Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 11
Оглавление— UN TRÁGICO DESENLACE —
LUGH
Todos los presentes nos quedamos en un absoluto silencio, ni siquiera fuimos capaces de movernos durante varios segundos. Habíamos estado esperando escuchar esa frase durante años, décadas, yo ni siquiera recordaba cuándo me habían hablado mis padres de la posible existencia de ese árbol mágico, porque ya lo habían hecho cuando ni siquiera tenía uso de razón. Era el cuento feliz que siempre nos habían relatado antes de acostarnos, el cuento favorito de todos los niños elfos.
Un cuento que hoy parecía hacerse realidad.
Breth y yo nos miramos y ambos esbozamos una amplia sonrisa rebosante de felicidad. No hicieron falta las palabras para saber qué pasaba por nuestras cabezas. Tomé su mano y la estreché con fuerza. Encontrar el Árbol de los Elfos significaba que la Tierra iba a ser repoblada y sanada, pero también significaba que todo iba a terminar por fin. Una vez concluida nuestra parte, una vez custodiado el árbol y puesto a salvo, nosotros los guerreros podríamos seguir con nuestras vidas. Los elfos podríamos volver a los bosques, si quisiéramos, o quedarnos en la ciudad, una urbe bonita y luminosa con grandes y verdes parques, llena de vida. Breth y yo al fin podríamos formar una familia. Podríamos vivir en una bonita casa con jardín. Un jardín de un fresco y verde prado lleno de flores, bajo un cielo limpio y claro, azul, custodiado por grandes y frondosos árboles, circunvalado por un bosque entero. Un jardín con juegos para nuestros cuatro o cinco hijos y para nuestro perro.
—Lugh. —Sonrió Breth, acariciándome la mejilla.
—Lo sé —correspondí yo.
Aunque era ella la que poseía el don de ver los pensamientos, yo siempre adivinaba lo que pasaba por su cabeza. Estábamos plenamente sincronizados, éramos almas gemelas. Nos fundimos en un abrazo que culminó con un beso apasionado.
—¡Guerreros Elfos, se inicia el protocolo! —decretó el Gobernador acto seguido.
Eso era como un botón que todos los guerreros teníamos instalado en el cerebro. Se armó un buen revuelo en el estadio, salpicándolo de murmullos. Los tres que estaban en la lona fueron los últimos en reaccionar. Dejaron a un lado la trifulca sentimental que habían protagonizado y también se unieron a la marcha frenética que se inició hacia el palco.
—Vamos —me exhortó mi esposa.
Nos levantamos del asiento y subimos por las escaleras. Al llegar, el Gobernador apretó otro botón que cubrió la parte delantera con unos paneles que se apoyaron en el antepecho del palco. Todo era alto secreto. Los Buscadores retiraron sus capuchas hacia atrás y pudimos verles las caras. Los cuatro eran ya elfos maduros.
—Os presento a Dorcal, Sâsh, Minn y Paireline2 —dijo el Gobernador, señalando a cada uno con la mano.
Nos saludaron con un ligero asentimiento que imitamos.
—¿Habéis encontrado el Árbol de los Elfos, decís? —inquirió Rilam, entre atónito y maravillado.
Mal que bien, la Competición se había suspendido, por lo que oficialmente seguía siendo el líder, así que nadie se inmutó cuando habló en nombre de todos.
El Gobernador le dio la palabra a Dorcal.
—Así es —corroboró el elfo de cabellos negros—. Se halla en una tierra oculta, un paraíso escondido en una realidad paralela, en otra dimensión. Por eso nunca habíamos dado con él. Nuestros ancestros fueron muy inteligentes.
—¿En otra dimensión? —preguntó el Gobernador sin entender.
Nosotros tampoco comprendimos, sinceramente, excepto Breth, que seguramente ya había escudriñado todo cuanto quería saber en la cabeza del buscador.
—Conocéis la existencia de los agujeros de gusano, ¿verdad?
—Sí, claro —respondió Rilam, casi ofendido por que el buscador se atreviera siquiera a dudarlo.
