Читать книгу Merlín. Los años perdidos - Thomas A. Barron - Страница 6

NOTA DEL AUTOR

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No sé mucho sobre magos, pero una cosa sí he aprendido: son una caja de sorpresas.

Cuando terminé de escribir The Merlin Effect, una novela que sigue una de las hebras que conforman las leyendas artúricas, desde los pretéritos tiempos de los druidas hasta los albores del siglo XXI, me di cuenta de que aquella hebra me había atrapado con tanta fuerza que no conseguía zafarme de ella. Cuanto más me resistía, más se cerraba sobre mí. De este modo, en mi intento por desenredarme, la hebra me atrapó por completo.

La hebra era el propio Merlín. Se trata de un personaje misterioso y cautivador, un mago capaz de retroceder en el tiempo, que se atreve a desafiar incluso a la Triple Muerte y que puede buscar el Santo Grial sin interrumpir su diálogo con los espíritus de los ríos y de los árboles. Comprendí que quería conocerlo a fondo.

Los estudiosos actuales sugieren que el mito de Merlín podría haber surgido de una figura histórica real, de un druida profeta que vivió en algún lugar de Gales en el siglo VI d. C. Pero esa es una cuestión que tendrán que resolver los historiadores. Porque al margen de que Merlín existiera de verdad o no en el reino de la historia, no cabe duda de que sí existe en el reino de la imaginación. Ha vivido en él desde hace mucho tiempo, y todavía sigue creciendo. Incluso recibe alguna visita de vez en cuando. Y dado que mi intención era escribir una obra sirviéndome de la imaginación, y no de la historia, encontré la puerta de Merlín abierta de par en par.

Por tanto, antes de que me diese tiempo siquiera a protestar, Merlín ya había trazado un plan para mí. Mis otros libros y los proyectos que tenía en mente deberían esperar. Era el momento de explorar otro aspecto de la leyenda de Merlín, uno muy personal incluso para el propio mago. Empecé a sospechar que, como ocurre con tantas otras cosas de la vida, cuanto más aprendiera sobre Merlín, menos sabría en realidad. Y, por supuesto, desde el principio fui muy consciente de que por muy pequeña que fuese mi contribución a tan maravilloso escenario mitológico supondría un desafío abrumador. Pero la curiosidad puede ser una gran fuente de motivación. Y Merlín se mostraba muy insistente.

Entonces descubrí algo sorprendente sobre el mago. Cuando me zambullí en las fábulas tradicionales que trataban sobre Merlín, observé que el saber popular presentaba una inexplicable laguna. La juventud de Merlín (una época formativa crucial en la que debió de descubrir sus misteriosos orígenes, su identidad y sus poderes) se mencionaba solo de pasada, si acaso llegaba a mencionarse. Aquellas primeras ocasiones en que se sintió afligido o dichoso, o en que aprendió alguna lección, nunca habían sido objeto de estudio.

Las narraciones tradicionales suelen seguir el mismo patrón que emplease Thomas Malory e ignoran por completo los primeros años de Merlín. Algunas historias hablan de su nacimiento, de su madre atormentada, de su padre desconocido y de su infancia fugaz. (Conforme a un relato, sale en defensa de su madre hablando con fluidez cuando solo tiene un año). Después no volvemos a saber de él, hasta que, siendo ya mucho mayor, aparece explicándole el secreto de los dragones enzarzados al traicionero rey Vortigern. Entre un momento y otro se abre un vacío de varios años. Tal vez, como sugieren muchos, se dedicara a vagar en soledad por los bosques durante aquella época que escapa a la leyenda. O tal vez, y solo tal vez, se encontrara en otra parte.

Este vacío que engulle los primeros años de Merlín contrasta de forma llamativa con la infinidad de tomos que versan sobre su etapa posterior. De adulto presenta multitud de facetas (en ocasiones contradictorias): se lo describe como profeta, mago, Lunático del Bosque, estafador, sacerdote, vidente y bardo. Aparece en algunos de los primeros textos mitológicos sobre la Britania celta, tan antiguos algunos de ellos que las fuentes ya estaban envueltas en el misterio cuando las grandes obras épicas galesas del Mabinogion se plasmaron por escrito, hace mil años. En la Faerie Queene de Spenser y en el Orlando Furioso de Ariosto aparece Merlín el mago. Sirve como consejero del joven rey en la Morte d’Arthur de Malory; levanta Stonehenge en Merlin, el poema del siglo XII de Robert de Boron; pronuncia multitud de profecías en la Historia Regnum Brittaniae de Godofredo de Monmouth.

