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Capítulo 4

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Alex

Nunca he logrado entender el miedo de Lottie al mar. No sufrió ningún trauma de la infancia que pudiera haberlo desencadenado, ni ningún incidente en el que haya estado a punto de ahogarse, y el agua en sí no es el problema; le encanta la piscina y hace casi un año que nada sin flotadores, incluso en la parte honda.

Pero esta es una boda en la playa y Lottie tiene que acostumbrarse a la cercanía del mar, de modo que después de almorzar, tomo fuerzas con un gin tonic cargado (la pura verdad es que no es el primero del día) y la llevo a la playa.

Por fortuna, aunque baja la barbilla y encorva los hombros hacia adelante como un toro enano a punto de embestir, no explota como temí que hiciera. Caminamos despacio hacia una sección rastrillada de arena blanca fina, donde el personal del hotel está colocando hileras de sillas doradas adornadas con lazos frente a una pérgola con estrellas de mar y caracolas de plástico entrelazadas. Guio a Lottie por el pasillo de arena que recorrerá en el ensayo de la boda dentro de un par de horas y le muestro en qué lugar de la primera fila se sentará mañana.

—Aquí no hay mareas —le explico, y me pongo en cuclillas junto a ella mientras observa el océano con expresión sombría—. Bueno, no son gran cosa. El océano no se va a acercar más, te lo prometo.

Lottie da un paso firme hacia la orilla, que está a unos seis metros de donde nos encontramos. Confío en que mi niña afronte sus miedos, que los desafíe de frente.

Oigo la voz de Sian a mis espaldas.

—¿Vas a nadar, Lottie?

Sian y su mejor amiga y dama de honor, Catherine, se abren paso por la arena caliente con idénticas sandalias de plástico rosadas y el cabello mojado echado hacia atrás después del baño en el mar.

—Justo volvíamos al hotel para prepararnos —preciso.

—Pero el agua del mar está tan buena —señala Sian—. Y, además, hay tiempo de sobra antes del ensayo.

—Es un océano, no un mar —la corrige Lottie.

Sian se pone en cuclillas junto a ella.

—Espero que no te preocupe que la gente te vea en traje de baño, Lottie. A nadie le importa tu aspecto.

Siento ganas de abofetear la bonita cara de Sian. Pero no hace falta que me preocupe, Lottie tiene la situación controlada.

—¿Por qué habría de preocuparme? —pregunta sin rodeos.

—No importa —se apura a decir Sian—. ¿Tienes miedo de los tiburones?

—¡Por supuesto que no! —replica—. Me gustan los tiburones.

—No tiene motivos para tener miedo —interpone Catherine—. Le darían un mordisco y la escupirían.

Lottie parece tomar esto como un cumplido.

Mi teléfono vibra en mi bolsillo mientras Sian y Catherine regresan al hotel. Me sorprende ver el nombre de mi hermana Harriet en la pantalla.

—Lottie, siéntate aquí y no te muevas mientras hablo con la tía Harriet —le indico, y señalo una tumbona cercana—. No tardaré más de cinco minutos.

Doy un par de pasos hacia la orilla, tentada por el mar. El agua tibia ondea sobre mis pies descalzos y de pronto deseo que Lottie supere su miedo; el agua está ideal.

—No esperaba tener noticias tuyas —le digo a mi hermana.

—¿Va todo bien? ¿Mamá y papá están bien?

—Que yo sepa, sí. ¿Por qué?

—¡Porque me has llamado!

—Mierda, lo siento. Debo de haber llamado sin querer.

Harriet suspira.

—Me pareció raro cuando vi la llamada perdida.

Me tomo el reproche implícito con calma.

Harriet y yo no hemos tenido una relación estrecha desde que éramos niñas: nos queremos, por supuesto, pero somos el día y la noche. A menudo pasamos meses sin hablar, a menos que haya una crisis familiar. Mamá solo tiene cincuenta y siete años, pero ha estado ingresada dos veces en los últimos tres años para que le extirparan tumores malignos del colon.

En ambas ocasiones, he sido yo quien ha tenido que comunicárselo a Harriet, que vive en las Islas Shetland con su esposo Mungo, un ingeniero de plataformas petroleras. A pesar de las maravillas de la tecnología moderna, sé que con frecuencia se siente muy desconectada de la familia, sobre todo porque Mungo suele estar bastante tiempo en las plataformas. Harriet es una artista y trabaja desde su casa, así que tiene mucho tiempo para sentirse sola.

—Lo siento —me disculpo—. No quería preocuparte.

