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Capítulo 5

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Alex

Lottie supera mis expectativas y se comporta a la perfección durante el ensayo de la boda, lo que me hace temer por mañana. Es una experta en el arte de dar gato por liebre.

Marc y Sian repiten sus votos tres veces antes de que la novia ruborizada quede satisfecha. Las jóvenes damas de honor se agitan en sus sillas doradas, muy aburridas, dándose codazos en las costillas y haciendo muecas. Solo Lottie se comporta, con las manos cruzadas en el regazo y aire remilgado. Es una mala señal.

Sian por fin se siente satisfecha, y ella y Marc desandan el pasillo de arena.

Zealy y Catherine reúnen a las damas de honor y todas comienzan a caminar detrás de Marc y Sian, con Lottie en la retaguardia.

En cuanto el cortejo nupcial llega a la puerta que conecta la playa con el jardín privado junto a la piscina del hotel, donde tendrá lugar la recepción, las cinco niñas rompen filas y se apresuran hacia sus padres.

Lottie choca contra mis piernas radiante de orgullo.

—¿Lo hice bien, mamá?

—Estuviste increíble —respondo, y le agito los rizos, intentando no parecer demasiado sorprendida—. Espero que se repita mañana. No estaré junto a ti, así que confío en ti, Lottie. En que te comportarás bien.

—¿Dónde estarás?

—Justo detrás de ti, por allí. —Señalo mi asiento reservado un par de filas detrás de las sillas de las damas de honor, junto con los otros padres—. Te veré en la fiesta en el hotel en cuanto termine la ceremonia.

—Tú solo sígueme, Lottie, y mantente cerca de las otras chicas —interpone Zealy mientras se une a nosotras—. Mamá estará justo detrás de ti, con todos los demás.

—Lo que tú digas —responde Lottie.

Lottie —la regaño.

—No te envidio cuando llegue a la adolescencia —me dice Zealy.

Lottie me jala del brazo.

—¿Puedo tomar un helado ahora? ¿Puedo?

—Después de la cena.

Entrecierra los ojos.

—Dijiste que podría tomar todo el helado que quisiera si me portaba bien.

Me tiene contra las cuerdas y lo sabe.

—De acuerdo —accedo—. Pero será mejor que te comas toda la cena, Lottie.

Dejamos el jardín y atravesamos el restaurante Patio de las Palmeras, donde se ha dispuesto una larga mesa para el ensayo de la cena, y , luego, llegamos al vestíbulo principal del hotel. Cerca de la entrada hay una pequeña tienda que vende las típicas baratijas turísticas: postales, camisetas, vasos de chupito con el nombre del hotel. Tiene una nevera con helados que Lottie descubrió ni bien bajamos esta mañana.

La levanto junto a la nevera para que pueda elegir lo que quiere. Elige una galleta de helado del tamaño de una rueda y Zealy y yo nos sentamos en un banco del vestíbulo mientras ella se la come.

Para cuando termina, y yo le he limpiado la cara y los dedos, el resto del grupo de la boda se ha reunido en el Patio de las Palmeras para cenar.

Ocupamos los tres últimos asientos libres en la abarrotada mesa junto a Marc. Lottie toma enseguida su bollo de pan y el mío y se los devora en un par de bocados voraces.

—¿Dónde mete todo eso? —pregunta Zealy cuando Lottie se estira para tomar el bollo de Zealy.

—Va a comer hasta sentirse mal solo para fastidiarme —le aseguro.

Paul Harding, compañero de universidad de Marc y su padrino de boda, se inclina sobre la mesa y le entrega su pan a Lottie.

—Me gustan las chicas con apetito —dice, y le guiña un ojo—. Siempre paso hambre en las bodas. Nunca te dan de comer como es debido.

Zealy y Paul han sido pareja un par de veces a lo largo de los años, y aunque sé que a Zealy le gustaría que la relación fuera más formal, no creo que Paul sea de los que sientan cabeza. Consultor de arte internacional, de cabello oscuro y por lo menos un metro noventa de altura, su nariz grande le quita algo de brillo a su buena apariencia. Harían una atractiva pareja.

Flic Everett, madre de otra de las damas de honor, Olivia, le hace una señal al camarero para que le sirva otro cóctel.

