Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 10
Оглавление— LA VERDAD —
RILAM
Aunque había empezado de una manera, el combate había dado la vuelta y ahora Zheoris le estaba ganando la batalla a Krombo. El guerrero cuervo manejaba su viento a la perfección, pero eso era una insignificancia para alguien que puede manejar la meteorología a su antojo. Krombo se vio obligado a arrojar una sarta de sus afiladas plumas negras para detener el ataque del tornado de Zheoris. Ella, sorprendida, tuvo que interponer su tridente para bloquearlas. El público clamó con otra sonora y satisfecha exclamación, rompiendo también en aplausos.
Volví a echarle un vistazo a Jän, incómodo. Observaba el combate, pero también se la veía distraída. No lo contemplaba con atención, no estaba en lo que tenía que estar, no actuaba como lo haría normalmente, estudiando cada detalle, cada movimiento. No. Se notaba que su mente era ajena a todo lo que ocurría alrededor… Al igual que la mía.
Miré al frente, suspirando. Sabía que esto iba a ocurrir, sabía que mi reencuentro con ella no me iba a resultar nada fácil. Cuadré los hombros, otra vez agitado. No, no había podido olvidarme de ella completamente. Desde que Jän había roto conmigo yo había pasado a ser un manojo de tristeza y soledad, ya no había vuelto a ser el mismo. Si al menos pudiera cerrar el círculo… Pero todavía seguía preguntándome qué había pasado en realidad para que me abandonara, si es que había pasado algo. Aún continuaba preguntándome por qué había roto conmigo, y, aunque Jän quizá lo había estimado más oportuno en su momento, la explicación tan simple e inconclusa que me había dado me carcomía por dentro, mi herida no terminaba de curarse nunca.
Sin quererlo, recordé sus palabras, nítidas y vívidas, cuando le había preguntado por qué quería dejarlo conmigo.
—No puedo seguir con esto —me había dicho con lágrimas en los ojos—. No duermo, no como, soy un zombie, porque no dejo de pensar en que esto… —Cerró los ojos, desbordando más lágrimas, y los abrió para continuar hablando—. Si sigo contigo, terminaré haciéndote más daño, es mejor cortarlo ya. Si seguimos juntos, sería engañarte, engañarnos a los dos, y no puedo seguir así.
—¿Engañarnos a los dos? —Yo buscaba respuestas en sus ojos, desesperado—. ¿Por qué? ¿Por qué dices eso? Creía que estabas bien conmigo, que lo nuestro...
Enmudecí. Fui incapaz de terminar la frase.
—Rilam, sabes que lo nuestro no va bien del todo, que siempre nos falta algo. Lo ves desde hace tiempo —me respondió, profundamente apenada.
Sí, lo había visto desde hacía mucho, mucho tiempo. Pero siempre había sido así entre nosotros, era algo que teníamos asumido y que habíamos aceptado como parte de la relación, que habíamos solventado, ¿qué había cambiado entonces para que ella tomara esa decisión? Y era cierto que la había notado rara, melancólica y nerviosa desde hacía unos meses, ¿qué le había ocurrido a Jän para que todo se precipitara de esa manera? No… no lo entendía. No lo entendí en ese momento y no lo entendía ahora.
—Lo que sea que te pase puedo arreglarlo —intentaba paliar yo, casi suplicante.
Pero mi reacción le había causado más lágrimas. Parecía torturarla de algún modo.
—No se trata de ti, sino de mí, de mis sentimientos. El amor que tú sientes por mí no es el mismo que yo siento por ti, no es del mismo tipo, no puedo seguir engañándote, engañándome a mí también. Ojalá pudiera corresponderte como te mereces, me odio a mí misma por ello, pero no puedo hacerlo. No te merezco. Te mereces a alguien que te ame con todo su corazón, con un corazón tan grande como el tuyo. Pero yo no soy esa persona, no soy tu alma gemela, lo siento. Lo siento.
Y se había ido, rota por el llanto.
Noram hacía un par de días que había partido a una de esas locas aventuras suyas que amenazaban con no dejarle volver, y yo me había quedado solo, sin mi mejor amigo ni la chica a la que había amado desde niño. Noram y yo habíamos mantenido comunicación mental, pero, a pesar de su apoyo constante y sus mensajes de ánimo, no había sido lo mismo que si le hubiera tenido aquí.
