Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 18

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— EL CIERVO Y EL ZORRO —

Los caballos de los guardianes, estos de verdad, estaban dispuestos en hilera, bajo el amparo de un gran árbol que les abrazaba con su sombra. No estaban atados, sin embargo, ellos permanecían quietos ahí donde sus jinetes les habían dejado, esperando pacientemente. Me quedé maravillada cuando los vi, pues era la primera vez en toda mi vida que veía un caballo en carne y hueso. Me acerqué a ellos con timidez, aunque maravillada.

Noram se aproximó a mí y se quedó a mi lado. Su semblante reflejaba lo mismo que el mío.

—Son preciosos —musité, sonriendo con deslumbramiento.

—¿No te atreves a tocarles? —Se rio, aproximándose a uno de ellos para acariciarle, él sin ningún temor.

El animal no tuvo problemas ni se opuso. Al contrario. Parecían encantarle las caricias que le estaba regalando Noram.

Qué suerte tenía ese caballo…

—Es que nunca he tocado uno —confesé, mordiéndome el labio.

—Yo tampoco —afirmó él, mostrando esa preciosa sonrisa suya que destacaba sobre su piel oscura mientras contemplaba y pasaba las manos por el hocico del animal. Entonces, alzó el mentón, sosteniendo esa curvatura de su boca, y sus pupilas se vinieron conmigo—. Ven aquí.

—¿Qué? —Me puse nerviosa. Su petición había sonado con tanta seguridad…

Ya podía ser tan seguro para otras cosas.

—Ven, no te hará nada —garantizó.

—No estoy segura de si quiero ir contigo —le contesté, cruzándome de brazos a la vez que sesgaba la faz al otro lado.

—Anda, ven, yo tampoco te haré nada —prometió con otra de sus sonrisas ladeadas, esas que siempre me hacían palpitar.

Ese era el problema, que no me hacía nada…

Mi vista osciló hacia él de soslayo y terminé soltando un suspiro, claudicando.

—Está bien. —Solté los brazos y me puse a su vera.

—Acaríciale aquí, creo que eso le gusta —me indicó.

Levanté la mano y, con dedos trémulos y cautos, empecé a acariciarle entre la crin. Era muy suave y sedosa. Miré a Noram. Ambos nos sonreímos, aunque yo tuve que sujetar el cosquilleo de mi estómago, porque si no, mi mano terminaría tirando del cuello de ese zorro para pegarle a mí. Con más confianza, deslicé las yemas en lo más profundo de la cabellera, rascando al equino. El caballo se inclinó un poco hacia mí para que continuara y solté una risita.

—Le gusta —me asombré.

—Normal, ¿a quién no le iba a gustar que tú le acariciaras? Habría que ser idiota —murmuró para sí.

Alcé la vista, sorprendida, pero no me dejé engañar por la ilusión.

—Un idiota como tú —le reproché, dirigiendo mi atención al animal de nuevo a la par que fingía indiferencia.

Noté cómo Noram llevaba sus ojos hacia mí, cómo profundizaban en mi alma… Y eso que yo no le estaba correspondiendo la mirada.

—Si fuera listo, ahora me aprovecharía de esto para robarte una caricia —murmuró, sonriendo con esa mueca que me volvía loca.

No pude evitarlo. Dejé de rascar al caballo y mis pupilas volaron hacia las suyas para clavarse en ellas con insinuación y seducción.

—Eres un zorro, seguro que sabes arreglártelas —susurré.

Su atractiva sonrisa no se desvirtuó, pero su mirada verde turquesa se intensificó tanto, que creí que el alocado hormigueo de mi abdomen lo iba a hacer estallar.

—Siempre has sido muy buena pinchándome —admitió.

—Para lo que me ha servido… —suspiré, regresando mi atención al caballo.

Mi respuesta volvió a dejarle tocado. La expresión de Noram fue marchitándose a medida que me observaba acariciar al animal. Se quedó tieso en el sitio, mirándome, serio, pensativo.

Hasta que se arrimó a mi costado. Sentirle tan cerca hizo revivir el relampagueo de mi abdomen. Y de las partes más innombrables de mi cuerpo.

—Jän, sobre lo que hablamos… y lo que dijiste antes… —Lo susurraba con una voz muy baja, casi en la punta de mi oreja, levantando todo un polvorín travieso y revoltoso entre mis piernas—. Yo…

—¿Te gusta?

Ambos pegamos un bote y nos separamos, del sobresalto, cuando oímos la voz de Sorpra, pero yo, además, me quedé paralizada por esa pregunta tan directa que fue dirigida solo a mí.