—¿Estás segura de que no quieres que Lottie coma con Olivia y las otras chicas arriba? —me pregunta—. Será mucho más divertido para ella.

—No pienso perderla de vista —respondo.

—Betty, mi hija mayor, está haciendo de niñera. Lottie estará bien, te prometo…

—No me refería a eso.

Flic me mira con extrañeza y, luego, se vuelve hacia Eric, el padre de Marc, sentado al otro lado de ella.

Lottie toma otro panecillo más. Me doy cuenta de que no se los está comiendo, sino que se los mete en los bolsillos de su chaqueta.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto.

—Son para mi mamá azul —replica.

Es la segunda vez que menciona a su “mamá azul”. Antes de que pueda preguntarle a qué se refiere, se produce un alboroto en el otro extremo de la mesa.

Un hombre apuesto que no reconozco ha entrado en el restaurante y Sian se levanta para saludarlo. Está claro que forma parte del grupo de la boda; debe de ser uno de los padrinos. Pero no hay un lugar libre para él en la mesa y me doy cuenta de que es probable que mi hija se haya sentado en su sitio.

—Lottie no debería estar aquí —me dice Sian—. Es solo para adultos. Hemos pagado solo por doce personas.

—No tengo problema…

—Es solo una niña —interviene Marc—. No es que vaya a comer demasiado.

Dejo pasar la expresión escéptica de Sian.

David Williams, el padre de Sian, toca el brazo desnudo de su hija.

—No pasa nada, querida. Lo arreglaré después con el hotel.

—No hay lugar —insiste Sian.

Catherine aparta un poco la silla de la mesa y se da unas palmaditas en el regazo.

—Puede sentarse en mis rodillas si quiere.

—¿Por qué no movemos todas las sillas un poco? —sugiere Penny, la madre de Sian—. Podemos apretarnos y hacerle un lugar a Ian.

Sian parece querer negarse a hacerlo, pero vuelve a mirar la mesa y se calma. Marc le hace una seña a un camarero, quien acerca otra silla y todos se mueven para hacer sitio.

—¿Quién es? —le pregunto a Zealy.

—Ian Dutton —responde—. Es amigo de Marc. Fue tenista profesional durante un tiempo, aunque creo que ahora está retirado. Solía entrenar a Marc, así fue como se conocieron.

Sin duda, tiene todo el aspecto, la camisa de lino no logra ocultar sus abdominales marcados.

—Lamento haberme perdido el ensayo de la boda —se disculpa sentándose—. Mi vuelo se retrasó y acabo de aterrizar. ¿Hay algo especial que deba saber?

—La verdad que no. Paul te pondrá al tanto —dice Marc.

—Las pequeñas tienen un papel más destacado —agrega Penny—. Y Lottie estuvo genial, ¿no crees, Sian?

—Sí —conviene la novia de mala gana.

Dos camareros nos sirven los platos de entrada; Lottie ha elegido mejillones al vino blanco. No es lo que la mayoría de los niños de tres años elegiría, pero mi hija no es la mayoría de los niños.

—Buena elección —comenta Paul con admiración.

—No sé cómo puede comer esas cosas —intercala Sian, y se estremece. Juguetea con su ensalada de rúcula sin aderezo y sin almendras, pero con parmesano rallado.

De improviso, uno de los mejillones sale disparado de la mano de Lottie, rocía vino blanco por todas partes y se desliza por la mesa antes de aterrizar frente al plato de Sian.

Un accidente, por supuesto.

Lottie se ríe y, luego, se tapa la boca con las dos manos bien abiertas.

Ian lanza una carcajada.

—Qué pequeños más resbaladizos —exclama—. Anda. Deja que te ayude con eso.

Lottie, por lo general reacia a separarse de su comida, le entrega su plato de mejillones sin rechistar. Ian les quita la concha a docena con rapidez y se los devuelve.

—Aquí tienes. No te molestes en usar el tenedor para el resto; cómetelos con la mano.

Catherine se inclina hacia delante.

—Me acabo de dar cuenta —susurra—. Ahora que llegó Ian, somos trece. ¿No es mala suerte?

—No creo en la suerte —afirmo.

Robada (versión latinoamericana)

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