Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 16

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— AMOR IMPOSIBLE —

Los leños crepitaban mientras el fuego los estrangulaba con sus brazos ardientes y embravecidos. Su color y su luminosidad anaranjada se avivaban gracias a la oscuridad de la noche. Hacía rato que la corteza, bajo la túnica de la incandescencia, había pasado a ser de un color grisáceo. La pira desprendía calor y su olor, mezclado con el de los conejos asados, era realmente agradable y acogedor.

—¿Sientes la presencia del árbol próxima? —quiso saber Mherl.

—Sí, creo que estamos cerca —asintió Dorcal, dejando un hueso en el pequeño hoyo que habíamos cavado en el terreno.

Observé a Noram. No habíamos vuelto a hablar desde que habíamos llegado aquí, y si antes me rehuía, con lo que había ocurrido en el río ya ni me miraba.

¿Cuánto tiempo habría estado mirándome? ¿Me habría visto bien… o solamente un poco?

—Deberíamos comunicarnos con los otros grupos para avisar de nuestra llegada. —Dorcal apuró hasta la última brizna de carne del hueso de conejo antes de proponer eso.

—Intentaré comunicarme telepáticamente con Rilam, Zheoris y Krombo —coincidió Mherl. Se quedó en silencio durante unos segundos, aunque yo estaba más atenta a otra cosa: Noram. Al cabo, el cisne volvió a hablar, y lo hizo frunciendo el ceño—. Es extraño. No responde nadie.

—Mmmm. —Dorcal adoptó un gesto reflexivo—. Claro —cayó, entonces—, supongo que, al hallarnos en este otro mundo, en este intervalo espacio-temporal, vuestra telepatía se queda bloqueada en este lugar.

—¿No podemos comunicarnos con los guerreros que se encuentran fuera de aquí? —se sorprendió Mherl.

—Eso parece.

Mherl suspiró con preocupación, pero yo estaba analizando todos los gestos de Noram. Estaba tenso, pero también ausente. Tan solo salía de esa caja cerrada en la que parecía que se había encerrado cuando inconscientemente se le escapaba la vista hacia mí, pero entonces la desviaba automáticamente, apurado y duro consigo mismo por lo que yo le hacía sentir. Eso me desesperaba.

—¿Me pasas otro trozo de conejo? —le pedí.

Otra excusa más para llamar su atención.

Alzó la vista hacia mí, por fin.

—Claro —dijo, pasándomelo, y sus pupilas, para mi desgracia, se escaparon hacia abajo, huidizas.

Noram no era de los que rehuían la mirada, y menos conmigo, era algo inédito en él. Lo cogí, ya suspirando por la nariz.

—¿Me pasas un poco de agua? La mía se ha terminado —me inventé esta vez, volcando mi cantimplora. Sabía de sobra que le quedaba un poco de agua, de modo que actué con sorpresa cuando esta se derramó sobre mí—. Oh, vaya, me quedaba un poco. Bueno, otro remojo no me viene mal. —Reí, clavándole la mirada con segundas.

Dorcal y Mherl no comprendieron nada, pero Noram volvió a observarme, en esta ocasión consciente del doble sentido de mis palabras. Me miró fijamente, por fin, y cogió su cantimplora para pasármela.

—Toma.

—Gracias. —Sonreí. Le quité el tapón y bebí dos tragos. Al tercero, hice que el agua se me derramara sobre el cuello—. Oh, vaya, parece que hoy no hago más que bañarme. —Reí de nuevo, secándome con el dorso de la mano. Después, extendí el brazo para devolverle la cantimplora y volví a clavarle la mirada—. Lo malo es que me he mojado el uniforme, ¿verdad? Si no lo llevara puesto…

Mherl y Dorcal intercambiaron unos vistazos extrañados y perplejos.

El zorro se mordió el labio, llevando las pupilas a un lado, y luego las hizo regresar conmigo.

—Bueno, estos accidentes pasan, sobre todo cuando hay varias cantimploras cerca —se excusó—. Si uno no tiene el cuidado que tiene que tener, corre el riesgo de que una se derrame sin querer.