—Digamos que esa otra dimensión se halla al traspasar algo parecido aquí en la Tierra. Lo crearon nuestros ancestros para proteger el árbol, guardando una parte del paraíso en el que vivíamos en aquel entonces. Minn halló una pista que nos condujo hasta él.
—Así es —asintió la elfo de cabellos verdes, satisfecha—. Percibí una energía fuera de lo común que nos condujo hasta un pequeño lago. Sus aguas formaban aros concéntricos, y entonces lo supe. Supe que teníamos que traspasarlos. Esa es la entrada.
—¿Queréis decir que existe un paraíso lleno de bosques en la Tierra? —pregunté, sorprendido y perplejo.
—Existe, de momento —matizó la buscadora de pelo rojizo llamada Paireline—. Aunque nuestros ancestros utilizaron todo su poder para crearla, esa realidad paralela ahora mismo es como una pompa de jabón, no durará mucho más tiempo, me temo. Hace ya tiempo que se está apagando. La Tierra se muere, y con ella, todo lo que habita en sus dominios, incluida esa realidad paralela. Día a día se vuelve más y más frágil, el Árbol de los Elfos no sobrevivirá mucho más si continúa en ese lugar.
—Pues tenemos que partir hacia allí, y pronto —decretó el Gobernador—. Ya estamos en estado de protocolo. Hoy mismo partiréis junto con los Buscadores y custodiaréis el proyecto en todo momento. Ese árbol es lo más importante ahora, es nuestra máxima prioridad, de él depende nuestra supervivencia en la Tierra, así que centraros.
El Gobernador le echó una mirada a Rilam, Noram y Jän con toda la intención. Ellos comprendieron el mensaje enseguida.
—Sí, señor —exhaló Rilam, obligándose a cumplir.
—Confío en todos vosotros —afirmó el Gobernador, mirando al grupo al completo—. Krabul confía. La Tierra confía.
Todos asentimos con honorabilidad.
Se oyó una explosión, y de repente comenzaron a escucharse fuertes murmullos fuera. Murmullos que pronto pasaron a ser gritos.
¿Elfos gritando?
—¿Qué ocurre? —se preguntó el Gobernador.
Breth prefirió ceder la contestación.
—Es Rebast —respondió Noram al tiempo que se percataba de ello. Su mirada se perdía en el suelo, rabiada y dolida.
Jän lo miraba a él con preocupación. Rilam se dio cuenta de eso y su mandíbula se tensó.
El Gobernador volvió a presionar el botón y las cortinas se elevaron. Nuestros ojos se abrieron como soles. Él se quedó sin voz.
Rebast volaba sobre su enorme pantera de también gigantescas alas de murciélago, amenazando las cabezas del público. El agujero de la cubierta seguía echando humo y el suelo estaba espolvoreado con los trozos desprendidos de la explosión. Un batallón de sus secuaces estaba penetrando por esa nueva entrada en sus oscuros quads voladores, invadiendo el lugar con los rugidos de sus tubos de escape para sembrar el caos.
—Dios mío… —murmuró Breth, sumamente inquieta.
—Tranquila, no dejaremos que se salga con la suya —le calmé.
Los dos nos miramos y apretamos nuestro amarre. No, nuestro sueño iba a cumplirse. Ambos nos hicimos ese juramento mudo.
—¿Cómo sabe que estáis aquí? —se asustó el Gobernador, dirigiéndose a los Buscadores.
—No lo sé, hemos sido muy discretos —respondió el elfo de rastas azules llamado Sâsh.
—¿Discretos? ¿Desde cuándo cerramos el estadio para celebrar la maldita Competición Anual? Cerrarlo a cal y canto ha sido como avisarle con un cañonazo —les recriminó Noram, resoplando por la nariz con inquietud—. No teníais que haber venido hasta aquí. Deberíais de haber dejado que la competición terminara para hablar con el Gobernador en otro sitio discreto de verdad.
—Lo lamento, nos hemos equivocado —admitió Dorcal.
Esta era la razón por la que los Buscadores nos necesitaban. Su poder solamente se limitaba a lo sensorial y espiritual, no tenían grandes nociones de estrategias ni planificaciones.
