Читать книгу La canción del lobo - T. J. Klune - Страница 21

LUNA

Оглавление

x.

—Vete.

—Ox, maldición, ¡despierta!

Abrí los ojos. Era de noche, la única luz que entraba en la estancia era la de la luna llena, que brillaba alta en el cielo.

Había alguien en mi habitación, sacudiéndome.

—¿Qué demonios? —dije somnoliento.

—Vístete.

—¿Gordo? Qué demonios está...

—Necesitas venir conmigo. —Dio un paso hacia atrás mientras entrecerraba los ojos.

—Mi madre... —El corazón se me iba a salir del pecho.

—Ella está bien, Ox. Está dormida y no oirá nada. Está a salvo.

Me puse una camiseta y unos pantalones cortos mientras Gordo me esperaba en la puerta de la habitación. Lo seguí hacia el recibidor y las escaleras, la puerta de mi madre estaba medio abierta y pude ver como dormía.

Gordo tiró de mi brazo.

Cuando salimos al exterior, él aún no había dicho nada. El aire nocturno se sentía cálido contra la piel, todo se sentía demasiado fuerte.

—Hay cosas —empezó. Yo aún estaba medio dormido, así que me costaba procesar todo lo que decía—, cosas que verás esta noche que nunca antes has visto. Necesito que confíes en mí, no dejaré que nadie te haga daño ni que te ocurra nada malo. Estás a salvo, Ox, necesito que lo recuerdes.

—¿Qué pasa, Gordo?

—No quería que lo descubrieras de esta forma. Pensé que tendríamos más tiempo para contártelo —se le quebró la voz.

—¡¿Saber qué?!

Un aullido se elevó desde la profundidad del bosque y se me helaron hasta los huesos. Era una canción que ya había escuchado antes, pero ahora parecía desesperada.

—Mierda. Tenemos que darnos prisa —murmuró Gordo.

La casa del final del camino estaba a oscuras.

La luna brillaba blanca y llena en el cielo.

Había estrellas, muchas estrellas. Demasiadas. Nunca me había sentido tan pequeño.

Nos adentramos en el bosque lo más rápido que pudimos.

Solo escuchaba a Gordo a medias porque me centraba en esquivar las raíces de los árboles para no tropezar. Escupía las palabras, falsos comienzos y sílabas que se deshacían antes de combinarse en algo más. Estaba nervioso, aterrado, y eso afectaba a lo que decía.

Y entonces ya no estuvo tan oscuro. Incluso con la luna.

—Es como... Verás, hay cosas...

—¿Gordo? —lo interrumpí.

—¿Qué?

—Tus tatuajes están brillando.

Estaban brillando. El cuervo, las líneas, los remolinos y las espirales. En ambos brazos, todo brillaba con luz tenue y se movía como si estuviera vivo.

—Sí, esta es una de las cosas —dijo.

—Bien —respondí.

—Soy un brujo.

—Eres un mago, Harry —dije. Existía la posibilidad de que estuviera atrapado en algún sueño. Se rio, pero sonó como si se estuviera ahogando.

Me distraje y me golpeé la pierna contra algo sólido. El dolor era brillante y vidrioso, y se disparó a través de la niebla. Entonces me di cuenta de que nunca había sentido dolor en un sueño y que había leído en alguna parte que era imposible hacerlo.

—Mierda. ¿Eres un qué? —pregunté.

—Brujo.

—¿Desde cuándo?

—Toda mi vida.

—¡¿Qué?!

Otro aullido. Esta vez más cerca. Nos habíamos adentrado más o menos medio kilómetro en el bosque. Quizá más. Delante solo teníamos kilómetros de vegetación. Me había perdido en él un millón de veces.

—¿Qué ha sido eso?

—Tu manada. —Sus palabras fueron tan amargas que pude sentirlas.

—Mi... Yo no...

Soñando, soñando, soñando. Tenía que estar soñando, aunque hubiese notado el dolor. Tenía la pierna dolorida, pero quizá solo era porque mi mente pensaba que debía estarlo.

—Intenté mantenerlos lejos de ti —dijo—. Te juro que lo intenté, no quería esta vida para ti, no quería que fueras parte de esto. Quería mantenerte limpio, entero, porque eres lo único en mi vida que vale la pena.

—Gordo...