—Una cantimplora un poco sinvergüenza, a mi entender.

—Una persona descuidada, diría yo.

—Y un sinvergüenza muy listo.

—Por culpa de una descuidada un poco confiada.

Ambos mantuvimos la mirada, hasta que terminamos sonriendo.

—¿De qué va esto? —inquirió Mherl, confuso y molesto por nuestro código secreto.

—De nada —respondí, llevando la vista a mis pies para ocultar mi rubor.

—En fin —resopló el cisne—. Volviendo al tema que nos interesa de verdad… Dorcal, ¿cuánto crees que tardaremos en encontrar el trozo de árbol?

Mis ojos se izaron hacia Noram. Le pillé contemplándome con una media sonrisa embelesada, pero la desvió súbitamente. Al igual que las otras veces, su expresión mutó de manera drástica. De nuevo esa contención y esa prohibición que le había prometido a Rilam.

—No estoy seguro —respondía Dorcal mientras tanto, entrecerrando los párpados—. Siento su presencia cerca, pero a la vez siento que está lejos. Es… una sensación muy extraña.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Mherl.

Dorcal suspiró.

—No tengo ni idea —admitió sin más.

—Estupendo —espiró el cisne, tirando un hueso al hoyo.

—Pero iremos hacia el norte. Tengo la absoluta certeza de que se encuentra allí —afirmó no obstante el buscador.

—Bueno, algo es algo.

Uno de los leños chasqueó, disparando algunas chispas, y el silencio se adueñó del pequeño claro en el que nos habíamos instalado para pasar una larga noche.

Sin saber la razón, mis párpados se abrieron en mitad de la extraña película que estaba teniendo lugar en mi cabeza. No había oído ningún ruido extraño, y mi sueño estaba siendo plácido y tranquilo, pero algo hizo que me despertara. Lo primero con lo que se toparon mis ojos fue con el techo arbóreo que nos cubría. Por un instante, me quedé fascinada por su belleza, por esa explosión de hojas y ramas que se mecían con la suave brisa en un dulce baile y se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Jamás había visto algo parecido…

Pero esa no había sido la razón por la que me había despertado.

Me incorporé para girarme hacia el saco de Noram y comprobé que estaba vacío. Me inquieté. ¿Dónde estaba?

Sin dudarlo, me levanté sin hacer el más mínimo sonido, vigilando a Dorcal y Mherl, y abandoné el sencillo campamento.

Me moví por el bosque con cautela, rebuscando en cada rincón, en cada sombra. La penumbra hacía que el follaje se pareciera mucho, tanto, que cualquier mortal hubiera pensado que había pasado por el mismo sitio dos veces. Pero los elfos teníamos un sentido de la orientación sobrenatural en la naturaleza. Mi instinto, aletargado durante toda mi existencia, se activó en un chasquido de dedos, como si los árboles, el bosque, el cielo y las estrellas hubieran encendido un interruptor. Supe sin ninguna duda por dónde moverme, cuál era el camino de regreso. Eso me dio confianza.

El canto de los grillos y el ulular de los búhos era lo único que se escuchaba, por todas partes, hasta que otro sonido llamó mi atención. Una exhalación alargada, una exhalación llena de preocupación, de angustia…

Noram…

Estaba de pie, apoyado en el tronco de un árbol, con su cabeza apuntando hacia el cielo nocturno y una cara tan triste que me aguijoneó el pecho. Nunca había visto así a Noram.

Me aproximé a él con paso presto, muy preocupada, y me paré a una distancia prudencial. Noram me vio y ladeó el rostro para mirarme. Lo sesgó de nuevo para dejarlo en la misma posición en la que estaba.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Las hojas de los árboles se mecieron con la brisa, dejando un rastro silencioso tras su alargado y revoltoso siseo.

—Estaba pensando —respondió finalmente.

—¿En qué?

—En Rebast… Pero sobre todo en Breth. En Lugh… —Bajó el semblante, hundido por esto último.