Ahora los tres volvíamos a reencontrarnos, sin embargo, ya no era igual. Yo me sentía muy incómodo por la situación, y Jän se notaba que también.
¿Le pasaría a ella lo mismo? ¿Sería esa la razón de su distracción? ¿Mi presencia aquí? ¿Estaría pensando en mí, en lo que había dejado atrás? ¿Se arrepentiría? Deseé que así fuera, con todas mis fuerzas, aun sabiendo que ese anhelo no me traería más que sufrimiento y dolor.
Noram me dio un codazo cuando se colocó a mi lado, despertándome del embrujo de mis pensamientos.
—Joder, tío, tienes unas pintas horribles —dijo, mirándome de arriba abajo con burla—. ¿Qué te ha pasado? Parece que hayas metido los dedos en un enchufe. ¿Dónde están esas trenzas de elfo que tanto te gustaba llevar antes? Y esa barba, tío. Pareces un náufrago.
—Yo también me alegro de verte tan bien —le respondí con una acidez bromista—. ¿Dónde te has comprado ese chándal? ¿En un rastrillo de primaria?
—Ja, ja. —Su sonrisa se amplió—. Bueno, al menos no tienes barriga cervecera. En eso te has cuidado bien.
—Los elfos nunca tenemos barriga, nuestro cuerpo siempre es escultural.
—Claro, entonces es por eso.
—Los híbridos, en cambio… —Y le hice un mohín a la par que contemplaba su estómago—. ¿Por eso llevas ese chándal? ¿Es para disimularla?
—Exacto.
Los dos nos reímos.
—Te he echado de menos —le dije, ahora serio y sincero.
Jän giró el rostro para mirarnos, interesada, aunque pronto lo volvió hacia delante.
—Yo a ti también —asintió Noram, apretando los labios en una sonrisa llena de añoranza.
—¿Dónde has estado?
—Por ahí y por allá, ya sabes —me respondió con un alzamiento de hombros.
—¡La ganadora es Zheoris, la guerrera caballo de mar! —anunció el árbitro de repente. Sostenía su brazo en alto.
El público lo celebró con un aplauso.
—Bueno, a ver quiénes son los siguientes —suspiró Noram—. Espero que esta mierda termine pronto, quiero irme a casa a dormir todo un día.
—A saber qué has estado haciendo por ahí. —Reí.
Jän sesgó su atención de nuevo.
—¡El siguiente combate será a cuatro! ¡Dos parejas competirán para clasificarse!
—¿Por parejas? —se asombró Noram.
—Esto es nuevo.
—Pues espero que no me toque. Por favor, que no me toque a mí, que no me toque a mí… —murmuró, cruzando los dedos.
—Acabas de decir que quieres marcharte pronto.
—Por eso mismo. Si lucho junto a alguien ya no podré perder, porque estaría perjudicando a otro guerrero que sí quisiera tu absurdo puesto de líder. Y si gano, tendré que quedarme más tiempo para volver a pelear. Joder, que no me toque…
—Eres un caso, pero supongo que el que no quieras que otro pierda por tu culpa te honra —le concedí.
—¡He aquí las parejas que van a competir! —anunció megafonía. Noram apretó el cruce de sus dedos—: ¡Rilam, el guerrero caballo, el actual poseedor del título de líder, y Sîtra, la guerrera salmón, contra Jän, la guerrera ciervo, y Noram, el guerrero zorro!
Jän se puso tensa de repente, si bien no fue la única. Noram se petrificó en el sitio repentinamente, como si fuera un reflejo de ella. Yo también me quedé estupefacto, aunque me recompuse. Habíamos venido a esto, y ya me había preparado mentalmente para un posible combate contra Jän o contra Noram. Lo que no me imaginaba es que iba a tener que pelear contra los dos a la vez.
—Mierda —murmuró Noram, cerrando los ojos.
—Así es la vida —le dije, dándole una palmadita en la espalda—. Y además tendrás que luchar contra mí. Te daré una paliza.