—Escucha, Ox. Los monstruos son reales —dijo—. La magia es real. El mundo es un lugar oscuro y aterrador, y todo es real.

—¿Cómo?

—No tengas miedo. —Sacudió la cabeza.

Una nube se deslizó por encima de la luna y la única luz vino del colorido patrón cambiante que se enrocaba en sus brazos. Prismas de colores, azules y verdes, y rosados, y rojos.

—¿Duelen? —Quise saber.

—¿El qué?

—Los colores.

—No. Siento cómo tiran y cómo trepan, pero nunca me hacen daño. Ya no.

—¿Adónde vamos?

—Al claro. —Y el aullido volvió a alzarse en el bosque, pero ahora eran más. Había muchos, y todos se mezclaban en uno solo. Era una canción secreta con diferentes octavas, fuera de tono hasta armonizarse. Eso lo convertía en una cosa preciosa.

—¿Quiénes son? —Empezó a picarme todo el cuerpo porque presentía algo.

—Intenté pararlo —respondió, ignorando mi pregunta. Se le oía desesperado y suplicante, pero todos cantaban por encima de su voz, y...

«Ven», decía la canción. «Date prisa y ven ya. Aquí. Por favor. Pronto, pronto, pronto, porque tú eres nosotros y nosotros somos tú».

—Intenté decirles que se mantuvieran alejados. Que te dejaran fuera de esto.

«Ox. Es Ox, es él, está aquí y es nuestro. Huélelo, siéntelo, es nuestro. Lo necesitamos porque él oye nuestra canción».

—Pero cuando descubrí que sabías quiénes eran, que habían vuelto a Green Creek, ya era demasiado tarde.

—Me están llamando —respondí; mi voz era ligera y etérea.

—Lo sé. —Gordo apretaba los dientes—. Ox, no puedes confiar en ellos, en esto.

—Sí puedo. ¿No la oyes? —pregunté, aunque no sabía a quiénes se refería.

«Ox, Ox, Ox, Ox. Traedle comida, conejos, aves y venado. Demostradle que podemos alimentarlo, porque es ManadaNuestroMíoHermanoHijoAmor».

—Sí —dijo Gordo—. Pero no como la oyes tú. No soy de la manada. Ya no.

Manada.

Oh, Dios mío. Manada.

Empecé a correr.

—¡Ox! —rugió detrás de mí.

Lo ignoré. Tenía que acercarme porque el pecho me quemaba y la piel me picaba tanto que creía que me acabaría volviendo loco. El viento me rugió en los oídos y la nube liberó a la luna, parecía que fuese de día, y entonces aullaron. Cantaron. La canción estaba viva y vibraba, y casi no pude evitar echar la cabeza hacia atrás y contestar con una melodía desgarradora: «os escucho, os conozco, ya voy, os quiero», para que tanto el bosque como la luna me oyeran. Mi corazón era un tambor y el latido retumbaba en mi interior. En ese momento, pensé que podría romperme y que las piezas caerían entre los árboles, y que solo quedarían pequeños fragmentos de luz de luna, reflejados en los que me habían formado a mí.

«OX, OX, OX, OX, OX, OX».

Me arañé la cara y los brazos con tres ramas. Pequeños destellos de dolor antes de que la canción tomara el poder.

«AQUÍ, AQUÍ, AQUÍ, AQUÍ».

Pensé en cuando mi padre me dijo: «La gente hará que tu vida sea una mierda».

«NUESTRO, NUESTRO, NUESTRO, NUESTRO, NUESTRO».

Pensé en cuando mi madre sonreía: «Tienes pompas de jabón en la oreja».

«CASA, CASA, CASA».

Pensé en cuando Gordo susurró: «Ahora nos perteneces». ¿Era cierto? ¿Realmente les pertenecía?

«SÍ, SÍ, SÍ, SÍ, SÍ».

Pensé en Joe: estaba en la canción, en concierto con todos los aullidos, los cuales se extendían más allá de la línea de árboles. Solo unos pasos más y habría llegado. Necesitaba estar ahí, necesitaba ver lo que había por descubrir...

Llegué al claro y me detuve.

Caí de rodillas, cerré los ojos y me dejé caer sobre los talones, de cara a la luna.

Ellos cantaron.

Después se volvió un eco.

Respiré hondo.

Abrí los ojos.

Delante tenía lo impossible.