—Lo que dijo Lugh no lo dijo en serio, no lo sentía de verdad. Estaba dolido, cegado por el dolor de la pérdida. Tú no tuviste la culpa, ¿me oyes? Deja de culparte.

—Estaba tan inmerso en Rebast… Fui un imbécil al pensar que podía ganarle —murmuró, apretando los puños—. Podía haberle detenido utilizando mi don, podía haberle cedido los honores a Rilam o a cualquier otro, pero preferí un combate de igual a igual. ¿Cómo fui tan estúpido?

—No digas eso —me opuse, acercándome a él de un movimiento impulsivo. Noram levantó la vista, sorprendido. Todavía había tristeza en esos ojos verde turquesa. Odiaba verle así—. Lo hiciste genial, fue espectacular, pusiste a Rebast en aprietos, se quedó a cuadros al ver tus habilidades con el boomerang. Le hubieras ganado si no hubiera jugado sucio.

—Creo que tienes demasiada fe en mí. —Me regaló una sonrisa desvaída.

—Por supuesto que tengo fe en ti. Creo en ti, siempre he creído. Sé que eres el mejor.

Noram volvió a sorprenderse al ver que lo decía totalmente en serio. Sin embargo, la culpabilidad pareció barrer esa sorpresa.

—Si fuera el mejor, Breth no estaría muerta ahora —objetó, afligido.

—Te repito que tú no tienes la culpa. Todos sabemos luchar, y todos sabemos a qué nos enfrentamos en una batalla, somos guerreros, todos sabemos las consecuencias, las asumimos. Breth también lo sabía, e hizo lo que le dictó su corazón y su conciencia. El único culpable que hay aquí es Rebast. Él fue quien la mató, no tú.

—Pero…

Me abalancé sobre él y le abracé con fuerza, acallándole. Noram se quedó paralizado por mi acción, pude escuchar el jadeo que se escapó por su boca. Pero sus brazos no lo dudaron y, sin darse cuenta, me correspondieron, apretándome contra su pecho. Al contrario que un elfo completo, que era algo más delgado aunque atlético, el cuerpo de Noram era fuerte, musculoso y fornido, pero cómodo y cálido. Exhalé, sintiendo cómo toda la electricidad de la atracción recorría mi organismo al completo, y arrimé mi nariz a su cuello para inhalar su magnética fragancia natural.

Le había echado tanto, tanto de menos…

Ya fue imparable. De nuevo la urgencia de disfrutar de su compañía a cada segundo se estampó contra mi corazón con ansiedad, sacudiéndolo, solo que, esta vez, el deseo de que permaneciera conmigo para siempre me invadió con la fuerza de un tsunami. Una vez que eso estalló dentro de mí, las ganas de luchar por él se volvieron vitales, algo casi a vida o muerte. Sí, no podía vivir sin él, lo sentía en cada célula de mi organismo, en cada átomo, en cada punto brillante de mi ser, de mi aura. Noram y yo teníamos una conexión que no se podía romper. Este año había sido agónico para mí, mi corazón se había detenido aquel día en la estación, cuando Noram se había obligado a subir al tren. Desde entonces mi corazón se había ido marchitando poco a poco, día a día. Pero ahora volvía a tenerle aquí conmigo y mi corazón había renacido con más fuerza que nunca. No, ya no podía dejarle marchar, no podía dejar que se volviera a alejar de mí. No, ya no podía seguir fingiendo que no había nada entre nosotros. Le necesitaba. Necesitaba sentirle, tenerle, entregarme a él… Le amaba con toda, toda mi alma, de un modo que me sobrecogía incluso a mí misma.

—Si ella no hubiera muerto para salvarte, lo hubiera hecho yo —susurré con un nudo en la garganta—. Me hubiera sacrificado por ti.

Noram, a pesar del estremecimiento que le provocaron mis palabras, movió la cabeza para poner su rostro frente al mío.

—No digas eso, ¿me oyes? —me riñó un poco, entre susurros.