La relación entre un elfo y un híbrido no estaba muy bien vista en nuestro mundo moderno. No es que estuviera prohibida ni te fueran a tirar piedras por la calle, sin embargo el matrimonio, por ejemplo, estaba ilegalizado, y siempre te ibas a encontrar elfos y humanos que te iban a censurar y a poner trabas. Eso nunca me había importado, desde luego, pero algo me decía que aquí, en esta dimensión, era aún peor. Sabía, por los libros y textos antiguos que nos habían hecho leer en el instituto y la universidad, que aquí eso era algo castigado, como ocurría con la homosexualidad en el pasado de nuestro mundo.

—¿Qué? —musité, blanca como un folio.

—Observa su color —habló Sorpra con ese semblante serio e impertérrito propio de alguien de la realeza, aproximándose a nosotros, sin dejar de mirarme. Automáticamente, mi pálido rostro se sesgó en dirección a Noram, que se mantenía tenso, a la expectativa, sin quitarle ojo al príncipe. Sí, Noram, además de ser un híbrido, era negro, otro punto más que se sumaba a la censura de mi mundo. ¿Empeoraría eso las cosas aquí también? Pero, de pronto, Sorpra extendió la mano y comenzó a acariciar al caballo. Bajé los párpados y espiré con alivio cuando reparé en que estaba refiriéndose al animal—. Es único. Hemos conseguido este cromatismo gracias a la mezcla genética que hemos llevado a cabo durante años.

—La mezcla mola —soltó Noram, sonriente.

Iba a sonreírle yo también, cuando Sorpra le encañonó con unas pupilas claramente contrarias. Sí, estaba claro que aquí el dato de su raza negra empeoraba las cosas.

—Todos son pura sangre —puntualizó el príncipe con intención.

A Noram se le borró la sonrisa de la cara. Los dos sostuvieron la mirada con una tensión que podía cuartear hasta el aire que respirábamos. Entonces, Noram cogió oxígeno para responderle.

—Es… es precioso —intervine con rapidez, cortándole.

Noram me fulminó con la mirada, y lo entendía, yo misma le hubiera pegado una contestación a Sorpra, ese comentario racista también me había ofendido a mí, pero no podíamos permitirnos el lujo de desagradarle o crear un agravio. Eso podría poner en peligro la misión. Y ahora mismo llegar hasta el trozo del árbol y conseguirlo era lo más importante, nuestra misión, la vida de la Tierra y de todos los seres que la habitaban, dependía de eso.

El interés de Sorpra saltó hacia mí.

—¿Te gusta? —repitió, muy atento a mi reacción.

El zorro chistó, oscilando la vista a un lado en tanto murmuraba algo ininteligible.

—Sí. Es la primera vez que veo un caballo —confesé, pasando la mano por el hocico del animal.

—¿Nunca has visto uno?

—¿Está sordo? —Esta vez el cuchicheo irritado de Noram fue más audible.

—No. Nuestro mundo está completamente destruido, los caballos… ya no existen. Bueno, en realidad no hay casi ninguna especie con vida —contesté con tristeza.

—Eso es horrible —jadeó Sorpra, afectado de verdad.

Esta era la mía.

—Pero todavía hay solución. Con el Árbol de los Elfos podríamos repoblar el planeta con árboles. Todo se arreglaría automáticamente, pues es un árbol mágico. Una vez que hubiera árboles, la capa de ozono se regeneraría, habría oxígeno, plantas terrestres, plantas marinas que harían que en los océanos también hubiera oxígeno… Cuando todo se restableciera, podríamos trabajar con los genes de todas las especies que hemos criogenizado para traerlas de nuevo a la vida. Entonces, tendríamos todos los caballos que quisiéramos.

—Y nuestro mundo, mi mundo, también volvería a su estado original —adivinó.

Le miré, más confiada.

—Exacto.

Sorpra lo reflexionó más detenidamente, estudiando mis ojos con ahínco.

Noram suspiró con exasperación.

—Tendrás que contarle eso a la Reina —me indicó.

—¿Yo? —De repente, me arrepentí un poco por ser tan elocuente.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó.

—Jän.

—Y yo Noram —añadió el zorro.

—De acuerdo, Jän. Has hecho que termine de creeros, si tú lo explicas como me lo acabas de explicar a mí, tal vez ella decida entregaros el trozo del árbol —decidió Sorpra, ignorando a Noram por completo.

Lo de ponerme delante de una reina para hablarle no me hacía mucha gracia, pero la parte final de su frase llamó toda mi atención.

—¿Tal vez?