Un lobo blanco. Con el pecho, las patas y el lomo salpicados de negro. Tenía los ojos rojos, que destellaban a la luz de la luna. Medía lo mismo que un caballo. Sus patas medían el doble que mis manos, su hocico era tan largo como mi brazo. Desde donde estaba, podía ver una hilera de dientes afilados como pinchos.

Algo se movía detrás de él, pero no podía quitarle los ojos de encima.

El lobo caminó hacia mí y no me pude mover.

—Estoy soñando —susurré—. Oh, Dios mío. Estoy soñando.

Se detuvo a pocos centímetros y bajó la cabeza. Me olisqueó el cuello con una respiración lenta y deliberada que noté caliente sobre la piel. Pensé en que debería estar asustado, pero no podía encontrar un motivo para estarlo.

El lobo exhaló en mi garganta, mi cabello, mi oreja.

Oí susurros dentro de mi cabeza que decían «OxManadaOxASalvoOxOxOx». Conocía esa voz, esas voces. Las conocía todas.

Estiré los dedos, deslicé las manos por el suave pelaje del lobo, rozando la piel que había debajo.

Y luego, el chapuzón frío de algo similar a la realidad me golpeó.

—¡Ox! —gritó una voz detrás de mí.

El lobo gruñó por encima de mi hombro. Era una advertencia.

—Oh, vete a la mierda, Thomas —dijo Gordo. Podía oír cómo se me acercaba por la espalda—. No sabes nada. Las guardas están resistiendo.

Thomas. Thomas. Thomas.

—¿Thomas? —Soné roto.

El lobo miró otra vez en mi dirección, los ojos rojos le brillaban. Presionó la nariz contra mi frente y resopló.

—¡Dios! —Me derrumbé—. Qué ojos más grandes...

Golpeó su hocico contra mi cabeza, sabía lo que significaba.

El lobo (Thomas Thomas Thomas) dio un par de pasos hacia atrás y se sentó sobre las patas traseras. Esperó a mi lado, sobrepasándome, no sabía por qué.

Me puse de pie lentamente y me pregunté si iba a comerme. Esperaba que fuera rápido.

El lobo (THOMAS THOMAS THOMAS) ladeó la cabeza en mi dirección.

—Así que esto está pasando —dije.

Gordo se rio por detrás.

—No creo que esté soñando.

—No estás soñando.

—De acuerdo. Te brillan los brazos porque eres un mago. —No aparté la vista del lobo, que volvió a resoplar, como si hubiera dicho algo gracioso.

—Brujo —me corrigió Gordo—. Y no me brillan los brazos.

—Eso es mentira. Eres como una linterna —murmuré.

—¿Enserio te fijas en eso? Descubres que los Bennett son hombres lobo, ¿y solo piensas en que me brillan los brazos?

—Hombres lobo —respiré—. Eso es... Guau.

El lobo sacudió la cabeza, casi como si se estuviera divirtiendo.

—Dios mío, Thomas, trae al resto de tus perros aquí para que le huelan el culo. Me aseguraré de que las guardas no cedan.

Thomas soltó un gruñido profundo mientras los ojos se le volvían a poner rojos.

—Sí, sí. Tu mierda de Alfa no funciona conmigo. Podría freírte el pelo del culo en un abrir y cerrar de ojos. Perro cretino.

Se acercó mientras los tatuajes le brillaban, moviéndose arriba y abajo.

—Yo... —Miré a Thomas otra vez. No sabía qué decir.

Miró por encima del hombro y emitió un ruido sordo que parecía provenir de lo más profundo del pecho.

Se escuchó un fuerte ladrido. Después, dos lobos pequeños aparecieron de un salto, uno era más pequeño que el otro. Se frotaron contra mí, golpeándome el pecho con las cabezas.

El más grande era gris oscuro, con pequeñas manchas blancas y negras en las patas traseras. El más pequeño era de un color similar, pero las manchas blancas y negras le cubrían desde la cara hasta los hombros.

Los ojos les brillaban de color naranja mientras me lamían.

—Asqueroso —dije amablemente.

Se rieron. No alto, pero se rieron, y la familiaridad del sonido hizo que me doliera el corazón.

—Carter... Kelly... —El asombro me hizo parecer estúpido.

Volvieron a reírse de mí y brincaron a mi alrededor, dando saltitos como cachorros. Me mordisquearon la ropa y los dedos. No estaba soñando.