—Sabes que lo hubiera hecho —murmuré, pegando mi frente a la suya para rozarla—. Daría mi vida por ti sin pensarlo.

Ese contacto logró que se rindiera.

—Y yo por ti —afirmó.

Ambos ya habíamos bajado los párpados y ahora exhalábamos, embrujados el uno por el otro. Nunca habíamos estado tan, tan cerca, con esta intimidad… Enseguida sentí esa energía electrizante danzando a nuestro alrededor, esa química preñada de amor y erotismo, aunque en esta ocasión multiplicada por diez mil, por cien mil. Siempre la había entre nosotros, desde niños. Era una energía cálida, tórrida, vibrante, espiritual, mágica, sexual. Yo nunca había sabido interpretarla, hasta que finalmente acabé dándome cuenta de lo que eso significaba. Era atracción. La atracción de dos seres que están locamente enamorados. Siempre habíamos estado enamorados.

Las placenteras descargas eléctricas del interior más íntimo y bajo de mi abdomen aumentaron, suplicándome que me fundiera con él. Mi boca fue en busca de la suya, llena de anhelo. Podía sentir su efusivo aliento ya rozándola, colmado de ansia y deseo, podía sentir esa química que siempre se descargaba tan solo con la presencia del otro, pero entonces, Noram sujetó mis muñecas y apartó mis brazos de su cuello con delicadeza, obligándose a sí mismo a separarse un poco de mí. Me cogió las manos y las besó, convirtiendo ese rechazo en algo dulce y tierno.

—No podemos hacer esto, está mal —murmuró, alicaído.

Luego, me soltó y caminó unos pasos para alejarse, dándome la espalda.

—¿Por qué? No estamos haciendo nada malo —rebatí, entre confusa y molesta.

Noram se giró en mi dirección.

—¿Entonces por qué siento que estamos traicionando a Rilam? —discutió.

—No le estamos traicionando. Lo mío con él se acabó hace un año, soy una mujer libre.

—Se acabó porque yo me interpuse.

—No te interpusiste. Tú ya estabas ahí, ya lo sabes. Estabas mucho antes que él —le corregí, dolida por que no entendiera nada. O eso parecía.

Esta vez Noram se quedó en silencio, como si mis palabras hubieran rebotado en alguna parte de su cerebro.

—Pero… Rilam y tú erais la pareja perfecta, todos lo pensábamos —arguyó.

—¿Tú también lo pensabas? —dudé—. ¿De verdad tú lo pensabas?

Noram fue incapaz de responder con un «sí».

—Yo tampoco. Nunca lo pensé —le revelé con un hilo de voz.

Ambos nos quedamos mudos.

—¿Por qué demonios te gusto yo? —musitó finalmente, y lo que más llamó mi atención fue que lo preguntó con verdadera sorpresa, como si en verdad no pudiera creerse semejante cosa—. Soy un mestizo, ni siquiera soy un elfo completo. En cambio, Rilam lo tiene todo. Es guapo, fuerte, el mejor guerrero, un líder. Yo siempre he sido el torpe.

—Tú me haces reír —confesé.

Su perplejidad inicial fue barrida rápidamente. Eso le gustó y, sin pretenderlo, curvó la boca en una sonrisa.

—Eso me convierte en un payaso —bromeó.

—Eso te convierte en el ser más especial del universo —modifiqué de nuevo. Noram se quedó noqueado, pero yo, al ver esa mirada que ya comenzaba a profundizar en la mía, empecé a ruborizarme un poco—. Haces… haces que los días oscuros se vuelvan claros, que la tormenta se transforme en música, que los momentos tristes pasen con rapidez, que desaparezcan. Haces que todo parezca fácil, incluso lo más difícil, haces que lo pesado se vuelva ligero y llevadero. Haces que la vida sea luminosa y feliz. Siempre has causado ese efecto en mí. Tú eres mi arcoíris en los días de tormenta. Por eso te amo.

