Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 9
Оглавление— LA COMPETICIÓN ANUAL —
UN AÑO DESPUÉS
Ya se oía el bullicio del público desde la sala de espera, y eso me ponía muy nerviosa. La amplia cristalera ofrecía una panorámica de las gradas al completo. Estaban a rebosar de elfos, todos celebrando discretamente este día. Charlaban y reían, comedidos y elegantes, al tiempo que tomaban una copa de vino, champán o simplemente bebían de su sano botellín de agua. La Competición Anual era muy importante. Hoy, aquí en Krabul, la capital mundial de los elfos, se iba a decidir quién iba a ser el líder de los Guerreros Elfos durante este año. Ya sabía que no iba a ser yo, pero eso no quitaba para que mi instinto competitivo de guerrera no estuviera con el piloto encendido. Sin embargo, no era eso lo que me tenía tan inquieta.
—Vendrá —dijo Ela, la guerrera gato.
Me dio un pequeño respingo cuando esas palabras hicieron que mis pensamientos salieran despedidos de un empujón inopinado. Entonces, aunque mi mejor amiga ahora miraba por la cristalera, me di cuenta de que me había estado observando a mí durante largo rato.
—La verdad es que no me apetece nada encontrarme con Rilam —respondí con un suspiro.
—No me refiero a él —contestó ella sin apartar la mirada del público. Luego, sus ojos azules oscilaron hacia los míos, recordándome que ya sabían toda la verdad.
Bajé la mirada.
—Él ya no me importa. No de ese modo.
—¿Ah, no? —dudó, enarcando las cejas.
Estaba claro que no podía mentirle, me conocía demasiado bien.
—Está bien, no voy a negarlo, estoy un poco preocupada por él. —Resoplé por las narices a la par que la miraba—. Es un inconsciente, es capaz de no presentarse, y a saber qué consecuencias le traerá eso. Pero ya no estoy interesada en él, ¿vale? Sigue siendo mi amigo, pero ya he pasado página.
Ela ya estaba sonriendo, ignorando el final de mi frase, incluso su largo cabello rubio pareció relumbrar con sabiduría. Sí, Ela era muy intuitiva y observadora. Y me conocía demasiado bien.
—Vendrá —repitió para calmarme.
Sonreí, rindiéndome, pero yo no las tenía todas conmigo. Noram era un cabeza loca, era totalmente capaz de estar por ahí, en una de sus tantas andanzas o aventuras, sin siquiera pararse a recordar la Competición Anual. Seguramente no sabía ni en qué día vivía. Y si no venía, el Consejo de los Elfos le castigaría.
Berrof y Lu llegaron con un silencio que, sin quererlo, invadió la pequeña habitación1.
—Hombre, si son Jän y Ela. —Berrof sonrió educadamente—. ¿Cómo os trata la vida?
El guerrero toro era tan alto y ancho, que su espalda apenas fue capaz de encajarse en uno de los asientos del banco.
—Bien, ¿y a ti? —saludó Ela.
—No me puedo quejar, sinceramente.
Lu era la antítesis de Berrof, y cuando tomó asiento a su lado ese contraste no hizo sino quedar más marcado.
Zheoris, Krombo y Sîtra fueron los siguientes en entrar.
—Hola —saludaron, excepto Sîtra, que no hablaba y se limitó a sonreír tímidamente.
—Hola —saludamos los demás, cumpliendo con el protocolo de educación.
Como todos éramos Guerreros Elfos, nos conocíamos de la academia y la Competición Anual, por lo que teníamos un trato de total compañerismo.
Pero esto empezaba a parecerse a la sala de espera de una consulta.
Zheoris se sentó junto a Lu, mientras que Krombo prefirió quedarse de pie, contemplando el peculiar espectáculo de las gradas. Sîtra, tan tímida como siempre, se metió uno de los mechones de su pelo asalmonado detrás de la oreja y, tras echar un rápido vistazo a la habitación, optó por quedarse en una esquina.
—El público se está impacientando —apunté en voz alta en tanto lo contemplaba.
