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Capítulo 7

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Alex

Como estaba previsto, Lottie come literalmente hasta sentirse mal en el ensayo de la cena. Me levanto tres veces por la noche con ella y, por eso las dos dormimos hasta las nueve.

Parece estar bien cuando se despierta, pero no pienso arriesgarme. Pasamos una mañana tranquila en nuestra habitación y nos saltamos el almuerzo nupcial, aunque dejo que Lottie pida sopa de pollo al servicio de habitación cuando se queja de que tiene hambre. Cosa extraña, se muestra cooperativa y ve dibujos animados en mi iPad mientras yo trabajo un poco. Para cuando la peluquera la reclama a media tarde, ha recobrado el color y se ha recompuesto del todo.

En cuanto la peluquera termina de hacerle una atractiva trenza espiga, la llevo a la habitación de Zealy, donde las pequeñas damas de honor se están preparando.

A pesar de que la última prueba del vestido fue hace menos de tres semanas, son necesarios algunos tirones fuertes de la cremallera para que el abullonado vestido rosa quede en su lugar. Y cuando por fin Lottie da una vuelta, se me hace un nudo en la garganta. Puede que no sea la idea de belleza del mundo, pero nunca me ha parecido más hermosa.

Le advierto a Zealy que tenga una bolsa de plástico a mano por si Lottie vuelve a sentirse mal y bajo a la playa para tomar asiento con el resto de los invitados.

Diez minutos más tarde, Zealy me envía un mensaje de texto con una foto de mi hija, de brazos cruzados y con el ceño fruncido hacia la cámara. Me río en voz alta. Refleja tan bien la esencia de Lottie que la convierto en mi fondo de pantalla.

Sian sigue la costumbre norteamericana de que las damas de honor la precedan por el pasillo de arena. Me siento muy orgullosa de Lottie al verla avanzar a la cabeza y esparcir puñados de pétalos de rosa con un abandono salvaje y alegre que atrae las sonrisas de más de un invitado y provoca un resoplido por parte de Marc.

Veo a mi hija ocupar su lugar al final de la primera hilera de sillas doradas junto a las otras damas de honor, de cara al océano con expresión decidida. Me gustaría estar lo bastante cerca para decirle lo hermosa que es.

La ceremonia es breve y pintoresca. Marc se emociona visiblemente cuando Sian recorre el pasillo sembrado de pétalos con su vestido de Vera Wang color marfil, su fría belleza entibiada por el genuino brillo de sus ojos. El sol se hunde en el mar como en una fotografía cuando los novios terminan de pronunciar sus votos y unos turistas dispersos, que observan desde una distancia respetuosa a lo largo de la orilla del agua, aplauden con emoción.

La suelta de dos palomas blancas cuando Sian y Marc echan a andar de regreso por el pasillo no es de mi agrado, pero es lo que nos acerca a mi primera copa de champán, que sin duda sí que lo es.

Me uno a la corriente de invitados que siguen a la comitiva nupcial de vuelta al hotel para la recepción. Nos entregan pulseras rosas antes de permitirnos pasar por una pequeña puerta al jardín privado junto a la piscina, donde circulan los camareros.

Tomo un vaso de uno de ellos y me encuentro con Zealy y Paul.

—¿No estuvo genial Lottie? —comenta Zealy—. Aunque pensé que iba a sacarle el ojo a alguien con su cesta de flores.

—Y hablando de ella… —aventuro y miro a mi alrededor.

—Está junto al puesto de helados con las otras damas de honor —precisa Paul, y señala hacia una maraña de faldas de tafetán rosa casi invisible entre el gentío—. La vi hace unos minutos comiendo brownie de chocolate.

—En ese caso, esperemos que Sian no esté planeando reutilizar los vestidos.

—Jesús, ¿no son espantosos? —exclama Zealy jalando del suyo—. Rosa, por el amor de Dios. Parezco una salchicha cruda.

El apuesto tenista se acerca y se nos une, su atuendo formal realza sus trabajados músculos. No tuve oportunidad de hablar con Ian Dutton anoche, ya que estaba sentado en la otra punta de la mesa, pero es algo que tengo la intención de corregir ahora mismo.

Recojo una segunda copa de champán de un camarero que pasa. No tengo tiempo para relaciones, pero el sexo es otra cosa.

En la mayoría de los matrimonios que fracasan, el sexo es lo primero que desaparece. Entre Luca y yo, fue lo último.