Las pupilas de mi zorro se engancharon a las mías totalmente, encandiladas, provocando otro estallido en mi estómago. Sin embargo, su faz embobada se fue desactivando conforme se forzaba a bajar de la nube que había creado mi confesión. Otra vez un Noram serio.

—Y yo te amo a ti. Pero Rilam también. —Me miró fijamente, esta vez regio, observando mi cara desencajada—. Por eso sé lo que está sufriendo, lo que sufriría si nosotros… —Se obligó a no continuar con la frase—. Jamás lo superaría. No puedo hacerle eso, es como un hermano para mí, lo sabes.

—Ahora ya sabe la verdad.

—Si estamos juntos, el daño será aún peor. No lo superará jamás.

—¿Entonces qué es lo que debemos hacer, Noram? —rebatí, dolida e incrédula al mismo tiempo—. ¿Hacemos como que no pasó nada? ¿O vuelvo con él? ¿Le miento? ¿Le digo que lo siento mucho y que me equivoqué, que no siento nada por ti? —En esta ocasión la que le contemplé fijamente fui yo. Noram se quedó mudo. Exhalé mi consternación al adivinar sus pensamientos—. Ya sé lo que piensas. —Ladeé el rostro, apretando los labios mientras mis ojos se humedecían. Luego, volví a mirarle, esta vez con enfado y desilusión—. Piensas que no debí de haberle dejado nunca, ¿verdad? —De nuevo, obtuve una callada por respuesta. Noram sesgó la vista, haciéndose el fuerte—. Dices que siempre has sido el torpe, pero sabes que en realidad eso no es así. En absoluto. Sabes que es todo lo contrario. Eres más fuerte, más hábil que él, sabes que puedes superarle si te lo propones de verdad. Pero tú siempre has cedido ante Rilam para no hacerle daño. Cedías los mejores juguetes para él, le cedías el trozo más grande de tarta, le cedías tus colores, le cedías las victorias cuando jugabais, te dejabas ganar porque ya entonces sabías que Rilam en realidad es frágil, que es más débil que tú mentalmente aun siendo un elfo completo. —Por fin, Noram llevó su mirada ante mí. Sin quererlo, lo corroboró todo—. ¿Eso es lo que ibas a hacer conmigo? ¿Cederme a mí también? ¿Ibas a dejarte ganar?

Como me temía, Noram no tuvo una contestación para mí. Espiré, herida y cabreada, y me di la vuelta, echando a andar.

—Jän, espera. —Noram reaccionó y me cogió por la muñeca para que me detuviera. Lo hice, girándome hacia él, esperando lo que tuviera que decirme todavía con los mismos sentimientos reflejados en la faz. Noram hizo que sus pupilas descendieran. Tomó aire para infundirse coraje y me las devolvió, volcando toda esa intensidad y profundidad en ellas—. Estoy enamorado de ti, te quiero —reiteró con un susurro. Todo mi cuerpo vibró—. Yo también quiero estar contigo, no te imaginas cuántas veces he imaginado que tú y yo estábamos juntos, que yo estaba en el puesto de Rilam, que era yo el que podía besarte y tocarte... —Su mano subió hasta mi cabello, electrizándome solo con esa simple acción, sin embargo, sus dedos quedaron suspendidos a escasos centímetros—. Pero no podemos estar juntos, a veces amarse no es suficiente —murmuró, y se notó el nudo que apretaba su garganta. Su mano cayó, tan alicaída y atribulada como su mirada—. A veces las circunstancias… hacen que dos personas que se aman no puedan estar juntas, que sea un amor imposible.

Mi pecho se agitó con agonía.

—Nuestro amor no es imposible —repliqué, haciendo que mis ojos bailaran en los suyos, ya aguados—. No, si los dos no queremos que así sea.

—No podemos hacerle eso a Rilam. Yo jamás me lo perdonaría.

—¿Y qué pasa conmigo? ¿Acaso yo no te importo? ¿Acaso no te importan mis sentimientos? ¿No te importa si yo sufro?