Y yo también lo estaba haciendo, aunque por otro motivo. Miré el reloj de la sala, y esa impaciencia aumentó.
Alguien de la organización se asomó de pronto por la puerta.
—¿Qué hacéis ahí? Los demás ya están abajo —nos avisó con prisas.
Automáticamente, intercambié una mirada con Ela. Si los demás ya habían llegado, eso quería decir que él puede que también lo hubiera hecho.
—¿Ya están abajo? —se sorprendió Krombo, separándose de la pared.
—Podían habernos avisado antes —protestó Zheoris, ya levantándose.
Todos nos movimos con rapidez, siguiendo al elfo de la organización. Mientras bajábamos por unas escaleras estrechas mi cerebro no paraba de rumiar y rumiar. Parecía una central eléctrica de emociones, todas encontradas y dispares. Una parte de mí se moría por reencontrarse con Noram, pero la otra estaba muerta de miedo. Desde que se había ido… No sabía cómo iba a reaccionar él, pero tampoco cómo lo haría yo. Y, en medio de todo ese cataclismo de emociones y sentimientos, se encontraba Rilam. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar él cuando me viera de nuevo. Sabía que lo había pasado bastante mal desde que le había dejado, no quería hacerle sentir incómodo.
Suspiré. Esto era una mierda.
—Tranquila —me cuchicheó Ela.
Le sonreí. Ella siempre parecía saber lo que me ocurría; seguramente lo sabía mejor que yo misma.
—Céntrate en los combates —me aconsejó acto seguido.
En los combates. Entonces se me ocurrió que tal vez tuviera que enfrentarme a Noram; o peor, a Rilam.
Oh, qué bien, eso me tranquilizaba mucho más. Mi exnovio estaría tan enfadado conmigo, que aprovecharía para darme una buena tunda en el cuadrilátero. Qué estupendo…
Accedimos al estadio por una puerta metálica, saliendo al banquillo. Las luces blancas me cegaron durante un par de segundos, pero pronto mis pupilas se toparon con Rilam.
Bravo, la primera en la frente.
—Hola, Rilam —le saludé, cauta.
Su cabellera blanca deslumbraba a la vista debido a los focos. Se había dejado una barba descuidada, su pelo estaba despeinado y su aspecto se veía bastante desmejorado. Sus ojos de color café con leche se encontraron con los míos, serios, pero desvió el rostro en otra dirección en cuanto me vio.
Genial, aún seguía dolido conmigo. Suspiré, tratando de disimular mi malestar e incomodidad, mi culpa.
Aproveché para mirar en derredor. Mherl se ubicaba en la esquina del banquillo, sentado con las piernas cruzadas, tan elegante como siempre. Nos miró con sus ojos azules y asintió a modo de saludo. También lo hizo Tôrprof, Lugh y su inseparable Breth, quienes parecían estar totalmente sincronizados.
Pero no había ni rastro de Noram.
Empecé a ponerme realmente nerviosa. Ya no por no verle, que también, había estado esperando este día durante todo un año, sino porque esto comenzaba a ponerse muy feo para él.
—Dios, no ha llegado —murmuré para Ela.
—Eh…
La contemplé cuando vi que se quedaba sin respuesta. ¿Por qué no la tenía? Ela siempre la tenía.
—Eh… —repitió mi amiga.
El organizador observó el palco, donde se sentaba el Consejo de los Elfos al completo junto con el gobernador de la ciudad.
—Bien, venga, vamos —nos azuzó, estirando el brazo para que ya nos anunciaran por megafonía.
—Espera —saltó Rilam cuando el chico de la cabina ya estaba asintiendo y dando otra señal—. No estamos todos.
El elfo pegó un saltito, sorprendido por esa mala noticia que llegaba demasiado tarde. Por megafonía ya estaban anunciando el comienzo del espectáculo.
—¿Quién falta? —quiso saber, histérico.
—Nos falta el zorro —reveló Mherl con sorna.
—¡¿Y dónde demonios está?!
Eso quisiera saber yo también.
—Estará en algún gallinero —se burló Lu.
