Читать книгу El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo - Страница 17
Оглавление— LOS GUARDIANES DEL ÁRBOL —
El viento se volvió huracanado, revolvía mi pelo en todas direcciones. El agujero formado por la grieta se hacía cada vez más enorme conforme la tierra temblaba, arrastrándolo todo hacia una intensa y penetrante oscuridad. Árboles, arbustos, helechos, animales, incluso el cielo nocturno junto a sus estrellas eran succionados hacia esa nada profunda, hacia esas tinieblas infinitas con forma de vórtice.
—Mierda, ¡corre! —gritó Noram, obligándome a espabilar con un tirón.
Me arrastró con él durante varios metros, hasta que al fin reaccioné y empecé a correr a su lado, cogida de su mano.
La corteza de un árbol rugió con agonía y casi al mismo tiempo su copa se desmoronaba sobre nosotros. Giré la vista hacia el árbol y lo detuve mentalmente, con mi telequinesia. Las ramas y hojas, alargadas hacia nosotros como una súplica, se quedaron bloqueadas, hasta que Noram las transformó en miles de semillas de dientes de león que salieron volando y se dispersaron por todas partes. Continuamos huyendo por el bosque, con el huracán, la grieta y ese terreno que vibraba violentamente pisándonos los talones, como si de un terremoto se tratase.
Llegamos hasta el campamento, donde Dorcal y Mherl dormían plácidamente.
—¡Arriba, vamos! —avisó Noram.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Dorcal, soñoliento.
—¡El bosque está siendo succionado, tenemos que irnos!
—¡¿Cómo?! —exclamó Mherl.
El cisne y el buscador se levantaron con precipitación. Dorcal invocó a los caballos y esta vez los cuatro corceles alados de ese brillante color verde colibrí aparecieron con unos relinches hostigados por las ansias de correr.
—¡Cuidado! —chilló Mherl al mirar atrás.
Otro abeto gigante se desplomaba, amenazando nuestras cabezas. Noram se giró, rechinando los dientes, y lo transformó en un millar de alargadas plumas bermejas. Se deslizaron sobre nosotros con un vaivén alocado, pero súbitamente fueron absorbidas por la hendidura del terreno antes de que regresaran a su forma original.
—¡Vamos! —apremió Dorcal.
Nos subimos a los equinos y emprendimos la huida justo cuando el vórtice de la grieta alcanzaba nuestra posición.
—¡¿Qué está pasando?! —inquirió Mherl, sin poder dejar de observar lo que ocurría abajo.
—Esta realidad paralela se está desmoronando, la Tierra se está muriendo —respondió el buscador, muy serio y grave—. No podemos perder más tiempo, debemos encontrar el trozo del árbol cuanto antes.
Intentamos ascender un poco más, pero todo era tan caótico, que los equinos daban bandazos, encabritados.
—¡Los caballos están muy nerviosos! —advirtió Noram.
Mherl bajó los párpados y comenzó a acariciar al suyo. Con su don manejaba el estado emocional, así que no tardó en conseguir que su corcel se calmara. Los otros tres fueron los siguientes en tranquilizarse también bajo el influjo de su don. Gracias a eso, pudimos elevarnos por encima de las copas de los árboles.
Miré atrás, pero solo por un segundo. Lo que se veía era demasiado aterrador y devastador como para poder soportarlo. Tras ese agujero negro que succionaba todo el bosque no quedaba nada. Nada. Una inmensa y desoladora oscuridad. Ese horror se sumó a mi propio desconsuelo. Apreté los párpados y me obligué a fijar la vista al frente.