—La Reina es… dura —empezó a explicarme a la vez que cogía las riendas del caballo para tirar de él. El animal obedeció con nobleza y comenzamos a caminar en dirección al grupo. El resto de equinos empezó a seguirnos automáticamente. Giré la cabeza y, con una mueca, insté a Noram a que viniera. Él resopló, disconforme, aunque se metió las manos en los bolsillos del pantalón y nos siguió hasta que se puso a mi lado. Sorpra continuó con su explicación—. Toda su vida ha estado velando por el Árbol de los Elfos. Y su existencia ha sido muy, muy larga. El árbol ha sido el centro de su universo durante milenios. Ha sido su cometido desde siempre, no le va a gustar que vengan unos extranjeros a llevárselo.

—Pero tiene que hacerlo, si no, todo el mundo, incluido este maravilloso paraíso, desaparecerá, moriremos todos —aseveré con convicción y arrojo, clavándole la vista con esa misma expresión—. Y todo el esfuerzo que ha llevado a cabo la Reina durante milenios, toda su vida, habrá sido en vano. Tendríais que ver cómo está la Tierra fuera de este paraíso, es… horrible, dramático. La Tierra está agonizando, nos está suplicando que la ayudemos, y nosotros, los elfos, somos los hijos directos de la Madre Naturaleza, es nuestra obligación salvarla. Ella nos encomendó el cuidado del Árbol de los Elfos, pero también es una herramienta de la que nos dotó para un caso de extrema urgencia, como este. Este paraíso oculto fue creado por nuestros ancestros para guardar y proteger el árbol, probablemente fue a la Reina a la que se le encomendó ese cometido y ha estado cumpliendo con su misión desde entonces. Pero ahora ha llegado el momento de usarlo. Este es el cometido final por el que la Reina lo ha guardado y custodiado. Esta es la finalidad de la misión que le han encomendado.

En vez de responderme, Sorpra se quedó ensimismado en mi cara durante unos segundos en los que yo no entendí nada.

—Tienes unos ojos preciosos —soltó de repente.

Oh. Vaya, empezaba a entenderlo.

—Llegas tarde, eso ya lo sabíamos —cuchicheó Noram con una marcada acidez que intentó ocultar virando el rostro.

—Bueno…, gracias —le dije a Sorpra entre tanto, un poco sonrojada y desconcertada.

—Te conozco —afirmó el príncipe.

La faz de Noram se giró automáticamente.

—¿Qué? —pregunté.

—¿Cómo? —alucinó Noram, alzando las cejas con incredulidad.

—Cuando la Reina te vea, ella también te reconocerá. Le agradará tu presencia.

—Yo…

Noram refunfuñó y Sorpra miró al frente.

—No sé si accederá a vuestra petición, pero le gustarás. Eres muy persuasiva, y también muy persistente, por lo que veo —alabó.

—Por supuesto, es un ciervo. Eso forma parte de su personalidad —le respondió Noram, casi ofendido.

—¿Un… ciervo? —se sorprendió Sorpra, observándome de nuevo con suma atención.

—Nosotros formamos parte de los trece Guerreros Elfos —le desvelé.

—¿Guerreros Elfos? Nunca he oído hablar de ellos.

—Nuestro origen se remite a las estrellas —empecé a explicarle durante nuestra marcha. Y añadí a mi relato los nuevos datos de nuestra historia que acabábamos de conocer recientemente—. Se dice que hace muchos, muchos millones de años, las estrellas vagaban por el universo, solas, erráticas, salpicándolo con sus luces blancas y brillantes. En aquellos tiempos había armonía y paz en la Tierra. Pero la llegada de los humanos lo cambió todo. Estos comenzaron a ser codiciosos, empezaron a explotar al planeta, a enfermarlo, y nuestros ancestros no daban abasto para remendar los errores fatales que iban dejando los humanos. Crearon este paraíso oculto para la protección del árbol origen de todos los árboles, pero no fue suficiente para detener la inexorable avaricia del ser humano. Nuestros ancestros necesitaban unos guerreros con habilidades especiales para poder llevar a cabo la protección de la Tierra, y así lo suplicaron. Entonces, la Madre Naturaleza actuó. Reunió a millones de estrellas, las más brillantes, enérgicas y vivas, y las convirtió en trece constelaciones. Constelaciones con forma de animales que las conectaban con la Tierra, constelaciones dotadas de magia y de un poder excepcional. La Madre Naturaleza eligió a trece guerreros de entre todos los elfos del mundo; trece guerreros únicos, los únicos trece guerreros que encajaban a la perfección con el animal de cada constelación, y los bendijo con un don. Por eso se dice que nuestro poder proviene de las estrellas, y que la Madre Naturaleza, siempre en conexión con ellas, nos toca con su mano para elegirnos. Cuando uno de los guerreros fallece, la Madre Naturaleza ya tiene a otro elegido para cubrir ese puesto. Cada uno de nosotros representamos a un animal, según nuestra constelación y nuestro carácter. Yo soy la guerrera ciervo.

