —Irrumpí en la oficina de Gordo.
—Algún día me lo agradecerás —dijo sin apartar la vista del ordenador. Como si no tuviera tiempo para mis quejas.
—Lástima que a mi madre no le importe una mierda lo que piensas. Ha dicho que soy lo bastante mayor como para tomar mis propias decisiones.
Eso captó su atención: le molestó.
Salí hecho una furia.
Se ofreció a llevarme a casa en su coche todos los días al salir del trabajo.
Me reí y le dije que se fuera al infierno.
—¡Ox! ¡Mira cuántas patatas fritas me caben en la boca! —exclamó Joe, y después procedió a ponerse al menos treinta entre los dientes mientras gruñía.
—Asqueroso. Por esto no sales en público —se quejó Carter.
—Solo quieres impresionar a la camarera. —Kelly se rio en voz alta.
—Es sexy. ¿Va a nuestro instituto, Ox?
—Eso creo. A último curso.
—Seguro que este año le doy duro.
—Ah, los placeres del amor joven —suspiró Mark—. Joe, no te pongas las patatas fritas dentro de la nariz.
—¿Darle duro? ¿En serio? Tío, eres asqueroso —dijo Kelly con incredulidad.
—Lo siento si te he ofendido, nenaza. Quería decir que le voy a hacer el amor.
—Por favor, no le digas nada a Thomas ni a Elizabeth —me suplicó Mark—. Soy un buen tío, lo juro.
—¡Ox, fíjate en esto, Ox! Soy una morsa de patatas fritas. ¡Mira, mira...!
Todos se quedaron inmóviles al mismo tiempo. Mark tensó los puños sobre la mesa y, antes de que pudiera decir nada más, ya se había puesto en pie y salido por la puerta.
—Quedaos aquí —gruñó.
—¿Qué demonios...? —pregunté.
Kelly intentó ir tras él, pero su hermano se lo impidió.
—¡Déjame ir, Carter!
—¡No! Nos quedamos aquí. Ox y Joe. Ya sabes como funciona.
Kelly asintió con la cabeza y se quedó al lado de la mesa, cruzado de brazos como si hiciera guardia por si alguien se acercaba.
Miré a través de la ventana del restaurante. Mark estaba al otro lado de la calle con Gordo. No parecían contentos de haberse encontrado.
—Hijo de puta —murmuré e intenté levantarme del asiento.
—No, Ox, no puedes... —me ordenó Kelly mientras me cogía del brazo, pero dejé escapar un gruñido feroz que hizo que abriera mucho los ojos y diera un paso hacia atrás.
—Joe, tú te quedas aquí. —Solté por encima del hombro.
Joe entrecerró los ojos y abrió la boca para replicar, pero le interrumpí al decirle a Kelly que cuidara de él. Carter ya estaba de pie y me siguió fuera sin decir ni mu.
Mientras nos acercábamos, solo fui capaz de captar fragmentos y partes de la conversación. No sabía el contexto, así que no existía ninguna forma de poder entender qué decían. Vi la mirada cargada de furia de Gordo y la mandíbula tensa de Mark.
—Gordo, no es lo mismo...
—Te marchaste. Mantuve el pueblo a salvo y, maldición, te marchaste...
—Nos vimos obligados a hacerlo, no podíamos...
—Voy a ponerle más guardas alrededor y fortaleceré las que tiene en casa. Nunca podréis...
—La elección es suya, Gordo. Ya es lo suficiente mayor como para...
—Déjalo fuera de todo esto. Él no forma parte de esto.
—Sabes lo que le pasó a Joe. Está ayudándolo, Gordo. Lo está curando.
—Maldito bastardo, no puedes utilizarlo...
—¡Gordo! —grité.
—Ox, ven aquí ahora mismo.
—¿Se puede saber qué coño pasa contigo? —le pregunté mientras pasaba delante de Mark y me ponía frente a él, a pocos centímetros.
Jamás había utilizado mi tamaño para intimidar a nadie. Aunque no se dejó intimidar, y eso que los últimos meses le había superado en altura. Tenía que levantar la cabeza para mirarme a los ojos.
—Ponte detrás de mí, Ox. Yo me encargo de esto.
—¿De qué? No me dijiste que los conocías. ¿Qué está pasando?
Dio un paso atrás con las manos cerradas en puños a los lados. Los tatuajes se le veían más brillantes que de costumbre.
—Solo un drama familiar —dijo con los dientes apretados—, es una larga historia.
—Lo entiendo, ¿de acuerdo? —Hice un gesto entre los dos—. Lo entiendo, pero no puedes decirme qué hacer. No en esto, no estoy haciendo nada malo.
—No se trata de ti...
—Pues no lo parece.
—Ox, necesito que estés a salvo —dijo con los ojos cerrados después de tomar una gran bocanada de aire y exhalar despacio.
—¿Por qué no lo iba a estar? —No entendía nada.
—Mierda. Él es tu lazo —murmuró Mark, y se rio de forma sombría—. Qué ironía. —Gordo abrió los ojos inmediatamente. Intentó ponerse delante de mí, pero no lo dejé hacerlo.
—Ve a dar un paseo y tranquilízate —le dije.
Me gruñó, pero dio media vuelta y se alejó.