—No pasa nada. Falsa alarma.

Se produce una pausa un tanto incómoda.

—Lottie debe de estar entusiasmada —comenta por fin.

Mi hija es el único punto de encuentro entre Harriet y yo. Adora a Lottie, y aunque nosotras no hablamos con frecuencia, Lottie suele secuestrar mi iPad para llamarla por FaceTime.

Miro a Lottie, que no está sentada en la tumbona como le ordené, sino que corre por entre las ordenadas hileras de sillas doradas con los brazos abiertos como si fuera un avión, estorbando al personal del hotel.

—Es Lottie —digo—. Es difícil de saber.

Me sorprende oír el anuncio de un vuelo en el trasfondo de la llamada.

—¿Estás en el aeropuerto? —pregunto—. ¿Adónde vas?

—Es el televisor —explica Harriet—. Escucha, tengo que colgar. Solo quería asegurarme de que todo estaba bien. Toma muchas fotos de Lottie para enviármelas, ¿quieres?

—Por supuesto —digo.

Guardo el teléfono en mis pantalones cortos, me vuelvo y echo a andar por la playa. Veo que mi hija está hablando con un hombre que no conozco.

Tiene su mano sobre el hombro de Lottie y algo en la forma en la que se inclina sobre ella hace sonar todas las alarmas maternales. Llamo a Lottie en voz alta y el hombre mira en mi dirección y se aleja enseguida. Para cuando llego donde está mi hija, ya ha desaparecido por un lateral del hotel.

—¿Quién era? —le pregunto a mi hija.

—No sé.

—¿Qué te he dicho acerca de hablar con desconocidos?

—No le estaba hablando. Él me estaba hablando a .

—¿Qué quería?

Lottie me mira con evidente fastidio.

—Dijo que no podía encontrar a su hija y me preguntó si la había visto.

Un escalofrío me recorre la espalda. Lottie es lista e inteligente y le he inculcado los peligros que suponen los hombres desconocidos, pero aún no tiene cuatro años. Estaba a menos de quince metros de ella; solo le quité los ojos de encima durante un instante.

La arrastro a la fuerza de regreso al hotel, indiferente a los furiosos tirones de mi brazo. Debería haberla vigilado más de cerca: Florida tiene uno de los índices más altos de delincuentes sexuales de los cincuenta estados estadounidenses. Su población, compuesta de un número importante de turistas y jubilados de otros estados, es transitoria y cambia todo el tiempo. Hay poco sentido de comunidad y es fácil perderse entre la multitud.

Soy abogada. Lo investigué.

Cuando llegamos al vestíbulo del hotel, Lottie logra liberarse de mí y sale corriendo para unirse al grupo de niñas que serán damas de honor con ella. Estoy a punto de ir tras ella cuando Zealy, la hermana de Marc, sale del ascensor.

—¡Alex! Me pareció que eras tú. Te has cortado el pelo.

En un acto reflejo, me toco la nuca. El mes pasado me corté unos buenos veinte centímetros de mi largo cabello, de modo que ahora me llega justo por debajo de los hombros; nunca tenía tiempo para peinármelo bien.

—Me estaba volviendo loca. ¿Te gusta?

—Me encanta. Te queda muy bien.

Zealy y yo somos amigas desde hace años, aunque no nos vemos tanto como nos gustaría; la culpa es mía, por supuesto. Las amistades que sobrevivieron a la sobrecarga de mi trabajo quedaron en el olvido después de que naciera Lottie. En realidad, Zealy es hermanastra de Marc, del primer matrimonio de su madre con un sudafricano negro. Cuando Sian la conoció, preguntó si podía tocarle el pelo y comentó que era increíble que “pareciera una blanca”.

Zealy enlaza su brazo con el mío.

—Acompáñame al bar a tomar una copa —dice—. Ayúdame a ahogar mis penas.

Me resisto a ir al bar, pero acepto un cóctel junto a la piscina, sin perder de vista la brillante cabeza platino de Lottie, mientras ella y las demás niñas van y vienen a nuestro alrededor como libélulas.

No sé si denunciar a la policía el encuentro de Lottie con el hombre en la playa o al menos al gerente del hotel. Cuanto más lo pienso, más extraño me parece.

Pero no tengo nada concreto para ofrecerles. Si cada madre con un “mal presentimiento” presentara una denuncia en la policía, estarían recargados de papeleo.

Acepto un segundo martini cuando Zealy me presiona y relego el incidente a un segundo plano.

Robada (versión latinoamericana)

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