Algunos de los presentes se rieron por lo bajo, lo que me ofendió.
—No tengo ni idea —dijo Rilam, ignorando las chanzas—. Llevo todo el día intentando localizarle, pero no he tenido éxito. Noram sabe desconectar su mente como nadie.
El organizador refunfuñó por lo bajo.
—¡Señoras y señores, ciudadanos de Krabul, por fin ha llegado el momento: los Guerreros Elfos! —clamó megafonía.
Otro salto del organizador.
—Bueno, ahora no tenemos tiempo. Venga, id saliendo según os vayan anunciando.
—¡Con ustedes, el potente y fuerte guerrero toro!
—Bueno, me toca ser el primero. —Berrof sonrió.
Abandonó el banquillo con los brazos en alto, lo cual hizo que el graderío explotara en aplausos.
Entre Rilam y yo quedó un hueco vacío.
—Solo espero que el guerrero zorro llegue antes de que sea demasiado tarde —jadeó el organizador, frotándose la frente con la mano.
—¡El original y creativo guerrero mariposa! —se voceó desde megafonía.
Tôrprof salió a escena al instante.
Noté la vista de Rilam sobre mí y sesgué mi semblante en su dirección. Ambos sostuvimos las miradas, y entonces lo percibí. Rilam todavía sentía algo por mí. Los dos apartamos la vista, incómodos.
—¡El valiente y estratega guerrero caballo!
—Vamos, vamos —azuzó el organizador, dándole un pequeño empujón a Rilam para que echara a andar.
El aludido salió al campo saludando al público y yo me sentí temporalmente aliviada.
Esta circunstancia era de lo más desagradable. Me sentía muy mal por Rilam, odiaba haberle hecho daño. Sin embargo, no había podido evitarlo… Había llegado un momento en que la situación se había vuelto insostenible para mí, para mi corazón, sufría cada día, apenas dormía. Cuando le dejé, sabía que Rilam iba a sufrir, pero era la decisión correcta. Para ambos. No había podido ser sincera completamente ni explicarle del todo mis motivos, como me hubiera gustado, pero al menos, por primera vez en mi vida, no seguía el guion que se esperaba de mí, hacía lo que me dictaba el corazón. Hacerle daño había sido como si me hubieran arrancado un brazo, sin embargo, había tenido que llenarme de valentía y determinación, había tenido que tomar esa decisión para que la tristeza y el remordimiento no acabaran engulléndome del todo. Eso hubiera terminado destruyéndome a mí misma.
Espiré.
—¡¿Pero dónde demonios estará ese guerrero zorro?! —farfulló el organizador, mirando a todas partes.
—Estoy aquí.
Todos nos giramos en su dirección, yo la primera.
Y mi corazón revivió, renació.
Noram pasó al banquillo con las manos insertadas en los bolsillos de su pantalón de chándal, tan tranquilo. Mi abdomen y mi corazón, resucitado después de todo un año, ya entraron en órbita en cuanto le vi, creo que incluso el organizador se percató de mi cara enrojecida. Cuando Noram me vio y me miró con esos ojazos, todas esas sensaciones se multiplicaron por mil. Mi estómago era una central eléctrica, y podía sentir mi acelerado pulso golpeándome el pecho con tanta fuerza que su onda expansiva se extendía hasta mi cuello. Nos observamos durante unos segundos, y entonces el tiempo pareció detenerse. Cuando me percaté de que me faltaba el aliento, me vi obligada a apartar la vista para que mi organismo se calmara un poco, aunque su imagen ya se había quedado retenida en mis retinas.