—¿Dónde está el Gobernador? —exigió saber Rebast desde el interior del estadio—. No te ocultes de mí, sé que estás en el palco.
El aludido indicó a los Buscadores que se escondieran.
—Ya sabe que están aquí —musitó Breth.
Aun con esas, los Buscadores prefirieron quedarse ocultos. El gobernador de todos los elfos se acercó al antepecho, levantando el mentón con dignidad. Los guerreros nos pusimos en guardia de inmediato. Breth y yo nos miramos con decisión y arrojo.
—Aquí estoy, Rebast.
Este descendió con una peligrosa maniobra que hizo que el público elfo gritara de nuevo y se plantó justo frente a él. Su cabellera blanca había sido invadida por varios mechones de un apagado gris metalizado y sus iris marrones empezaban a ser de un color negro cuyos bordes parecían sangrar, tiñendo el globo ocular de un tono escarlata. Esa era la señal inequívoca, la maldad ya había comenzado a colonizarle. Fueron esos ojos los que oscilaron hacia Noram en primer lugar, el cual le sostuvo la mirada; después los llevó ante el Gobernador.
—No me has invitado a la competición, Glirod —le reprochó, aunque irónicamente.
La pantera rugió mientras continuaba moviendo sus alas de murciélago.
—No hace falta, sabes que puedes venir si te place. Todo elfo puede hacerlo.
—¿Y por qué has cerrado el estadio? ¿Acaso querías impedir que yo entrara? —De nuevo el sarcasmo se paseó por sus palabras.
—Claro que no, Rebast.
—¿A quién tienes ahí? —inquirió este, entrecerrando la mirada para escudriñar la oscuridad del palco—. ¿Me ocultas algo, Glirod?
El Gobernador guardó silencio esta vez.
—Está bien, no importa —continuó el propio Rebast—. No necesito ver a los Buscadores para saber que están ahí. ¿Y sabes por qué no lo necesito? Porque les he estado espiando, Glirod. Estoy al corriente de todos y cada uno de sus movimientos.
El Gobernador se puso pálido. Breth y yo intercambiamos otra mirada colmada de rabia e impotencia.
—¿Cómo?
El rostro de Rebast se encendió.
—¿Crees que voy a dejar que eches a perder mi gran proyecto? ¿Crees que voy a permitir que la fortuna que he invertido en Elgon sea para nada? ¿Crees que voy a permitir que la humanidad no se instale en Elgon? ¿De veras lo crees? Eso me haría perder mucho, mucho dinero, Glirod, y eso no está bien, nada, nada bien. No permitiré que lo estropees todo. Abre los ojos, nuestro tiempo en este planeta ha terminado.
—¿Es que no te importa nada tu especie? —reprobó el Gobernador—. ¿Acaso no te importan los elfos? Vienes aquí y dices todo eso en público, sin tapujos, como si nosotros no significáramos nada para ti, como si nuestra muerte no significara nada.
—Te equivocas, Glirod, es todo lo contrario —afirmó Rebast, girándose hacia las gradas—. Los elfos son necesarios en el planeta Elgon, por eso he venido. Todo elfo que quiera, tendrá elección. Podrá elegir entre la muerte en la Tierra, o la supervivencia en Elgon. Por supuesto, yo prefiero que elijáis lo segundo, he ahí mi gran inversión, he ahí que no pueda permitir que se pierda. Lo que está en juego es demasiado importante. Venid conmigo, y erigiremos un imperio en Elgon que gobernará al débil ser humano. Ellos ya han tenido su oportunidad aquí en la Tierra y han demostrado que lo único que saben hacer es destruir. La Tierra ya está sentenciada por su culpa. Venid conmigo, y haremos de Elgon otro mundo maravilloso en el que empezar de nuevo, un mundo dirigido por los sabios elfos. Esta vez se harán las cosas bien.
—Los elfos no deben mezclarse en los asuntos humanos, lo sabes. Así lo ha elegido la Madre Naturaleza. Por nuestra condición mágica, somos seres superiores a ellos, estarían en clara desventaja. Y eso es muy peligroso.