Él y Jän intercambiaron una extraña mirada.
—No lo dudo —suspiró Noram, tomando su boomerang.
Fruncí el ceño. Noram parecía desalentado con el vuelco de esta nueva norma. Desalentado de verdad. ¿Qué le ocurría?
Los ojos de Jän se cruzaron con los míos cuando abandonaron a Noram. Ella también parecía estar desanimada y nerviosa.
Sí, esta situación era realmente incómoda.
—Acabemos con esto de una vez —espiré.
—Sí —coincidió Jän con un asentimiento resignado, cogiendo su arco mientras ya echaba a andar.
Volví a exhalar por la nariz al tiempo que buscaba apoyo en la mirada de Noram. Esta dejó de seguir a Jän y se vino conmigo. Estaba preocupado por mí.
Los cuatro salimos al cuadrilátero instalado en medio del estadio. El público aplaudió con su elegancia élfica cuando todos, excepto Noram, alzamos los brazos para saludar. Después, adoptamos una pose de lucha.
—No te dejes engañar por Noram, no le menosprecies por ser un híbrido —le advertí a Sîtra con un cuchicheo—. Puede que sea un tipo muy divertido, pasota y casi siempre esté de broma, pero te aseguro que cuando se pone serio es un guerrero muy hábil e inteligente. Es un zorro, no hay nadie más astuto, rápido y ágil mentalmente que él.
Sîtra no hablaba, de modo que solo asintió, tímida.
El gong sonó y el combate tuvo comienzo.
Yo abrí la puerta. Haciendo uso de mi velocidad ultrasónica, me planté justo frente a Noram en una décima de segundo. Gracias a mi don, mi ahora rival ni me vio venir. Le propiné una patada que le lanzó hacia las cuerdas, ante la atónita mirada de Jän. De inmediato, apunté con mi lanza para arrojársela. En este tipo de combates nuestras armas se preparaban previamente con magia para que jamás llegaran a herir, aunque era una buena forma de demostrar lo que sabíamos hacer con ellas, además de con nuestros dones. Pero, tal y como le había advertido a Sîtra, Noram era muy hábil. Ya había hecho con su don que mi arma adoptara la forma de una cinta de gimnasia rítmica; aunque el efecto duraba solo unos segundos, logró que esta volara con gracia hasta que la vara terminó saliéndose del cuadrilátero y regresó a su forma original.
Rechiné los dientes cuando Noram salió despedido hacia mí. Jän pasó a la acción, disparándole una de sus certeras flechas a Sîtra. No me dio tiempo de avisarla. Mientras caía junto a Noram, vi cómo la cinta elástica de Sîtra, a modo de escudo, repelía el ataque de Jän, haciendo que la flecha rebotara hacia atrás. Noram trató de ponerme su boomerang sobre el cuello para inmovilizarme. Conseguí interponer otra de mis lanzas, en horizontal, y ambos iniciamos un forcejeo.
—Venga, hombre —protestó Noram.
—Ni lo sueñes —gruñí yo.
Nos empujamos mutuamente y los dos nos deshicimos del otro, fintando a varios metros. Sîtra lanzó su cinta con fuerza, sin embargo, su extremo se detuvo abruptamente, como si algo invisible la hubiera sujetado. Jän la estaba bloqueando con su telequinesia. Noram me lanzó su enorme boomerang con tanta maestría, que tuve que agacharme para que no alcanzara mi cabeza. El arma iba a regresar a sus manos, pero conseguí atraparla al vuelo, aunque eso me supuso una buena caída por la fuerza de la recogida. Joder con el boomerang. Era bastante grande, muy, muy veloz, y potente, cogerlo de por sí solo ya resultaba todo un reto. Además, pesaba mucho, aunque sabía que el arma se aligeraba en manos de su verdadero dueño. Desde luego, Noram era todo un maestro en su manejo, eso tenía que reconocérselo.
Sîtra recogió su cinta, frustrada, aunque eso no minó su espíritu luchador. Extendió el brazo y toda el agua que había en el recinto empezó a agitarse. El público estalló en exclamaciones cuando vio que sus botellas y botellines se elevaban para ser arrojados contra Jän. La guerrera salmón falló de nuevo; Jän se concentró y detuvo esos proyectiles justo a su alrededor.
