Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 15
Оглавление— EL PARAÍSO OCULTO —
Las motos mágicas rompían el viento sin cesar en su vuelo, incansables, decididas, prestas, si bien, a diferencia de los quads de los matones de Rebast, no emitían ni un mínimo ruido. Según nos explicó Dorcal, apenas eran visibles, pues se mimetizaban tan bien con suelo, cielo y todo lo que se hallaba a sus flancos, que a los ojos ajenos resultaban ser transparentes. Incluso los pilotos éramos mimetizados por su efecto. En cambio, nosotros lo veíamos todo perfectamente.
Dorcal se guiaba por su instinto, y su instinto era el GPS de esas motos mágicas. Ellas no sentían fatiga alguna. Hacía ya tres días que habíamos iniciado este viaje y todavía no habíamos llegado a nuestro destino. Las paradas habían sido cortas, con el tiempo justo para comer algo o dormir, por lo que el cansancio ya comenzaba a darnos toques en la espalda diciéndonos: «holaaaa, ya estoy aquíííí».
El paisaje seguía siendo desolador. Mi corazón no quería mirarlo, pero mis ojos no podían evitar hacerlo. Era tan devastador, que resultaba imposible ignorarlo. Sobrevolábamos una zona que antiguamente había estado salpicada de unos hermosos lagos de aguas color turquesa. En la actualidad eran pantanos de un bermejo intenso que burbujeaban su agonía, lanzando las cadenas que los oprimía en forma de chorros espesos. Otros, también soltaban ráfagas de un vapor hirviente con olor a azufre.
Mis testarudas pupilas, una vez más, solo abandonaron la escena para contemplar a Noram. Esto también era imposible de ignorar. No se le veía la cara todo lo bien que me hubiera gustado, debido a la mascarilla y las gafas protectoras, sin embargo, esos soles de ese intenso color verde turquesa no se me escapaban ni aunque tuviera una pared enfrente de tres metros de grosor. Cuando Noram correspondió mi mirada (también una vez más), sentí que mi abdomen, mi corazón y todas las partes sensibles de mi cuerpo iban a estallar. Ese sentimiento se incrementó al percatarme de que él tampoco era capaz de apartar la vista.
Fue uno de esos disparos de vapor el que me atacó. Estaba tan inmersa en esa profunda mirada verde, que el proyectil de vapor me pilló desprevenida y apenas pude esquivarlo. Noram fue el primero en advertir que mi moto había sido rozada y que se estaba desintegrando bajo mi trasero.
—¡Jän! —jadeó, haciendo que la suya pegase un viro repentino.
Llegó hasta mí como un rayo y pude sujetarme al asiento. Me ayudó a montar detrás de él. Dorcal y Mherl respiraron con alivio.
—¿Estás bien? —quiso saber.
Seguía sin poder verle bien el rostro, pero su voz atestiguó su susto.
¿Debía aprovecharme de eso? Pues claro, sin ningún género de duda. Después de esta misión quizá no volviera a verle nunca… Por un momento me invadió un sentimiento agónico, pero de repente, casi con urgencia, me obligué a mí misma a no pensar en eso ahora. No podía desperdiciar mi escaso tiempo junto a él. Tenía que disfrutar de Noram, de su compañía, a cada segundo, a cada instante, por mínimo que fuera.
—Me he asustado mucho. —Fingí miedo.
—Tranquila, ya estás a salvo —me calmó—. Agárrate a mí y todo irá bien.
Sí, eso pensaba hacer. Me aferré a esa cintura que bajo la tela estaba llena de músculos, aparté su cápsula de oxígeno a un lado, su boomerang, y me pegué bien a él, como si fuera lo último que fuese a hacer en esta vida. Noté el nerviosismo que eso provocó en Noram y sonreí.
—Sí, ahora estoy muy bien.
—Hay… hay que tener cuidado y esquivar los chorros de vapor, ¿sabes? No se puede ir volando por ahí a lo loco, sin mirar —disimuló, utilizando ese tono de humor alegre tan típico en él.
Cómo me gustaba ese tono.
—Estaba mirando otra cosa —alegué sin tapujos.
Noram sesgó el rostro hacia atrás sutilmente y guardó silencio. Esta vez sentí el calambrazo de nervios que atravesó su columna vertebral.
—En la carretera hay que estar atenta. ¿Dónde demonios te has sacado el carné de conducir? —volvió a bromear para disimular, mirando al frente otra vez.
—Me lo han quitado —repliqué, siguiendo su chanza.
