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Las tormentas unidas a pecadores

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Las noticias desoladoras son que el pecado siempre está unido a una tormenta, pero también hay noticias reconfortantes. Para Jonás, la tormenta era la consecuencia de su pecado; sin embargo, los marineros se vieron también envueltos en ella. La mayoría de las veces las tormentas de la vida llegan no como una consecuencia de un pecado particular, sino como la consecuencia inevitable de vivir en un mundo caído, lleno de problemas. Se ha dicho que “con todo, el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan” (Job 5:7) y, por lo tanto, el mundo está lleno de tormentas destructoras. No obstante, como veremos, esta tormenta provoca que los marineros tengan una fe genuina en el Dios verdadero incluso aunque la tormenta no era culpa de ellos. El propio Jonás emprende el viaje de comprender la gracia de Dios de una manera nueva. Cuando las tormentas llegan a nuestras vidas, ya sean consecuencia de algo que hemos hecho mal o no, los cristianos tienen la promesa de que Dios las utilizará para su bien (Romanos 8:28).

Cuando Dios quería convertir a Abraham en un hombre de fe que pudiese ser el padre de todos los fieles en la tierra, le hizo pasar por años en los que vagó sin que aparentemente se cumpliera ninguna promesa. Cuando Dios quiso que José pasase de adolescente arrogante y mimado a ser un hombre íntegro, le hizo pasar por años duros. Tuvo que experimentar la esclavitud y estar en prisión antes de salvar a su pueblo. Moisés tuvo que convertirse en un fugitivo y pasar cuarenta años solo en el desierto antes de poder liderar.

La Biblia no nos dice que toda situación difícil sea resultado de nuestro pecado, pero sí enseña que, para los cristianos, cada dificultad puede ayudar a reducir el poder del pecado en nuestros corazones. Las tormentas nos hacen conscientes de verdades que de otra manera no veríamos. Las tormentas pueden desarrollar en nosotros fe, esperanza, amor, paciencia, humildad y dominio propio de una manera que nada más lo hará. Un gran número de personas afirma haber encontrado la fe en Cristo y la vida eterna solo porque una tormenta los empujó hacia Dios.

De nuevo, debemos andarnos con cuidado. Los primeros capítulos de Génesis enseñan que Dios no creó el mundo ni la raza humana para sufrir, tener enfermedades, desastres na turales, envejecer o para la muerte. El mal entró en el mundo cuando nos alejamos de Dios. Y él está tan unido a nosotros que, cuando ve el pecado y sufrimiento en el mundo, se le parte el corazón (Génesis 6:6) y “Cuando ellos sufrían, él también sufrió” (Isaías 63:9).2 Dios no es como un jugador de ajedrez que mueve los peones de forma aleatoria. Ni siquiera está claro hasta años después, si es que lo descubrimos en esta vida, lo que Dios estaba logrando a través de las dificultades que sufrimos.

El profeta pródigo

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