Su tez oscura, heredada de su madre humana, no hacía más que resaltar esos grandes e intensos faros de color verde turquesa que habían salido de los genes paternos. Era el único elfo que lucía el pelo corto, un cabello negro con reflejos azafranados, una especie de marca a la que se veían sometidos los híbridos, como si la longitud de sus cabellos sirviera para remarcar que eran menos elfos. Sus orejas medio humanas también eran menos puntiagudas que las nuestras. El mestizaje con humanos no estaba muy bien visto, ni entre los elfos, ni entre los propios humanos. Aunque en los primeros veinte años de convivencia el trato había sido correcto (llegando incluso a contagiarnos mutuamente de algunas costumbres, modo de vida y expresiones de la otra raza), la mayoría de los humanos no había comprendido nuestra disciplina y, poco a poco, habían ido aislándonos en comunidades disgregadas para no mezclarse mucho más con nosotros. La acomodada posición económica de la mayoría de los elfos tampoco había ayudado a nuestra imagen. A los elfos eso les había parecido un agravio, otra más de las pruebas que demostraban lo desagradecidos y egoístas que seguían siendo los humanos. Del mismo modo, los humanos tampoco estaban a favor de un híbrido. Pero eso nunca me había importado, Noram era el ser más especial que había conocido. A Rilam tampoco le había importado. Los tres nos habíamos criado juntos, aunque Rilam era su mejor amigo. Era como su hermano.
¿Era yo o Noram estaba más impresionante que nunca? Puede que para los demás solo fuera un híbrido, pero a mis ojos ese cuerpazo escultural y ese rostro sumamente atractivo exudaban sensualidad y seducción por todos los poros. Y eso que vestía un chándal.
Señor, qué calor hacía aquí de repente…
—¿No decías que habías pasado página? —me cuchicheó Ela, jocosa e insinuante al mismo tiempo, al percatarse de mi estado.
—Cállate —farfullé.
Ela soltó una risilla.
—Ya era hora —resopló Lu.
—Gracias a los astros —suspiró el organizador.
—¡La inteligente y avispada guerrera halcón! —anunció megafonía.
Breth le dio un beso a Lugh y salió al ring.
—¿Dónde estabas? —quiso saber Zheoris, chistando a la vez que observaba la tranquila llegada de Noram.
—Por ahí —contestó el zorro sin más, encogiéndose de hombros.
—¿Vas a salir así? —le regañó el organizador.
Su ropa deportiva no iba muy acorde con nuestra indumentaria más guerrera.
—¿Qué pasa? No voy desnudo, ¿no? —La sonrisa listilla y divertida de Noram hizo que, una vez más, el organizador murmurara algo ininteligible.
—¡La ágil y perspicaz guerrera gato!
—Mi turno. —Ela tomó aire y salió al campo mientras yo escuchaba los pasos de Noram parándose junto a mí.
—Suerte —le deseé.
Me empeñé en fijar la vista en mi amiga. Pero de nada sirvió.
—Hola, Jän.
Su susurro dulce alzó mi rostro y lo hizo girar hacia él. Sus ojos verde turquesa me retuvieron en un lugar paradisíaco, como siempre, mientras mi abdomen luchaba por recuperar el aliento y la normalidad, aunque sabía que eso era misión imposible estando junto a él.
Noram estaba aquí, ¡aquí! No habíamos vuelto a vernos desde que los dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos, desde su marcha, y después de no poder verle durante un año por fin le tenía delante. Esto me parecía un sueño. Lo único que ansiaba era abalanzarme sobre él para abrazarle, para besarle, para decirle otra vez cuánto le amaba, cuánto le echaba de menos.
Pero no podía hacerlo. Ninguno de los dos iba a hacerlo.
No sé cómo, logré tragarme la estranguladora piedra que había surgido en mi garganta y pude hablar.
—Hola —murmuré.
Noram me dio un respiro cuando observó el campo. Le imité, aunque yo para tratar de recuperarme. Rilam, desde la distancia, sonrió al verle allí, se notaba que más tranquilo. Noram le correspondió levantando la mano a la vez que Ela me sonreía a mí y me guiñaba el ojo.
—¡El intrépido y leal guerrero lobo!
—Ya creía que no ibas a venir —le regañé, observando la salida de Lugh.
—Estuve a punto de no hacerlo.
Le eché un vistazo a su indumentaria.
—Se nota.
—Paso de esta movida. Si vengo es para que no me castiguen. Saldré para hacer el paripé, perderé en el primer combate y me largaré de aquí en cuanto pueda.