Pero entonces mis pupilas se toparon con Noram. La devastación tomó todo mi cuerpo cuando él también me miró y bajó el rostro, ni siquiera era capaz de sostener sus ojos con los míos. Entonces, me di cuenta. Mis palabras en el bosque no habían servido de nada. Noram estaba confuso, todavía sentía dudas, y eso precisamente pronosticaba su sentencia, porque alguien que está dispuesto a darlo todo por amor juega todas sus cartas, contra quien sea, pero él seguía sin querer jugar en serio. Una vez más, Noram iba a dejarse ganar. Aunque aún no lo supiera, él ya había tomado su decisión. Y lo peor de todo es que yo sabía que me amaba, que me amaba de verdad. Pero iba a dejarse ganar…
Mis lágrimas brotaron sin control, ya no podía retenerlas. Todo esto era… era demasiado para mí. Esta dimensión se desmoronaba, la Tierra se moría…, y mi corazón herido parecía irse también por ese agujero negro, perdiéndose en la nada…
No aguantaba más. Me puse mi capucha marrón y seguí llorando en silencio durante todo el trayecto.
Habíamos volado durante horas, huyendo de ese agujero negro que lo succionaba todo, hasta que no quedó vestigio del mismo, ni siquiera un suave rumor. Fue entonces, más allá del amanecer, cuando Dorcal decidió aterrizar. Teníamos que descansar.
El pequeño claro nos acogió con una tranquilidad que contrastaba con lo que habíamos dejado atrás. Retiré mi capucha hacia atrás y seguí a mis compañeros. Eso hizo que me percatara de que me había perdido la salida del sol, y todo por pensar tanto en Noram.
Maldita sea…
Nos sentamos en la hierba, formando un círculo, para tratar de esbozar alguna estrategia o plan. Noram se sentó justo frente a mí y esta vez fui yo la que aparté el rostro para evitar su mirada, la cual ya me estaba examinando.
Mi desconsuelo y desilusión, una vez desalojados y desahogados, se habían ido transformando en rabia y furia paulatinamente. Sí, estaba dolida. Y muy cabreada. Enfadada por que quisiera «cederme» a Rilam sin siquiera contar conmigo, como si mi opinión no importara, por que se rindiera con esa facilidad.
Dorcal cerró los ojos y se sumió en concentración.
—¿Puedes sentir mejor al árbol ahora? —le preguntó Mherl.
—Está… todo confuso —masculló Dorcal, como si le costara.
Mira, como Noram.
—¿Confuso? —se extrañó el cisne.
—Sí, confuso, ¿no sabes lo que es eso? —intervine con una acidez que se me escapó automáticamente. No por él, por supuesto. Dirigí mi intencionada mirada a Noram—. Es alguien que no sabe lo que quiere. Que te lo explique Noram, él sabe mucho sobre eso.
Dorcal abrió un ojo para observarnos cuando su concentración se vino al traste. El zorro se vio sorprendido por mi flecha envenenada de reproche en una primera instancia, pero enseguida reaccionó.
—Yo sí sé lo que quiero —rebatió, algo molesto.
—Sí, claro —cuestioné—. Lo único que quieres es huir, como siempre.
—¿Te refieres a este último año? —señaló sin tapujo alguno, hundiendo las cejas sobre los ojos.
—Me refiero a todo, en general —le expliqué, más enfadada todavía.
—Tenía… tenía que irme, eso es todo —se defendió.
—Sí, ya. A eso se le llama huir. De toda la vida.
Una vez más, Dorcal y Mherl oscilaban las cabezas de uno a otro, contemplando nuestra absurda discusión con perplejidad.
—Piensa lo que quieras —contestó Noram enfurruñado, poniéndose de pie.
—Eso, huye otra vez —repliqué, levantándome yo también—. Huye, huye, huye.
—No huyo, solo me voy a dar un paseo —masculló.
—¿Ah, sí? Pues yo también me voy a dar otro.
—Bien.
—Bien.
Y ambos echamos a andar, enrabietados. Yo me fui por un lado y Noram se fue por el otro. Pero Dorcal y Mherl terminaron viendo, estupefactos, cómo el zorro pasaba por delante de ellos cuando se dio la vuelta en mi dirección.
Me adentré un poco más entre los árboles, con Noram detrás de mí. Hasta que se puso a mi altura.
—Que conste que he venido aquí porque no quiero que luego digas que huyo —me dijo.
