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GARRAS Y DIENTES / REÍR A CARCAJADAS

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umplí los diecisiete y le dije adiós a mi penúltimo año de instituto. Me esperaban tres meses de trabajo, manada y Jessie. Aun no me creía todo lo que estaba pasando. Parecía demasiado bueno, como si estuviera soñando.

Al principio, todo fue normal.

—Qué bien tenerte por aquí de nuevo —declaró Gordo.

—¿Te gustaría que te comprase un coche o algo? Estoy segura de que Gordo podría echarnos una mano —pensó mamá.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamaron todos.

—Te juro que necesito echar un polvo —dijo Carter.

—No quería escuchar eso —respondió Kelly.

—¿Puedes llamar a la señora Epstein y decirle que su Jeep ya está listo? Me he hecho daño en el pulgar y hay sangre por todos lados —se lamentó Tanner.

—He superado mi fase verde. Ya era hora. Ahora pienso en Picasso y el azul. ¿Qué opinas, Ox? —preguntó Elizabeth.

—Me alegra que vuelvas a trabajar a jornada completa, papi. Gordo es más simpático cuando estás aquí —comentó Rico.

—¿Conoces la teoría de la caverna de Platón? ¿No? Está bien. Pero no creas que solo existen las sombras —me aconsejó Thomas.

—Le gustas, Ox, le gustas mucho. No le hagas daño porque me veré obligado a hacértelo pagar. Y si se da el caso contrario, me lo dices y le pateo el trasero. No te metas con la familia —dijo Chris.

—Cada día haces que Joe esté un poco mejor. Ox, me alegro de haberte encontrado. —Se alegró Mark.

—¡Ox! ¡Ey! Tienes que venir conmigo ahora mismo. Encontré estos... Son como... Estos árboles y son una locura. Creo que podría ser un fuerte o algo. ¡Aún no lo sé! Pero tienes que venir a verlos. —Joe estaba muy entusiasmado.

—Creo que deberíamos acostarnos. —Fue lo que soltó Jessie.


—¿Qué? —pregunté sin poder apartar la mirada.

—Deberíamos acostarnos.

—Tu hermano me matará. —Fue lo primero que me vino a la mente.

Puso los ojos en blanco y puso los pies sobre la cama. Tenía los dedos delgados y llevaba las uñas pintadas de rojo, de una tonalidad que me parecía sexy. No sé por qué, pero me fascinaba.

—Ya somos mayorcitos, podemos cometer nuestros propios errores.

—Eh, tenemos diecisiete años. Y no creo que la mejor forma de seducirme sea llamándolo error.

—Seducir. Oh, Dios mío. —Se rio y me golpeó el brazo. Entonces... —Arqueó una ceja.

—¿Tal vez? —Tenía las palmas sudorosas y se me había secado la garganta—. Tal vez no.

—Eso es... claro, como siempre.

—No soy... bueno para las cosas.

—Eso no es cierto —contestó.

Y me sedujo.


Estábamos tumbados en mi cama, sudados y saciados. Me hizo cosas con la boca y yo se las hice a ella, pero no teníamos condones, así que no hicimos nada más. Aunque no me impor­taba porque tenía la mente extasiada y vacía. Me recordaba al viejo televisor que mi padre tenía en el garaje: solo mostraba estática, ruido blanco. Me reí al pensarlo, y cuando Jessie me preguntó qué era tan gracioso le respondí que «nada».

—¿Qué es eso?

—¿A qué te refieres? —No alcanzaba a ver dónde apuntaba.

—Ese perro. —Se alejó de mí.

—¿Umm? —murmuré; los canales aún intentaban aclararse. Necesitaba envolverme las antenas con papel de aluminio.

—Pesa bastante —murmuró. Y fue como si me clavasen una navaja. Me senté de inmediato y se lo arranqué de las manos.

—Ox... —dijo confundida.

—Es... No... —No quería que lo tocara. Nunca había querido que nadie lo tocara. Aunque no pude encontrar las palabras (las razones) del porqué.

—Tiene pinta de ser muy antiguo —concluyó.

—Joe me lo regaló por mi cumpleaños.

—Joe... —suspiró—. ¿Voy a conocerle algún día?

—Quizá.

—¿Quizá? Es tu mejor amigo, Ox, y yo tu novia. Te he presentado a mis amigos.

Tenía razón. Me había presentado a algunas compañeras de clase. Cassie y Felicia, y a un par más que no recordaba. No se me daba bien conocer gente nueva. Parecían agradables, pero pude ver como nos miraban y pensaban «¿en serio?».

—Conoces a Carter y a Kelly.

—Ox...

—Él es... Joe.

—Lo sé.

—No siempre está bien.

—También lo sé. Esa cosa de la que nadie habla al respecto.

—No necesitas saberlo. —Tragué saliva para controlar el enfado que empezaba a sentir.

—Voy a obviar que has sonado como un idiota. —Hizo una mueca de dolor—. ¿Por qué no viene aquí? ¿Por qué ninguno de ellos viene a tu casa?