Aprovechando la distracción de Noram, observé el boomerang y se me ocurrió utilizarlo. Jän estaba muy ocupada reteniendo las botellas y Noram estaba contemplando la escena, era una buena oportunidad para apuntarnos un buen punto. Un punto que tal vez sirviera para acercarme un paso hacia la renovación de mi título de líder.
No me lo pensé dos veces. Habíamos venido a competir y eso es lo que iba a hacer. Me puse en pie, cargué el pesado boomerang sobre el torso, tomé impulso y lo disparé con todas mis fuerzas, en dirección a Jän. No tenía la maestría de Noram, y era el arma más difícil de usar, pero no lo hice mal del todo.
Sin embargo, cuando Noram se percató y vio mi ataque, sus ojos se abrieron como platos. Su mirada lo dijo todo. Su arma, un boomerang, el único elemento que él no podía transformar o mutar, junto con los seres vivos, no estaba desactivada. Ese idiota despistado se había olvidado de hacerlo.
¡No, yo no quería!
Me quedé petrificado mientras el boomerang se dirigía hacia la cabeza de Jän a gran velocidad. Jän estaba tan concentrada en las botellas que cuando reparó en ello ya era demasiado tarde.
Quise moverme, sin embargo, las piernas no me respondieron. Pero Noram sí se abalanzó sobre ella. El boomerang se estrelló contra su espalda, rebotando en dirección al suelo del graderío, donde volvió a rebotar hasta que derrapó y se detuvo entre los clamores sorprendidos del público. Si yo hubiera sabido manejar esa arma curva, le habría roto la columna vertebral…
Las botellas se precipitaron sobre la lona, ante las miradas expectantes y sobrecogidas de todos los presentes, incluidos Sîtra y yo. Noram rodó junto a Jän. Su movimiento cesó con la muerte de la fuerza de la inercia, y Jän y Noram quedaron tendidos en el suelo.
Noram estaba sobre ella, todavía estrechándola entre sus brazos. Me invadió una sensación desconcertante y abrumadora, pero cuando Noram se alzó para observarla, me quedé en shock.
Ambos se clavaron la mirada, respirando con agitación por el esfuerzo. Y temblaban. Pero no temblaban por miedo o por frío. Era otro tipo de temblor. Sus ojos no podían despegarse de los del otro, se hipnotizaron mutuamente. Era una mirada especial, una mirada íntima y secreta preñada de fascinación, maravilla, adoración, calidez, sensualidad. De deseo. Y de amor. Era una mirada sobrecogedora, electrizante, podía palparse su intensidad en el aire.
Entonces, lo supe.
Me quedé paralizado a la vez que una imagen se formaba en mi cabeza. La imagen de ellos dos, haciendo el amor, deseándose con locura. La imagen de las níveas manos de Jän recorriendo la oscura espalda y las nalgas de Noram, suplicándole que no parase, mientras él se movía entre sus piernas, dentro de ella. La imagen de Noram internándose en Jän una y otra vez mientras ella gemía con delirio y placer extremos en su boca.
—No —musité, horrorizado y dolido.
Cabeceé para quitarme esa punzante escena de mi mente, pero la imagen ya no quería abandonarla. No quería creerlo, pero ahora lo veía muy claro. ¿Cómo había sido tan tonto? ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Mi mano apretó el centro de gravedad de mi lanza.
—¡Tú! —gruñí, insertándole una mirada iracunda a Noram.
Eso fue lo único que logró que apartara su sucia vista de ella. Cuando vio mis pupilas encendidas, y lo que eso significaba, se quedó inmóvil. Jän se puso blanca como la cal.
—¡TÚ! —bramé, arrojándome sobre él.
Las gradas se quedaron en un estupefacto y sobrecogido silencio. En medio parpadeo, tiré la lanza a un lado y me espeté contra él, arrancándoselo a Jän. Empecé a golpearle. Noram interpuso los brazos y consiguió zafarse, arrastrándose sobre la lona.
—¡¿Qué coño te pasa?! —me preguntó, perdido.