Les acaricié el lomo y la luz de la luna les iluminó la piel. Estaban contentos.

De alguna forma, supe que estaban contentos. Podía sentirlo en mi interior, y era tan brillante.

Miré a Thomas otra vez y vi un gran lobo castaño sentado a su derecha que me observaba atentamente. No era tan grande como Thomas, pero sus ojos seguían iluminados como una calabaza de Halloween, ardientes y cálidos.

—Mark —dije. Resopló y vi la curvatura de una sonrisa secreta.

Se inclinó sobre mí y emitió un sonido sordo y gutural, me frotó la nariz por toda la cara mientras me lamía.

—Así que os gusta lamer —les dije—. Más tarde os avergonzaréis. No pienso lameros ahora. —Hice una pausa, considerándolo—. Ni lo haré nunca.

A ninguno parecía importarle. No sabía si me entendían. Ni siquiera sabía si todo esto era real.

Gordo regresó, y pude ver que sus tatuajes se habían atenuado un poco. Aún estaban iluminados, pero no parecían cambiar de forma como antes. Estaba pálido y tenía los ojos hundidos.

—No funcionará. No puede unirse a ninguno de vosotros. No se formará ningún lazo —dijo mirando a Thomas—. Pero creo que ya lo sabías. —Su tono se volvió severo y acusador.

Entonces se oyó un sonido. Era húmedo y roto, y horrible. Un gemido de piel y músculo. El pelaje blanco se onduló y retrocedió. Al cabo de unos segundos, Thomas estaba en el mismo sitio que el lobo. Aún era un animal o, al menos, la mitad de él, atrapado a medio camino entre el lobo y el hombre. Los dedos le terminaban en garras negras y tenía el rostro ligeramente alargado. Tenía dientes, dientes afilados, y los ojos rojos. E iba desnudo, lo cual hizo que todo fuera más surrealista.

—Sabíamos que era una posibilidad —le respondió a Gordo, tenía la voz profunda, las palabras salían atenuadas por culpa de los colmillos. Los colmillos.

—¿De verdad crees que es justo para Ox? —preguntó con amargura—. No le has dejado elegir por sí mismo.

—¿Y tú sí?

—No es lo mismo y lo sabes. —Los tatuajes brillaron aún más.

—No eres estúpido —soltó Thomas—. No actúes como si lo fueras. Estas cosas se eligen por sí solas. Aunque tu padre acabara como acabó, sé que te educó bien.

—No te atrevas a hablar de él. Ox no es...

—Estoy aquí —logré decir de alguna forma.

Me miraron sorprendidos, como si hubieran olvidado que estaba allí.

Entonces caí en la cuenta.

—Joe —dije—. ¿Dónde está Joe?

Carter y Kelly gimieron a mi lado, frotándose contra mí.

—Es su primer cambio —suspiró Thomas—. Él no... No lo está llevando demasiado bien.

—¿Dónde está? —demandé, el miedo me recorrió de punta a punta.

—Ox, debes entenderlo. Siempre existe otra opción. El destino no está escrito en ninguna parte.

—No me importa. No me interesa lo que esté pasando, no me importa si estoy dormido o despierto, o si me he vuelto loco. Los lobos, los brujos y lo que sea que exista ahí fuera me importa una mierda. ¿Dónde coño está Joe?

Apreté las manos en forma de puño. Carter y Kelly echaron las orejas hacia atrás y se inclinaron, intentando volverse más pequeños.

—Necesita tu ayuda —soltó Thomas.

—A la mierda con eso —replicó Gordo—. No le exijas esa responsabilidad.

Lo próximo que supe es que Thomas lo sujetaba por la garganta y parecía más lobo que hombre, aunque seguía sobre dos piernas. Volvía a tener el pelaje blanco, y las garras le habían crecido. Tenía los dientes más grandes, como uñas anchas, y el sonido que emitía me erizó el vello de los brazos y la nuca.

—Estás aquí —rugió Thomas— porque respeto a tu padre y el pacto. O, al menos, a lo que fue alguna vez. No malinterpretes esto. No formas parte de la manada por elección propia.

—Y aun así me has llamado —soltó Gordo, luchando contra las garras de Thomas—. Y he venido. Nada me une a vosotros, y aun así he venido.