—Esa desventaja les salvaría la vida —respondió Rebast.
—El poder acabaría corrompiéndonos —debatió el Gobernador—. Al final no nos diferenciaríamos de ellos. Como elfos, debemos dar ejemplo, debemos hacer lo correcto. Y lo correcto es impedir la muerte de la Tierra. Y lo impediremos, te lo aseguro. Ahora al fin podemos impedirlo.
—¿Impedirlo? —Rebast se echó a reír—. ¿Ibais a impedirlo con esto?
Un murmullo horrorizado recorrió el estadio. Todos los presentes, incluida Breth aunque ya lo hubiera visto antes que nadie, nos quedamos petrificados en el sitio, sin respirar siquiera. Rebast había abierto su abrigo de cuero negro plagado de hebillas y había sacado el Árbol de los Elfos de su escondite. Sí, supimos al instante que se trataba de él. El árbol, que para nuestra sorpresa era tan solo un brote curvo, relumbraba con una luz mágica y especial. Sus raíces se retorcían agónicas, como un grito desesperado, dando testimonio de que había sido arrancado de su hogar.
Los cuatro Buscadores salieron precipitadamente de la oscuridad para pegarse al antepecho. Querían ver con sus propios ojos lo que estaban percibiendo.
Rebast sonrió con perversidad al verles aparecer.
—¿Os sorprende que no sintierais su energía hasta ahora? Eso es porque he dotado mi abrigo de magia para que no pudierais percibir la presencia del árbol —presumió, sonriente.
—¿Qué estás haciendo? —jadeó el Gobernador, horrorizado.
—Lo verdaderamente correcto. —Su sonrisa se apagó bruscamente.
Breth y yo volvimos a apretarnos las manos.
Noram se adelantó hasta el antepecho del palco.
—Rebast, no hagas tonterías. Entréganoslo —le pidió. Nunca había visto tan serio al guerrero zorro, quien siempre era alegre, pasota y bromista.
—Noram —murmuró Rebast, y por un momento su mirada se llenó de una añoranza bañada por el cariño. Pero todo eso se esfumó cuando vio la determinación de su antiguo discípulo—. Eres como un hijo para mí, no quiero luchar contra ti.
—Pues entonces dame el árbol.
—No puedo. Este árbol representa la destrucción.
Me estremecí al contemplar el árbol una vez más. Mezclar en la misma frase «árbol» con «destrucción», y más siendo el Árbol de los Elfos, tan débil, tan vulnerable en estos instantes, me encogió el alma. Era algo que iba contra natura para un elfo. ¿Cómo podía Rebast insinuar siquiera algo así? Ese elfo se había vuelto loco, no encontraba otra explicación. Breth me lo ratificó con otra de sus claras miradas.
—Ese pequeño árbol es la esperanza de la Tierra —rebatió el Gobernador.
—La Tierra ya está demasiado corrompida, ¿de qué iba a servir su repoblación? —arguyó Rebast, enfadado—. Los humanos, al principio, respetarían a la Madre Naturaleza, pero ya sabemos lo corto de su memoria, ya sabemos lo débiles y egoístas que son, lo caprichosos que son. Pronto volverán a destruir para fines propios, no saben vivir de otra manera, han sido demasiados siglos de abusos para beneficio propio. Son los asesinos de la Tierra; asesinos en serie. No tienen rehabilitación. Cuando todo esto se les olvide, que será pronto, volverán a anhelar lo que tenían, su modo de vida, sus posesiones, sus riquezas, y lo querrán de inmediato. Entonces volverán a destruir, a contaminar, a terminar con especies enteras. Aunque la repobláramos, la Tierra ya no tiene futuro.
—Aun así, es nuestra obligación protegerla y cuidarla. Ese es nuestro cometido como elfos, por eso la Madre Naturaleza nos ha dotado de magia.