—La guerrera ciervo. Es… fascinante —me aduló el príncipe, observándome con esa fascinación—. Ahora comprendo ese arrojo que hay en ti.

—Estupendo… ¿Por qué no me habré quedado calladito? —volvió a mascullar Noram en voz baja.

—Y también veo que usas el arco y la flecha —observó Sorpra.

—Sí. Soy una experta —presumí.

—Estoy seguro de ello —murmuró.

—¿Qué?

—Oh, nada. Digo que sin duda los ciervos tienen unas cualidades excepcionales. Son fuertes pero delicados al mismo tiempo, inteligentes, cabales, elegantes, sensibles, atentos, y muy, muy bellos. Las estrellas han acertado contigo, es evidente.

—Sí, bueno, pero eso no tiene nada que ver. Yo soy un zorro y no voy robando gallinas por ahí —chistó Noram.

En esta ocasión, Sorpra sí le hizo caso, aunque mirándole como si él fuera un incordio.

—Un zorro. Los zorros son los maestros del engaño —insinuó.

—¿Qué queréis decir? —quiso saber Noram, con el ceño bajado con ofensa mientras le repasaba de arriba abajo.

—Sigilosos, listos, avispados, huidizos, oportunistas, tramposos, nocturnos y sobre todo… solitarios —volvió a apuntar.

—Pero monógamos —matizó Noram con agilidad mental. Luego, sus ojazos verdes se clavaron en mí, provocando todo un estallido en mi cuerpo—. Una vez que encuentran a su hembra, estarán con ella para toda la vida. Se reúnen con ella cada año para aparearse, solo con ella, ambos se reconocen por su olor, se buscan y se juntan.

—Pero después se vuelven a ir en solitario —apuntilló Sorpra—. Los zorros aman su libertad, su independencia.

—Ahí le ha dado —mascullé por lo bajinis.

—No todos. Algunos zorros conviven con su hembra durante todo el año y no se separan de ella jamás —señaló Noram, observándome de nuevo con unos ojos profundos e intensos. Ay, otra vez el revoloteo de mi estómago. Pero, entonces, su vista fluctuó hacia Sorpra con una intención tan clara, tan descarada, que me alarmó—. Y desde luego un zorro macho no permitirá jamás que ningún otro se acerque a su hembra, la protegerá con su vida, no la dejará para ningún otro… zorro.

¿Qué le pasaba? Jamás había visto a Noram así, tan a la defensiva con otro chico por mí. La cara de Sorpra sufrió una ligera sacudida por ese ataque.

—Perdonad un momento, alteza —le pedí al susodicho con una risilla nerviosa, agarrando a Noram por los hombros para apartarle de allí. Le obligué a caminar conmigo unos metros más allá y me planté frente a él, enfadada—. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿A qué viene eso? —cuchicheé.

—Está intentando ligar contigo, ¿no lo ves? —gruñó, señalándole con la mano.

Me crucé de brazos.

—¿Y qué problema hay?

—¿Qué? —Noram se quedó a cuadros, era evidente que no se esperaba mi respuesta—. ¿Qué… problema hay? —Su mano se fue cayendo poco a poco al no encontrar un argumento válido—. Bueno, pues que él… Tú…

—Tú y yo no vamos a estar juntos, tienes que cumplir tu promesa, así que soy una mujer completamente libre, ¿no? A ti ya no te tiene que importar si alguien quiere ligar conmigo o no.

—Claro que me…

—Céntrate en la misión —le interrumpí—. ¿Quieres echarlo todo a perder? Esta es la única oportunidad que tendremos de conseguir el trozo del árbol, no lo estropees por una absurda subida de testosterona. Si le ofendes, no nos dejará entrar en su palacio, puede que incluso nos arresten o nos apresen, así que quédate calladito. Por una vez, tómate algo en serio.

—Sabe lo nuestro —protestó—. Me acaba de provocar, ¿no lo ves?

—¿Lo nuestro? —Solté una risa sarcástica y la acidez habló por mí—. ¿Qué «nuestro»? No puede saber nada, porque entre nosotros ya no hay nada.

El zorro ladeó la faz, disconforme.

—Céntrate —le reiteré.

Me di la vuelta, tratando de ser fuerte, y me acerqué a Sorpra.

—Disculpad, ya podemos seguir, alteza. —Le sonreí, todavía inquieta por la metedura de pata de Noram.

Oí cómo el zorro resoplaba, pero también cómo reiniciaba la marcha.

—Bien, porque debemos partir ya, si queremos llegar a palacio antes de que anochezca —dijo Sorpra.

El árbol de los elfos

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