—Él es mi hijo y el próximo Alfa, mostrarás respeto.

—Vete al infierno.

—¡Ya basta! —intervine. Y me obedecieron.

Gordo cayó al suelo, luchando por coger aire.

Thomas respiraba pesadamente, los ojos de brillaban de forma tenue.

Y luego lo vi: detrás de él, en el claro, a la luz de la luna.

Una silueta oscura, encorvada en el suelo. Un destello de luz verde, tal vez verde oscuro, se alzó a su alrededor y se esfumó antes de que pudiera estar seguro.

Me abrí paso a empujones entre Thomas y Gordo. No tenía tiempo para ellos.

Carter y Kelly estaban a mi lado, con las lenguas colgándoles a un lado. Mark iba detrás de mí y me empujaba con el hocico.

Otro lobo, casi tan grande como Mark, yacía en el suelo, así que pensé que debía ser Elizabeth. Tenía el pelaje de sus hijos: gris, negro y blanco. Levantó la cabeza mientras me acercaba y vi que los ojos no le habían cambiado, eran azules y muy bonitos, y recordé el momento en que me dijo que su fase verde había acabado. Me había hecho girar sobre mi mismo y se había reído, con las manos manchadas de pintura.

Los ojos eran los mismos, pero estaban llenos de tristeza.

—Yo no... —Sacudí la cabeza.

—No puede oírte. Hay una guarda de tierra infundida con plata. Bloquea todos los sonidos y olores —hubo otro destello de color verde, y la luz de la luna me permitió ver unas diagonales en la tierra que formaban un círculo alrededor de Elizabeth.

—¿Están atrapados? —Estaba horrorizado.

—Lo han elegido ellos. Era lo más seguro dado el estado de Joe. Lo bloquea todo excepto a su madre —dijo Gordo.

Di un paso hacia Elizabeth, pero Gordo me cogió del brazo, tirándome hacia atrás.

—Antes debes escucharme.

—¿Antes?

Elizabeth no me quitó los ojos de encima, que brillaban de color naranja. No conseguí ver a Joe, lo que me provocó dolor de cabeza.

—Tenemos... Necesitamos algo, lo que sea. Algo que nos mantenga sujetos a nuestra humanidad. —La mano de Gordo aflojó la presión que me ejercía sobre el brazo, pero no me liberó. Sentía una especie de electricidad donde me tocaba, y me pregunté si se trataba de los tatuajes, de él o de lo que fuera que estuviera pasando—. La magia te quita una gran parte de ti mismo. Puede llevarte a sitios que nunca hayas imaginado. Rincones oscuros que es mejor dejar en paz.

—¿Y los lobos?

—Los lobos deben recordar que tienen una parte humana. Especialmente los que han nacido así. Es más fácil que se pierdan en el animal, cosa que pasa cuando no pueden aferrarse a nada del mundo racional.

—Nada de esto es racional —repliqué con voz áspera. Sentí como si estuviera entrando en un sitio del cual no podría regresar.

—Joe se volverá salvaje si no encuentra un lazo. Normalmente este lazo suele ser la manada, la familia o una emoción como el amor o el sentido del hogar. Incluso enfado u odio, pero tiene que ser algo. Joe aún no lo tiene. No se perderá hoy, ni mañana, ni siquiera dentro de un año, pero si no consigue atarse a su humanidad, llegará un día en que se volverá salvaje y nunca más podrá volver a cambiar. Y un lobo sin un lazo es peligroso. Si eso ocurriese, deberíamos tomar una decisión.

Un destello en la oscuridad, un recuerdo de hacía tiempo. Algo sobre los lazos.

—Mark dijo...

—Sí, lo hizo —suspiró. Gordo lo sabía—. Tú eres mi lazo, Ox.

—¿Desde cuándo?

—Desde que cumpliste quince, cuando te di las camisas.

—No sentí nada diferente.

«Ahora nos perteneces».

—Sí, lo sentiste.

—Mierda —susurré.

—Simplemente sucedió —se excusó—. Nunca quise...

—¿Puedo ser el de ambos?

—¿Ambos?

—El tuyo y el de Joe.

—No lo sé... tal vez. Si alguien es capaz de hacerlo, ese eres tú.

—¿Por qué yo? No soy nada. No soy nadie.