—Es más fácil ir a la suya.

—Eso es raro, Ox.

Puse el lobo de piedra en su lugar y respiré hondo.


—Quiere conocerte.

—Oh.

—Sabe cuánto significas para mí.

—¿De verdad? —preguntó Joe.

—No dejaré que nadie te haga daño.

—Lo sé.

—Puedes decir que no.

Me miró a los ojos. La luz del sol se coló entre los árboles y le iluminó el rostro mientras avanzábamos por el camino de tierra.

—¿Te importa? —Su mano se sentía cálida contra la mía.

—Sí.

—¿Te importo?

—Sí.

—Bien —respondió.

—¿Bien?

—Bien. —Se encogió de hombros.


A principios de julio, Jessie vino a una cena de los domingos. Estaba nerviosa, aunque le dije que no debía estarlo. Estaba guapa con su vestido de verano amarillo: brillaba. Le toqué el pelo y no pude evitar pensar en lo pequeña que parecía en comparación con mi mano.

—Pero ellos son tu familia —dijo mientras caminábamos en dirección a la casa del final del camino, frase que me llenó de tanta calidez que apenas pude respirar.

—Ya conoces a mi madre —logré decir.

—Eso es diferente y lo sabes.

La puerta principal de los Bennett se abrió antes de que llegáramos al porche, como siempre lo hacía, como si siempre supieran que estaba llegando. Joe salió corriendo. Me dedicó una sonrisa radiante cuando me vio. Echó un vistazo a Jessie y algo que no pude identificar le cruzó el rostro. Cerró la mano izquierda en un puño, aunque inmediatamente se relajó.

—Hola, Ox —saludó.

—Hola, Joe.

No me abrazó como lo hacía normalmente, sino que se quedó en el porche. Estaba inseguro. Solté la mano de Jessie y di un paso hacia delante. Saltó los escalones del porche y se estrelló contra mí, enterrando la nariz en mi cuello.

Me reí y lo abracé con fuerza.

—¿Estás bien? —susurré.

Se encogió de hombros y luego asintió. Frotó la cabeza contra mi hombro.

Jessie empezó a avanzar, pero sacudí la cabeza y se detuvo.

Al final, Joe se bajó de mis brazos. Me cogió la mano y se quedó de pie a mi lado, rígido como una tabla.

—Hola —le murmuró a Jessie. La miró a los ojos, instantáneamente apartó la mirada y, por último, la fijó en sus pies.

—Hola, Joe —le saludó ella—. He oído hablar mucho de ti. Me alegra conocerte al fin.

—A mí también —dijo, y sonrió con picardía porque no sonó como si lo estuviera diciendo en serio—. Lo siento.

—No te preocupes, no tienes que disculparte.

Joe me arrastró hasta la casa y Jessie nos siguió.


Pude observar como Jessie no entendía a los Bennett, al menos no como yo. Todos me abrazaban y me tocaban el cuello, el pelo, los brazos o la espalda. Ya estaba acostumbrado, pero ella no.

Thomas y Elizabeth le sonreían con afecto, pero no la tocaban. No le tendieron la mano o le dieron dos besos.

No se mostraron ni groseros ni reservados. Se rieron juntos durante la cena, la alentaron a contar historias, la incluyeron en las conversaciones. Se aseguraron de que ninguna broma personal de la familia (manada) fuera demasiado lejos como para que pudiera perderse. Pero no la tocaron.

Me senté donde siempre, al lado de Joe. Jessie se sentó al otro lado, el sitio que siempre reservaban para mi madre.

A veces Joe hablaba, otras se le veía distante. Creí oírlo gruñir, pero después desvió la mirada; cerraba las manos en forma de puño, aunque luego se relajaba. Encorvaba los hombros y hacía muecas, como si sintiera dolor.

—¿Qué te pasa? —pregunté con el ceño fruncido.

—Solo estoy entumecido —murmuró. Su voz era baja y áspera.

—¿Estás enfermo? —Negó con la cabeza.

Cuando levanté la mirada, vi que Mark, Elizabeth y Thomas nos estaban observando. Carter y Kelly hablaban con Jessie. Las miradas de los adultos me dieron una respuesta que no comprendí.

Joe cogió aire y lo dejó salir lentamente.

Y luego sonrió, tenía demasiados dientes.


—Son... extraños —soltó Jessie antes de subirse al coche.

—No, no lo son. —Tenía el entrecejo fruncido.

—Ox, un poco sí.

—Sé amable.

—No lo digo con maldad. Sé que eres muy protector con ellos, pero dan esta especie de... sensación. No sé cómo explicarlo.

—Son mi manada.

—¿Manada? —Frunció el ceño.

—Quise decir familia.

—Joe es genial —dijo en voz baja, y me besó en los labios.

—Lo sé.

—Aunque no le gusto mucho.