—Me da igual, por mí puedes hacer lo que quieras, ya no me importa —escupí sin detenerme.
—Hay que ver qué carácter tienes —protestó.
—Si yo tuviera carácter… —farfullé.
—Espera, ¿no puedes parar un momento?
—No.
—Vamos, Jän, ahora eres tú la que estás huyendo —resopló, impacientándose. Me cogió del brazo y me obligó a detenerme y a girarme hacia él—. ¿No podemos hablar?
Sus ojos empezaron a adquirir un rumor de súplica que por poco hace cimbrear al tremendo nudo de mi garganta. Pero no sucumbí. Esta vez no.
—¿Hablar? No sé de qué quieres hablar, ya está todo dicho, ¿no? Tú ya has tomado tu decisión.
Se quedó mudo, de nuevo con el semblante bañado en dudas. Eso me exasperó más.
—Yo… —susurró, sin terminar su frase.
Me zafé de él con brusquedad.
—No te preocupes, ya no te molestaré más —solté forzosamente, tanto, que sentí como si alguien me hubiera pasado una piedra de granito por la laringe.
Noram bajó las cejas con extrañeza.
—¿Qué quieres decir?
Deglutí todas mis ganas de echarme a llorar. No, delante de él no. Lo último que quería era que sintiera lástima por mí. Me obligué a mí misma a llenarme de valor, orgullo propio y determinación.
—Que podrás cumplir tu promesa. Podrás olvidarte de mí para siempre —afirmé, mirándole fijamente—. Adiós, Noram.
Le esquivé y empecé a caminar otra vez.
—¿Adiós? —repitió, incrédulo y sorprendido, deteniéndome otra vez—. ¿Qué es eso de adiós?
En esta ocasión fui yo la que me volví en su dirección.
—Cuando terminemos esta misión, no volverás a saber de mí.
Eso le dejó petrificado.
—¿Vas… a marcharte?
—Siempre que te vas yo sigo en Krabul, Noram. Siempre estoy ahí, por ti, para ti, esperándote, en secreto. Y tú estás acostumbrado. Te vas, y cuando ya te cansas de tu partida y tus aventuras, decides regresar para verme.
—Eso no es verdad —rebatió, aún confuso por mis palabras—. Vuelvo porque no soporto estar…
—No te culpo —le corté—. Es culpa mía, yo te he acostumbrado a eso. Quizá en el fondo, sin quererlo, me he convertido en una pesada losa para ti. Pero no te preocupes, todo cambiará. Esta vez cuando regreses de tu siguiente huida hacia la aventura, si es que regresas y salimos de esta, yo no estaré ahí. Ya me habré marchado, Noram. Para siempre. No volverás a saber de mí, ya no seré una losa, ni para Rilam ni para ti.
Noram abrió la boca para hablar, cuando escuchamos unos gritos.
—¡Soltadnos! —chillaba Dorcal.
Automáticamente, Noram y yo nos pusimos alerta, sacando nuestras armas y activando nuestras armaduras. Sin embargo, el sonido metálico y acerado de unas espadas, sumadas a sus puntas apretándose contra nuestras nucas, obligaron a que nuestros pies se parasen en el acto.
—Guardad vuestras armas y no intentéis nada raro —nos amenazó una voz masculina.
Mi zorro y yo nos miramos durante un breve instante, pero fue suficiente para que decidiéramos que era mejor obedecer. Si eran los secuaces de Rebast, era mejor seguirles la corriente hasta que ideáramos un plan.
¿Cómo…? ¿Cómo habían dado con nosotros? Y ni siquiera habíamos sentido su presencia…
—Caminad. Despacio —nos volvió a indicar la misma voz.
Acatamos esa nueva orden sin rechistar. Pronto nos reunimos con Dorcal y Mherl, que sostenían unos semblantes serios y tensos, aunque también nos dedicaron una mirada de reproche a los dos por no haber estado atentos. Nuestros apresadores nos colocaron a su lado y por fin pudimos girarnos para verles cara a cara.