—Eres mejor que todos los que estamos aquí, Ox. Sé que no lo ves, sé lo que piensas, pero vales mucho.

—¿Qué debo hacer? —Ahora era un hombre, así que me obligué a no llorar.

—¿Estás seguro? —preguntó Thomas a mi espalda.

Solo tenía ojos para Elizabeth. Podía sentir a los lobos a mí alrededor, pero no aparté la vista.

—Sí. —Porque se trataba de Joe.

—Será rápido. La guarda caerá, vas a oírlo, será... intenso. No dejes que te asuste. Captará tu esencia, háblale, deja que escuche tu voz. No tiene el aspecto que tiene normalmente. ¿De acuerdo? Pero sigue siendo Joe.

—Bien. —El corazón me latía con fuerza.

Esto no era un sueño.

—No dejaré que te pase nada —prometió Gordo en voz baja.

—Bien.

—Ox, recuerda que puedes decidir.

—Y ya he elegido.

Por fin le miré.

Me sostuvo la mirada, buscando algo. No estoy seguro de si encontró lo que quería, pero al final asintió con firmeza y levantó el brazo izquierdo, con la palma hacia el cielo. Todos los tatuajes se habían desvanecido, excepto uno, que era de un verde profundo y terroso: eran dos líneas que se agitaban en sincronía entre sí. Frotó dos dedos sobre ellos y murmuró en voz baja. El aire se volvió estático y un estruendo resonó en mis oídos. Los lobos gruñeron a mi alrededor y miré a Elizabeth.

El círculo soltó una llamarada breve y luego se volvió negro. Pesado y sin vida. Entonces lo escuché: sonidos animales, gruñidos flojos y llenos de enfado.

Di un paso hacia Elizabeth y estiré la mano.

Ella la empujó con el hocico e inhaló.

Después, silencio.

Unas manos se estiraron sobre Elizabeth desde el otro lado: unas garras negras.

—Joe. —Fue apenas un susurro.

Y se lanzó hacia mí. Antes de que pudiera moverme, antes de que pudiera pensar, hubo un grito de advertencia, gruñidos estridentes. Me derribó con todo su peso y me clavó las garras en los hombros, pequeños pinchazos que ardían. Vi destellos de dientes, ojos que cambiaban de color: naranja, rojo, azul y verde. Me puso la nariz en el cuello, en la mejilla, inhalándome.

Ox —dijo en un tono bajo, oscuro y furioso.

Su forma se había quedado estancada entre un lobo y un humano, como Thomas hacía un momento. Thomas había controlado su transformación.

Joe no lo hacía.

Pelo blanco le crecía y se desvanecía a lo largo de los brazos y el rostro, los colmillos le atravesaban las encías y luego se volvían planos.

Había un chico, luego la mitad de un lobo, luego un chico otra vez.

—Ox, duele. Me duele... —gruñó, sus palabras se disolvieron en gruñidos que escupía cuando se transformaba en lobo. Los ojos le seguían cambiando de color. Incluso en un momento se le volvieron violetas, llenos de violencia, y entonces clavó las garras con más fuerza. Hice una mueca de dolor y oí a los demás a nuestro alrededor. Sonaba como si estuvieran a punto de quitármelo de encima y no podía dejar que eso ocurriera. No podía permitir que lo alejaran de mí.

—Mi padre se fue cuando tenía doce años —dije.

Todos se quedaron quietos.

Las garras se retrajeron, aunque solo un poco.

—Bebía demasiado. Me decía que todo iba bien, pero no era verdad. Creo que a veces pegaba a mamá, pero no sé si alguna vez tendré el coraje suficiente para preguntárselo. Un día se puso un vestido para ir de picnic y creo que él se lo rompió. Y si descubro que lo hizo, que le hizo daño y yo no lo sabía, entonces haré que lo pague.

Joe gimió, parecía dolorido.

—Dejó la maleta cerca de la puerta y se marchó. Dijo que era tonto y estúpido, y que la gente haría que mi vida fuese una mierda, que no quería arrepentirse de mí y que por eso debía irse. El problema es que creo que ya lo hacía, creo que se arrepentía de todo, pero tenía razón en algunas cosas. Fui un tonto y un estúpido porque creí que volvería, que un día llegaría a casa oliendo a lo de siempre: aceite de motor, cerveza y sudor, porque ese era el olor de mi padre.