No importaba lo mal que estuvieran las cosas entre nosotros, ni la intensidad de las discusiones interminables, siempre acabábamos en la cama, con la furia y el odio haciendo las veces de afrodisíacos, un reflejo de nuestro primer encuentro. En ese entonces, me consolaba pensando que nuestro matrimonio no podía estar en crisis, porque ninguna pareja que lo estuviera podía ser tan buena en la cama.

De lo que no me di cuenta hasta el día en que lo eché por romper una vez más su promesa de fidelidad mientras cruzaba los dedos era que nos comunicábamos a través del sexo porque no teníamos otra cosa.

En los ocho meses que transcurrieron entre nuestra separación y su muerte repentina, me mantuve célibe, incapaz de imaginar que podría estar con otro hombre. Pero la muerte tiene una extraña forma de recalibrar tu perspectiva. Te hace aferrarte a la vida, y el sexo es la máxima expresión de ese instinto. No podía vivir con Luca, pero tampoco esperaba tener que habitar un mundo sin él.

No soy de divulgar mis actividades privadas, pero me niego a disculparme por ser una soltera de veintinueve años con un apetito sexual saludable.

Ian es ingenioso y encantador, y me resulta atractivo. A juzgar por el nivel de coqueteo entre nosotros a medida que avanza la noche, mis sentimientos son correspondidos. Sus frases no son especialmente originales y sus halagos son demasiado intensos, pero no estoy interesada en el largo plazo.

Para cuando el padre de Sian hace chocar su tenedor contra una copa de champán para indicar el comienzo de los discursos, ya nos hemos alejado de la multitud de invitados. Alcanzo a ver por encima del hombro de Ian el destello ocasional del vestido rosa de Lottie cuando vuelve a la mesa del bufé para servirse por segunda vez y, luego, por tercera.

Zealy y Paul están sentados en una mesa cerca de la puerta que da a la playa, los pies de ella en el regazo de él y una botella de champán vacía entre los platos sucios frente a ellos.

—¿Podrían vigilar un rato a Lottie? —les pido.

—Por supuesto —responde ella, y dirige una mirada cómplice hacia Ian—. Diviértanse.

Bajo mis pies descalzos, siento el frescor de los montículos de arena fina, y una vez que dejamos atrás la penumbra de luz del hotel, la oscuridad resulta sorprendente. El susurro de las olas en la orilla resulta erótico, y cuando Ian me dirige hacia una de las filas apretadas de tumbonas dobles para “recién casados”, no lo dudo.

—¿Sabes algo sobre las estrellas? —me pregunta.

—La Osa Menor —comienzo y la señalo—. ¿Esa W? Esa es Casiopea. Y Andrómeda, allí, mira. La estrella brillante.

—¿Cómo sabes todo eso?

Me encojo de hombros.

—Me interesa.

—¿De qué signo eres?

—No la astrología —aclaro—. La astronomía. Hay una diferencia.

La luna ha subido más en el cielo mientras hemos estado en la playa y nos baña con su luz fría e inquietante. Me doy cuenta de que nos hemos alejado más tiempo del que pensaba.

—Debería volver al hotel —digo—. Tengo que acostar a mi hija.

—No te volveré a ver, ¿verdad?

—No —asevero.

Sería un insulto fingir lo contrario. Me he vuelto experta en compartimentar mi vida separando a la madre de la abogada adicta al trabajo. Es un mecanismo de seguridad. No sé si es saludable, pero no conozco otra forma de ser.

Pero el comentario de Ian me molesta un poco. No soy la devoradora de hombres endurecida que él parece pensar. No puedo darme el lujo de involucrarme; incluso si tuviera tiempo, debo tener en cuenta a Lottie. Cualquier hombre con el que salga es un padrastro potencial. La responsabilidad de elegir al hombre adecuado para mi hija es abrumadora y no estoy preparada para afrontarla.

Muestro mi pulsera de seguridad al camarero que está en la puerta y me reúno con los pocos invitados que quedan.

Los discursos han terminado; debo de haber estado ausente más tiempo del que pensaba. Zealy y Paul y otras parejas están bailando con las mejillas juntas al lado de la piscina y yo escudriño el jardín en busca de mi hija.

Al no encontrarla, me acerco a Zealy y le toco el hombro.

—Oye —le digo, todavía no asustada—. ¿Has visto a Lottie?

Robada (versión latinoamericana)

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