—¡Tú eres el motivo por el que ella me dejó! —le grité mi reproche, dolido—. Ahora lo veo todo claro. ¡Ella me engañó contigo!
Noram se congeló. Cuando revisó mis pupilas se dio cuenta de que ya no había marcha atrás. La verdad se había revelado ante mí, y era irrefutable. Se levantó con mucha cautela. Jän le imitó.
—Escucha… —trató de explicarme Noram, levantando las manos en un gesto que trataba de calmarme.
Esa precaución me puso enfermo, no hacía sino corroborármelo todo.
Me abalancé sobre él otra vez, sin escucharle.
—¡No! —chilló Jän.
Esto ya no era una exhibición, era una lucha de hombre a hombre, cuerpo a cuerpo. Usé los puños para golpearle en el estómago, los riñones, las costillas y la cara, pero Noram no se defendió. Saboreó con amargura cada uno de mis golpes, asumiéndolos. Eso me desquició aún más.
—¡Basta! —gritó Jän entre lágrimas cuando vio cómo tosía y se retorcía Noram.
Sentí cómo una fuerza me empujaba hacia atrás. En un instante, Jän estaba usando su don como barrera.
Mi ira osciló hacia ella y me puse de pie.
—¡¿Por eso fue?! —le reproché, y fui incapaz de evitar llorar yo también. Lágrimas de rabia y rencor, de dolor—. ¡¿Por eso me dejaste?!
—No pude evitarlo —sollozó, rota—. Le amo desde siempre, desde que tengo uso de razón.
Eso fue una puñalada en el corazón. Una puñalada de doble filo, por la que había sido la chica de mi vida, por mi mejor amigo.
—¡Pero tú estabas conmigo! ¡Decías que me querías! —le reproché sin comprender.
—¡Y te quería! Te quiero. Pero no de la forma que tú deseas. Ojalá pudiera corresponderte, pero no puedo.
Hice negaciones con la cabeza, machacando los labios.
—No, otra vez no.
—Tú siempre me habías dejado claras tus intenciones, y creía que yo también quería lo mismo, era lo que todos los de alrededor me habían inculcado. Rilam y Jän, la pareja perfecta. Hubo un tiempo en el que incluso yo misma me lo creí. Pero cuando empecé a madurar me fui dando cuenta de lo que sentía en realidad, de lo que sentía por Noram, lo que sentía por él desde siempre. Yo te quería, claro que te quería, pero no era de un modo romántico, no era lo que sentía cuando veía aparecer a Noram, o cuando le tenía cerca. Siempre le había amado a él, pero yo era muy joven, no comprendía mis sentimientos.
—¿Por eso te acostabas con él? ¿Para aclararlos? —le solté con una acidez atiborrada de dolor y rabia, encarándome con ella a pesar de su don.
Noram se levantó precipitadamente para interponerse. ¿Es que me creía capaz de hacerle daño a Jän?
—Entre nosotros no habido nada ni lo habrá, te lo juro, jamás la he tocado —defendió, limpiándose la sangre que se deslizaba desde su boca—. Ni siquiera nos hemos dado un beso.
—¡Pero tú también la amas! ¡Estás enamorado de ella!
Noram sostuvo su mirada con la mía, estirando el tiempo y la tensión con un silencio.
—Sí, desde que éramos unos críos —admitió, y luego sus pupilas descendieron—. Por eso me fui, no quería inmiscuirme entre vosotros.
—Un poco tarde para eso, ¿no crees?
Noram volvió a mirarme.
—Yo no sabía que Jän iba a romper contigo.
—Sin embargo, ya sabías que ella te quería a ti. Acabas de decir que por eso te fuiste.
—Sí, lo sabía, claro que lo sabía, no soy tonto —confesó—. Sabía que ella sentía lo mismo por mí, que había algo especial entre los dos desde siempre, pero no porque hubiera ocurrido nada entre nosotros. No nos dijimos nada hasta el día en que iba a partir. Jän vino hasta la estación para despedirse y allí nos lo confesamos todo. No pudimos evitarlo, era… —Noram enmudeció, y, de repente, me clavó una mirada resolutiva llena de honor—. Jamás habrá nada entre nosotros, Rilam.
