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Las tormentas unidas al pecado

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Las noticias desalentadoras son que todo acto de desobediencia a Dios está unido a una tormenta. Este es uno de los grandes temas de la literatura sapiencial del Antiguo Testa mento, sobre todo, del libro de Proverbios. Debemos tener cuidado aquí, ya que no significa que toda situación difícil por la que pasamos en la vida sea el castigo por un pecado en concreto. El libro entero de Job contradice la creencia común de que las buenas personas tendrán vidas que vayan bien y que, si tu vida va mal, debe ser culpa tuya. La Biblia no dice que toda dificultad es resultado del pecado, pero nos enseña que todo pecado te llevará a una situación difícil.

No podemos tratar nuestros cuerpos de cualquier manera y esperar disfrutar de buena salud. No podemos tratar a la gente de cualquier manera y confiar en seguir siendo amigos. No podemos poner nuestros intereses egoístas por encima del bien común y seguir teniendo una sociedad que funcione. Si quebrantamos el diseño y el propósito de las cosas (si pecamos contra nuestros cuerpos, relaciones o sociedad), nos devolverán el golpe. Hay consecuencias. Si quebrantamos las leyes de Dios, estamos destruyendo nuestro propio diseño ya que Dios nos creó para conocerle, servirle y amarle. La Biblia habla a veces sobre Dios castigando el pecado (“El Señor aborrece a los arrogantes. […] no quedarán impunes”, Proverbios 16:5), pero otras habla del propio pecado castigándonos (“La violencia de los malvados los destruirá, porque se niegan a practicar la justicia”, Proverbios 21:7). Ambas son verdad al mismo tiempo. Todo pecado está unido a una tormenta.

El erudito del Antiguo Testamento Derek Kidner escribe: “El pecado […] impone cargas en la estructura de la vida que solo pueden acabar en el colapso”.1 Si hablamos de forma general, se miente a los mentirosos, se ataca a los que atacan y aquel que vive por la espada, muere por ella. Dios nos creó para que viviésemos para él por encima de todo, de manera que hay una cierta “concesión” espiritual en nuestras vidas. Si construimos nuestras vidas y valor sobre cualquier otra cosa que no sea Dios, estamos actuando en contra de la naturaleza del universo y de nuestro propio diseño y, por lo tanto, de nuestro propio ser.

Aquí los resultados de la desobediencia de Jonás son inmediatos y dramáticos. Hay una tormenta terrible que va hacia Jonás. La brusquedad y furia con la que aparece son características que incluso los marineros paganos entienden como que tiene un origen sobrenatural. Sin embargo, no siempre es así. Los resultados del pecado a menudo se parecen más a la respuesta física que padeces cuando te expones a una dosis de radiación que te debilita. No sientes un dolor repentino en ese momento. No es como una bala o espada que te rompen. Te sientes bastante normal. Hasta más adelante no experimentas los síntomas, pero entonces es demasiado tarde.

El pecado es un acto suicida de la voluntad sobre sí misma. Es como tomar una droga adictiva. Al principio, te sentirás fenomenal, pero cada vez será más difícil no tomarla. Esto es simplemente un ejemplo. Cuando te permites tener pensamientos amargos, te sientes muy satisfecho al fantasear con la revancha. Pero, poco a poco y de forma segura, aumentará tu capacidad de autocompasión y tu habilidad para confiar y disfrutar de las relaciones se debilitará y, en general, con sumirá toda la felicidad que hay en tu vida diaria. El pecado siempre endurece la conciencia, te encierra en la prisión de una actitud defensiva y de tus propios razonamientos, y te carcome por dentro lentamente.

Todo pecado está unido a una tormenta. La imagen es poderosa porque, incluso en nuestra sociedad de grandes avances tecnológicos, no somos capaces de controlar el clima. No podemos sobornar a una tormenta o confundirla con la lógica y la retórica. “Pero, si os negáis, estaréis pecando contra el Señor. Y podéis estar seguros de que no escaparéis de vuestro pecado” (Números 32:23).

El profeta pródigo

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