En épocas más recientes, escritores de lo más diverso, como Shakespeare, Tennyson, Thomas Hardy, T. H. White, Mary Stewart, C. S. Lewis, Nikolai Tolstoy y John Steinbeck, han compartido su tiempo con este fascinante personaje, al igual que han hecho muchos otros autores de distintos orígenes. Aun así, salvo contadas excepciones, como la de Mary Stewart, pocos han indagado en la juventud de Merlín.

De ahí que los primeros años de Merlín sigan entrañando un verdadero enigma. No podemos hacer otra cosa que preguntarnos cuáles serían sus conflictos, sus miedos y sus aspiraciones. ¿Cuáles eran sus sueños más ambiciosos? ¿Y sus pasiones? ¿Cómo descubrió su inusual don? ¿Cómo reaccionaba ante una situación trágica o cuando perdía a alguien o algo? ¿Cómo descubrió y, acaso, asimiló su lado oscuro? ¿Cómo conoció el trabajo espiritual de los druidas? ¿Y el de los antiguos griegos? ¿Cómo equilibró su ansia de poder con el rechazo que sentía ante los abusos que aquel causaba? En resumen, ¿cómo se convirtió en el mago y mentor del rey Arturo al que aún hoy seguimos admirando?

El saber popular tradicional no resuelve este tipo de interrogantes y las palabras atribuidas al propio Merlín tampoco arrojan demasiada luz. De hecho, da la impresión de que prefería no hablar de su pasado. Si leemos los textos tradicionales, es fácil asociar a Merlín con la imagen de un anciano sentado junto al joven Arturo, divagando con aire ausente sobre los «años perdidos» de su juventud. Sin embargo, solo podemos especular: ¿estaría meditando acerca de la fugacidad de la vida, o quizás haciendo mención a algún capítulo desaparecido de su pasado?

En mi opinión, durante sus años perdidos, Merlín no solo se ausentó del mundo de las historias y los cantares. Creo, más bien, que se ausentó por completo del mundo que conocemos.

Esta historia, recogida en varios volúmenes, se propone rellenar ese vacío. Comienza cuando el mar deposita a un niño sin nombre, ni la menor noción de su pasado, en la costa de Gales. Y termina cuando el niño, tras haber conseguido y perdido muchas cosas, está listo para desempeñar un papel fundamental en las leyendas artúricas.

Entre lo uno y lo otro suceden muchas cosas. Descubre su segunda vista, un privilegio que le cuesta muy caro. Empieza a hablar con los animales, los árboles y los ríos. Encuentra el Stonehenge original, mucho más antiguo que el círculo de rocas que, según la tradición, erigió en la inglesa Llanura de Salisbury. Primero, no obstante, tendrá que aprender lo que significa el nombre Druida de Stonehenge, «Danza de los Gigantes». Explora su primera cueva de cristal. Viaja a la isla perdida de Fincayra (Fianchuivé, en gaélico), concebida en la mitología celta como una isla ubicada bajo el mar, un puente entre la Tierra de los humanos y el Otro Mundo de los espíritus. Conoce a varios personajes que aparecen con frecuencia en la cultura antigua, incluidos el gran Dagda, el malvado Rhita Gawr, la trágica Elen, la misteriosa Domnu, el sabio Cairpré o la enérgica Rhia. Conoce asimismo a otros personajes no tan frecuentes, como Shim, Stangmar, T’eilean y Garlatha, y la Gran Elusa. Aprende que la verdadera vista requiere de algo más que los ojos; que la verdadera sabiduría aúna cualidades a menudo dispares, como la fe y la duda, lo femenino y lo masculino, la luz y la oscuridad; que el verdadero amor entremezcla la alegría con la tristeza. Y, lo más importante de todo, se gana el nombre de Merlín.

Son necesarias unas palabras de agradecimiento: para Currie, mi esposa y mi mejor amiga, por proteger mi soledad con tanto celo; para nuestros revoltosos hijos —Denali, Brooks, Ben, Ross y Larkin—, por su incansable sentido del humor y su capacidad de maravillarse; para Patricia Lee Gauch, por creer sin lugar a dudas que las historias pueden hacerse realidad; para Victoria Acord y Patricia Waneka, por su inestimable ayuda; para Cynthia Kreuz-Uhr, por dominar las fuentes interrelacionadas de la mitología; para todos los que me han animado a lo largo del camino, en especial Madeleine L’Engle, Dorothy Markinko y M. Jerry Weiss; para todos los bardos y poetas, cuentacuentos y estudiosos que llevan siglos alimentando las fábulas de Merlín; y, por supuesto, para el huidizo mago.

Acompáñame, por tanto, mientras Merlín nos relata la historia de sus años perdidos. Durante este viaje tú serás el testigo; yo, el escribiente; y Merlín, nuestro guía. Pero será mejor que tengamos cuidado, porque los magos, como sabemos, son una caja de sorpresas.

T. A. B.

Merlín. Los años perdidos

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