—¿Eres tan cobarde que no vas a luchar por ella? —le critiqué.
—No quiero luchar contigo, es lo último que deseo en la vida —declaró, ladeando su gacho y rendido semblante—. Eres mi mejor amigo, mi hermano, jamás podría traicionarte. En cuanto mi último combate termine, volveré a poner tierra de por medio y me olvidaré de Jän para siempre. Te doy mi palabra.
Percibí su enorme sacrificio, sus puños se habían cerrado con fuerza, incluso vi cómo le costaba respirar. Esto era como si le estuviese pidiendo que se quitara la vida. E iba a hacerlo… Él, quien hace tan solo un momento había puesto su columna vertebral en peligro para salvarla, a riesgo de quedarse paralítico para toda la vida… Me sentí mal por él durante un momento, pero mi dolor también era insoportable. Estos meses habían sido una agonía para mí.
A Jän no le gustó ese juramento; exhaló con una mezcla de desagrado y desconsuelo, y cerró los ojos, dejando que dos lágrimas se escaparan de sus ojos de miel. Mi rencor se hinchó. ¿Qué se esperaba? ¿Que les diera mi bendición?
—Eso espero —exigí, raspando esas palabras para obligarlas a salir de esta boca que no se creía lo que acababa de pronunciar.
Había un silencio sepulcral en el estadio, amenizado solamente por un bajo murmullo. Nuestros compañeros y el público elfo observaban este nuevo e inesperado espectáculo con atención. Podía sentir las miradas de todos ellos sobre mí. Unas eran claramente críticas, censuraban mi dureza; otras empatizaban totalmente con mi posición. Lo mismo ocurría con Jän. Pero todas y cada una de ellas sentenciaban a Noram, ya le habían puesto el cartel de «culpable» colgando del cuello, para ellos ese híbrido era merecedor del castigo solamente por ser medio humano.
Eso me molestó, a pesar del dolor y la rabia que sentía. No, no era justo, pero en ese momento no tenía fuerzas ni ganas para reprobarlo.
—¿Ya habéis terminado? —Lloró Jän, indignada—. ¿Acaso yo no cuento para nada?
Noram ladeó su semblante afligido para ocultarlo.
—Mi decisión está tomada.
—¿Tu decisión? —Jän jadeó su irritación y se puso frente a él para que la mirase a los ojos—. ¿Y qué hay de la mía? ¿Qué pasa si yo decido otra cosa? ¿Y si yo decido luchar por ti?
La vista de Noram se izó hacia la suya con sorpresa. Sin duda no se había esperado esa reacción por parte de Jän.
Y yo tampoco.
¿Luchar… por él? ¿Jän quería… luchar por él? Mi corazón sufrió otro aguijonazo colmado de veneno.
—¡Un momento, detengan el espectáculo! —se oyó de pronto.
La atención de todos los presentes se alzó hacia el palco, incluida la mía, a mi pesar. El público ya jadeaba, conmocionado, cuando mi boca se quedó colgando. El Gobernador estaba rodeado de cuatro elfos encapuchados. Todos supimos de quiénes se trataba, sus túnicas verdes, ribeteadas con bordados de hojas doradas, lo confirmaban, todos habíamos oído hablar de ellos. Eran los Buscadores del Árbol. Habían entrado sin hacer el más mínimo ruido, discretamente, por alguna puerta trasera oculta del estadio para que ningún partidario de Rebast los viera o sospechara.
El Gobernador tardó un rato en reaccionar, al igual que todos los que abarrotábamos el estadio. Se apresuró a tocar un botón y las compuertas del techo se cerraron, dejando el estadio completamente blindado.
Eso fue otra señal.
—¡Tenemos noticias! ¡Noticias! —exclamó con júbilo.
Un murmullo, realmente elevado para cualquier elfo, se revolvió entre el graderío al percibir la alegría del Gobernador.
—¿Qué noticias son esas? —se preguntaba la gente, expectante y exaltada por la esperanza.
Todos esperábamos la gran noticia. Esa noticia soñada. Y esa noticia, por increíble que pareciera, llegó.
—¡Los Buscadores al fin han hallado el Árbol de los Elfos!