Y así era. Siempre había sido así.

—Pero nunca volvió. Y nunca lo hará, lo sé. Pero no es porque yo haya hecho algo malo, era él quien estaba mal. Se fue y nosotros nos quedamos, y él estaba mal, pero no me importa, no me importa que me abandonase porque tengo a mi madre, tengo a Gordo y a los muchachos. Y te tengo a ti, Joe. Si no me hubiera abandonado, no te tendría. Así que debes concentrarte, ¿de acuerdo? Porque no soportaría que te pasara algo. Te necesito aquí, conmigo, Joe, y no me importa si eres un chico o un lobo. Esas cosas no me interesan, eres mi amigo y eso es lo único que me importa. Nunca me arrepentiré de ti. Nunca.

Nunca había dicho tantas cosas seguidas. Tenía la boca seca y la lengua hinchada, y me dolía horrores. La voz de mi padre me resonaba en la cabeza: se reía de mí mientras decía que no funcionaría.

«La gente hará que tu vida sea una mierda», me dijo.

Cuando Gordo se unió a mí, no lo noté. Al menos, no de una forma que pudiera describir.

Pero ahora sabía lo que era.

Y lo sentí. Una calidez en el pecho que me subía por el cuello y los brazos, la cabeza y las piernas, como pequeños rayos de sol que se cuelan a través de las hojas de un árbol.

Los lobos que me rodeaban empezaron a aullar. Su canción me golpeó y creí que me rompería en mil pedazos. Grité junto a ellos, uniendo nuestras voces. Estoy seguro de que el mísero grito de un humano no era nada comparado con la canción de un lobo. Pero di todo lo que tenía porque eso era todo lo que podía dar.

Los aullidos cesaron.

Dejé de notar el peso sobre el pecho, así que abrí los ojos.

Tenía un lobo encima. Era más pequeño que el resto, más delgado, y de un blanco puro, no tenía ni una sola mancha en todo el cuerpo. Se le crisparon las orejas y se le ensancharon las fosas nasales.

Miró hacia abajo, hacia mí. Tenía los ojos naranjas, brillantes y hermosos. Llamearon brevemente antes de volver a su azul habitual, y supe que Joe estaba ahí dentro. Supe que era el mismo chico que creía que olía a bastones de caramelo y a pino. A épico y a asombroso. Intenté no pensar en todo lo que acababa de cobrar sentido, porque me hubiese abrumado.

—Hola, Joe. —Fue todo lo que dije.

Echó la cabeza hacia atrás y cantó.


Corrieron a través del claro, entre los árboles, entrando y saliendo. Persiguiéndose entre ellos, mordisqueándose los talones.

Al principio Joe se veía desgarbado, inseguro. Se tropezaba con sus propios pies, se caía de cara al suelo. Las imágenes, los sonidos y los olores lo abrumaban.

Corrió hacia mí a gran velocidad, desviándose a la izquierda cuando me abracé el cuerpo para protegerme. Soltó un pequeño ladrido mientras pasaba a mi lado, regresó y se frotó contra mis piernas como si fuera un gato, con la nariz en el hueco de mi mano.

Después volvió a correr.

Thomas y Elizabeth se quedaron cerca de él. Le gruñían suavemente si empezaba a exaltarse demasiado. Mark se sentó a mi lado, era casi tan alto como yo. Estaba encantado mientras observaba a Joe.

Carter y Kelly entraron en el bosque, pude oír cómo chocaban contra los árboles y los arbustos. No eran unos predadores demasiado sigilosos.

Entonces, todo lo que había descubierto me golpeó.

La realidad cambiaba porque debía hacerlo.

Inhalé profundamente. Mark se quejó a mi lado.

—¿Estás bien? —me preguntó Gordo.

—¡Mierda! —exclamé. Gordo no se rio, aunque tampoco esperaba que lo hiciera—. ¡Maldición, son hombres lobo!

—Sí, Ox.

—Y tú eres un jodido mago.

—Soy un brujo —dijo con el ceño fruncido.

—¡¿Por qué cojones me has ocultado todo esto?! —rugí.

En realidad no quería decirlo de esa forma.

Se suponía que debía ser razonable y permanecer tranquilo. Pero estaba asustado, enfadado y confundido, y la realidad estaba cambiando de forma. Las cosas tenían sentido, mucho más sentido que nunca, pero, al mismo tiempo, no lo tenían. En absoluto. Se suponía que no había monstruos ni magia en el mundo, que estaba destinado a ser ordinario y que todo me fuera mal, como había dicho mi padre.