—¡La Madre Naturaleza nos ha abandonado! —chilló Rebast. Automáticamente, mis pupilas deambularon hasta Noram. Había cuadrado los hombros y se había puesto en posición de ataque. Eso me alarmó, pues nadie conocía tan bien a Rebast como él. Cuando miré a Breth, ella tenía los ojos abiertos como platos. Rebast continuó acto seguido con un dolor extraño, un tanto ido—. ¿No lo ves? Vuestros métodos no funcionan. —Y, de pronto, su semblante se puso duro como el acero, así como su voz—. No tenemos elección, Glirod.
Su mano apretó el pequeño tronco del Árbol de los Elfos. Esta vez a Breth no le dio tiempo a emitir ni una palabra.
—¡NOOO! —bramó Noram, saltando hacia él.
—¡Noram! —chilló Jän casi a la vez.
Pero ya fue demasiado tarde. La mano de Rebast apretó del todo y se escuchó un traumático crack. Se oyó un chillido. Un chillido agudo que transmitía un dolor indescriptible, como si la misma Tierra lo hubiera lanzado desde lo más profundo de su ser, desde lo más hondo de su núcleo. El árbol explotó, despidiendo varios halos de una luz blanca, cegadora, que hizo que nos tuviéramos que cubrir. Antes de que Noram empujara a Rebast, los encendidos trozos del Árbol de los Elfos, a mis ojos descuartizados, salieron disparados hacia el agujero de la cubierta, perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Los gritos despavoridos y el caos se desataron en el estadio. Jamás había visto a un elfo en ese estado; ver a toda una multitud de elfos corriendo sin rumbo, aterrorizados, me impactó. Esto era un atentado terrorista.
Rebast y Noram aterrizaron en el suelo, cada uno derrapando a un lado. Ambos se pusieron en pie de inmediato, envarándose.
—¡Maldito científico chiflado, ¿qué has hecho?! —Lloró Noram, impotente, arrojando el boomerang hacia su mentor. Este se agachó a tiempo y lo evitó.
El resto de guerreros, con Jän a la cabeza, nos unimos a él, activando nuestras armas y nuestras armaduras al segundo. Sin embargo, Rebast también estaba bien acompañado por sus particulares matones, los cuales hicieron desaparecer sus ensordecedores quads mágicos en tanto caían de pie. Rilam se adelantó, dejando patente que él seguía siendo el líder, y comenzó una batalla sin cuartel.
Breth me miró, y en su mirada vi el terror de la incertidumbre. Pero también vi la resolución de la lucha en ella. Una resolución imparable. Una resolución a vida o muerte por nuestra amada Tierra, por nosotros, por nuestro amor.
Siempre había tenido plena confianza en sus dotes de lucha, jamás había tenido ni una duda con respecto a su seguridad, pues Breth sabía cuidarse muy bien sola. Pero esta vez fue diferente. Por primera vez, tuve un presentimiento gélido y aterrador. El miedo a perderla se plantó frente a mis narices con tanta inminencia, que la peor de las corazonadas me ahogó durante unos segundos.
Iba a hablarle, aunque ella podía ver todos mis pensamientos. Como buena guerrera, Breth hizo caso omiso a mi cabeza y le devolvió toda su atención a la contienda que teníamos delante. Lanzó su hoz y se enzarzó en una pelea con uno de los guerreros de Rebast.
—No es necesario que hagas esto, ven conmigo —le pidió Rebast a Noram entre tanto—. Te daré el mejor puesto en Elgon, junto a mí, y ambos gobernaremos. Allí nadie te juzgará por ser híbrido. Nadie te menospreciará jamás, ya no tendrás que sufrir más humillaciones.
—No —respondió Noram, apretando la dentadura con rabia al tiempo que su rostro seguía bañándose en lágrimas.
Mientras bloqueaba el ataque de mi rival y le clavaba mi hacha, vi cómo los ojos de Noram oscilaban hacia Jän involuntariamente. Ella, para desgracia de Rilam, no dejaba de mirar a Noram intermitentemente, velando por su seguridad, mientras disparaba con su arco. Ese zorro descuidado no llevaba su uniforme, y por tanto, no gozaba de armadura ni protección alguna.