—No me extraña —chistó, sonriente—. Y, para colmo, circulas sin carné. Eres un peligro, una delincuente.
—¿Yo? Pero si siempre he sido una niña buena, ya lo sabes.
—Estás demasiado buena, nena —se le escapó.
Aunque lo había murmurado para sí mismo, tratando de que la confesión quedara entre la mascarilla y él, le oí.
—¿Crees que estoy buena? —inquirí con una sonrisa.
—¿Qué? —Noram, otra vez inquieto, se percató de que le había escuchado—. ¿Qué dices? No, solo era una broma.
—Ah, ¿no estoy buena? —Teñí mi tono de desilusión.
—No, claro… claro que lo estás.
—Acabas de decir que era una broma.
—¿Dije que era broma? No, no era broma… Bueno, dije que era una broma, pero en realidad no lo era. —Al ver que se atropellaba, empezó a ponerse más nervioso todavía. Hoy nuestra cercanía parecía levantar un polvorín especialmente inquieto en él—. En realidad lo dije en serio, pero… no era broma. Eres la chica más guapa que he visto en mi vida, y estás para comerte. Bueno, quiero… quiero decir, que todos lo ven, no solo yo, se puede ver a leguas, solo hay que mirarte…, mirarte un poco, para darse cuenta de eso.
Solté una risilla por ese sin sentido que salía por su boca.
—Ya lo he entendido, tranquilo —le calmé, satisfecha, dándole unas palmaditas en la espalda.
—Menos mal —farfulló, aliviado.
Dorcal interrumpió nuestra absurda conversación, llamando la atención del grupo.
—¡Ahí está, ahí está! —exclamó con una carcajada, señalando un lugar con el dedo—. ¡El paraíso oculto se encuentra allí, chicos! ¡Ese es el lago! ¡Hemos llegado!
Un sentimiento de euforia nos dominó a todos, de repente. El lago ya no era un lago como tal. Lo correcto hubiera sido decir «lo que antes había sido un lago», pues sus aguas eran turbias como barro, aunque no burbujeaban ni soltaban vapor, tan solo emitían unos tenues y delirantes aros concéntricos.
La orden mental de Dorcal hizo que las motos cambiaran de rumbo y comenzaran a descender prácticamente en picado, en dirección a las ennegrecidas aguas.
—¡Sujetaos bien! —nos advirtió.
Yo lo hice al musculoso torso de Noram, con fuerza, lo que le provocó otro pequeño respingo nervioso. Cuando vi que Dorcal no tenía ni la más mínima intención de aminorar la caída, supe que íbamos a caer directamente sobre el barro. Hinqué los dedos a fin de aferrarme del todo y pegué el rostro en la espalda de Noram, cerrando los ojos con los párpados apretados tras las gafas.
Pero lo que se sintió fue… Nada. Alcé los párpados y me despegué de Noram para comprobar qué había ocurrido. Y lo que ocurrió fue que mis ojos se abrieron completamente, maravillados.
Nuestras motos ahora eran unos hermosos caballos verdes con espléndorosas alas, tan brillantes como los colibríes; se habían transformado automáticamente al traspasar el agujero de gusano. Pero no fue eso lo que más me impactó, lo que me dejó sin respiración.
Un mantón de árboles, grandes, fuertes y coloridos, se extendía más allá de donde alcanzaba la vista. Las montañas, al fondo de ese paisaje, eran coronadas por una nieve alba y brillante que resplandecía con la luz del sol. Este era cegador, reinaba sobre un cielo de un intenso azul, un cielo inmaculado, intacto, perfecto. El agua del río que discurría abajo centelleaba, lleno de vida, alegre, armónico. Las praderas, de una larga y espesa hierba, estaban atiborradas de flores. Nuestro recorrido por el aire me permitió ver todo cuanto acontecía allí abajo. Los pájaros emitían sus cánticos y gorjeos desde el entramado arbóreo, los ciervos corrían con libertad, una manada de lobos descansaba plácidamente mientras los lobeznos jugueteaban, los osos pescaban sus salmones en los saltos del río… Y esto solo era el principio de este mundo paralelo que nuestros ancestros habían escondido como un tesoro.
—¿Estamos en un sueño? —inquirió Noram, alucinado.
—No —musité yo, a punto de echarme a llorar de la emoción.
—Ahora entiendo por qué le llaman paraíso —murmuró Mherl.