—Le gustas lo suficiente. El problema es que ha pasado por mucho. —Fruncí el ceño.

—No puedes verlo, ¿verdad? —Sonaba asombrada.

—¿Ver qué?

—Es muy protector cuando se trata de ti.

—Es mi amigo.

—Ah. —Sonrió levemente, y luego se marchó.


Ya sabía cómo enviar mensajes.

Miércoles:

hola estoy en el trabajo

¡Hola, Ox! ¿Cuánto tardaste en escribir todo eso? xD

que es xD

Es como reír a carcajadas

oh no soy bueno para estas cosas xD

Lo estás haciendo bien, lo juro.

Viernes:

¿Quieres ver una película con nosotros esta noche?

no puedo jessie quiere que salgamos

Oh. ¡Bien!

tú también puedes venir

¿Quieres que vaya con vosotros?

¡¡Le preguntaré a mamá!! =D

qué es eso

Una cara sonriente

xD

Jueves:

Mamá quiere que te recuerde que es tiempo de estar en familia. Estaremos fuera unos días.

ok

Me gustaría que pudieras venir con nosotros.

a mí también

Un día lo haremos. Lo prometo <3

qué es eso

No importa. Te hablaré cuando volvamos.

Domingo:

¡Hemos vuelto!

me alegro de que estés bien.

Sí. No soy un niño pequeño, Ox.

eres un niño pequeño

Da igual. ¿Vienes a cenar?

es domingo, por supuesto que iré

¿Traerás a Jessie?

no, tiene cosas que hacer

Martes:

que quieres para tu cumpleaños

¡Aún falta un mes!

entonces qué es lo que querrás

Cavernícola

joe dime qué quieres

¡Todo!

ok puedo hacer eso <3

¿Qué?

Ox.

¡Ox!


Me sonó el teléfono a las dos de la mañana.

—¿Sí? —respondí.

—Ox. —Mark parecía estresado.

—¿Qué pasa? —Me desvelé automáticamente.

—Joe.

—¿Está bien? —Ya estaba de pie y buscando los pantalones en el suelo.

—No. Tuvo una pesadilla y no podemos calmarlo. Creo que te necesita.

—De acuerdo, voy para allá.

Carter salió a esperarme en la puerta. No tuvo oportunidad de abrir la boca antes de que escuchara un fuerte grito que provenía del interior de la casa. Lo empujé a un lado y empecé a llamar a Joe.

Estaba subiendo por las escaleras cuando lo volví a oír.

—¡No! No dejéis que se lo lleve. ¡Por favor, mamá! Por favor, no dejes que se lleve a Ox —lo decía con la voz rota, y juro que eso me rompía el corazón.

Mark y Kelly estaban en la puerta. Ambos me miraron con los ojos muy abiertos y cansados. Los ignoré porque debía llegar hasta él. Tenía que verlo y...

Estaba en la cama, con Thomas y Elizabeth a ambos lados. Tenía la cabeza enterrada en el cuello de su madre y temblaba de forma muy violenta. La sujetó con fuerza a la vez que volvía a gritar.

—Ay, Joe —dije.

No lo pensé demasiado cuando me escurrí entre sus padres y lo levanté. No me dijeron nada por sujetarlo de esa forma, tampoco intentaron detenerme. Thomas estaba rígido por la preocupación y Elizabeth lloraba a moco tendido, lo que me rompió por dentro.

Joe se tensó entre mis brazos, y luego se aferró a mí como si su vida dependiera de ello, enroscó las piernas alrededor de mi cintura y entrelazó las manos por detrás de mi cabeza.

Sus padres se levantaron de la cama, me tocaron el brazo y Thomas susurró que le dirían a mi madre dónde estaba.

Al salir, cerraron la puerta.

Me moví con Joe a cuestas hacia uno de los lados de la cama y me senté en el suelo, con la espalda contra el colchón. Le di la vuelta para que quedara reposando sobre mi pecho.

—He tenido una pesadilla —dijo finalmente.

—Lo sé —respondí.

—Siempre es lo mismo. La mayoría de las veces él viene a por mí, me lleva con él y hace... cosas.

—Estoy aquí. —Quería gritar del horror, pero me contuve.

—A veces se lleva a papá o a mamá.

Le acaricié el pelo.

—Esta vez se te llevó a ti, y si es capaz de encontrarte en sueños, creo que podría encontrarte en la vida real.

—Te protegeré —le dije. En la vida había dicho algo tan convencido.

Se durmió y el sol empezó a salir.

Estuve mucho tiempo sin dormir.


A partir de ese día, siempre que tenía una pesadilla, Joe pedía (lloraba y gritaba) que fuera, y yo siempre iba.

Se sacudía y sollozaba, con los ojos enloquecidos por lo que le atacaba en sueños. Pero después le trazaba círculos en la espalda con los dedos y él se tranquilizaba hasta que no era más que suspiros temblorosos y una cara húmeda.


Tres semanas después, descubrí su secreto.

La canción del lobo

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