—Ella también puede venir —continuó Rebast—. En Elgon podréis amaros libremente, podrá ser tu esposa. —Las pupilas de Noram se desplazaron hasta él automáticamente—. Legalizaré el matrimonio entre elfos e híbridos, o humanos. Todo el mundo será libre de casarse con quien quiera.
Noram guardó silencio.
—Estás detenido, Rebast —se obligó a pronunciar, raspando la frase.
El rostro de Rebast sufrió una bofetada de desilusión.
—Cometes un error.
—Entrégate.
—¿Por salvar a la raza humana y a la élfica? No —replicó Rebast.
—Por aliarte a las mafias, por dejar que financien tu proyecto en Elgon, por dejar que te corrompan. Y sobre todo por haber destruido el Árbol de los Elfos, por querer destruir a la Tierra.
Rebast no le prestó ni la más mínima atención al final de la acusación. En cambio, le dio más importancia a la primera parte.
—¿Corromperme? ¿Ellos? ¿A mí? —Ese elfo loco soltó una risotada contundente.
Jän no dejaba de atender a Noram, y eso también distraía un poco a Rilam.
—Te has dejado comprar. —El tono del zorro sonó con una furia dolida—. Desde el momento en que aceptaste su dinero y sus medios, ya te manchaste las manos.
—Lo acepté porque era necesario —replicó su mentor, ahora más serio—. Tenía que hacerlo para poder cumplir con mi cometido. No había otra forma.
—Esos humanos son peligrosos. Son asesinos, van armados, acabarán contigo cuando tengan otro imperio en Elgon y ya no te necesiten.
—¿Peligrosos? —Otra risotada salió a borbotones por la garganta de Rebast—. Sí, ellos creen que llevan la batuta, que pueden controlarme, pero es parte del juego, de mi estrategia. La realidad es que esos ilusos ignorantes no tienen nada que hacer contra mí, nada. Solo son unos simples e insignificantes humanos, ni siquiera sus armas pueden doblegarme. —Entonces, Rebast alzó los brazos al igual que haría un ser supremo—. ¡Yo soy el dueño del mundo!
Después de su respuesta, el guerrero zorro frunció el ceño, estudiando a Rebast con una mezcla de incredulidad y horror.
—No puedo creerlo —jadeó—. Te crees tus propias palabras.
Otro contendiente venía a por mí. Multipliqué varios cascotes de la explosión y rápidamente construí un muro delante de mí. Mi rival no pudo frenar a tiempo y se chocó de bruces, así fue como me lo quité de encima. Le eché un fugaz vistazo a Breth, aunque sabía que era la mejor. Gracias a su don, podía adivinar los movimientos de sus rivales antes de que sus extremidades pudieran ejecutarlos, por lo que siempre se anticipaba al ataque (excepto con Rilam; sus movimientos eran ultrasónicos). Para ella era un juego de niños. Pero, aun así…, sentía una acidez extraña en la garganta.
Parte de mi atención regresó a Rebast. Noram tenía algo personal contra él, por lo que todos le cedimos su espacio, pero si no podía con él, el siguiente en pasar a la acción sería yo.
—Si no estás conmigo, estarás contra mí —gruñó Rebast, dolido por la reacción de su discípulo.
Mi hacha se estrelló contra el escudo de un gigantón. Jamás había visto a un elfo semejante.
—No me hagas elegir, porque saldrás perdiendo —contestó Noram.
—El que perderás serás tú —afirmó Rebast, sacando su boomerang negro de la espalda. Las aristas se transformaron en afiladas cuchillas instantáneamente.
—¡Noram, déjamelo a mí! —le ordenó Rilam. Pero el zorro no le escuchaba. Mantenía ya una agresiva mirada sobre Rebast—. ¡No podrás vencerle!
—Por supuesto que no —apuntilló Rebast con intención—. Porque yo he sido tu mentor, te he enseñado todo lo que sabes. Jamás podrás vencerme. Y porque yo soy un elfo, y tú solo eres un híbrido.
—¡No le escuches! —le dijo Rilam a la vez que imponía su lanza sobre el feroz ataque de su rival.
Mi hacha lo hacía contra el afilado escudo del gigante. Breth le clavaba la hoz a su contrincante sin ningún problema.