Lo primero que me sorprendió fue que esos elfos no iban de negro. Lo segundo, su indumentaria. Era antigua, muy antigua. La indumentaria que utilizaban nuestros ancestros, o al menos, la que salían en nuestros libros de historia. Lo tercero, que no habíamos sentido su presencia maligna, porque no la tenían.
Los seis elfos nos observaban con dureza, pero también con extrañeza, su cabeza parecía estar a rebosar de preguntas. El líder, un elfo de largos cabellos dorados, lucía un adorno de oro con forma de ramas en la frente a modo de distinción. En apariencia era unos pocos años más mayor que nosotros, tres, quizá cuatro, por lo que físicamente tenía la imagen de un chico de unos veintisiete o veintiocho años, aunque la edad de un elfo era algo relativo, pues permanecíamos jóvenes durante la mayor parte de nuestra eternidad. Nunca alcanzábamos la vejez, pero sí una apariencia física más madura que se iba forjando a lo largo de los milenios, como la del Gobernador o los Buscadores. Nosotros los Guerreros Elfos solo acabábamos de empezar a vivir, Noram, Rilam y yo, por ejemplo, teníamos veinticuatro años reales, en cambio, la mirada de este elfo denotaba que su edad solo era algo físico. El líder osciló la vista hacia mí cuando se percató de mi escrutinio y me echó un buen repaso, tal vez porque era la única mujer del grupo. Luego, su boca se entreabrió con un asombro que no entendí. Para mi sorpresa (grata sorpresa, no voy a negarlo), ese detalle no escapó a Noram, quien contempló al líder con cara de pocos amigos.
—¿Quiénes sois? —preguntó Dorcal, educadamente cauto.
Al fin, el líder apartó la mirada de mí.
—Eso debería preguntarlo yo, ¿no crees? —le contestó.
—¿Sois los secuaces de Rebast? —quiso saber Noram—. Decidle de mi parte que esta mierda se tiene que acabar.
Para el líder de esos elfos no pasó desapercibido que le hablaba un híbrido y le contempló con cierto desdén.
—¿Rebast? No conocemos a ningún Rebast.
Era evidente que no. Estos elfos no se parecían en nada a los tipejos que servían a ese desgraciado.
—¿Entonces quiénes sois? —inquirí, perdida y confusa.
El elfo volvió a observarme fijamente, incidiendo en mis ojos. Noram resolló por las fosas nasales, más nervioso.
¿Qué te parece?
—No respondáis —le cuchicheó el elfo que se hallaba a su lado, cuya totalidad de su cabello lucía unas largas trenzas negras—. No sabemos si vienen a por el árbol.
—¿El árbol? —Mherl saltó como un resorte—. ¿Tenéis el Árbol de los Elfos?
—¿Acaso lo queréis? —El elfo de trenzas se puso repentinamente a la defensiva, así como sus cuatro compañeros.
—Pues claro que sí —le ratificó Noram, desafiante.
—¡¿Cómo?! ¡¿Habéis venido a por el árbol?!
—¡¿Lo tenéis vosotros?! —se encrespó Noram de nuevo.
—¡Por supuesto que lo tenemos! —El elfo de trenzas le miró de arriba abajo, como si no se creyese que alguien le preguntara algo así—. ¡Y seguirá en nuestras manos! ¡Si queréis ese árbol, antes tendréis que pasar por encima de nuestro cadáver!
—¡Que así sea, pues! —aceptó Mherl, acompasando a Noram con su arma, quien también estaba sacando su boomerang.
Los cinco elfos que teníamos enfrente nos apuntaron con sus afiladas espadas con un movimiento vertiginoso.
Entre tanto, el líder, quien permanecía tranquilo, no apartaba la mirada de mí. ¿Por qué me miraba así? Noram también se percataba de esto y dirigía constantes cambios de vista en nuestra dirección con una expresión claramente molesta.