—¿Qué diablos ha sido eso? —pregunté mientras me giraba hacia a Mark. Él seguía observando a Gordo mientras se marchaba.
—Un viejo drama familiar.
—¿Qué?
—No tiene importancia, Ox —replicó—. Es una historia muy vieja.
Le pedí a Gordo que me la explicara. Le pedí que me dijera cómo había conocido a Mark y a los otros, por qué había mentido y actuado como si no los conociera.
Lo único que recibí a cambio fue un ceño fruncido mientras me marchaba.
Le pedí a Mark que me contara cómo había conocido a Gordo. Mark parecía triste y no pude soportarlo, así que le dije que lo sentía y que jamás volvería a mencionarlo.
Era la última cena de los domingos antes de que empezara el instituto. Joe y yo estábamos sentados en el porche.
—Me gustaría poder ir contigo —murmuró.
—El año que viene, ¿vale?
—Eso creo. Pero no es lo mismo. No estarás siempre a mi lado.
—No me iré a ninguna parte —dije mientras le rodeaba los hombros con el brazo.
—Tengo miedo.
—¿Por qué?
—Porqué las cosas están cambiando —susurró.
Yo también lo tenía. Más del que él podía imaginar.
—No dejarán de hacerlo, así funcionan las cosas. ¿Pero tú y yo? Te prometo que eso jamás cambiará.
—Bien.
—Feliz cumpleaños, Joe.
Apoyó su cabeza sobre mi hombro y froto su nariz contra mi cuello. Inhaló mi aroma mientras veíamos el atardecer. Era rosado, anaranjado y rojo, y no pude pensar en otro lugar mejor en el que estar.
—Maldito retrasado —dijo Clint con desdén el segundo día de clases, aunque ya era costumbre.
Lo ignoré, como hacía siempre, mientras metía los libros en la taquilla. Era la opción más sensata.
Aunque, por lo visto, para Carter no lo era. Cogió a Clint por la parte trasera de la cabeza y lo arrojó contra la hilera de taquillas mientras le presionaba la cara contra el metal frío.
—Si le vuelves a hablar de esa forma, te arrancaré el maldito corazón —siseó—. Diles a todos que Ox está bajo la protección de los Bennett y que si alguien se atreve a mirarlo, le partiré la cara. Que a nadie se le ocurra meterse con Ox.
—No tenías que hacerlo —dije en voz baja mientras me alejaban de allí. Carter me rodeó los hombros con el brazo y Kelly me cogió por el codo—. Enseguida se cansan de molestar.
—Pueden irse a la mierda —gruñó Carter.
—Nadie va a tocarte. Nunca —dijo Kelly guturalmente.
Llegaron al instituto con ropa de marca, sus rostros perfectos y sus secretos, así que todo el mundo hablaba de ellos. Los chicos Bennett.
El instituto es igual en todas partes, lleno de rumores y clichés.
«Están en una pandilla», murmuraban todos.
«Se dedican a vender drogas».
«Tuvieron que abandonar su antiguo instituto porque mataron a un profesor».
«Se turnan para follarse a Ox».
«Ox se los folla a los dos».
Yo solo me reía sin parar.
Nos sentábamos juntos en el comedor, por fin tenía amigos. Algunas veces quería hablar, otras no tenía nada que decir, así que simplemente abría un libro, pero ellos siempre se quedaban. Siempre se sentaban en el mismo lado de la mesa que yo, siempre lo más cerca posible.
Les gustaba mucho el contacto físico. A toda la familia.
Acariciarme el cabello con la mano.
Un abrazo.
Elizabeth solía darme un beso en la mejilla.
Joe, cuando me esperaba en el camino de tierra, siempre me cogía de la mano y se inclinaba hacia mí mientras me guiaba a casa.
Kelly chocaba levemente su hombro con el mío cuando nos cruzábamos en el pasillo. El peso del brazo de Carter sobre mis hombros cuando caminábamos juntos hacia clase. La mano de Thomas cuando me daba un apretón fuerte y lleno de callosidades. El pulgar de Mark contra mi oreja.
Al principio solo lo hacían conmigo, pero cuando llegó el invierno, también empezaron a hacérselo a mi madre.
Gordo decidió explicarme qué pasaba con Joe, al menos una parte, y lo odié por hacerlo.
—Debes tener mucho cuidado con él —me dijo en un descanso para fumar, aunque yo lo había dejado.
—Lo sé —respondí.
—No, no lo sabes. No tienes ni idea. —Se tocó el cuervo que llevaba tatuado en el brazo mientras el humo del cigarro se le enroscaba en los dedos.
—Gordo...
—Se lo llevaron, Ox. —Me quedé tieso—. Se lo llevaron en plena noche, querían llegar a su padre y a su familia. Lo maltrataron durante semanas. Consiguió volver, pero ya estaba roto, ni siquiera sabía su nombre...
—Cállate —dije con voz ronca—. Cierra la maldita boca.
—Mierda. —Cerró los ojos, debía haberse dado cuenta de que había ido demasiado lejos.
—Te quiero —le dije—. Pero ahora mismo te odio, y nunca jamás te había odiado, Gordo. Pero te odio demasiado, maldición, y no sé cómo dejar de hacerlo.
Pasó mucho tiempo hasta que volvimos a hablar.
Y, entonces, todo cambió.