Pero Noram ya estaba arrojando su también afilado boomerang con furia.
—¡No! —chilló Rilam.
Rebast contrarrestó con el suyo y ambas armas se cruzaron por el camino. La velocidad del arma de Rebast creó un viento que frenó la velocidad del boomerang de Noram. Los dos boomerangs giraron alrededor del otro, como si estuvieran fintando, y regresaron a las manos de sus dueños.
Sin embargo, Noram respondió de forma instantánea, abrupta. En cuanto el perfil de madera tocó sus manos, lo arrojó contra Rebast sin darle opción a réplica. Rebast esperó para ver qué medida adoptar, pero se encontró con una sorprendente novedad. El boomerang se movió como si tuviera vida propia, trazando una serie de curvas alocadas que parecían no tener dirección alguna. Para cuando Rebast quiso reaccionar, el arma hacía un quiebro vertiginoso y le rozaba la mejilla.
Rebast se tocó la línea sangrante de su cara y luego se quedó mirando a su alumno, atónito, al tiempo que el boomerang regresaba con Noram.
—Sí, este lanzamiento es nuevo —le ratificó el guerrero zorro con una sonrisilla un tanto satisfecha y presumida—. Tú has sido mi mentor y me has enseñado, pero te equivocas en una cosa. No me has enseñado todo lo que sé.
—Siempre has sido un chico muy listo, y un guerrero impredecible —le concedió Rebast—. Pero tú también te equivocas en una cosa. —Rebast tomó impulso—. ¡Yo no te he enseñado todo lo que sé! —exclamó, arrojando su boomerang.
Un disparo. Eso fue lo que recibió Noram. Milagrosamente, y tras poner cara de susto, consiguió repeler el boomerang de Rebast en el último momento utilizando el suyo como escudo. El arma de su contrincante rebotó y salió despedido en dirección contraria, pero la potencia del impacto hizo que el de Noram terminara en el suelo. Cayó de canto, y su forma triangular hizo que rodara varios metros.
Noram recuperó la compostura y rápidamente se apresuró a recoger su boomerang, pero ya fue tarde. Rebast ya estaba disparando de nuevo.
Cuando Jän vio la velocidad del afilado boomerang, sus ojos se abrieron con horror. Intentó frenarlo con su don, pero el arma llevaba demasiada potencia. En cambio, Rilam se quedó quieto, repentinamente paralizado, observando la escena, observando cómo su mejor amigo estaba a punto de ser abatido.
—¡NOOO! —chilló Jän.
Una hoz desvió el boomerang de Rebast, de repente, salvando a Noram. Jän, Rilam, Rebast y yo nos giramos hacia Breth con sorpresa. Pero a mí esa sensación gélida de antes me revolvió el estómago, y en esta ocasión estalló con virulencia dentro de mis tripas.
Todo sucedió en una milésima de segundo, nadie pudo actuar.
La furia enrojeció el semblante de Rebast. Breth podía ver los pensamientos, pero con Rebast fue distinto. Su mente estaba enajenada, no actuaba con raciocinio, no planificaba ningún movimiento, actuaba erráticamente, por impulso. De un salto, Rebast cogió la hoz al vuelo. Estaba acostumbrado a coger un boomerang, coger algo más lineal era fácil para él. Y en el mismo aire, a pesar de que Breth lo tenía amarrado con su cadena, lanzó ese filo curvo con todas sus fuerzas, describiendo una serie de arcos que ni la propia Breth había visto en la vida.
Entonces, el color carmesí de la sangre congeló cada una de mis células, incluso la imagen se quedó estática en mis retinas. Para siempre.
Breth se miró el pecho con terror, y justo cuando comprobó que tenía la hoz hundida hasta dentro, a través de la armadura, se desplomó en el suelo. Rebast, rechinando los dientes, aprovechó para iniciar la huida, pero fui incapaz de hacer nada para impedirlo. Estaba sintiendo cómo mi corazón me era arrancado por una garra despiadada y feroz, dejándome sin respiración. Era como si me hubieran descuartizado en vida.