Eso le dio una sacudida a mi corazón.
—¿Vas… a volver a irte?
«¿Adónde? Llévame contigo», suplicó mi locuaz corazón.
—Esto es una farsa, es perder el tiempo —continuó, sin dejar de mirar el ring—. Esta competición es una distracción, ¿a quién le importa quién es el líder? Que dispongan uno y ya está, y si no, que siga siéndolo Rilam, todos sabemos que es el mejor. Somos un entretenimiento para esa masa de elfos pasmados y aburridos. El Consejo sabe de sobra que ya no hay árboles, y que probablemente jamás encontraremos el Árbol de los Elfos. Yo he estado fuera y no te imaginas lo desolador que es, no hay vida fuera de las Ciudades Oxígeno, Jän.
—¿Has estado fuera? —Mi boca se quedó abierta por la sorpresa.
Noram al fin me miró.
—Estamos perdiendo el tiempo aquí. Todos los elfos deberían estar buscando el Árbol de los Elfos, no solo un grupo.
—Nosotros no somos elfos rastreadores, no tenemos ese don.
—Aun así, deberíamos estar buscando. Toda ayuda es poca.
Sus ojos bailaron en los míos, convencidos. Fui incapaz de rebatírselo.
—¡El elegante y refinado guerrero cisne!
—Quizá deberíamos empezar a hacer como los humanos, asimilar la verdad e ir pensando en marcharnos a Elgon —opiné con voz rendida, volviendo la vista hacia el estadio para ver la presentación de Mherl.
Desde el descubrimiento de un nuevo sistema solar donde se hallaba ese planeta más bien rocoso en el que decían se podía vivir, todos los esfuerzos de los humanos, y sobre todo de Rebast, iban enfocados al exilio.
—Yo jamás abandonaré la Tierra. Es mi hogar —afirmó Noram.
Le miré, comprendiéndole. Yo tampoco lo haría.
—¿Y si Rebast te lo pidiera? —musité, precavida.
Noram se tomó su tiempo para contestar. Viró el rostro al frente.
—Rebast fue mi mentor, pero ya ha desaparecido de mi vida —respondió al fin, serio al recordarle—. Ahora es un jodido y forrado capitalista, un mafioso al que solo le importa su empresa y su fortuna. No le ha importado aliarse con las mafias y contribuir al desastre ecológico solo para forrarse con su imperio, y eso no se lo perdonaré jamás. Ya puede construir millones de rascacielos en Elgon, yo jamás me iré allí.
No pude evitarlo, mi boca se curvó con orgullo hacia él. Era muy loable por su parte esa convicción con la que yo estaba totalmente de acuerdo.
—¡El ingenioso y sagaz guerrero zorro! —anunciaron los gigantes altavoces.
—Bueno, allá voy —suspiró, echando a andar sin sacar las manos de sus bolsillos. De repente, se detuvo y giró medio cuerpo para mirarme—. Por cierto, Jän —su boca se curvó con esa travesura que tanto me derretía—, tú estás preciosa. Tus ojos de color miel siguen siendo los ojos más increíbles que he visto en mi vida.
Los suyos sí que eran increíbles.
Como siempre, Noram volvió a arrancarme una sonrisa.
Salió al campo de esa guisa, como el que sale de paseo. Él no recibió la efusividad de los demás, pero al menos tuvo unos aplausos educados y protocolarios, a pesar del desagrado que causó la dejadez de su vestimenta.
Se plantó frente a Rilam y ambos hicieron un juego con las manos para saludarse antes de un choque de hombros que simulaba un abrazo hermano. Eso me recordó la razón por la que Noram y yo no estábamos juntos. Mi sonrisa se esfumó rápidamente.
—¡La decidida y persistente guerrera ciervo! —escuché que se anunciaba por megafonía.
Mi turno.
Tomé aire, tratando de convencerme a mí misma de esas dos cualidades. Oculté mi melena oscura bajo la capucha de mi capa y, entonces, yo también salí a escena.
1. Listado de Guerreros Elfos, sus características y descripciones al final del libro.