—Claro que sí. Sabes que me mata verte sufrir, que no lo soporto. Por eso esto es tan duro para mí. Estoy entre la espada y la pared, Jän.

—Yo también lo estoy —le recordé, atormentada—. ¿Crees que Rilam no me importa? ¿Que no me duele verle así? ¿Que no me siento culpable por haberle hecho daño? Yo también sufro por él, le quiero tanto como tú. Hubo un tiempo en que yo también pensaba que era mejor que Rilam no supiera nada, que era mejor que tú y yo no estuviéramos juntos, pero me he dado cuenta de que para salir de ese rincón en el que te apunta la espada hay que tomar una decisión, o terminará atravesándote y no saldrás nunca. Y ahora que Rilam ya lo sabe, yo he tomado la mía. Y tendrá que aceptar nuestra decisión, quiera o no, le duela o no. Es lo justo. Y uno debe ser justo y honrado, para bien o para mal, con los demás y consigo mismo. ¿Dices que no podemos hacerle eso a Rilam? El daño ya está hecho, Noram. Está hecho desde el primer día en que tú y yo nos vimos, de niños, el mismo día en que nos enamoramos. Eso ya nada ni nadie lo puede cambiar, ni siquiera nosotros. ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a negar nuestro amor, a renegar de él? De acuerdo. No volveremos a hablar de esto, yo no existiré para ti. Pero eso también será injusto para Rilam, porque por mucho que le duela ahora, por mucha rabia que haya soltado en la competición, en algún momento tendrá que abrir los ojos a la realidad. Y la realidad es que tú y yo nos amamos, quiera o no quiera. Entonces se dará cuenta de que no tiene derecho a robarte tu felicidad, Noram. La felicidad de los dos. Así es Rilam. En cambio tendrá que vivir con nuestro amor imposible sobre su conciencia el resto de su vida.

—¿Y qué se supone que debo hacer yo, Jän? —discutió, aturdido por mis contundentes réplicas—. ¿Pasar de Rilam? ¿Ignorarle? No puedo hacer eso.

—Luchar por mí —respondí, conteniendo las lágrimas para que no se atrevieran a salir—. Eso sería más justo para Rilam, no le estarías dejando ganar, como haces siempre. Por primera vez en tu vida, lucha por algo.

—¿Me estás haciendo elegir entre él y tú? —desaprobó.

—No soy yo la que te hace elegir. Ha sido Rilam —le recordé.

Mi derechazo volvió a dejarle K.O., se quedó sin respuesta. Me di la vuelta, de nuevo enfadada y dolida, ambas cosas de un topetazo, y caminé aprisa, marcando los pasos con una amargura que se clavó en lo más hondo de mi ser.

Mi garganta era presa de un nudo gigantesco y cruel que la estrangulaba con sus manos de decepción, desilusión, angustia y dolor. Lo único que quería hacer ahora era marcharme lejos y llorar. Llorar hasta que el sol asomara en el horizonte. Sabía que lo nuestro era muy complicado, debido a Rilam, que no habíamos hecho las cosas bien, yo también odiaba herirle, pero que Noram se rindiera con esa facilidad…

—Espera —me llamó él de repente, corriendo hacia mí.

Logró alcanzarme y me sujetó del brazo, obligándome a darme la vuelta en su dirección. Me pilló completamente por sorpresa, no me lo esperaba. El giro fue tan rápido, que cuando me di cuenta mi cuerpo prácticamente se estaba estrellando contra el suyo. Su rostro y el mío apenas se distanciaban unos mínimos centímetros. Mi estómago, toda mi anatomía, vibró con contundencia, palpitante… Nuestros ojos se reencontraron y me quedé sin respiración…

Pero, de pronto, mi cabello se elevó y la tierra tembló.

Ambos, sorprendidos, miramos hacia abajo para descubrir que el terreno se estaba abriendo en dos. Una enorme grieta lo recorría a gran velocidad, pasando entre nuestros pies.

Y, entonces, los árboles de atrás comenzaron a ser arrancados y arrastrados al vacío.

El árbol de los elfos

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