Y no estaba atado solo a Gordo, no. Estaba atado a todos ellos: los lobos, el brujo, los malditos lazos.

«No hagas que también me arrepienta de ti», me había dicho mi padre, y, por alguna razón, solo pude pensar en esas motas de polvo que flotaban por la habitación (de ella), bailando contra la luz del sol mientras yo tocaba las puntadas curvas que deletreaban Curtis, Curtis, Curtis.

Pero eso era el pasado, y estaba viviendo el presente.

Porque ya (no) tenía doce años.

(No) era un hombre.

(No) era de la manada. Era. Era. Y los lazos. Dios santo, los lazos, podía sentir como tiraban y...

Gordo estaba delante de mí.

De repente los lobos me rodeaban. Todos ellos.

Gruñeron al unísono cuando Gordo me cogió del brazo. Él los ignoró.

—Ox, necesitas respirar. —Su voz sonaba ronca.

—Eso intento. —La mía salió aguda y rota. Y no pude, no pude recuperar el aliento. Se me había atascado en algún lugar entre la garganta y los pulmones. Sentía los dedos entumecidos y veía pequeños destellos de luz que bailaban delante de mis ojos.

Uno de los lobos lloriqueó a mi lado. Supe que se trataba de Joe, ¿y no era increíble que pudiera reconocerlo en su forma de lobo incluso cuando acababa de descubrir que este tipo de cosas existían?

Había pequeñas cosas que empezaban a encajar.

La manada y su manía de tocarlo todo, los olores y los aullidos en medio del bosque. Las noches familiares en las que no me permitían unirme a ellos, que siempre eran cuando la luna estaba llena, blanca y redonda. El lobo de piedra, la forma en que se movían, como hablaban. El hombre malvado. El hombre malvado que se llevó a Joe. Seguro que fue porque...

«Algún día voy a ser un lider», susurró Joe. ¿Por qué había sentido un orgullo feroz cuando lo dijo por primera vez? ¿No lo había aceptado incluso cuando ni siquiera sabía lo que significaba?

Era consciente de muchos hechos.

Verdades simples.

Yo era Oxnard Matheson.

Mi madre era Maggie Callaway, vivíamos en Green Creek, Oregón.

Mi padre se fue cuando tenía doce años. No era listo, sino más bien tonto como una piedra.

La gente haría que mi vida fuera una mierda.

Solo quería tener un amigo.

Gordo era mi hermano-padre-amigo, a mi madre le gustaba bailar.

Tanner, Chris y Rico eran mis amigos y nos pertenecíamos los unos a los otros.

Los Bennett eran mis amigos (manada manada manada manada) y las cenas de los domingos ya eran tradición.

Jessie era mi novia.

Joe era mi... Oh, Joe era mi...

Esas eran mis verdades simples. Pero la realidad había cambiado. La realidad se había doblado, se había roto.

Y allí estaba, de pie en medio de un campo iluminado por la luna llena, mi padre-hermano-amigo, con unos tatuajes que brillaban con unos colores que ni siquiera existían, estaba a mi lado, sacudiéndome, gritando y vociferando: «Ox, Ox, Ox, está bien. Ox, está bien, no tengas miedo, yo estoy aquí».

Y allí estaba, de pie en medio de un campo iluminado por la luna llena, rodeado por lobos (MANADA, MANADA, MANADA, MANADA) que se apretaban contra mí. Y en el fondo del corazón, a través de esos lazos que no sabía que estaban ahí, pude oír cómo me susurraban las canciones.

«Calma, PequeñoHijoCachorro, calma. No hay nada que temer», transmitió Elizabeth

«Ox, Ox, Ox, soy tu Alfa y tú eres parte de lo que nos hace uno», dijo Thomas.

«No estés triste, AmigoManadaHermano, porque nunca te abandonaremos», afirmó Carter.

«No dejaré que te pase nada, estaré siempre a tu lado», prometió Kelly.

«No tienes que sentirte solo. Nunca más estarás solo», aseguró Mark.

Y Joe... Joe cantó más alto que todos los demás:

«Me perteneces».

La canción del lobo

Подняться наверх