Dorcal se quitó las gafas y la mascarilla; los demás le imitamos sin pensárnoslo dos veces y lo hicimos desaparecer junto con las cápsulas. El oxígeno de las mismas dejó un rastro fulgurante cual estrellas. Una ráfaga de aire fresco y limpio acarició mi faz y peinó mi cabello, llevándolo hacia atrás. Respiré hondo, permitiendo que hinchara toda la capacidad de mis pulmones. Esta vez no pude reprimir las lágrimas de felicidad. Jamás había sentido una brisa tan cristalina, tan pura, jamás había sentido ese frescor en mi pecho… Era como un abrazo acogedor. Un abrazo de la Madre Naturaleza. Un abrazo de la Tierra.
Ahora más que nunca estaba decidida a cumplir con nuestro cometido. La Tierra tenía que volver a ser como este paraíso.
—Aterrizaremos y haremos un descanso hasta mañana. Creo que nos lo merecemos. —Dorcal sonrió.
—Estoy totalmente de acuerdo —coincidió el guerrero cisne.
Descendimos de nuevo, ahora con más calma, parándonos a disfrutar del hermoso y magnífico paisaje. Hasta que al fin nuestros caballos posaron las patas en tierra firme y se esfumaron, dejándonos prácticamente de pie. Observamos los alrededores, aún atónitos por lo que estábamos viendo, por lo que estábamos viviendo, sintiendo, oliendo. Miré hacia arriba. Un espeso techo de ramas y hojas apenas dejaba huecos por los que ver el cielo azul, aunque los rayos del sol lograban penetrar con el poderío de un rey. Cerré los ojos y respiré profundamente, deleitándome en ese aroma a vegetación, tierra y humedad. Sonreí de felicidad.
Mherl y Dorcal se abrazaban con alegría, lo que me contagió. Pero cuando mi vista osciló hacia Noram, la expresión de mi rostro se vino abajo. Sabía que Noram estaba feliz por estar aquí, por ver esto que parecía un sueño, sin embargo, había algo que bloqueaba esa dicha. No conseguía sonreír del todo, no lograba disfrutar completamente. Estaba apagado, triste, apático. No era el Noram de siempre.
Sostuvimos la mirada mutuamente, hasta que él la apartó, como ya empezaba a ser habitual.
—Tendremos que recoger leña para hacer una hoguera, pronto anochecerá —dijo Dorcal, irrumpiendo en mis pensamientos.
—Iré yo —se ofreció Noram.
—De acuerdo.
Los ojos de mi zorro se escaparon hacia los míos un instante más, pero de nuevo los arrancó de mí para echar a andar.
Suspiré, algo desalentada.
—¿No hacemos fuego élfico? —inquirió Mherl.
Noram se perdió entre los árboles, y yo no pude apartar la vista de ahí.
—Creo que es mejor que no lo hagamos —opinó Dorcal—. El fuego élfico llamaría demasiado la atención, y no podemos correr riesgos. No sabemos dónde se encuentran Rebast y sus secuaces, ni si andan vigilando, podrían estar cerca de aquí. Podrían percibirlo o divisarlo, y entonces darían con nosotros. Rebast podría enterarse de nuestros planes y pondríamos la misión en serio peligro.
—Sí, es cierto, tienes razón. Será mejor que hagamos una hoguera —coincidió Mherl, asintiendo.
—Yo iré a buscar algo para comer —se me ocurrió.
En realidad era una excusa para ir junto a Noram.
—Estupendo. —Sonrió Dorcal.
Cogí la bolsa de la comida, que ahora estaba vacía, y me la colgué al hombro. Me alejé de ese pequeño claro, pisando el mismo terreno que había andado Noram.
Las ramas apenas crujían bajo mis botas, pues el estrato estaba húmedo por la sombra que siempre imperaba a los pies de los árboles. Me moví entre los troncos, escudriñando cada recoveco, cada hueco. Pero no había ni rastro de Noram. Me detuve y eché un vistazo en rededor, aunque lo único que conseguí fue confirmar su ausencia.
Exhalé, otra vez descorazonada. A saber adónde se había dirigido, incluso podía ser que ya hubiera regresado con los demás. Así que traté de centrarme en mi cometido.
Recogí algunos frutos del bosque, bayas y moras que fui encontrando, sin embargo, todo lo que había cosechado no era suficiente para los cuatro. La comida que habíamos traído se había acabado, por lo que no me quedaba más remedio que cazar. Los elfos comíamos carne en ocasiones muy excepcionales, solo por motivos de salud o supervivencia. Y este era uno de esos casos.