—Paz —terció el líder, metiéndose en el medio con los brazos extendidos, sin apartar sus ojos marrones de los míos. En cuanto hizo esto, sus acompañantes bajaron sus espadas, y también el nivel de su ira.
—Está bien, mantengamos la calma, por favor —instó Dorcal a los nuestros, alzando también las manos en un intento de apaciguar los ánimos—. Creo que hay un malentendido.
—Venimos en son de paz —añadí yo para agregarle un poco de cordura y sensatez a todo esto.
—¿De dónde sois? —me preguntó el líder directamente a mí.
—¿Quiénes sois vosotros? —quiso saber Dorcal—. Si no venís de parte de Rebast, ¿quiénes sois? ¿Por qué estáis aquí?
Por primera vez, el líder por fin abandonó mi rostro.
—¿Que por qué estamos aquí? —Este arrugó sus cejas impolutas—. ¿Por qué no íbamos a estar? Es nuestro hogar.
Dorcal abrió los ojos como platos.
—¿Sois… de aquí?
El líder se irguió con sobriedad y algo de encopetamiento. Sus seguidores hicieron lo mismo.
—Soy Sorpra, príncipe del Reino de los Elfos, y estos son algunos de los caballeros del reino. Nosotros somos los Guardianes del Árbol de los Elfos.
Ahora lo entendía todo. Estos elfos seguían viviendo en este paraíso oculto, en esta realidad paralela, en un mundo donde el tiempo se había detenido, donde continuaban con las costumbres más arraigadas de nuestros ancestros. Creíamos que ya no existía vida élfica aquí, sin embargo… No fui la única que me quedé boquiabierta, el resto de mis compañeros se quedó atónito.
—Nosotros… también somos los protectores del árbol, alteza —medio explicó Dorcal, puesto que el asombro, por el momento, no le permitió avanzar más de ahí. Eso sí, reaccionó lo suficiente como para hacerle una reverencia de respeto.
Los demás nos miramos con estupor, pero le imitamos.
—¿Cómo? —inquirió Sorpra, frunciendo las cejas de nuevo, sin entender.
Dorcal se irguió, y nosotros volvimos a hacer lo mismo que él.
—No somos de aquí —le aclaró—. Venimos de… un mundo exterior, de otra dimensión.
—¿De otra dimensión? —dudó Sorpra.
—¿Qué sandez es esa? —se quejó el elfo de rastas, observando a Dorcal como si estuviera mofándose de ellos.
Su príncipe levantó la mano en una orden muda para acallarle, permitiendo que lo aclarásemos.
—Es muy largo de explicar, y no disponemos de tanto tiempo —le avanzó el buscador, ahora más centrado—. Lo único que puedo deciros ahora es que venimos de otro mundo, de otra dimensión, y que la Tierra se está muriendo. Los árboles han dejado de existir y necesitamos el Árbol de los Elfos para repoblar el planeta, es muy urgente. Vuestro paraíso también depende de eso.
—¿Cómo dices? Eso es imposible —cuestionó el elfo de trenzas—. Nuestro paraíso…
—Espera, Rïbadah —le paró Sorpra. Luego, volvió a dirigirse a Dorcal, muy interesado por lo que estaba oyendo—. ¿Dices que nuestro paraíso también depende de vosotros? ¿De lo que hagáis con el árbol?
—Así es —asintió Dorcal, tomando aire—. Si no arreglamos el planeta, no solo la Tierra morirá; este paraíso en el que vivís vosotros también acabará destruido.
Sorpra sostuvo la mirada con Dorcal durante unos segundos que se eternizaron.
—En mis tierras últimamente se está dando un fenómeno muy extraño —admitió. Parecía estar buscando respuestas—. Jamás hemos sufrido terremotos, hasta hace unos meses, y nunca hemos visto cosa semejante. La misma tierra se engulle con ferocidad en pozos infinitos de una negrura sin igual, arrastrándolo absolutamente todo. Lo que dejan atrás esas terribles grietas es peor que la guerra.