No… ¡NO!
—¡NOOOOOO! —bramé.
—¡Vámonos! —ordenó Rebast mientras tanto, replegando a sus guerreros.
El dolor me recorrió por entero, un dolor insoportable, agudo, transformándose en una furia abrumadora que traspasó todo mi cuerpo como la mecha de una peligrosa bomba. Multipliqué mi hacha y machaqué al gigante con una ira inusitada, sin importarme los modos, ni el honor. De todas formas no importaba, Rebast ya se había montado sobre su pantera y estaba huyendo con los secuaces que le quedaban.
Corrí hacia Breth como alma que se lleva el diablo.
—¡BRETH!
Noram se giró para seguir a Rebast, sin embargo, se quedó trabado en el sitio, confuso, al ver a Breth tendida. Al reparar en lo que había ocurrido, sus ojos se abrieron con espanto. Mis dientes chirriaron, aún con los posos de la rabia. Breth le había salvado la vida, y ese híbrido miserable no se había percatado hasta ahora.
Me tiré junto a ella, y toda esa cólera volvió a mutar. Al verla ensangrentada, temblorosa, apenas respirando, me invadió el terror y la agonía. No podía creerlo, esto era un mal sueño, una pesadilla.
—¡Breth, Breth, mírame! —le supliqué, llorando, girando su azulado rostro hacia mí.
Ella intentó esbozar una sonrisa y, a duras penas, alzó la mano para posarla sobre mi mejilla.
—Lugh…, no… no soy yo… No soy… tu polo opuesto… —consiguió musitar con la mirada perdida.
—Claro que no, cielo, eres mi alma gemela —le ratifiqué, agónico.
—La… la simetría… Acuérdate… de… la simetría. —Ya deliraba. Un hilo de sangre resbaló por la comisura de su labio todavía sonriente, descendiendo hasta su barbilla—. Sé… feliz. Hazlo… por mí.
—No, ¡no! —Sollocé—. ¡No me digas eso, no vas a morir!
Pero su hermoso rostro se resbaló entre mis dedos, cayendo a un lado, inerte.
—¡NOOOOOO!
Me derrumbé sobre ella, muerto en vida. Sí, porque una parte de mí acababa de morirse con Breth, con mi alma gemela, dejándome desolado.
Escuché los pasos del Gobernador cuando se acercaron, pero mantuvo un silencio respetuoso y cauto, triste.
—¡Sálvala! —le supliqué.
—Ojalá pudiera, pero sabes que no puedo hacerlo —me respondió—. Mi magia solamente funciona con enfermedades o heridas, pero no con las que causan la muerte.
Mi llanto aumentó.
—Dejémosles a solas —oí que decía al resto. Sabía que nadie iba a ser capaz de separarme de ella, de su cuerpo.
Reparé en que todos los guerreros estaban a nuestro alrededor. Había un silencio sepulcral en ellos, en el estadio, el cual estaba vacío. Todos los elfos del público habían huido como ratas. Ninguno de mis compañeros se atrevió a moverse. Alcé el semblante y miré sus caras, una a una. Estaba buscando una en concreto.
Noram estaba pálido, a pesar de su tez oscura.
—¡Apártate, maldito híbrido! —le chillé, iracundo, empujándole. Noram se cayó en el suelo, de espaldas, destrozado. Pero no me importó. Lo único que importaba era que Breth estaba muerta. Estaba muerta por salvar a ese miserable medio humano. La rabia y el dolor se aunaron para salir despedidos de mi garganta con vida propia—. ¡Todo ha sido por tu culpa! ¡Tú tenías que haber muerto, no ella!
Me volví hacia Breth, ya arrepentido por mis propias palabras, y continué con mi duelo, llorando sobre su cuerpo sin vida.
—¡Noram, espera! —escuché que gritaba Jän mientras se alejaba.
—Vamos —oí que murmuraba el Gobernador al resto de nuevo, cabizbajo.
Y el silencio y la soledad se hicieron aún más desoladores en la propia negrura de mi corazón.
2. El listado de Buscadores con sus características se encuentra al final del libro.