Saqué una de mis flechas y me puse a trabajar. Este lugar era totalmente salvaje, virgen, los animales lo poblaban como lo habían hecho hace miles de años. Caminé por el bosque despacio, al acecho, escuchando cada sonido, por mínimo que fuera. El aviso de un arbusto hizo que girara medio cuerpo con brusquedad, en esa dirección. Una cierva me observaba tras el amparo de un tronco. Estaba paralizada, expectante a mis movimientos, preparada por si tenía que huir. Sus ojos se clavaron en los míos, y de pronto percibí el profundo terror que se albergaba tras ellos. Percibí, también, su desconcierto, su confusión, porque yo era un ciervo, como ella. No pude hacerlo. Sabía que ella era una buena presa, que su carne nos serviría para varios días, que eso nos ahorraría tener que cazar un número mayor de animales… Pero no pude hacerlo. La cierva se percató del significado de mi mirada y se marchó corriendo, alejándose entre la arboleda. Mi conciencia estaba tranquila.
Continué la marcha. Di con un claro, donde se extendía una de las praderas floreadas que había visto desde el aire. Las abejas, mariposas, mariquitas, escarabajos y otros insectos, a los cuales conocía solo por los documentales y los libros, las sobrevolaban con su ágil vuelo, en busca de ese apreciado polen y esas pequeñas hojas verdes. Pero también divisé conejos. Un gran número de conejos se dispersaba por el prado, todos afanados en disfrutar de los manjares que este les proporcionaba. En esta ocasión no desperdicié la oportunidad. Cacé un par de ellos y los guardé en la bolsa.
Decidí dar un pequeño paseo antes de regresar con los demás, la caza no me había llevado mucho tiempo y aún era temprano. Me senté en la pradera unos minutos, contemplando el inmenso abanico de insectos que la poblaban, disfrutando de la fragancia de las flores, de ese silencio amenizado por el murmullo de la hierba con el paso de la brisa. Después de ese momento de relajación, seguí andando. Todo era luminoso y lleno de vida. Escuché el pequeño jolgorio de un río y me dirigí hacia allí, alegre. El caudal de agua era abundante, si bien la corriente era tranquila y plácida, ideal para darse un chapuzón. Hacía calor, y jamás me había bañado en un río, ni en el mar. El antojo que me apresó de repente fue tan grande, que cuando me di cuenta me vi a mí misma posando la bolsa junto a un árbol, despojándome de mis ropas y metiéndome en el agua.
Sonreí con ganas, pues la sensación era indescriptible. La corriente, fresca y transparente, era traviesa y me hacía cosquillas en las piernas, la espalda y el torso, como si quisiera enredarse conmigo, invitándome a quedarme. Me zambullí del todo y me quedé en el fondo unos segundos. Mi largo cabello era arrastrado por el suave flujo, danzando con gracia y elegancia, y el sonido de las burbujas creadas por el correr del agua henchía mis oídos. Pude ver cangrejos, ranas, peces nadando delante de mis ojos… Era increíble.
Salí a la superficie para tomar aire, feliz, reconfortada y serena. Ya empezaba a sentirme como en casa, ahora comprendía por qué decían que los elfos éramos parte de la naturaleza. Me eché hacia atrás y moví los brazos y las piernas contra corriente para mantenerme a flote en el mismo sitio, disfrutando del cielo azul, del cántico de los pájaros, del sol y de mi baño.
Pero algo hizo que mi semblante se girara hacia la orilla.
Sí, sentí su presencia incluso antes de verle. Noram, totalmente quieto, como si la escena le hubiera pillado por sorpresa, me observaba con una expresión embelesada, casi diría que maravillada. Todavía sostenía los leños en los brazos. Noté cómo mis mejillas enrojecían, aunque mi abdomen sufrió tal sacudida, que mi vergüenza se quedó en un segundo plano. Mi corazón también saltó de su sitio e inició un trepidante bombeo.
Fue eso lo que hizo que reaccionara. No me sentí incómoda en absoluto, al contrario, pero dejé que mi cuerpo cayera y me cubrí con la propia agua, sin quitarle ojo a Noram. Sus pupilas, inconscientes a la vez que osadas, profundizaron en las mías, compitiendo con unos segundos que parecieron quedarse suspendidos en algún lugar mágico. Me estremecí con su hipnótica mirada y jadeé. Ambos nos atrapamos, nos reclamamos…
Sin embargo, Noram despertó repentinamente.
Y, del mismo modo, se dio la vuelta y se perdió entre los árboles.