—Lo que dejan atrás esas terribles grietas es la conexión con nuestro mundo —le reveló Dorcal.
—¿Estás diciendo que vuestro mundo está engullendo al mío?
—Sí, puede decirse así. Vuestro mundo es una realidad paralela, un paraíso oculto que guardaron nuestros ancestros para esconder el árbol y protegerlo. Pero está conectado al nuestro, vuestro mundo no existiría si no existiera el nuestro. Ahora la magia que os sostiene y que os ha guarecido durante tantos milenios está empezando a destruirse, debido a la actual situación catastrófica del planeta. Esa magia no subsiste si la Tierra no lo hace, por eso se está desintegrando. Esa es la razón por la que estéis siendo engullidos por nuestro mundo actual. Si no nos entregáis el árbol y no salvamos nuestro mundo, vosotros desapareceréis para siempre.
—¡Tonterías! —exclamó el tal Rïbadah de nuevo, aunque en su semblante la duda se deslizaba por cada una de sus facciones con un temor a lo insólito. El temor a lo desconocido.
Sorpra volvió a alzar la mano para que cerrara la boca otra vez.
—El Árbol de los Elfos… —murmuró, pensando las palabras—. Un día desapareció, y al otro regresó un trozo. No está completo —avisó, si bien se notaba que estaba haciéndole un examen a Dorcal para ver si le decía la verdad.
—Lo sabemos —confirmó el buscador—. Rebast es el artífice de eso.
—¿Rebast? —Sorpra entrecerró sus ojos marrones al volver a oír ese nombre que tan poco nos gustaba mencionar.
—Rebast ha construido un imperio en otro planeta llamado Elgon, y está decidido a que haya un exilio para poblarlo. Ha invertido muchos millones y riquezas, y no está dispuesto a perder su enorme inversión, además del poder que ganaría allí. Su avaricia es tan grande, está tan poseído por ella, que no le ha importado aliarse con humanos malvados y contribuir a la destrucción de la Tierra para alcanzar su objetivo. Se ha creado una mentira, y se ha vuelto tan loco, que él mismo se la cree.
—Es un tarado —masculló Noram, ladeando su afectado semblante.
Le miré con preocupación. Él más que nadie sufría por esta situación. Rebast había sido como un padre para él, asimilar todo lo que había hecho le había llevado tiempo, todavía seguía preguntándose el porqué, cómo su mentor, con el que incluso había vivido durante algún tiempo, podía haber hecho algo así.
Por el rabillo del ojo descubrí a Sorpra observando mi reacción con Noram. Para cuando quise disimular y volver la faz al resto, ya me había ruborizado. Estupendo. El príncipe continuó analizándome, pero terminó devolviéndole la atención al relato de Dorcal.
—Él fue quien entró aquí y robó el árbol —continuaba el buscador—. Después, intentó destruirlo, aunque por fortuna no consiguió hacerlo del todo. El árbol se fracturó en cuatro trozos que se dispersaron por todo el planeta, ubicaciones que, también afortunadamente, tenemos localizadas. Uno de ellos regresó aquí. Nosotros formamos parte de uno de los cuatro grupos que estamos intentando recuperar y juntar los trozos para que el Árbol de los Elfos sobreviva. Con él podremos repoblar la Tierra y salvarla.
Hubo un silencio sepulcral. Sorpra se acarició la barbilla, pensativo.
—Tu historia es… extraña —dijo—, sin embargo, sigo sin poder explicar el origen de los terremotos, las grietas y el agujero negro, y tu relato… —Alzó la vista y la clavó en Dorcal—. Esto no me corresponde decidirlo a mí. Os llevaré ante mi madre, la Reina, y ella tomará la decisión que crea conveniente.
—¿Decisión? ¿Qué decisión? —rebatió Noram—. Creo que está todo claro, ¿no?
La mirada que le dedicó Sorpra fue fría y dura como un glacial del ártico, cuando existían. Era la mirada de un elfo supremo a un híbrido.
—Mi madre, la Reina, tomará la decisión —repitió, regio.